1.
La formulación contiene como premisa una confusión entre historia de las ideas y cultura política (salvada la complejidad que atañe a cada una de ellas). En tanto historia de las ideas puede señalarse o discutirse la remisión del pensamiento político de izquierda a la tradición ilustrada, y un conjunto de enunciados definidos conceptual e ideológicamente como “peronismo” a la denominada tradición historicista romántica. Si en cambio mentamos las “culturas” de la izquierda o del peronismo, en tanto culturas no son reductibles a tradiciones intelectuales en términos de historia de las ideas sin incurrir en un arrasamiento de las formas concretas en que lo que denominamos cultura se presenta sociohistóricamente como conjuntos de prácticas, percepciones, formas de la acción colectiva, es decir, como una trama polisémica en la que se producen múltiples transacciones entre enunciados y prácticas cuyas adscripciones ideológicas no pueden sino ser diversas, heterogéneas y contradictorias. Es frecuente la confusión entre plexos normativos, como lo son las arquitecturas que estructuran y organizan ideas, con las formas concretas con que se inscriben en la vida práctica. Personas con ideologías de izquierda han podido concurrir en el orden de la vida práctica a contextos culturales peronistas donde desplegaron líneas de acción interpretadas en continuidad con la historia de la izquierda. No se pretende aquí tanto dar cuenta del asunto como señalar la dificultad que la pregunta formulada parece no registrar. Es justamente el escenario “así llamado posmoderno” el que profundizó la problematización de la heterogeneidad entre “ideas” y “prácticas”, abriendo un horizonte de discusión acerca de la interpretación de las culturas de izquierda en nuevos términos, algo de lo cual muchos profesantes de ideas de izquierda no se enteraron. Tampoco podría reducirse la discusión sobre la relación entre peronismo e izquierda a lo aquí señalado, aunque, no obstante, me parece sintomático el planteo, dado que parece confirmar la perseverancia en aplicar de manera prescriptiva plexos normativos a prácticas sociales concretas. Si hay una tarea que requiere la reafirmación crítica de la tradición histórica de la izquierda es revisar una discrepancia que en la historia del siglo XX se saldó dogmáticamente, mediante violencia totalitaria en el peor de los casos. En las tramas de la vida práctica concreta se inscriben modalidades culturales heterogéneas que abarcan desde las costumbres y las creencias populares hasta las prácticas religiosas. Frente a todo ello la tradición ideológica de la izquierda actuó de manera prevaleciente en forma unívoca e imperativa, con consecuencias catastróficas, trágicas, que no se terminan de asimilar. Entonces: hay una arena cultural donde se dirimen matrices polivalentes. El compromiso ético político con la historia social de la izquierda requiere más que nunca reconocerlas, admitir su existencia sin repulsión moral ni normativa, en procura de modalidades convivenciales, no exentas de conflicto ni crítica, pero superadoras de abstracciones prescriptivas. En ese terreno sería deseable actualizar el debate alrededor de las formas actuales —contradictorias, problemáticas— en que se desenvuelve el legado argentino de 1945.
2.
Lo señalado en el primer punto forma parte a mi parecer del problema argentino que Cooke definió como “hecho maldito del país burgués”, y del que gran parte de las izquierdas no lograron sustraerse, con la consecuencia de que en varias ocasiones, empezando paradigmáticamente por 1955, y reviviendo condiciones semejantes en 2008, la Gran Crisis, todo lo contrario de un momento de emancipación con perspectiva mesiánica, confluyó con la irrupción represora del populismo en procura de ahogar sus aspectos igualitarios y redistributivos. La idea de que en esos momentos de dispersión institucional burguesa aparente podría elevarse una construcción sociopolítica apropiada para la izquierda asumió en la práctica un sentido contrario, de funcionalidad a las clases dominantes represoras de lo popular. Dicho esto sin perjuicio — malgré incluso el peronismo— de que en cada uno de los momentos señalados afloraron experiencias genuinas de izquierda, que desde mi punto de vista forman parte de la historia de los oprimidos, y rinden homenaje al núcleo duro vigente de la tradición de la izquierda, en relación con los valores emancipatorios esenciales y la caracterización estructural del capitalismo como régimen de propiedad privada de los medios de producción. El último siglo de historia política mundial, sin embargo, mostró que el núcleo duro de la izquierda —que insisto en definir como plenamente vigente— resulta insuficiente para dar cuenta de la acción colectiva emancipatoria. No son los intelectuales, ni los filósofos, ni las teorías quienes podrán definir el curso emancipatorio de la historia, sino las luchas concretas de los oprimidos, comprendida la “servidumbre voluntaria” y la decisiva complejidad con que se nos presenta el curso socio histórico. Caracterizamos instantes emancipatorios como emergencias que irrumpen para dislocar el orden establecido, y que acompañamos siempre que las interpretemos en ese sentido, pero la capitalización de los impulsos críticos del capitalismo a favor de construcciones de mayor alcance, susceptibles de producir los cambios denominados en la modernidad como “revolucionarios” no encuentran otro cauce ni destino que la voluntad, el pretexto o la pobreza argumentativa. En ese marco, la cultura del peronismo se instala como una experiencia colectiva concreta, susceptible de crítica y de apuesta, pero no de corrección prescriptiva del modo en que nos tiene acostumbrados cierta tradición de izquierda.