Creo que sería un grave error pensar en que existe una identidad kirchnerista rígida. En su versatilidad y en sus reacomodamientos radica lo que para mucho permite su fortaleza y para otros es una indudable muestra de debilidad. Quien escribe estas líneas fue militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores-.Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT ERP) y no coincidía (desde un lugar irrelevante por cierto y aceptando su compromiso revolucionario por encima de sus posturas personales) con la visión del peronismo planteada por Mario Santucho que lideraba las posiciones políticas de la dirigencia perretista. A principios del 73, recién vuelto de Cuba donde estuvo tras la fuga de Rawson, Santucho estaba convencido de que la llegada de Perón a la Argentina era para salvar el capitalismo. El mismísimo Fidel Castro le había marcado sus diferencias con esa postura. Quien escribe estas líneas, cuando se creó el ERP 22 de agosto, pensó en sumarse a esa fracción, para dar apoyo al gobierno de Cámpora. Fue Daniel Hopen, un tipo más que lúcido, quien me advirtió algo sustantivo en los procesos revolucionarios: “En el ERP 22, lamentablemente, no hay capacidad dirigente. El único líder es el Negro Robi…”. Hopen ya había dado el paso fuera del PRT y este humilde militante siguió los consejos de quien era su referente teórico y conceptual. Poco tiempo después, pero eso ya es otra historia, yo caía preso y en el 76 Hopen era secuestrado y está desaparecido.
Esta pequeña introducción puede servir para que el lector despeje la cuota de subjetividad que cada cual tiene, de acuerdo a su historia, con el peronismo y la izquierda. Ya a esa altura sobraban los ejemplos de militantes, dirigentes sindicales e intelectuales que se sumaban al peronismo sin dejar de ser de izquierda ni tener el complejo de que perdían “su cultura de izquierda(s)”. Pero en ese entonces, para muchos militantes —incluidos los de Montoneros o FAR o FAP— había un tema crucial: la organización revolucionaria. Ni más ni menos que el núcleo de acero, en términos más leninistas. El partido de cuadros era condición sine qua non para una revolución hecha e izquierda.
Pasadas cuatro décadas o más, no hay en vistas una revolución en aquellos términos, ni una guerra fría con un bloque soviético y otro norteamericano. El Peronismo, como tantos movimientos populares, está instalado ahora en el inconsciente colectivo de buena parte de la militancia social y política como la memoria de la resistencia y de la heroicidad. Siguiendo a Alejandro Horowicz en su buen estudio de Los cuatro peronismos, me animaría a decir que también estuvo instalada la idea del peronismo como puerta de acceso al neoliberalismo. Pero cosas similares pasaron con otros bloques con historia política, más o menos democrática, más o menos popular (o “populista” en una versión pretensiosa de ciertas mentes que se consideran “la izquierda”).
Néstor Kirchner no inventó la pólvora. El territorio político en el cual se desarrolla esta etapa de la Argentina tiene muchos vasos comunicantes con las historias argentinas (en plural) y jamás cerró las puertas a las miradas y las conductas “por izquierda”. Al revés, son más que valoradas las trayectorias de militancia y compromiso a la hora de sumar cuadros de organizaciones sociales, sindicales, de derechos humanos, académicos, comunicadores, etc. Y logró armar un gobierno de mayorías con consignas que, ni remotamente, lograban consensos de más del 25% de la sociedad hasta pocos años atrás. No sólo los de los juicios a genocidas sino también en prácticas que colocan al Estado con un rol activo y hasta capaz de actuar sobre empresas multinacionales.
Una última consideración, para poder limitar la extensión de este brevísimo texto al pedido de los organizadores. Se creó un mito entre cierta gente de “izquierda”. El de que pertenecer a esa cultura requiere ser sumamente conservador. Es decir, mirar un relato del pasado en el que uno se delata como de izquierda cuando lleva un kit completo de cosas anteriores (ciertas lecturas o dogmas o personajes centrales de la historia que no estuvieron contaminados por el policlasismo peronista). Y, la verdad, ser de izquierda era otra cosa totalmente distinta para muchos que no despreciábamos la teoría ni el análisis serio del presente que nos tocaba vivir. Ser de izquierda era organizar a los sectores sociales más desposeídos, buscar a los grupos y personas con más disposición y audacia para ser representantes en sus lugares de trabajo o sus barrios. Era la decisión de encontrar el momento justo para disputar a los poderosos y dar muestras al resto de la sociedad de que el cambio era posible. Era, en definitiva, ir sumando fuerzas para que la correlación resultara, paso a paso, más favorable para los sujetos sociales y políticos decididos a liberar al país y al pueblo. Es cierto, el paso a paso parecía una eyaculación precoz. Pero eso es visto con el diario del lunes.
Ahora es difícil saber si los centros de poder internacional tienen respuestas y fuerzas para detener este camino —no transitado anteriormente, ni por casualidad, porque no tiene muchas similitudes con el primer peronismo— como tampoco es fácil advertir si tendrá la fuerza propia como para consolidarse o sufrirá, como tantas veces en el continente, el embate de las fuerzas que se opusieron históricamente a la permanencia de las fuerzas populares en el ejercicio del gobierno.
Tampoco se puede anticipar si cierta parte de la dirigencia se mantendrá sólida y unida en caso de que haya embates fuertes de las multinacionales y de sectores conservadores. Menos aún se puede predecir si la sociedad marcará límites a la disociación que a veces se crea entre funcionarios del Estado y el hombre y la mujer común. En fin, las dudas pueden desgranarse y son motivo de consideraciones para no comprar ningún kit completo a la hora de las imprescindibles abstracciones e imprescindibles valoraciones que cada persona o grupo político haga de este territorio extenso y en movimiento llamado kirchnerimso.
Pero, más allá de eso, en algo uno puede definirse como revolucionario, aun sin tener una cultura de izquierda. Es en la disposición a poner el cuerpo y comprender cabalmente que, para ganar una disputa, hay que atreverse.