1.

La relación entre Romanticismo e Ilustración no puede plantearse como una oposición excluyente: varias expresiones intelectuales del primero retoman aspectos del legado de la Ilustración. En el caso francés, la influencia del Romanticismo se encuentra no sólo entre ultramontanos, sino entre los republicanos o historiadores liberales como Guizot o Thierry. En Argentina, Esteban Echeverría es a la vez una figura crucial de la tradición liberal y uno de los introductores del historicismo romántico y de algunos debates del socialismo europeo.  Algunas de las vertientes del Romanticismo efectivamente pueden  considerarse una reacción antiilustrada, pero otras son más bien contrarias al capita- lismo o al liberalismo, que es otra cuestión.

Lo mismo vale para el nacionalismo: efectivamente, hay uno de raigambre romántica que esencializa a las naciones. Pero el nacionalismo está presente en una gran variedad de tradiciones intelectuales, muchas de las cuales no son románticas (incluyendo algunas de izquierda). Por otra parte, no todas las experiencias llamadas  “populistas” movilizaron una ideología nacionalista agresiva: la del propio Perón no exaltaba la idea de una esencia cultural nacional. Su idea de “pueblo” era ciertamente homogeneizadora, pero no más que la que tenían los ilustradísimos jacobinos. Honestamente, no veo que el peronismo haya sido nunca un movimiento “antiilustrado” (aunque  sí acogió varios intelec- tuales de esa orientación) sino, en todo caso, antiliberal. Y de todos modos, el peronismo kirchnerista ni siquiera es antiliberal en lo político (salvo retóricamente en algunos temas puntuales, como en su revisionismo histórico).

En referencia a la cultura de izquierda, es incorrecto presentarla como ajena al Romanticismo. Como mostró Michael Löwy, existe una tradición de “romanticismo revolucionario o utópico” que comienza con los jacobinos y continúa en varias expresiones del socialismo europeo,  para concluir en el marxismo de Marx, Lukács, Bloch, Benjamin, Marcuse o Mariátegui. Un marxismo radicalmente anti-romántico sólo surgiría con la codificación de las ideas de Marx que realizó Plejanov en su lucha contra los populistas  rusos,  y  que  luego  se  transfirió  a  toda la  Segunda Internacional. A menos  que restrinjamos el sentido de “izquierda” a esa versión empobrecida del marxismo, no puede  sostenerse que el Romanticismo no sea una de sus fuentes nutrientes.

Por todo lo antedicho, no me parece productivo pensar la relación entre izquierda y peronismo como un problema  de conflicto entre Iluminismo y Romanticismo. La tradición de izquierda, tomada en su conjunto, fue siempre Iluminista y Romántica en formulaciones variables.
Reformulo entonces la pregunta del siguiente modo: la izquierda argentina se definió a partir de una serie de ideas, valores, prác- ticas que la tornaban un movimiento distinguible, y que procedían casi todos de la izquierda europea, de modo que podría decirse que formaban  parte de una misma tradición. ¿Cómo se vincula esa tradición con el movimiento peronista?
Me valgo de un cierto esquematismo en honor a la brevedad. La tradición de izquierda incluía en Argentina, como elementos centrales: a) un compromiso el mejoramiento de la vida de los trabajadores/oprimidos por vías diversas, pero que siempre incluían algún tipo de antagonismo respecto de la burguesía; b) un repertorio de formas organizativas fundadas en lazos voluntarios y vínculos impersonales  de representación; c) un conjunto de valores y consignas asociadas a todo ello (anticlericalismo, antifascismo, internacionalismo, etc.); d) un universo de referencias culturales y morales here- dado del “proceso de civilización” europeo,  que valoraba positivamente las conductas calificadas como “cultas” o “racionales” de acuerdo  a los estándares de la cultura europea  e, implícitamente, condenaba  moralmente las que se desviaban de esa norma.
La irrupción del peronismo significó una fuerte sacudida para esa tradición, toda vez que hizo propias algunas de sus banderas, pero de modos que interferían fuertemente con otras. Respecto del punto a: el peronismo expresó  en diversos momentos una identidad trabajadora con fuertes elementos clasistas. El punto de tensión aquí tenía que ver con la dirección política de este movimiento (Perón), que fue anti-clasista, razón por la cual no podía plantearse fácilmente un acercamiento. Este foco de tensión continúa hoy, en otro formato. El kirchnerismo no promueve  el cla- sismo en absoluto, pero sí coquetea con un discurso “antioligárquico” y, si bien no toma medidas intrínsecamente contrarias al capital, no cabe duda que sus políticas promueven  una distribución del ingreso algo mejor que la que tendríamos con otros partidos en el poder. Ya que el propio movimiento obrero  ha perdido bastante del clasismo cultural que conservaba  en los años cuarenta, el contexto invita a volver a utilizar un esquema  derecha-izquierda para organizar el arco político, esquema  en el que el kirchnerismo ocuparía la “centroizquierda”. Y eso, naturalmente, vuelve a poner  en aprietos a la izquierda, toda vez que inevitablemente disputa un espacio con superposiciones.
Sobre el punto b: en el peronismo los lazos personales y afectivos siempre tuvieron un lugar más prominente que en la izquier- da, razón que explica parcialmente las tensiones (aunque considerando los “cultos a la personalidad” en la izquierda, no habría que exagerar este punto). Visto por debajo, sin embargo, el panorama se complejiza: a nivel de las bases, el peronismo siempre tuvo una estructura organizativa bastante anárquica, que contrasta con la disciplina izquierdista. La izquierda podría aprender más de una lección de la capacidad de crecimiento, la cercanía con el bajo pueblo y la resiliencia que tiene una estructura menos piramidal.
El punto c es más complejo: el peronismo “oficial” fue hostil a todo lo que oliera a comunismo, además de hacer propias algunas de las ideas del fascismo. Pero ni el clericalismo, ni el fascismo, ni formas de nacionalismo agresivas tuvieron un lugar de peso en el peronismo “popular” (llamémoslo  así). A pesar  de eso, la heteronomía del movimiento no facilitó a la izquierda la comunicación con las bases  peronistas. Esa complicación hoy se acre- cienta, toda vez que el kirchnerismo no contiene el tipo de ideas derechistas extremas que sí tenía el peronismo de antaño (aunque sí, en algunos sectores, un fuerte antiizquierdismo).
La ambivalencia también aparece  en la cuestión d: las medidas y el discurso del peronismo clásico fueron bastante “civilizatorios”, aunque  el movimiento tuvo expresiones “plebeyas” de desafío a la cultura letrada que pusieron los pelos de punta a más de un izquierdista. Baste recordar  las descalificadoras descripciones de la “turba” con aspecto de “candombe” que abundaron en la prensa socialista y comunista en 1945. El movimiento peronista abrió también las puertas a una afirmación étnico-racial de las porciones de la población que no eran de origen exclusivamente europeo  y que la izquierda vernácula más bien había igno- rado o despreciado. En este punto puede  decirse que la condición periférica de Argentina le jugó a la izquierda una mala pasada: la cultura letrada que heredó  de Europa le hizo asumir una acti- tud elitista respecto del bajo pueblo realmente existente. En este sentido –y sólo en este– la cultura del peronismo fue más “proproletaria” que la de la izquierda. En el escenario actual el problema reaparece de otro modo. El kirchnerismo —a diferencia de Perón— sí se viene presentando, culturalmente, como expresión plebeya y de una “Argentina mestiza” (sin abandonar por ello el programa de la cultura letrada). La izquierda, por su parte, sigue siendo un movimiento culturalmente “letrado”, lo que se traduce en algunas prácticas antiplebeyas. En este punto es quizás donde la izquierda local tenga más para reflexionar sobre su propio legado y limitaciones.
Además, todo este ejercicio de comparación se complejiza más luego de 1955, con el giro “nacional-populista” de la izquierda y la radicalización de importantes secciones del peronismo. Las fronteras entre peronismo a izquierda se volvieron entonces todavía más confusas. Por todos estos elementos, no resulta empíricamente adecuado  preguntarse por la relación entre “izquierda” y “peronismo” asumiéndolas como dos tradiciones perfectamente delimitadas. En algunos momentos —1945, la Resistencia— el peronismo popular (no el de Perón) fue parte de la izquierda. Una parte vernácula, en conflicto con la de origen más europeo, pero una parte al fin. En otros, el carácter heterónomo de su dirigencia le imprimió una identidad con elementos más claramente no izquierdistas o incluso derechistas. En fin, sin ser de izquierda en el sentido de compartir las características distintivas de la cultura de izquierda europea,  el movimiento peronista fue canal para el tipo de anhelos  populares que la izquierda canalizó antes del peronismo. A pesar de ello, el desencuentro entre ambas culturas políticas fue y es bastante comprensible (diría inevitable), tomando en cuenta el carácter contradictorio y heterónomo del propio peronismo y los sesgos elitistas de la izquierda local.

En fin, los motivos del desencuentro devienen más de la cul- tura, de tradiciones estrictamente políticas y de los contenidos sociales de cada uno, que de alguna adhesión a la filosofía de la Ilustración o del Romanticismo. Hoy por hoy, con las características del peronismo actual, no veo posible o deseable  que la izquierda confluya con él. Pero sí puede aprender bastante de la historia del movimiento peronista: en la masividad y el apego emotivo que adquirió, hay más de una clave que, inversamente, ilumina las limitaciones de la izquierda.

2.

No creo que haya que explicar la irrelevancia de la izquierda por el éxito del peronismo. Después  de todo, la izquierda se volvió bastante irrelevante en casi todo el mundo luego de los años setenta. No tengo espacio para extenderme, pero por mencionar al menos algunos de los aspectos “culturales” a los que refiere esta encuesta, la izquierda necesita replantearse su propio carácter de clase (es decir, el peso de la “clase profesional-gerencial” en sus prácticas elitistas y en su ideología), su epistemología autoritaria centrada en la idea de que la “correcta línea política” emerge de un conocimiento “científico”, su estética y vocabulario añejos, su imaginación productivista y su mirada androcéntrica, obrerocéntrica y eurocéntrica. A todo esto, habría que sumar los problemas propiamente estratégicos, organizativos y de proyecto de sociedad futura, que también son muchos. En fin, la izquierda enfrenta una titánica tarea de replanteo interno, que seguramente requerirá todavía muchos años para poder cristalizar en un movimiento que vuelva a ser políticamente relevante. Desde hace al menos treinta años asistimos a un doloroso proceso mundial de reexamen, del que (muy) lentamente se van cosechando frutos. Si la izquierda local tendrá o no un futuro, depende de su propia capacidad de regenerarse, antes que de la competencia del peronismo. Nunca he escuchado de boca de los principa- les líderes kirchneristas que ellos sean “de izquierda” o que se propongan otra cosa que “un capitalismo en serio”. Si el kirchnerismo, con un programa “desarrollista” en lo económico y “progresista” en lo cultural, aparece  hoy como una fuerza “de izquierda”, es menos por la naturaleza intrínseca de su propuesta, que por el hecho de que la oposición se ha situado a la derecha del gobierno y de que no existe una izquierda socialista relevante. El hecho de que el gobierno, luego de 2008, haya sacado provecho de evocaciones camporistas, y de que hoy haya jóvenes que imaginan que “la liberación” pasa por el kirchnerismo, indica que hay una demanda  social de izquierdismo con la que la izquierda que tenemos no consigue conectarse. Mientras el espacio político de una alternativa socialista siga estando vacante, el kirchnerismo seguirá captando las expectativas de mucha gente de izquierda, por eso de que es mejor un pájaro en mano que cien volando. Pero el problema  no es del kirchnerismo, insisto, sino de la izquierda: es la izquierda la que tiene que demostrar que, de tanto en tanto, es capaz de atrapar un pájaro y retenerlo en su mano.

La cultura de izquierdas anida hoy en varios movimientos sociales, en los militantes de diversas agrupaciones y en cantidad de artistas e intelectuales, en los miles de jóvenes que cada año se acercan a diversas organizaciones o a las universidades, buscando un sitio para trabajar por el cambio social. Está en las lecturas, en las letras de las canciones, en las remeras,  incluso en la cultura de masas. En fin: está por todas partes. Pero esta cultura viva no encuentra todavía un canal político que le permita expandirse. Las organizaciones de la izquierda tradicional la vampirizan, transformándola en cultura muerta: no creo que de allí surja ninguna opción de izquierda real (aunque, ¿quién sabe?, no es imposible que alguna de ellas sea capaz de mutar en otra cosa y reconectarse así con el curso de la historia).

Como en buena parte del mundo, también en nuestro país existe una miríada de pequeñas organizaciones  que expresan el aspecto vivo de la cultura de izquierdas en su trabajoso proceso  de regeneración. Se las suele llamar “izquierda independiente” o “nueva izquierda”, y tratan de abrirse camino en un campo minado por el desánimo que produce la ideología capitalista, por la represión y la cooptación estatales, por sus propias limitaciones y por los ataques de la izquierda tradicional. De su éxito depende la incierta posibilidad de que alguna vez podamos  detener el camino de barbarie al que nos conduce el capitalismo.