1.

Para discutir el kirchnerismo creo que lo primero que hay que plantear es que pertenece al peronismo y, por lo tanto, a un partido (o a un “movimiento”) que después  de ser derrotado por primera vez en las urnas en 1983, logró recuperarse y convertirse en la única opción partidaria que parece capacitada para ganar las elecciones presidenciales (situación que, seguramente, se extenderá por mucho tiempo). Esto quiere decir que más allá de las innumerables diferencias que tienen entre sí el menemismo y el kirchnerismo forman parte de un mismo ciclo: al menemismo le correspondió diluir y devorarse  a la derecha; el remanente es un político como Macri, más afín a hacer alianzas con algunos sectores del peronismo que con cualquier otro partido (curiosamente, el político de derecha que haga alianzas con sectores no peronistas, como fue el caso de De Narváez, corre el riesgo de fracasar estrepitosamente). Al kirchnerismo, en cambio, le correspondió cooptar a la izquierda basándose en los derechos  humanos  y en la tradición más progresista del peronismo (lo que no le impide apoyarse en uno de los enemigos internos centrales de esa tradición: la burocracia sindical). ¿En qué se parecen si son opuestos en la política económica, de derechos humanos y de derechos civiles aunque buena parte de sus dirigentes sean los mismos? Básicamente en el privilegio dado al pragmatismo y en la destreza para tratar las pasiones políticas, sean las frías del menemismo o las cálidas del kirchnerismo. Considero que verlos como parte de un mismo ciclo permite entender que las opciones que se manejan actualmente sean del mismo partido (la continuidad del heredero de Cristina o la opción Scioli) y puedan derivar tanto en una continuidad del actual gobierno como o en un giro hacia la derecha. Aunque sean muy diferentes entre sí (el menemismo y el kirchnerismo), no hay que dejar de ver nunca el delgado hilo que los une: la de la hegemonía del peronismo lograda a partir de los años 90 (además, la oposición podría subrayar los cambios que desencadenó el menemismo en algunos rubros claves — transporte, educación, deporte— y que han tenido cambios importantes pero que no han revertido lo hecho en los noventa).

Frente a este panorama  (el peronismo como la fuerza más importante de la democracia), la izquierda ha quedado totalmente desorientada y no ha podido salir de la actitud catastrófica que encarnan las izquierdas de tipo trotskista ni de la civilizatoria, propia de la tradición socialista que se remonta a Juan B. Justo. Quizás uno de los problemas está en pensar  que el peronismo se sostiene en el poder en buena parte gracias a una retórica encubridora (la idea está en la pregunta de la encuesta y tiene una larga tradición en las objeciones desde  la izquierda al peronismo). Esta idea es errónea en su concepción de las relaciones entre lenguaje y política así como también es erróneo  criticar esta retórica en base a su falsedad  sin reflexionar antes sobre  su eficacia. La retórica a veces encubre  lo real; otras lo produce. La retórica no es solo un medio o una herramienta usada con fines espurios sino la capacidad de articular demandas  en términos claros. Pese a contar con los intelectuales más lúcidos, a la izquierda le falta una retórica (o un lenguaje) para intervenir en la actual disputa entre el gobierno y los medios masivos que han reducido a la oposición a ser meros espectadores.

La izquierda también quedó desubicada porque  si frente a la referencia nacional del peronismo podía erigir la referencia de clase, lo cierto es que en el escenario posmoderno mientras las cuestiones nacionales siguen encendiendo las pasiones políticas, la referencia a la lucha de clases está debilitada. No sólo por los cambios en el mundo del trabajo sino porque surgieron una cantidad de luchas (femenismo, movimientos gays, centralidad del consumo,  ecología) en las que la cuestión de clase cuenta muy poco. Fue esa zona vacante la que con la perspicacia que lo caracteriza ocupó el peronismo cambiando desde el poder la visión de un problema  y de una lucha (creo no equivocarme si digo que en el 2004 a nadie de los sectores progresistas se le hubiera ocurrido que el matrimonio civil igualitario podía convertirse en ley nacional en el 2010).

2.

Como esa Gran Crisis nunca se va a producir y, en última instancia, podría beneficiar a otros sectores antes que a las izquierdas, creo modestamente que la única manera  de construir un poder social y político debería basarse  en objetivos restringidos que hagan la opción de izquierda deseable.  Para mí estos objetivos deberían ser tres: primero, y más importante, concentrarse en ganar  las ciudades. Buenos  Aires y en mucha  menor  medida Córdoba y Mendoza  podrían llegar a inclinarse, si la política es sostenida, por gobiernos de izquierda. Rosario es un buen ejemplo y lo que se hizo en esa ciudad difiere de lo que han hecho otros gobiernos municipales. El otro objetivo debería pasar por la política mediática: imponer estilos y temas en los medios es clave si se quiere avanzar en un crecimiento electoral (Victoria Donda probó algo de eso durante la campaña, con éxito). Esta política no debería limitarse a los periodos electorales. Finalmente, falta una crítica concreta del peronismo: no me refiero a una crítica académica sino a la capacidad de generar  una diferencia que no pueda ser asimilada por el peronismo (algo difícil de lograr, sin duda). En este sentido, una de las cuestiones centrales sería que la izquierda pudiera imponer una agenda. Este es uno de los aspectos más difíciles porque el peronismo no sólo tiene el poder sino que tiene una gran cantidad de temas en carpeta (petróleo, Malvinas, derechos humanos, la mística de Evita, “cambio de mentalidad” en relación con la moneda) que sabe usar con gran habilidad. Como no hay planificación a largo plazo (y ese es el corolario del pragmatismo), cualquier tema es pertinente. La oposición en este punto falla: en vez de hacer énfasis en la inflación, pone el acento en el INDEC; en vez de criticar la lucha por la acumulación mediática, se insiste con la libertad de prensa. Creo que la izquierda podría poner el énfasis en tres temas:

1) El tema central de la agenda para mí debería ser la pobreza y cómo erradicarla. En el imaginario social la pobreza se ha instalado como un dato definitivo, ineliminable y con el que hay que aprender a convivir. El peronismo en este terreno se siente muy cómodo porque en su tradición la pobreza es un valor y no necesariamente una consecuencia de las políticas sociales. La izquierda, en cambio, podría insistir en una buena nueva: se puede  eliminar la pobreza  (“redistribución de la riqueza” me parece  un término muy técnico que no conforma  ni a ricos —porque  piensan que les van a sacar plata— ni a pobres —porque  el tema de la riqueza les es ajeno—). Habría que explotar el lugar común: “cada vez hay más pobreza” y plantear, como se hizo en Brasil, el slogan inverso: “Por menos pobres”.

2) El tema de la educación es central y la oposición debería insistir en que lo hecho por el menemismo no ha sido totalmente revertido. No hay que olvidarse que una de las banderas  que flameó con insistencia Cristina Kirchner antes de llegar al poder fue la educación, tema del que últimamente habla menos.

3) La reforma  impositiva es un tema con poco glamour pero clave a largo plazo. Evidentemente no es conveniente y no sé si los tiempos de la política argentina permiten una reforma  que llevaría varios años, pero hay que imponer el tema, hay que hacerla y sería bueno que se hiciera con un sesgo de izquierda.

El camino que hace día a día este gobierno hacia los lugares comunes  del populismo no puede  ser objeto solamente de una indignación legalista. Algunos teóricos pueden estar equivocados con que el populismo sea la única vía de acceso a la política (el juicio a las Juntas en los ochenta sigue siendo la mejor refutación de este aserto) pero no deja de ser verdadero  que no se puede hacer política sin considerar al populismo como un elemento dinámico y una referencia ineludible del horizonte de la acción política en la Argentina actual. Entender el populismo para superarlo (y no verlo como pura retórica), es el gran desafío de la izquierda.