1.

El contraste entre iluminismo y nacionalismo que sostiene la pregunta me parece  demasiado unilateral. Es cierto que el marxismo compartió muchos presupuestos del iluminismo: una filosofía optimista de la historia con una amplia confianza en la ciencia. La lista de coincidencias es amplia y bien conocida, pero no estaría completa sin el costado crítico.

Siguiendo a Hegel, crítico del racionalismo de Las Luces, Marx denunció los formalismos, las ilusiones y los crímenes que la exaltación ilustrada de la modernidad pretendía ocultar. ¿De qué otro modo entender su proyecto de crítica a la economía política heredada, por ejemplo?  Hegel fue acusado  de romántico por aquellos liberales para quienes su filosofía política representaba un hito en la deriva hacia el irracionalismo que desembocó en el fascismo. Pero en Dialéctica de la Ilustración, una culminación marxista de la línea hegeliana, se demuestra que racionalismo burgués y totalitarismo no se oponen  sino que se complementan.

El marxismo político se acercó al nacionalismo cada vez que lo consideró necesario; sin embargo, nunca pensó que éste fuera el horizonte último de la emancipación. Así, apoyó distintas luchas por la unidad nacional durante el siglo XIX y, en el siguiente, los combates antiimperialistas del mundo colonial y neocolonial (las posiciones sobre  el mundo  colonial del XIX no fueron siempre felices, hay que subrayarlo). Es verdad que los “socialismos nacionales” generaron grandes polémicas en el pasado, y que el stalinismo fue una especie de socialismo nacionalista, cerrado en sí mismo, por decir lo menos. También el nacionalismo colonizó muchas veces a la izquierda radical. Pero, en todo caso, todos estos problemas se suman a la cuenta de la propia izquierda.

En un ensayo sobre Fukuyama y el fin de la historia, Anderson presenta cuatro alternativas para el futuro del socialismo. O bien sigue vegetando hasta desaparecer, como tantas nobles corrientes del pasado; o renace con su antiguo esplendor en algún punto aún impredecible del futuro, o bien sostiene su nombre  pero traiciona sus principios; o, finalmente, los defiende pero recombinándolos con los de otras visiones (y aquí se abren  muchas opciones como la ecológica o la liberal, por ejemplo, u otras que no alcanzamos  a imaginar). “El olvido, la sustitución de valores, la mutación, la redención”, resume Anderson.

Transcurrieron más de veinte años desde  estas reflexiones y todavía no hay un veredicto. No puede sorprender, por tanto, que a escala nacional las respuestas de la izquierda ante el kirchnerismo muestren versiones de todas estas alternativas al mismo tiempo. Dicho de otro modo: la izquierda como potencia intelectual, pero desmovilizada; o dispuesta a una  cooptación lisa y llana; o bien abierta a una alianza táctica o estratégica. La última alternativa es la oposición cerril (sectaria o “republicana”).

El problema  para quienes, ante todo, nos definimos como anti-antikirchneristas es desarrollar,  como los socialistas que en otras épocas y países se enfrentaron a situaciones comparables, una visión que se proyecte más allá del nacionalismo y la sociedad de mercado,  y no calle las evidentes miserias del llamado “modelo” pero sin despreciarlo sistemáticamente por burgués, antirrepublicano (o antiiluminista). En sus escritos teológicos juveniles, Hegel también buscaba, sin encontrarlas, las vías para una adecuada  dialéctica entre reforma y revolución, en un contexto político que le dejaba mucho menos lugar a la esperanza que el nuestro.

2.

Una de las observaciones más impactantes de Altamirano en su Peronismo y cultura de izquierda es que el Partido Comunista (PC) se quedó sin caracterización alguna del peronismo luego de 1946, cuando  se hizo patente que la definición del movimiento como un “nipo-nazi-fascismo” era grotesca. Diversas variantes de la izquierda actual se hallan en una situación análoga. Una década después  de la irrupción del kirchnerismo, no aportaron una caracterización específica y matizada, histórica e internacionalmente situada, de ese fenómeno.  La consecuencia es que nos sigue faltando una base sólida para una discusión inteligente y eficaz. Todo lo que nos rodea son actitudes complacientes o histéricas, distantes o próximas hacia el gobierno o, mejor dicho, hacia las iniciativas con la que éste suele conmover el panorama nacional: la minería privada o la nacionalización petrolera, la política previsional inclusiva o la corrupta administración del transporte, los juicios a los genocidas o la ley antiterrorista. Una visión sistemática brilla por su ausencia en una cultura como la izquierdista que compensaba su raquitismo social con la lucidez para captar las corrientes subterráneas que determinan los procesos políticos en curso.

Además, la izquierda no revisó sus fracasos  recientes. La caída de la dictadura llevó al establecimiento de un diseño normal de régimen democrático capitalista. El hundimiento del alfonsinismo encontró a la izquierda en una situación de insignificancia. Pese a toda su euforia previa, la izquierda dejó el terreno libre para la contrarrevolución neoliberal y la mayor regresión a todo nivel que haya vivido el país. A su vez, la autodestrucción de este sistema de poder a partir de 2001, que afectó al mismo tiempo la confianza en el mercado  y en la representación política, sin amenazas  visibles a la derecha, ofreció a la izquierda un escenario de derrumbe.  Pero fue incapaz de aprovecharlo por una típica combinación de sectarismo y desorientación. La izquierda todavía no  pudo  asimilar que  Kirchner le haya soplado  la dama partiendo de una situación de extrema debilidad política, encaminando la economía, identificándose con el progresismo y sin respaldarse en la represión sistemática de la protesta. Ahora, sin embargo, el kirchnerismo se enfrenta a la hipoteca de su falta de visión estratégica (ferrocarriles, etc.) y las consecuencias de una grave crisis mundial.

Es posible, sin embargo, que la izquierda pueda jugar un papel relevante en la poco estudiada renovación sindical que se viene consolidando en estos años, y que obedece a motivos tanto políticos como generacionales. En ese contexto, el sectarismo partidario necesariamente se atenúa, y muchos cuadros sindicales tienen una formación de izquierda adquirida en partidos con los que se frustraron.

Nota: Aunque soy responsable de estas opiniones, agradezco las discusiones mantenidas con Alejandro Margetic, Roberto Amigo, Ezquiel Sirlin y Roberto Jacoby.