1.

El momento más revolucionario de nuestra historia (me refiero al siglo XX) estuvo en manos de la izquierda peronista y sucedió el día en que Héctor J. Cámpora se hizo cargo del Gobierno. Ese día se “tomó la casa”. Si se habla del peronismo como una totalidad sin contradicciones internas no se habla del peronismo sino de una objetalidad sin matices, sin, por decirlo así, significantes internos siempre enfrentados y que han llegado a la sangre en varias oportunidades. El proyecto de la izquierda peronista quedó trunco por sus errores (una valoración de la violencia y una fascinación con la Muerte, en tanto punto máximo de realización del compromiso del militante) y por la respuesta jamás vista en el país de la derecha empresarial, católica y militar. Miles y miles de desaparecidos no son una casualidad. Una política represiva tan extrema responde a un peligro también extremo. Si “la izquierda” lucha contra el poder de la expoliación capitalista, nada hubo más de “izquierda” que los militantes de esa generación, que cuestionaron ese poder con más decisión que nadie. Esa tragedia la conocemos. Pero, ¿cuánto hubo de político para poder llevar a cabo la embestida que el poder resistió por medio de la sangre?  Hubo que reinterpretar y hasta reinventar a un líder de masas, hubo que plegarse  a un movimiento popular enorme  y aprender a manejar sus consignas y su lenguaje. Hubo que realizar el gran esfuerzo  de creer en lo que se hacía. De creer que las masas peronistas y las conducciones territoriales y clandestinas podrían generarle  al líder del movimiento hechos revolucionarios que éste no tendría más remedio que aceptar.

Si la “otra” izquierda responde a la tradición iluminista ahí se encuentran sus fracasos.  Alberdi detestaba a la generación iluminista: actuaba sin conocer la verdad de los hechos históricos, nunca los interrogaba, les imponía una ideología ya “cerrada”, las luces de la eterna vanguardia solitaria. En cambio, el historicismo romántico se plegaba a las necesidades del país, en los hechos y en su hermenéutica estaba el camino de la acción. Rivadavia envía al interior su Constitución de 1826. Ningún caudillo la acepta. Alberdi, en cambio, propone  aceptar a Rosas como un hecho que le asegura  el orden  que su generación necesita para el trabajo del pensamiento. Que fracasó, claro que fracasó. Quién no fracasó en este país. Pero señaló que la metodología es estar donde está el pueblo. O la clase obrera, o los morochos  peronistas, donde realizaron su política de entrismo los militantes de la izquierda en los setenta.  Asesinados luego por el propio Perón y la derecha de su movimiento.

2.

Los años que transcurren entre 1890 y 1943 son nefastos para la condición de los humildes, de los inmigrantes apaleados  y perseguidos. ¿Ese fue el momento más brillante de la izquierda argentina? Lo siento: es penoso entonces. Fue penoso adoptar el positivismo como ideología. Aplicar dogmáticamente al Marx de sus escritos coloniales, lo más flojo de su producción. Más hizo un plebeyo como Irigoyen por las masas empobrecidas que los iluminados de esa izquierda que supongo  son Ingenieros, Ponce y la revista Dialéctica, Agosti, Rodolfo Ghioldi y paro de nombrar.

¡Tan lejos estuvimos de tener a un José Carlos Mariátegui!

El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner tiene un espíritu latinoamericanista en un continente que ha conseguido estar más unido que nunca. Ha juzgado a los asesinos. Enfrenta a un monopolio feroz, que tiraría a cualquier gobierno “iluminista” en dos días. Y muchas cosas más. No todas ni mucho menos. Siempre discutimos lo mismo. ¿Lo que se hace es todo lo que se puede hacer? Es una discusión interminable. Un buen militante político debiera siempre mirar la vereda de enfrente, la vereda de reemplazo al gobierno “cuestionado” por no llegar más hondo, por no ser más de izquierda. Es histórico: siempre la “cultura” de izquierda ha terminado por ubicarse cerca o junto a la derecha por juzgar que los gobiernos nacional-populistas (palabra atroz para la “cultura” de izquierda) son insuficientes. Este peronismo, el que hoy gobierna, también pertenece a la “cultura” de izquierda (la palabra  “cultura”, ¿por qué se la niegan al peronismo?). Es la herencia de la “diezmada” generación del setenta tratando de hacer algo con energía y un entusiasmo que se ha contagiado a muchos jóvenes que regresan a la militancia. Ojalá se pueda hacer algo más. Pero con la IV flota dando vueltas por aquí, con la amenaza de la Triple frontera (excusa de cualquier manotazo de la “guerra preventiva”), con el poder  mediático digitado desde  la Embajada de los Estados Unidos y con el panóptico que han instalado en las Malvinas, se ve difícil. La cosa es: mercado  libre y monopólico o economía keynesiana, con intervención y regulación por parte del Estado y destotalización del poder monopólico. Todo lentamente: si hay que dar dos pasos hay quedar  dos. Es tan reaccionario dar uno como tres.

 Nota I: Hoy existe una sola modernidad. La modernidad terror, la modernidad capitalista mediática en guerra contra el terrorismo. El posmodernismo —que fue una lateralidad de la modernidad capitalista y antimarxista— hace rato que murió. Lo mató el atentado a las Torres que volvió a universalizar la Historia.

Nota II: Un hombre  de izquierda no debiera ser “antiperonista”. Puede ser —con serios motivos— no peronista. Pero ese “anti” suele llevarlo a pensar desde el resentimiento o el elitismo racionalista, iluminista. Los gorilas tienen que ser gorilas porque saben defender sus intereses: la oligarquía, la Sociedad Rural, los monopolios, la Libertadora y los tantos intelectuales de izquierda que la saludaron con fervor. Pero alguien que quiera entender el espesor de nuestra historia tiene que poder acercarse  al peronismo, tocarlo, olerlo, vivirlo. El costo de no hacerlo  es alto: irse a la vereda de enfrente por no entender cómo las masas adhieren a “eso”. También esta historia es larga. Y muy actual.