1.
La polaridad conceptual y genética que propone la encuesta se formula sobre la base de supuestos difíciles de defender. Ante todo me resulta anacrónica. La propia noción de “cultura de izquierdas” es un artefacto de construcción reciente. Por lo que recuerdo, “izquierdista” podía equivaler a apresuramiento inconsciente de las condiciones históricas o bien a un ser bienpensante genérico. Uno no se definía como izquierdista sino como “revolucionario”. En todo caso, era el otro quien ponía el mote ya fuera que significara “Ultra” o “tibio”.
Naturalmente que se puede hablar de una izquierda en un sentido tan vasto que abarca desde el anarquismo hasta la socialdemocracia más proyanqui pasando por innumerables trotskismos, comunismos, socialismos, sindicalismos y… peronismos. Como bien se sabe, la composición del peronismo incluyó desde su origen a muchos sectores de estas “izquierdas” y, más aun, los entrelazamientos de cuadros marxistas con el movimiento y con sus alas sindicales son inextricables en todas las etapas en y fuera del poder.
En segundo lugar, encuentro que la problemática planteada es inespecífica. Me resulta difícil comprender qué significaría “actualizar el programa teórico y político” de una izquierda ilustrada, iluminista, cuando en ninguna parte de las preguntas se hace referencia o se encuentran implícitas nociones tales como clases sociales, lucha de clases, fuerzas sociales, correlación de fuerzas, alianzas de clases, estrategia revolucionaria, entre otras tantas nociones centrales a la tradición marxista. Sin duda debería ser un programa fuera de la tradición de izquierda. Despojada de contenido concreto el término puede cobijar desde Carrió al Partido Comunista Revolucionario (PCR), desde Bussi a Binner, desde Sebreli a Cooke o Abal Medina, de Altamira a Abelardo Ramos. Se debe considerar de izquierda a la fuerza social y política que lleva adelante e instaura con éxito los propósitos, propuestas y planes tradicionalmente planteados por la izquierda, es decir no la revolución socialista ni la dictadura del proletariado.
2.
Los movimientos revolucionarios marxistas se encontraban en una impasse marcada por la implosión de la Unión Soviética a la que el nuevo milenio dio las respuestas más inesperadas y heterodoxas, para nuestra fortuna, en América del Sur. Reducir el marco histórico de la pregunta a la Argentina dice algo acerca de las perplejidades teóricas que impregnan a muchas corrientes de pensamiento que no logran enfrentar con frescura las inmensas sorpresas que nos deparó la historia a quienes la sobrevivimos.
¿Quién habría previsto que el giro a la izquierda del peronismo no sucedería en 1962 sino —atravesando una guerra interna implacable en el 73-75— en el 2003? ¿Quién podría imaginar que una coyuntura electoral desencadenaría —en las particularísimas condiciones de las crisis políticas y sociales del 2001-2002— un gobierno burgués que se reclama, con indudable éxito, democrático, popular, antiimperialista y pro paz, banderas del Partido Comunista por décadas? ¿Acaso alguien puede señalar seriamente algún período más favorable en toda la historia argentina (y no voy a hacer la lista de cambios y logros que todos tenemos más o menos registrada)?. Que no exista ninguna fuerza política capaz de aprovecharlo para prolongar su carácter ascendente, es otra cuestión, pero eso no puede imputarse al kirchnerismo.
El final de la segunda pregunta invita a definir las opciones que propone al vago sujeto social “izquierda” que postula.
¿Quiénes esperan la Gran Crisis (y más aun la propician con la conocida teoría “Cuanto peor mejor” y por eso apoyan a La Rural, la FAA, la Comisión de Enlace, Moyano, y desfilan por los canales de cable y particularmente TN, intentando demoler al kirchnerismo) y quiénes esperan construir poder aun dentro de la hegemonía K (brevemente el Frente Amplio Peronista, donde los remanentes del socialismo arcaico se entretejen con radicales, maoístas, trotskistas y ex K y, cómo no, algunos sindicatos e intelectuales peronistas)?
Pensar que todo el poder reside en el gobierno de Cristina es negar la realidad e intensidad de los enfrentamientos de todo tipo y nivel que suceden en la sociedad. Es no entender la excepcionalidad (y por eso, la fragilidad) de esta política que sobrevive por una sucesión de milagros.
Todos los gigantescos cambios que se produjeron en la Argentina en estos diez años —relévenme de mencionarlos, pero baste decir que no se comparan con nada que haya sucedido nunca en la historia argentina— se sostuvieron, como les gusta decir, en un par de locos. Lo mismo se puede decir de Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil o Uruguay. Sería interesante que los antagonistas revisen en su memoria y señalen un período más democratizante, incluyente, renovador en la estrategia internacional, generador de crecimiento, recuperador de los centros de decisión.
No es lo menos curioso de la actual situación latinoamericana que todas las tesis fracasadas y opuestas de las diferentes izquierdas que disputaban la escena desde los ’50 en adelante hubieran tenido parte de razón, en alguna medida y en algún lugar. Con todo el dolor del alma habrá que reconocer cuánta razón tenían quienes sostenían que el cambio sucedería por una rebelión de caudillos militares como sucedió en Venezuela.
Nos guste o no, aceptemos el acierto de los trotskistas que apostaron al trabajo entrista que llevó a los gobiernos del Partido dos Trabalhadores (PT) en Brasil. No menos éxito tuvieron los teóricos que proponían organizaciones indigenistas andinas como camino de desarrollo de los movimientos populares. Y por supuesto, la vieja tesis del PC, de un gobierno burgués de amplia coalición que triunfe por la vía electoral cuyo mayor triunfo fue Gelbard, fugaz ministro de Economía. Pero no existe ya la Unión Soviética que pueda festejar el logro.
Queda el maoísmo que afortunadamente nunca logró tomar las ciudades desde el campo. No así, la República Popular China, que construyó sobre su cultura de izquierda una forma de capitalismo exitoso y desalmado, y con la que la Argentina sostiene una compleja relación de complementariedad y dependencia.