Lorca

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.

“El crimen fue en Granada: A Federico García Lorca”, de Antonio Machado

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Aunque Federico García Lorca, uno de los más grandes poetas españoles del Siglo XX, no estaba afiliado a ninguna organización política, fue parte activa de la revolución social que sacudió al país a partir de 1936, alineándose con las luchas y los deseos de trabajadores y campesinos y apostando siempre a la educación y a la belleza como parte del proceso de transformación social.

El poeta y dramaturgo granadino defendió comprometidamente los derechos campesinos y la evolución rural y durante los años de la revolución participó de un proyecto teatral que recorría los barrios de Madrid con sus obras, buscando contribuir a una revolución cultural en curso en el marco de la inmensa revolución social que conmovía a la península ibérica. En sus obras de teatro, en sus poesías, en sus cartas y en sus dichos no dejó de criticar al cristianismo y al capitalismo, defendiendo además el compromiso político de los artistas. En una carta explicitó: “En este momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango”.

Por eso el dictador Francisco Franco le temía, sabía que su obra, su prestigio internacional y sus declaraciones siempre iban a minar su reinado de terror. Así que se decidió a eliminarlo de la ecuación. Amigos alertaron al poeta de la amenaza y éste decidió refugiarse en su ciudad natal, Granada, en la casa del poeta Luis Rosales, un cómplice del franquismo a quien se considera como uno de los posibles entregadores.

En la tarde del 16 de agosto Lorca es detenido con un impresionante operativo policial, apostando hombres armados en los tejados vecinos, para evitar que intentara escapar por esa vía. Dos días después se lo llevaron de ‘paseo’, como decían, para fusilarlo en las inmediaciones del lugar conocido como Fuente Grande, se supone que junto a otras tres personas.

Aunque el franquismo nunca reconoció oficialmente su responsabilidad en el hecho, un informe de 1965 de la Jefatura Superior de Policía de Granada confirma que el poeta fue “pasado por las armas” por “socialista y masón”, además de atribuírsele “prácticas de homosexualismo”. El texto concluye detallando que fue “enterrado en aquel paraje, muy a flor de tierra, en un barranco situado a unos dos kilómetros a la derecha de Fuente Grande, en un lugar que se hace muy difícil de localizar”. El lugar del entierro debía permanecer secreto, por miedo a que la voz del poeta siguiera clamando desde la tierra y su tumba se transformara en un nuevo símbolo de lucha para un pueblo en rebelión.

Lorca es uno más de las 114.000 víctimas de desapariciones forzosas que dejó el franquismo, una cifra que convierte al Estado Español en el segundo país del mundo con más desaparecidos después de Camboya y que constituye una herida que aún sigue abierta, sin que los criminales hayan sido juzgados o condenados o haya habido una verdadera intención oficial por el esclarecimiento de los crímenes y la identificación de los miles de asesinados.

Según el investigador Ian Gibson, uno de sus biógrafos: “Cerca del sitio donde mataron a Federico García Lorca se encuentra la célebre Fuente Grande. Los árabes granadinos, intrigados por las burbujas que subían sin parar a su superficie, la llamaron Ainadamar, ‘La Fuente de las Lágrimas’. No deja de ser emocionante que la Fuente de las Lágrimas, siga manando todavía sus borbollones cerca del lugar donde los fascistas mataron al más excelso poeta granadino de todos los tiempos.”

Entre otras bellezas que pueblan su tremenda obra poética, Federico también parece haber sido capaz de predecir las trágicas circunstancias de su muerte en el poema “No me encontraron”, incluido en Poeta en Nueva York. Hoy, a 85 años de su asesinato, agradecemos la belleza que le regaló al mundo con esos versos.

Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
No ¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.