Por Gonzalo P. Hernández*
Siempre se afirma que las obras de arte interactúan con el espectador, lo interpelan, lo movilizan de diversas maneras. De este modo, el “espectador” deja de serlo para involucrarse profundamente con la obra en cuestión: eso es exactamente lo que me sucedió frente a esta extraordinaria película.
El regocijo que produce el film, no obstante, no logra evitar que se pongan en cuestionamiento las problemáticas que subyacen a la temática principal que se aborda: la ocupación de París por parte de las tropas alemanas, por un lado, como caso particular sobre el que se coloca el foco del análisis; y, como cuestión general, la imperiosa necesidad que tiene la humanidad de preservar sus obras de arte y su patrimonio cultural, puesto permanentemente en riesgo por conflictos bélicos, atentados terroristas, o simple desidia en su preservación.
Como correctamente aprecia Vincent Ostria en relación a la película[1] “El tema central es el destino del Louvre y de sus colecciones a comienzos de los años cuarenta; o, mejor, cómo dos hombres (Jacques Jaujard, director del gran museo francés, y el conde alemán Franz Wolff-Metternich, responsable de la Kunstschutz, misión alemana de conservación de obras de arte) llegarán a un entendimiento tácito” al respecto.
Reflexionar acerca del significado de este verdadero templo “sagrado” de la cultura occidental trae inevitablemente a la mente la célebre frase de Walter Benjamin: “No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie”.[2] Qué otra cosa puede representar este gigantesco museo, de los mayores y más relevantes del mundo junto al Británico de Londres o al Metropolitano de Nueva York, que la ambigüedad manifiesta entre la posibilidad de disfrutar de las mayores expresiones de arte y cultura humanas y la conciencia de que su reunión se debe (y la película lo explicita poniéndolo en boca del propio Napoleón) al fruto del saqueo colonial del imperialismo francés.
La manifestación simultánea de “cultura” y “barbarie” se refleja también de modo harto manifiesto en la tenebrosa figura de los Heinkel He 111 que Sokurov muestra sobrevolando las Tullerías. Esa presencia siniestra de los mismos aviones que, apenas 3 años antes habían arrasado la ciudad vasca de Guernica, formando parte de la nefasta “Legión Cóndor” -el escuadrón nazi de apoyo al bando “nacionalista” en la Guerra Civil Española. Maravillas de la tecnología humana abocadas a sembrar la destrucción y la muerte por el mundo en manos de las grandes potencias imperialistas; como lo fue el también siniestro Boeing B-29 “Superfortress” que, bautizado como “Enola Gay”, lanzaría la devastadora bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
La Francia de entreguerras y el nazismo:
John Maynard Keynes, en The Economic Consequences of the Peace fue la primera mente brillante en criticar abiertamente la política de las potencias “aliadas” triunfadoras en la “Gran Guerra”, que se habían reflejado en las condiciones de reparación impuestas a la Alemania derrotada. Como menciona John Kenneth Galbraith[3]: “Las razones de Keynes, sin ninguna concesión a la moderación, eran que el Tratado tenía como propósito básico, en primer lugar, arruinar a Alemania y eliminar su capacidad de pagar y, a continuación, requerir el pago”.
La hiperinflación que padecería Alemania en la década de 1920 -durante la fallida “República de Weimar”- sería, como lo caracterizó Ingmar Bergman en su magnífica obra, “El Huevo de la Serpiente” de la emergencia del nazismo. La herida narcisista que dejaría en el pueblo alemán la firma de ese ignominioso Tratado, buscaría ser sanada por Hitler tras la invasión a París y la firma de la capitulación de Francia en el mismo vagón utilizado para la firma de aquél.
Francofonía no pretende, en modo alguno, ser complaciente con la “nación gala”; aquella en donde Eugene Delacroix imaginó a la “Libertad guiando al Pueblo” en su magistral obra de 1830[4]. Justamente esta libertad es uno de los personajes que el director hace hablar en el film, repitiendo hasta el infinito –sin mucha convicción- las proclamas revolución de 1789: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
Sokurov muestra, sin velos, la pasividad de la resistencia francesa y el grado de colaboración con el ejército ocupante; cómo el país se dividió en dos, con el noroeste ocupado por los alemanes y el sur en el cual se asentó, comandado por el gran héroe de la Primera Guerra Mundial -el Mariscal Petain-, el Régimen colaboracionista de Vichy. El director busca dejar en claro las formas diferentes que cobraron las ocupaciones de Francia y de la Unión Soviética, y cómo las mismas se reflejaron en el trato dispensado a los museos del Louvre y del Hermitage (al que el director le había dedicado su célebre película, que lo lanzó a la fama, “El Arca Rusa”).
Era un tópico ampliamente conocido que las potencias aliadas de Europa Occidental habían tenido una abierta política de “no intervención” ante la expansión alemana previa a la invasión a Polonia del primero de setiembre de 1939 que inició la Segunda Guerra Mundial. Tras la vergonzosa no intervención en defensa de la Segunda República Española frente al golpe de estado franquista de 1936 -mientras heroicos brigadistas internacionales se movilizaban desde diversos países en su defensa-, se le permitió a Hitler la anexión de Austria (Anschluss) sin disparar un sólo tiro. El “Pacto de Munich” de 1938, suscripto por Francia, Inglaterra y Alemania, avaló la ocupación inicial de los “Sudetes” checoslovacos (áreas de población mayoritariamente germana), que se extendió al resto del país al año siguiente. La política del primer ministro británico Chamberlain fue tan pasiva con la expansión del nazismo como la de su homólogo francés Édouard Daladier. Inglaterra, al menos, modificó radicalmente su posición ante el ataque alemán y resistió con uñas y dientes la ocupación. Fue decisiva en este giro la asunción de Churchill como primer Ministro. Londres fue durísimamente bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial, mientras París permanecía prácticamente inalterada.
Es aquí donde es preciso recordar que el propio Benjamin, de origen judío –al igual que el resto de las principales mentes que alumbraron en la década del 20’ la denominada “Escuela de Frankfurt”[5]– fue víctima en primera persona de la barbarie nazi; en primera instancia en la propia Alemania, y luego en la ocupación de Francia, poniéndole fin a su vida en 1940 al verse imposibilitado de cruzar la frontera española intentando escapar hacia los Estados Unidos.
Durante esos años la población parisina padeció en carne propia la presencia del ejército ocupante. Esa ignominiosa presencia que Francia desparramó por el mundo durante siglos, en sus colonias del Magreb (Argelia) e Indochina (Vietnam), heroicos pueblos que darían años después prolongadas luchas por su liberación nacional que marcarían a sangre y fuego la segunda mitad del SXX.
Francia y la Revolución Argelina:
En 1961, Jean Paul Sartre prologaba el libro de Frantz Fanon[6] “Los condenados de la Tierra”, y lo citaba de esta manera: “No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo. Hace siglos….que en nombre de una pretendida aventura ‘espiritual’ ahoga a casi toda la humanidad”.
En estos días, en el diario La Nación,[7] Hinde Pomeraniec escribe, en otra reseña de la película, “Francofonía fue filmada por Sokurov doce años después de que su extraordinaria El arca rusa, que proponía un recorrido majestuoso y entre susurros por el Hermitage, uno de los mayores símbolos políticos y culturales de los rusos. Esta vez, aunque viaja al pasado, hay además una preocupada reflexión sobre el presente y la violenta destrucción de patrimonio cultural a manos de delirantes agrupaciones fundamentalistas y también sobre los riesgos de la desaparición de la memoria. El subtítulo original del film es “Una elegía para Europa”, una suerte de oda a un continente que cruje: tantas décadas después del nazismo, el resurgimiento de las ideas extremas no parece un buen augurio para la civilización”. Si bien es cierta la amenaza para la civilización proveniente de grupos fundamentalistas islámicos, que están destruyendo patrimonios de la humanidad como las ruinas de Palmira, al interior de la guerra desatada en Siria, o están cometiendo salvajes atentados contra la población civil en la propia París como el que tuvo lugar en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo; es imposible concebir estos ataques bárbaros por fuera de la historia colonial de opresión francesa.
Si bien no pueden asimilarse, en modo alguno, los movimientos nacionalistas laicos del mundo árabe -como los que alumbraron la Répública Árabe Unida de Egipto y Siria bajo el liderazgo de Nasser- con los actuales movimientos islamistas fundamentalistas, financiados incluso por las propias potencias occidentales; no hay dudas de que la barbarie que azota hoy a París y al resto del continente europeo es tributaria de la otra barbarie, la de la “civilización” occidental capitalista sedienta de reproducir ampliadamente su capital.
Conclusión: Pasado y presente del fascismo europeo:
Alemania, la tierra que había alumbrado a Immanuel Kant -uno de los mayores exponentes de la Ilustración-, cuna de pensadores de la talla de Fichte, Schelling y Hegel; la nación que Marx ubicaba como vanguardia filosófica del continente[8], resultó ser la que -tras las desastrosas consecuencias que le acarreó la derrota en la Primera Guerra Mundial, y las humillantes condiciones impuestas por el Tratado de Versalles- terminó dándole acogida al nazismo, la forma más acabada del fascismo. Un fascismo que, por esos años, emergió con enorme fuerza en todo el continente.
Justamente contra esta verdadera tragedia histórica para la humanidad toda, fue que Adorno y Horkheimer, en su Dialektik der Aufklärung [9] escribieron lo siguiente: “Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, desembocó en un nuevo género de barbarie”.[10]
El fascismo surge en el centro de la Europa del Iluminismo, como reacción de las capas medias y altas de la población ante la primera corporización concreta del “fantasma del comunismo” que había imaginado Marx recorriendo el continente 75 años antes. Ante la primera revolución socialista exitosa, la Rusa de 1917.
Hoy, frente a otro “fantasma” que parece cernirse sobre el “Viejo Continente”, la inmigración descontrolada de los nuevos “Condenados de la Tierra”: los refugiados de las sangrientas guerras desatadas en el norte de África (Libia) y en Medio Oriente (Siria), que han tenido activa participación de las potencias europeas de la OTAN.
Del mismo modo que noventa años atrás, la respuesta al interior de las potencias hegemónicas del continente es el fortalecimiento de expresiones políticas de extrema derecha, como el Frente Nacional Francés, hoy comandado por Marine Le Pen.
Mientras se siguen alimentando los temores frente al fundamentalismo islámico como principal amenaza al patrimonio cultural occidental, se continúa ignorando que la principal amenaza que se cierne sobre la humanidad es la voracidad capitalista de las potencias imperialistas hegemónicas.
El excelente film de Sokurov, sin suscribir esta postura, nos permite al menos abrir el debate sobre esta cuestión central para el futuro de la especie humana. No es poco en absoluto.
*Gonzalo P. Hernández es Licenciado en Ciencia Política (UBA). Docente e
Investigador
[1] Revista Inrokuptibles, 26/05/16, http://www.losinrocks.com/cine/francofonia-de-alexander-sokurov#.V1l-BeT5mM8
[2] Walter Benjamin, Sobre el Concepto de Historia, Obras I, 2, p. 309.http://www.circulobellasartes.com/benjamin/obra.php?id=6
[3] Galbraith, John Kenneth, Un Viaje por la Economía de Nuestro Tiempo, Ariel, 1994
[4] http://www.artehistoria.com/v2/obras/2201.htm
[5] Un excelente libro para introducirse en el estudio de la Escuela de Frankfurt es: Martin Jay, La imaginación dialéctica, Bs.As.: Taurus, 1991.
[6] Fanon, Frantz, Los condenados de la Tierra, FCE, 1963
[7] http://www.lanacion.com.ar/1906023-sokurov-y-los-ojos-de-la-memoria
[8] “Según anuncian los ideólogos alemanes, Alemania ha pasado en estos últimos años por una revolución sin igual. El proceso de descomposición del sistema hegeliano, que comenzó con Strauss [2], se ha desarrollado hasta convertirse en una fermentación universal, que ha arrastrado consigo a todas las «potencias del pasado». En medio del caos general, han surgido poderosos reinos, para derrumbarse de nuevo en seguida, han brillado momentáneamente héroes, sepultados nuevamente en las tinieblas por otros rivales más audaces y más poderosos. Fue ésta una revolución junto a la cual la francesa [3] es un juego de chicos, una lucha ecuménica al lado de la cual palidecen y resultan ridículas las luchas de los diádocos [4]. Los principios se desplazaban, los héroes del pensamiento se derribaban los unos a los otros con inaudita celeridad, y en los tres años que transcurrieron de 1842 a 1845 se removió el suelo de Alemania más que antes en tres siglos”. Marx, Karl y Engels, Friedrich, La Ideología Alemana, en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/1.htm
Y todo esto ocurrió, según dicen, en los dominios del pensamiento puro.
[9] Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del iluminismo, Bs.As.:
Sudamericana, 1987.
[10] Adorno y Horkheimer, obra citada, prólogo a la primera edición alemana, pág.7.