17 de septiembre, 2018
Transitamos un momento político complejo en el que, en medio de una profundización del ajuste macrista y del recrudecimiento de la represión institucional, comienzan a configurarse diferentes armados político electorales de cara a octubre de 2019. Como Democracia Socialista seguimos referenciándonos en una tradición joven dentro de la izquierda, no sectaria, profundamente feminista, que apuesta a la más amplia unidad en las calles para derrotar al neoliberalismo. Desde 2017 hemos formado parte de Vamos, un frente que sintetizó lo más acabado de nuestra apuesta política, incluso en el plano electoral.
El devenir de Vamos en tanto vector de ingreso hacia el Frente Patria Grande y la orientación que tal espacio está expresando públicamente nos obligó a revisar nuestro plan político. Nos propusimos hacerlo sin caer en dicotomías simplistas o polarizaciones irreductibles, conscientes de las urgencias, dispuestxs a atravesar incomodidades pero con una voluntad firme de no resignar nuestra identidad de organización de izquierda feminista y anticapitalista. Definimos suspender nuestra participación en Vamos, experiencia de la que nos sentimos parte y que integran compañerxs a quienes respetamos profundamente (y con quienes acordamos en muchos aspectos), con la intención de no sumarnos a la apuesta del Frente Patria Grande por los motivos que intentaremos listar a continuación.
La coyuntura que vivimos
El día a día de vivir y padecer el gobierno macrista agota los cuerpos. Un plan económico de ajuste despiadado alcanzó nuevos niveles de agudización tras la nueva toma de deuda, FMI mediante. La lluvia de dólares en forma de inversiones que nunca llegó, arribó ahora sí en forma de deuda que nos condena a pagos regulares de acá a un siglo. En 2018 el macrismo mostró su peor cara. Asistimos al desplome de todos los indicadores de la economía, lo que nos recuerda los peores años de la Argentina: pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo, recesión, caída del consumo, caída del salario. La escalada del dólar, la inflación que la acompañó, la inexistencia de paritarias que aportaran un poco de justicia al bolsillo trabajador, empujan a lxs que menos tienen a apenas arañar la subsistencia y al resto de la clase trabajadora que aún conserva ciertos pocos privilegios, a acostumbrarse a la incertidumbre, a la resignación y al miedo cotidianos de vivir en la era Cambiemos. En tales contextos, crece de manera concomitante la exigencia sobre los cuerpos feminizados de garantizar en el ámbito de lo (re)productivo lo que el mercado a duras penas satisface en el ámbito de lo productivo. Las microcrisis a las que hacen frente a diario las jefas de hogar son atajadas con microcréditos provistos ahora por ANSES que financiariza la relación con sus beneficiarixs. Tal como señala Verónica Gago, la toma de deuda a nivel nacional queda ahora entrelazada de modo insalvable con la toma de deuda cotidiana en los hogares argentinos. El estallido se patea hacia adelante, se refinancia, toma la forma de la promesa de explotación a futuro y asistimos entonces a una crisis que parece implosionar en lugar de estallar.
Por otro lado, las respuestas unitarias en las calles se hacen oír. Es esa resistencia la que no cesa de ponerle obstáculos a la maquinaria macrista de ajuste neoliberal. Las movilizaciones masivas en defensa de la educación pública, los paros de mujeres, lesbianas y trans, las movilizaciones contra el 2xl, contra la reforma previsional, contra el presupuesto, contra el G20, la resistencia en cada hospital, en cada fábrica que cierra, en los intentos de privatizar, son la evidencia de que los niveles de organización y de repudio a las políticas del gobierno continúan en alza.
Algunas de las reformas estructurales que el macrismo pretendía aplicar se encontraron con una fuerte resistencia. Ahora el gobierno no sólo necesita recurrir a la más cruda represión sino que precisa también un segundo mandato para cumplir su misión de llevarlas a cabo. El último adelanto del préstamo del FMI puede ser leído como un aporte a la campaña 2019 para garantizar la continuidad de un programa de reformas estructurales. En este sentido, la derrota del macrismo en las urnas es estratégica para sostener esa resistencia que puso frenos a la avanzada neoliberal más despiadada y que viene complicando la hoja de ruta del oficialismo, esa que comparte con los gobiernos de derecha a lo largo y ancho del mundo.
La ya consolidada caída del poder adquisitivo, el aumento del desempleo y la precarización laboral no auguran un futuro con buenas noticias para los sectores populares. Sabemos que el año próximo habrá recesión y que quien gobierne en 2020 tendrá que enfrentar una situación económica compleja.
Un análisis exhaustivo propio merece la organización feminista a lo largo de este año. No porque consideremos que sea un apartado más de la coyuntura sino porque creemos que es necesario subrayar su transversalidad: cómo el feminismo impregnó cada ámbito de la política, sin vuelta atrás. La masiva movilización por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito siguió en la línea de las convocatorias multitudinarias al Paro de Mujeres, Lesbianas, Travestís y Trans del 8 de marzo, a las asambleas que llevaron a cada nuevo Ni Una Menos los 3 de Junio y que sin duda, son deudores de más de 30 años de Encuentros Nacionales de Mujeres -de donde surge la propia Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, así como numerosas colectivas socorristas- y de discusión feminista, lesbiana, trava y marica que viene enhebrándose con paciencia y sin pausa desde los años ’70 en nuestro país. Los altos niveles de debate a los que arribamos, la proliferación de ellos en lugares de trabajo, gremios -con ocupación de la CGT incluida-, universidades, plazas, programas de televisión y hasta medios de transporte, fueron conquistas ganadas a pulmón por un movimiento feminista que se hizo de masas y que consolidó con muchísimo esfuerzo una red unitaria y plural por el derecho al aborto. Entendemos el rechazo de la ley en el Senado el 8A como un intento de disciplinar nuestros cuerpos y nuestras luchas, como la reacción de una institución arcaica que no logra hacer pie en las demandas postergadas del conjunto de la sociedad. Entendemos lo acumulado como un piso irrenunciable en el que se conjugaron alianzas tácticas con proyección estratégica, en donde el derecho al aborto legal, seguro y gratuito se
construyó indisociado del derecho a la salud pública, a la educación sexual integral, a la autonomía corporal, a una vida sin violencias, a la impugnación de roles de género estancos. Sostenemos, sin dudarlo ni por un minuto, que lo que construimos es uno de los pilares sobre los que debe asentarse la lucha contra el neoliberalismo macrista: masividad y radicalidad. Y si hay algo que termina de convencernos de ello es constatar cuáles son las fuerzas que se encolumnan en la contraofensiva hacia nuestras luchas a nivel local, regional y mundial: la derecha conservadora y los fundamentalismos religiosos que agrupan tanto a iglesias evangélicas como a la histórica enemiga de las mujeres y disidencias sexuales, la Iglesia Católica en tanto institución.
Mientras tanto, la ministra Bullrich refuerza su aval a la doctrina Chocobar que legaliza de hecho el gatillo fácil en nuestros barrios populares, en manifestaciones, que dota de un poder inédito a las fuerzas represivas que hostigan por igual y sin miramientos a migrantes, trabajadoras sexuales, vendedorxs ambulantes, pibxs de los barrios. Los asesinatos políticos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel siguen impunes y se acumulan nuevas muertes de compañerxs por lxs que pedimos justicia, como las de Rodolfo “Ronald” Orellana y Marcos Soria. El ajuste cierra con represión, por un lado porque se criminaliza la protesta que busca poner en cuestión esas medidas neoliberales, por otro, porque en una sociedad en crisis, un Estado que se vacía en términos de políticas públicas solo puede construir un relato donde la miseria social es inseguridad y se contiene con mayor presencia policial en las calles, con discursos de espacios limpios y gentrificados, y con la expulsión de “sujetxs indeseables” a las periferias de lo no narrable.
La criminalización y estigmatización por arriba cuentan así con un correlato “por abajo” y observamos con preocupación el incremento de la violencia civil callejera sobre compas maricas, lesbianas, trans y travestis, cuerpos que además son precarizados, racializados y estigmatizados por la marca de no encajar con el ideal ciudadano que promueve Cambiemos. Presenciamos una triple ofensiva: financiera, religiosa y militar a la que deseamos hacerle frente de conjunto como izquierda anticapitalista y feminista.
Sobre nuestro espacio social y político y su articulación
Formamos parte de un espacio de la izquierda argentina que se diferencia de la izquierda tradicional de nuestro país por comprometerse a fondo y de manera amplia con la experiencias de lxs de abajo, con la construcción social que implicaron las puebladas, las organizaciones piqueteras, las asambleas populares y las experiencias democráticas y prefigurativas alrededor del año 2001 {antes y después de la rebelión de diciembre de hace 17 años). Transitamos juntxs el camino a lo político, advirtiendo que una transformación que cambie todo lo que debe ser cambiado suponía mucho más que una coordinación, más bien una construcción común y universalizable, que respete nuestros desarrollos barriales, estudiantiles, feministas y disidentes, productivos, educativas y que pueda pensar lo político no-sectorial. Este ha sido un desafío que ya lleva muchos años y que incluye victorias y derrotas, producto de aciertos, desaciertos, ansiedades, demoras, siempre intentando gestionar virtuosamente la producción política entre el aprendizaje de quienes nos precedieron con la creación de nuevas coordenadas estratégicas tras una lectura no dogmática de la historia de la revolución.
Desde DS hemos sostenido como hipótesis que en nuestra etapa histórica el terreno electoral podría cumplir un rol
importante en la estrategia revolucionaria. Esta afirmación puede ser distorsiva si se la lleva a dos sentidos contradictorios entre sí: si se entiende por ello que una organización revolucionaria debe participar siempre en elecciones (y además debe hacerlo en frentes ganadores), o si se entiende por ello que sólo debe participar en elecciones si el programa es puramente revolucionario o cuando un programa revolucionario pueda ganar.
Creemos que debemos precisar esa hipótesis. La disputa electoral y la eventual participación en una alianza de gobierno debe estar al servicio de la radicalización de la experiencia de los sectores oprimidos, de la movilización popular y de una disputa posible sobre la base de un programa de ruptura con el capitalismo. Esto no quiere decir que la victoria esté garantizada, sino que no debe descartarse que la consolidación de las democracias occidentales requiera ganar posiciones en las instituciones burguesas para consolidar poder popular. Pero esto debe estar al servicio de la movilización popular y la radicalización del programa.
En relación a lo organizativo, a pesar de nuestras frustraciones al respecto, seguimos convencidxs de la necesidad de
unificaciones orgánicas en nuestro espacio que generen construcciones más robustas, lo cual incluye la incorporación de más compañerxs y mayor inserción; pero también subrayamos la necesidad de caminar hacia mayores niveles de acuerdo estratégico.
La posibilidad de conformar un acuerdo al calor de un fructífero debate político (que trascienda las formas sociales,
económicas, políticas y culturales que nos han legado siglos de formas de producción y gobierno capitalistas, colonialistas, racistas y cisheteropatriarcales) requiere de voluntad y de explorar las posibilidades de conformar frentes de unidad en la acción cotidiana que impulsen actos de ruptura progresivos con el sistema que nos envuelve. De ello, y de la apertura de esos frentes a la apelación de los sentidos comunes de los sectores populares, deseamos que partan las expresiones electorales que querríamos habitar.
Sobre el Frente Patria Grande
Tras nuestras reflexiones, hemos decidido no sumarnos a la apuesta que condensa el Frente Patria Grande.
En primer lugar, encontramos sumamente problemático lo que representa la figura protagónica de Juan Grabois en el frente, que se pone de manifiesto en una práctica tan antidemocrática y verticalista como conservadora: su pedido expreso y la concesión subsiguiente de no incluir la consigna por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito dentro de la plataforma del FPG. Este gesto no podría estar más en las antípodas de la tradición a la que dice pertenecer, y en la que nosotrxs sí nos reconocemos: aquella que se formó al calor de las asambleas del 2001.
Su prédica de la doctrina del Vaticano -a semanas de que Jorge Bergoglio hablara del colectivo LGTB como parte de “una moda”-, y sus dichos acerca del feminismo como un movimiento que “no le hace cosquillas al poder real” nos preocupan, sobre todo cuando al mismo tiempo dice ser la voz del sentir popular, de hablar “por los que no tienen voz”, para ponerlo en su propias palabras. Creemos que es parte de la necesidad del discurso eclesiástico de hacer pie en ámbitos en los que parecía estar vedado, una inteligente estrategia de diálogo y ninguneo del feminismo que tiene efectos materiales concretos en nuestra militancia.
Deseamos ser enfáticxs en este punto: seguimos levantando las banderas de un feminismo popular y disidente, que supone distintas mediaciones posibles para intervenir en las realidades concretas de nuestros diferentes frentes de intervención. Es por ello que no aceptamos que se nos acuse de tener problemas con la religiosidad popular. Nuestro enfrentamiento es con las instituciones católicas y evangélicas, es con el Opus Dei, es con el lobby que traccionó dentro del poder legislativo en torno al 8A para cercenar nuestros derechos. Es con quienes se pasearon por los pasillos del Congreso con curas y obispos. Y porque creemos en un feminismo transversal vemos con preocupación que a lo máximo que se pueda aspirar sea a que un referente desista de pronunciarse sobre ciertos temas mientras su poder queda plasmado en una plataforma que nos borra. Ni el feminismo ni las disidencias son un capricho ni una consigna vacía. Muchísimo menos una moda de un sector “sobreideologizado” (sic). Lo que está en juego son los horizontes de las vidas que queremos vivir. Luchamos para reparar el daño de años de políticas familiaristas, que nos ubican a las mujeres en el ámbito doméstico, como meros cuerpos con capacidad de gestar, que nos dicen a quiénes querer, de qué trabajar, cómo gozar. Tirar al patriarcado es combatir al Vaticano (¡un lugar que solo pueden gobernar varones!) y ahf ubicamos el gran miedo de la Iglesia Católica, de sus referentes y militantes, que insisten en poner límites a la rienda suelta de nuestros deseos. El modelo de familia tradicional y varón proveedor está en crisis, quiera o no la Iglesia Católica. Y no nos sentimos cómodas con quienes pretenden salvarlo justamente en el momento en que su crisis se agudiza. Queremos compañeros y compañeras formadxs en feminismo y en una economía popular que no reproduzca la división sexual del trabajo que el capitalismo necesita y a la que nos somete, que intervengan de conjunto en la elaboración de la línea política, que sepan de la importancia de un refugio de mujeres en situación de violencia, de un merendero, de un bachillerato popular, de un centro de estudiantes, de una lista de oposición dentro de un gremio hegemonizado por la burocracia.
Sabemos que una izquierda no dogmática tiene que articular de manera amplia con sectores progresivos. Por ejemplo, tiene que poder articular con lo más progresivo de la religiosidad, como lo han sido movimientos de la teología de la liberación u otras expresiones. Respetar (y eventualmente compartir) la religiosidad popular y estar abierta a la articulación es distinto a integrar un frente de cuya conducción y plataforma es parte integrante la Iglesia Católica como tal, institución reaccionaria y poderosa. No podemos construir codo a codo con quienes dicen que las pobres no abortan y que aborto es igual a FMI, quienes llaman a militantes villeras para decirles que no se les ocurra ponerse el pañuelo naranja. Entendemos que no es pensable una disputa de sentidos al interior de un mismo espacio político con semejante estructura milenaria y millonaria, con un poder opresor inmenso.
Por otro lado, el FPG se plantea como un espacio político electoral que busca acompañar una potencial candidatura de Cristina Fernández de Kirchner y hacerse de un lugar en sus listas. El discurso crítico del kirchnerismo, sobre todo encarado por la figura de Grabois, se hace eco de la corrupción como primera y casi única delimitación con ese espacio. Aún reconociendo el rol central que juega la figura de CFK en un armado de oposición al macrismo, los gestos de unidad que promueve el kirchnerismo vienen siendo señales hacia la derecha del arco político, y no de ampliación por izquierda. A su vez, el programa que esa articulación parece ir conformando no muestra ser una superación de las limitaciones de la experiencia del kirchnerismo ni mucho menos una ruptura con el poder financiero y la burguesía. Una izquierda no dogmática, que admite, como hemos dicho numerosas veces, que la frontera entre reforma y revolución no está escrita en mármol, debe considerar la articulación electoral (y política) con expresiones reformistas que estén en medio de un proceso de radicalización (aunque no esté asegurado su destino) o que puedan estarlo (y será tarea de lxs revolucionarixs impulsarlo). No es el caso en este momento del peronismo en general ni del kirchnerismo en particular. No sería descabellado a esta altura leer que el rumbo de un armado de oposición que involucre a franjas del peronismo más rancio impliquen escenarios de unidad con el massismo, lxs intendentes del conurbano, el sindicalismo más burocrático y conservador, etc. Sostener que la derrota electoral del macrismo es estratégica para las luchas populares no es equivalente a integrar alianzas electorales con sectores que difícilmente impliquen una superación de lo que fueron, por ejemplo, los gobiernos kirchneristas precedentes.
Por último, es claro que nos preocupa seriamente, como al conjunto del activismo, el ascenso internacional de las extremas derechas y el empoderamiento de sectores conservadores. Es necesario tener en mente que para frenar la “bolsonorización” de la política y el crecimiento de salidas autoritarias es necesaria pero insuficiente la unidad de acción defensiva. La experiencia del último gobierno del PT en Brasil da, por poner un ejemplo, muestra de esto. El gobierno de Dilma se dedicó a aplicar escrupulosamente una serie de reformas neoliberales muy agresivas, que allanaron el terreno social para el descontento con el PT y (mediando la operación judicial sobre Lula y el golpe “parlamentario”, claro), terminaron siendo capitalizadas por Bolsonaro. Es importante atender a estas dinámicas para comprender que al autoritarismo se lo combate construyendo salidas progresivas al descontento social, no sumando frustraciones con intentos de gestión ordenada del capital.
Seguimos apostando a las construcciones conjuntas con nuestra izquierda
Las instancias de revisión que hemos tenido en estos tiempos nos llevaron a ratificar la importancia de acompañar nuestras valiosas construcciones locales con una refundación estratégica del proyecto socialista y feminista que intentamos encarnar. Creemos que es de vida o muerte para lxs anticapitalistas tomar las riendas de la elaboración teórico-práctica para cambiar el mundo de raíz, escapar tanto de los dogmatismos como de las ansiedades y visiones cortoplacistas que siempre están al acecho. Estamos convencidxs de que por su historia, por su origen, por muchas de sus prácticas políticas y la cultura militante que supone, por la fuerza de su feminismo, por su compromiso con las experiencias prefigurativas que buscan alterar las lógicas del capital, es esta izquierda de la que formamos parte la que está en las mejores condiciones para tomar en sus manos esas tareas. En este sentido destacamos el valor que tienen para nosotrxs y para cada sector nuestras construcciones conjuntas en diferentes frentes de intervención, especialmente en los espacios de feminismo popular que nos unen.
Por la convicción en la potencia de nuestras construcciones y en las necesidades de un proyecto de tal magnitud como es la refundación estratégica del socialismo, no nos resignamos a abandonar las tareas que ello implica. En este sentido, proponemos una apuesta colectiva: la de la invención paciente, sin ansiedades ni demoras, de una alternativa política propia, anticapitalista y feminista, independiente de las estructuras tradicionales, con vocación de poder transformador.