Un 31 de marzo de 1872 nacía en San Petersburgo la militante y pensadora revolucionaria Alexandra Kollontai, integrante del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado y del Comité Central del Partido Bolchevique en octubre de 1917. Su padre fue un general zarista y su madre procedía de una familia de campesinos fineses acaudalados. A pesar de este origen aristocrático, su conciencia política iría perfilándola como una pensadora transgresora y disruptiva para la época, superando por igual los estigmas de clase y de género.
Desde su temprana juventud abrazó las ideas socialistas, feministas y libertarias. Luego de formarse en economía y ciencias sociales en Zúrich, regresó a su tierra natal y se afilió al Partido Socialdemócrata Ruso (PSDR) en 1899. Su notable incidencia teórica y política durante la revolución de 1905 se reflejó en la publicación de una serie de artículos sobre la necesidad de articular las luchas por la liberación femenina con las de la clase trabajadora. Dentro del partido, instó a sus compañeros a incorporar una perspectiva feminista a la estrategia clasista.
Planteando de forma muy temprana el problema de la reproducción social a costa de las mujeres y para el beneficio del capital, Kollontai decía: “Para la mujer, la solución del problema familiar no es menos importante que la conquista de la igualdad política y el establecimiento de su plena independencia económica”.
En una época en la que la mayoría de las mujeres, relegadas al tutelaje de su varón de turno (padre, marido, empleador), se limitaban a la maternidad y las tareas del hogar como únicos espacios posibles, Kollantai se convertirá en una activa militante que hará irrumpir la lucha feminista en los ámbitos revolucionarios. En una época en la que el sufragismo se limitaba a bregar por los derechos políticos de la mujer, Kollontai iba mucho más allá, denunciando las múltiples opresiones que subyugaban a la mujer proletaria, en una realidad social penosamente vigente.
En El comunismo y la familia, de 1918, plantea: “El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera sin aliviarla de sus labores de ama de casa y madre. Por tanto, nos encontramos con que, a consecuencia de esta triple e insoportable carga, que con frecuencia expresa con gritos de dolor y hace asomar lágrimas a sus ojos, la mujer se agota. Los cuidados y las preocupaciones han sido en todo tiempo destino de la mujer; pero nunca su vida ha sido más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa por un período de máxima expansión”.
Su horizonte era el de la construcción de una sociedad donde estas opresiones desaparecieran de manera progresiva y definitiva: “La mujer ya no dependerá de su marido, sino que serán sus robustos brazos los que le proporcionen el sustento. Se acabará con la incertidumbre sobre la suerte que puedan correr los hijos. El Estado comunista asumirá todas estas responsabilidades. El matrimonio quedará purificado de todos sus elementos materiales, de todos los cálculos de dinero que constituyen la repugnante mancha de la vida familiar de nuestro tiempo. (…) El matrimonio se transformará en la unión sublime de dos almas que se aman, que se profesan fe mutua; una unión de este tipo promete a todo obrero, a toda obrera, la más completa felicidad, el máximo de la satisfacción que les puede caber a criaturas conscientes de sí mismas y de la vida que les rodea”.
Por su activa militancia contra el régimen zarista debió exiliarse en diferentes países europeos y en Estados Unidos. En 1907 participó como delegada rusa en la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas realizada en Alemania. En consonancia con su internacionalismo proletario se unió al Partido Socialdemócrata Alemán, donde entabló una relación de afinidad y camaradería con Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin.Durante la Primera Guerra Mundial, se opuso fervientemente a la sangría imperialista y, como testigo de la capitulación nacionalista de muchos partidossocialdemócratas de la II Internacional, se integró definitivamente a la fracción bolchevique del PSDR, quienes “más consecuentemente combatían el socialpatriotismo”.
Tras el triunfo de la revolución bolchevique tuvo a cargo la Comisaría del Pueblo para la Asistencia Pública, siendo la primera mujer en integrar el Consejo de Comisarios del Pueblo de la flamante Unión Soviética. En 1918 organizó junto a otras mujeres el Primer Congreso de Obreras y Campesinas de toda Rusia, donde se constituyó el Zhenotdel (Departamento de la Mujer), un organismo centrado en promover la participación de las mujeres en la construcción del proyecto socialista ruso.
Gran parte de los avances en materia de derechos de la mujer durante los primeros años de la revolución -muchos de los cuales serán suprimidos tras la consolidación del stalinismo- son fruto de la notable influencia de su teoría y praxis política: el matrimonio civil y el divorcio, el cuidado comunitario de lxs niñxs, la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, la eliminación de la diferencia jerárquica entre hijxs “legítimos” e “ilegítimos”, las licencias por maternidad pagas, la legalización del aborto, etc.
Dentro del Partido Comunista ruso formó parte de la llamada Oposición Obrera, una tendencia que abogaba por la democratización del proceso revolucionario y un mayor protagonismo de los sindicatos en la dirección de las fábricas.
Incomprendida por sus ideas sobre la liberación sexual, poco a poco fue quedando marginada del círculo decisorio del Consejo de Comisarios y del Comité Central del Partido, y en 1924 fue designada como embajadora en Noruega, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en desempeñar un cargo diplomático. Falleció en Moscú en 1952.
A 149 años del nacimiento de la camarada Alexandra Kollontai, el recuerdo de su compromiso revolucionario y sus textos pioneros siguen constituyendo para nosotrxs poderosas herramientas para la lucha contra el capitalismo y el patriarcado.