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Un 29 de julio de 1979 fallecía en Stamberg, Alemania, el pensador socialista berlinés Herbert Marcuse. Figura fundamental de la Escuela de Frankfurt, su obra se ha convertido en una referencia insoslayable a la hora de una reflexión crítica no sólo sobre las transformaciones económicas, sociales y culturales del capitalismo de finales del siglo XX, sino también en torno a la trágica deriva de la sociedad soviética stalinista y post stalinista.
Además de ser testigo directo de las revueltas del Mayo Francés, fungió como una de las principales influencias intelectuales del movimiento de la llamada nueva izquierda europea, gracias a obras tan trascendentales para el pensamiento marxista como “Razón y revolución” (1941), “Eros y Civilización” (1955), “El marxismo soviético” (1958), “El hombre unidimensional” (1964), “El final de la Utopía” (1968), “La sociedad industrial y el marxismo” (1968), entre otras.
Marcuse se interrogó sobre las posibilidades concretas de que dispone la clase obrera para superar el régimen de dominación capitalista, a partir de la revigorización de las superestructuras ideológicas y culturales que sobrevienen al finalizar la Segunda Guerra Mundial y de la transformación de las relaciones productivas y subjetivas que trae aparejada la revolución tecnológica de aquellos años.
Es consciente de que una porción mayoritaria de la clase obrera había sido “integrada” al sistema gracias a la gran capacidad hegemónica que detentan estas superestructuras, pero también debido a transformaciones que logran mejorar sustancialmente las condiciones de vida de lxs explotadxs. De esta manera, la violencia frontal y descarnada de los aparatos represivos del Estado se vuelve menos recurrente en estas “sociedades opulentas” (no así en el llamado Tercer Mundo, sobre el cual señala Marcuse que “en los países latinoamericanos que se encuentran bajo dictaduras fascistas o militares se lleva a cabo una cruel persecución, la tortura se ha convertido en un recurso normal de los ‘interrogatorios’”), dando lugar a un proceso que el pensador alemán denominó como “desublimación represiva”, que tolera hasta cierto punto la liberación de las pulsiones de lxs individuxs en tanto y en cuanto no trastoquen las estructuras fundamentales de la dominación.
Este diagnóstico de la modernidad, que aparece como pesimista y desesperanzador, no le hace perder de vista la perspectiva de una revolución social capaz de superar el régimen capitalista. Frente a la conformación de una sociedad “unidimensional”, impulsada por la industria cultural y los grandes medios de comunicación, que pone un límite a las posibilidades auténticamente democráticas de la sociedad moderna y deshumaniza las relaciones entre individuxs, Marcuse convoca a constituir desde la praxis una “dialéctica de la liberación”: “El cambio social radical es objetivamente necesario, en el doble sentido de que es la única probabilidad de salvar las posibilidades de la libertad humana y más allá de eso, en el sentido de que los recursos técnicos y materiales para la realización de la libertad están allí disponibles”.
Para Marcuse, una verdadera renovación del campo de la izquierda revolucionaria se torna posible a partir de la unión espontánea entre el movimiento estudiantil y la clase obrera durante las revueltas del Mayo Francés. Un movimiento que, en su palabras, “rechaza desde el comienzo la construcción represiva del socialismo que ha prevalecido en los países socialistas hasta la actualidad”. Se vuelve factible, entonces, la construcción de un socialismo verdaderamente humanista y libertario, así como de una izquierda rejuvenecida que apueste por nuevas experiencias revolucionarias y por una definitiva eliminación de la división social entre explotadorxs y explotadxs.
En momentos en que las contradicciones del capitalismo se vuelven más visibles que nunca, nos parece importante traer a colación una pregunta que Marcuse hizo por aquel entonces: “La cuestión es: ¿durante cuánto tiempo pueden manejarse estas contradicciones, y cuál puede ser la respuesta por parte de la oposición? ¿Cuánto tiempo?”. A lo que responde: “No podemos esperar y no esperaremos el colapso”.