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A más de medio siglo del inicio de una de las más importantes experiencias sindicales de nuestro país, recordamos el nacimiento de la llamada CGT de los Argentinos, una organización clasista que se transformó en punto de referencia para amplios sectores revolucionarios y que jugó un rol clave en la resistencia contra la dictadura de Onganía y posteriormente de Lanusse, dejando además una serie de proteicas experiencias comunicacionales desde el periódico de la central que dirigió Rodolfo Walsh.

El 28 de junio de 1966 se concretaba el golpe de Estado contra el gobierno de Arturo Illia, autodenominado “Revolución argentina”, que entregó el poder al dictador Juan Carlos Onganía, quien intentó explícitamente perpetuar una dictadura de por lo menos 30 años en el país, bajo un modelo de estado “burocrático-autoritario”, experiencia que terminó convirtiéndose en antecesora directa del golpe genocida de 1976.

Dos años después del golpe de Onganía, durante el congreso realizado entre el 28 y el 30 de marzo de 1968, la Confederación General del Trabajo (CGT) termina rompiéndose cuando el sector dirigido por el oficialismo colaboracionista con la dictadura que encabezaba Augusto Vandor se niega a reconocer el triunfo de Raimundo Ongaro y se atrinchera en la CGT Azopardo junto a los dirigentes menos combativos. En respuesta a esta maniobra burocrática, se crea la llamada CGT de los Argentinos, que encabeza Ongaro. Esta nucleaba a aquellos sectores más combativos y proponía un marco ideológico más amplio que le permitió convocar a corrientes de la Teología de la liberación y el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo y a la izquierda marxista (desde sectores maoístas o stalinistas hasta otros de origen trotskista, así como a dirigentes independientes pero cercanos al Partido Revolucionario de los Trabajadores, como era el caso de Agustín Tosco) y a las organizaciones y referentes del peronismo de izquierda, muchos de los que posteriormente conformarán la Tendencia Revolucionaria.

Esta CGT disidente tuvo un papel vital en la organización de la resistencia a la dictadura, en un proceso que terminaría derrocando no solo a Onganía sino también a su sucesor militar Agustín Lanusse, bajo cuyo mandato se concretó la “Masacre de Trelew” (el asesinato de 16 jóvenes peronistas y de izquierda recapturados tras una fuga del penal de máxima seguridad de Rawson), un hecho represivo ampliamente repudiado que contribuyó a la deslegitimación definitiva del régimen dictatorial, que se vio obligado a llamar a elecciones libres por primera vez en 21 años.

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Fue precisamente gracias a esa resistencia en forma de huelgas masivas e insurrecciones tan masivas como los dos Cordobazos o los dos Rosariazos, entre muchos otros fenómenos de lucha masiva, que la CGT de los Argentinos tuvo un rol importantísimo, articulado con el de las distintas organizaciones revolucionarias. Así se generó una camada de militantes sindicales con una enorme conciencia proletaria, que además de derrocar a la dictadura contribuyó a que se abriera un importantísimo ciclo de luchas obreras cuyos ecos e influencia sólo pudieron ser quebrados por la brutalidad genocida de la dictadura cívico-militar-eclesiástica de 1976.

El 1º de mayo de 1968 aparece el primer número del semanario de la CGTA, cuya dirección va a asumir casi hasta febrero de 1969 el escritor y periodista Rodolfo Walsh, quien había co-fundado la Agencia cubana Prensa Latina y desencriptado los mensajes que alertaron sobre el intento de invasión estadounidense de Playa Girón. Walsh, de cuyo asesinato a manos de la dictadura se cumplieron 45 años hace algunos días (dando también lugar a una lamentable campaña de desprestigio), quería que el semanario “saliera de los moldes previsibles de la prensa partidaria, que estuviera bien escrita y mejor diagramada y, sobre todo, que cada número no fuera un inventario de denuncias sino un testimonio de los hechos y del proceso histórico que los gesta”.

En el número 1 del semanario se deja clara una orientación política que seguimos reivindicando: “La clase trabajadora argentina no reprueba una forma determinada del capitalismo, las cuestiona a todas”. Luego amplía: “La clase trabajadora tiene como misión histórica la destrucción hasta sus cimientos del sistema capitalista de producción y distribución de bienes”. Y concluye: “La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción”.

Mientras los poderosos del mundo y sus órganos de propaganda y dominación se coordinan para sembrar la desmemoria y calumniar a nuestros héroes, nosotrxs necesitamos recuperar el recuerdo y las lecciones de este tipo de experiencias señeras de coordinación y acción común del sindicalismo revolucionario que lograron articular una inmensa diversidad de tradiciones y prácticas políticas sin resignar radicalidad, apostando siempre por una perspectiva de superación del capitalismo que las centrales obreras de la actualidad han descartado absolutamente de sus vocabularios.