sacco y Vanzetti
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El 15 de abril de 1920 se produjo un asalto a la empresa Slater-Morrill Show Company, en Pearl Street en South Braintree, estado de Massachusetts, durante el que fueron muertos el encargado Frederick Parmenter y el vigilante Alessandro Berardelli para obtener un botín de algo más de 15 mil dólares. Veinte días más tarde fueron detenidos en Nueva York dos inmigrantes italianos y anarquistas destinados a dejar sus nombres en la historia: el pescadero Bartolomeo Vanzetti y el zapatero Nicola Sacco. Este 14 de julio se cumple un siglo de sus condenas a muerte, en uno de los juicios más escandalosos de la historia. La sentencia, que se ejecutaría seis años más tarde, hizo reaccionar a la clase obrera de todo el mundo en una de las más enormes manifestaciones de clase que se recuerden contra el evidente crimen de la Justicia estadounidense.

En un primer juicio por el robo, Vanzetti fue condenado a 12-15 años de prisión por el juez Webster Thayer, que no se privó de manifestar su hostilidad a los acusados durante todo el juicio. En un segundo juicio por las muertes, en el que el mismo magistrado y el fiscal Frederick Katzmann montaron una de las más perversas manipulaciones de la historia judicial, ambos fueron condenados a muerte por asesinato en primer grado (un crimen capital en Massachusets), a pesar de las graves irregularidades del proceso y de que decenas de testimonios los ubicaban a kilómetros de la escena del crimen. Hace un siglo Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti eran condenados a la silla eléctrica, dando inicio a una de las campañas internacionales contra la ejecución de esta pena máxima más impresionantes de la historia del proletariado.

Las apelaciones, recursos judiciales y pedidos de clemencia, además de las impresionantes movilizaciones de trabajadores en todo el mundo, lograron dilatar la ejecución. Durante el largo proceso judicial, se pronunciaron a favor de los inmigrantes detenidos figuras como el cineasta Orson Welles, el escritor Miguel de Unamuno, el psicoanalista Sigmund Freud o el físico Albert Einstein, entre muchxs otrxs. Las movilizaciones por su absolución conmovieron a los Estados Unidos y con el correr de los meses se fueron volviendo internacionales, con focos claros en la Italia natal de ambos y también en Argentina, un país que por entonces contaba con una fuertísima presencia política del anarquismo. Las movilizaciones por la libertad de Sacco y Vanzetti en nuestro país de los años 26 y 27 llegaron a movilizar a cientos de miles de personas, marcando además la última gran campaña de unidad de acción entre anarquistas, socialistas y comunistas.

Pese a todo, el 23 de agosto de 1927, Sacco y Vanzetti fueron ejecutados en la silla eléctrica, en un día de luto universal para lxs trabajdorxs. 50 años más tarde, el gobernador de Massachussets reconoció lo amañado del juicio y los declaró inocentes. Más allá de esta tardía formalidad, el legado de los héroes anarquistas ya era indeleble. Su lucha por la libertad y la justicia se plasmó en murales (Diego Rivera les dedicó uno), canciones (la famosa “Here’s to you” de Joan Baez), películas (la emocionante “Sacco y Vanzetti” de Giuliano Montaldo) y obras de teatro (la impecable “Sacco y Vanzetti, dramaturgia sumaria de documentos sobre el caso” de nuestro Mauricio Kartun).

Además, allí están las cartas, alegatos y testimonios de ambos, que tras las rejas lograron construir una de las más imperecederas obras político literarias de la historia. En una de sus intervenciones ante sus verdugos judiciales, Vanzetti denuncia: “Lo que yo digo es que soy inocente. Que no sólo soy inocente, sino que en toda mi vida, nunca he robado, ni he matado, ni he derramado sangre. Esto es lo que yo quiero decir. Y no es todo. No sólo soy inocente de estos dos crímenes, no sólo que nunca he robado, ni matado, ni derramado sangre, sino que he luchado toda mi vida, desde que tuve uso de razón, para eliminar el crimen de la Tierra. Ahora, tengo que decir que no sólo soy inocente de todas esas cosas, no sólo no he cometido un crimen en mi vida; algunos pecados sí, pero nunca un crimen; no sólo he luchado toda mi vida por desterrar los crímenes, los crímenes que la ley oficial y la moral oficial condenan, sino también el crimen que la moral oficial y la ley oficial no condenan y santifican: la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Y si hay alguna razón por la cual yo estoy en esta sala como reo, si hay alguna razón por la cual dentro de unos minutos va usted a condenarme, es por esa razón y por ninguna otra”.

Poco antes de ser ejecutado, Vanzetti le envió una carta a lxs trabajadorxs argentinxs que se movilizaban por su libertad. En ella escribe: “Nosotros deseamos decir a los compañeros, a los amigos, al pueblo argentino, que sabemos cuán grande, sublime y heroica es su solidaridad hacia nosotros. Sabemos que habéis dado el pan y el reposo vuestro, vuestra sangre y vuestra libertad por nosotros. Sabemos que hubo quien dio su vida por nosotros. Vuestro sacrificio heroico nos sostiene el ánimo dándonos la certeza de una victoria final del proletariado. Nosotros saludamos a quien lucha por nosotros; a quien está preso por nosotros; a quien ha muerto por nosotros. Compañeros, amigos, pueblo de la Argentina: nosotros morimos con ustedes en el corazón. Y que ninguno de vosotros se desaliente, que ninguno vacile, que ninguno pierda el ánimo, cuando os llegue la triste nueva de nuestra muerte; que ella no os espante. Dos caídos más: ¿Y qué? Otros ocuparán nuestros puestos, más resueltos y numerosos que nunca. En alto los corazones: ¡viva la anarquía y la revolución social!”

En su alegato final, antes del fallo que rechazaría todos los planteos para evitar la pena capital, el pescadero anarquista levanta el nombre de su amigo, más parco, para la historia. Sus palabras fueron incluidas en la Antología de la Poesía Moderna que compiló 1946 el poeta y crítico Selden Rodean, que incluía textos de Dylan Thomas y E. E. Cummings, dándole forma de versos (la versión castellana es traducción de Augusto Monterroso).

“Pero el nombre de Sacco vivirá

en el corazón de la gente y en su gratitud

cuando los huesos de Katzmann

y los vuestros hayan sido dispersados por el tiempo;

cuando vuestro nombre,

vuestras leyes e instituciones

y vuestro falso dios

sean apenas el borroso recuerdo

de un pasado maldito en que el hombre

era lobo del hombre.

Si no hubiera sido por esto

yo podría haber gastado mi vida

hablando en las esquinas a gente burlona.

Podría haber muerto inadvertido, ignorado, un fracaso.

Ahora no somos un fracaso.

Ésta es nuestra carrera y nuestro triunfo.

Nunca en toda nuestra vida pudimos esperar

hacer tal trabajo

por la tolerancia, por la justicia, por la comprensión

del hombre por el hombre

como ahora lo hacemos por accidente.

Nuestras palabras, nuestras vidas,

nuestros dolores… ¡nada!

La toma de nuestras vidas

-vidas de un buen zapatero y un pobre

vendedor ambulante de pescado-

¡todo! Ese último momento nos pertenece:

esa agonía es nuestro triunfo”.

A 100 años de la escandalosa condena, la profecía del pescadero se muestra más vigente que nunca y mientras los huesos de los verdugos, de los perros guardianes del capital, son menos que polvo en el viento, los nombre de Sacco y Vanzetti siguen vivos en nuestros corazones.