Por Lucas Melfi*

3. Perez Esquivel Mesa de trabajo 1 copia
Adolfo Perez Esquivel a 41 años de su Nobel de la Paz: Legados de lucha y militancia 2

Al cumplirse 41 años de aquél 10 de noviembre en que Adolfo Pérez Esquivel recibió el Premio Nobel de la Paz por su compromiso con la defensa de la Democracia y los Derechos Humanos frente a las dictaduras militares en América Latina, compartimos una reflexión de Lucas Melfi sobre la dimensión este destactado activista y docente.

.

“No existe algo como un militante amargado, o se es militante o se es amargado”.

Con estas palabras, Adolfo construye su mensaje a los pueblos en lucha y al campo popular, todo. Su valor de alegría y esperanza no se cimenta en un optimismo ingenuo sino que se construye en contraposición al posibilismo postmoderno, anclándose en un pensamiento crítico que funciona como eje central de un análisis profundo acerca de la violencia estructural de nuestras sociedades capitalistas y patriarcales. Su esperanza es activa, es alegría de la lucha y rebeldía. 

“La violencia institucionalizada, la miseria y la opresión generan una realidad dual, fruto de la persistencia de sistemas políticos y económicos creadores de injusticias, que consagran un orden social que beneficia a unos pocos: ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”, afirma.

En el pensamiento esquiveliano, nunca es lo mismo la violencia del opresor que la de los oprimidos. Los pueblos no buscan la violencia sino que, por el contrario, están sometidos a la violencia de la miseria, el hambre, la marginalidad, la falta de libertades sociales, políticas y económicas.

Para Adolfo, la paz no es pacifismo, la paz no se regala sino que se conquista y se construye. La paz no es ausencia de conflicto, sino conciencia crítica de las violencias estructurales y profundas de las sociedades de mercado: de clase y género, mediante prácticas como la desposesión popular y la violencia patriarcal; y, por supuesto, la explotación de la naturaleza, esa gran casa colectiva que se ataca día a día con prácticas como los extractivismos y desmontes. No existe algo como un capitalismo humano. O es capitalismo o es humano.  Un mundo capitalista es un mundo sin paz.

“En la cárcel hay tiempo para reflexionar, meditar, comprender que, a pesar del encierro, podemos ser hombres y mujeres con conciencia liberadora, que la resistencia funciona a cada momento, en horas, días y años”, nos dice Adolfo, rememorando su prisión durante la dictadura. Pero, ¿cuál es nuestra prisión?

“Resistir con sentido de vida para que no te quiebren, ni moral ni espiritualmente. Resistir para evitar que te anulen la conciencia y te sometan. Esa es la peor de las prisiones, la fisura que te lleva a la pérdida de tu identidad en donde se deja de ser persona para ser objeto y quedar sometido al sistema de opresión”, remarca.

En tiempos de futuro cancelado, dónde la frase “no hay alternativa” vuelve a resonar, anclada en el conservador criterio de la relación de fuerzas (como si las mismas fueran una cristalización inalterable, un status quo que surge casi del ámbito de la naturaleza), Adolfo no se rinde y nos invita a resistir recorriendo los caminos colectivos de la memoria para iluminar el futuro. Nos invita a llevar adelante el ejercicio de la imaginación para romper con el monocultivo de las mentes. La imaginación es colectiva, la imaginación es poder. Imaginar nuevos mundos, nuevas futuridades, capaces de romper con los grilletes de la prisión del eterno presente en el que desean encerrarnos y quebrarnos para convertirnos en objetos sometidos al sistema de opresión.  Imaginación es acto, acto es militancia.  Una realidad dialéctica, en constante cambio, con un motor inagotable: los pueblos constructores de derechos.

Para Adolfo, la humanidad no perdió la capacidad de asombro sino la de reaccionar frente a los acontecimientos que nos desbordan. En sus palabras, esto tiene que ver con la falta de conciencia crítica, de coraje y decisión para enfrentar los mecanismos de dominación. En tiempos de campañas del temor, dónde se nos pronostican oscuros devenires apocalípticos y abismales -a veces peores que el advenimiento del mismísimo Cthulhu-, Adolfo nos recuerda que el miedo paraliza y que del miedo a la cobardía hay un solo paso. Si nos dejamos dominar por el miedo perdemos lo fundamental del ser humano, el sentido de ser persona.

*Licenciado en Ciencia Política y Doctorando en Ciencias Sociales por la UBA