El presente documento constituye la continuación de uno previo: “A 10 meses de gobierno del Frente de Todxs, balances y perspectivas”. Allí adelantábamos los objetivos de esta segunda parte: “…profundizaremos discusiones relacionadas con la actual correlación de fuerzas, los límites del posibilismo y las alternativas reales para una política emancipatoria anticapitalista, no sectaria pero absolutamente ajena a las opciones tradicionales.”
Nos encontramos en un momento de cambio de importantes coordenadas en el escenario político de nuestro país. En lo social y político, nadie duda de que el gobierno no está tomando las decisiones para las que buena parte del electorado lo votó, ni aquellas para las cuales muchas organizaciones de izquierdas se sumaron a la coalición. En lo económico, se cursa una situación de ajuste objetivo de las condiciones de vida de las mayorías trabajadoras, al tiempo que se va a un acuerdo con el FMI, que implicará más ajuste y reformas estructurales contra los intereses del pueblo.
Creemos que es necesario, una vez más, elaborar los balances que nos permitan orientar la política hacia un espacio propio, autónomo de las clases dominantes y dialógico con las expectativas populares, de las izquierdas con vocación de poder.
Kirchnerismo, Frente de Todos y política anticapitalista
En nuestro país, durante las primeras décadas del siglo el kirchnerismo combinó reformas progresivas para los sectores populares con una estrategia global de contención social para el período. A la búsqueda de gobernabilidad y refrenar el conflicto social de sus primeros años le siguió la confrontación con la patronales agrarias en 2008. Una serie de medidas redistributivas posibilitadas por el auge de las commodities, junto con una política de ampliación de derechos sociales, generó la hostilidad de un sector de las clases dominantes hacia el kirchnerismo. Esta situación se fue profundizando a medida que la restricción del sector externo (producto de la estructura económica argentina y de la desaceleración de la demanda china) y el desgaste producido por no avanzar con firmeza en el conflicto con las fracciones más poderosas de la clase dominante, fue debilitando la base popular del gobierno, provocando fracturas en el armado político y facilitando la llegada de la derecha al poder. No hay que olvidar que el balotaje de 2015 tiene a Scioli como candidato del kirchnerismo, expresando un corrimiento a la derecha del escenario político: era la señal de que el empoderamiento y la movilización popular no eran la base y el motor de enfrentamiento con la derecha. El estancamiento de la movilización popular completa el cuadro.
La nueva aparición de la “restricción externa” iniciada en 2012 produjo consecuencias que mantienen irresuelta la crisis económica. Las clases dominantes exigen una triple reforma -fiscal, laboral y previsional- que cristalice el ajuste de la economía, pero se enfrentan a una resistencia social que la impide, lo que agudiza la crisis. Esta situación puso fuertes limitaciones a la continuidad de toda política redistributiva del ingreso para los últimos años del kirchnerismo y persiste para el Frente de Todos, agravada por las características políticas del armado. Una coalición de centro, con compromisos con varios sectores del gran capital industrial argentino, obstaculiza toda potencial radicalización de su agenda política y compromete la capacidad de movilización independiente de su base social.
Que el gobierno del Frente de Todos sea -en definitiva- un gobierno de gestión del capitalismo periférico, que no solo se encuentra lejos de la hipótesis de un gobierno de “izquierdas” que se proponga escalar en el conflicto con las clases dominantes o modificar aspectos estructurales de la economía, sino que ni siquiera reúne las condiciones para desarrollar lo más avanzado de las agendas de los “gobiernos progresistas” de los primeros lustros del siglo, son buenas razones para que una fuerza política socialista no se integre a dicho armado. Sin embargo, esto no tiene que llevarnos a identificar sin más al gobierno del Frente de Todos con la expresión política más directa de los intereses de las clases dominantes. El Frente de Todos es un armado que coagula diferentes expresiones de fracciones de clase, con heterogeneidad ideológica y diferentes fuerzas a su interior, donde el nivel de cooptación, subordinación y disciplinamiento a la dirección es variable. Por ello, es central no caer en una delimitación sectaria y en cambio advertir que se trata de un gobierno que las clases dominantes “no sienten” como propio, al cual enfrentan y buscan debilitar. Esta hostilización tiene consecuencias nefastas en las condiciones de vida de los sectores más postergados y las clases subalternas en general. Por esta razón, para las organizaciones socialistas es fundamental identificar las situaciones que ameritan la actuación de frente único, incluso con fuerzas integradas al gobierno, para enfrentar a la derecha política y a las clases dominantes, allí donde y cuando sea necesario. Reconocer este aspecto central permite comprender y dialogar con las expectativas populares en el actual gobierno, al cual muches consideran como el freno más a la mano al embate de la derecha política y las clases dominantes sobre las condiciones de vida de los sectores populares.
Como desarrollamos en el documento anterior, esto es solo parcialmente cierto, pues la estrategia del gobierno para enfrentar a la derecha viene consistiendo en concesiones encadenadas y termina más bien alimentando su avance. Pero además, el progresivo giro a la derecha del gobierno se hace evidente: El desalojo y represión a las familias de Guernica, bajo la responsabilidad Berni y Kicillof (el supuesto “izquierdista” dentro del kirchnerismo), fue un hecho paradigmático de esto. Presentar al Frente de Todos como la “única herramienta posible” de contención para el actual momento político constituye un dique en el sentido contrario. Limita el avance de las ambiciones populares, conduce a un proceso de aceptación de la correlación de fuerzas actual y una profunda resignación y achatamiento de las expectativas populares. Esta dinámica resulta en un debilitamiento de largo plazo de las fuerzas de movilización y organización popular, porque las energías de los sectores subalternos se desarrollan, ponen a prueba y alimentan sobre la base de disputas, sacando lecciones de las derrotas pero fundamentalmente avanzando a través de victorias.
El delimitacionismo
En la última década, la izquierda organizada en el FIT logró consolidarse en un lugar del espectro político. Sin embargo, la imposibilidad de superar su estancamiento, pese a la visibilidad lograda, se enraíza en su estrategia política y la táctica que se sigue de ella.
Se presume que las rebeliones espontáneas de los sectores populares, la irrupción del movimiento obrero y el desprestigio de los gobiernos burgueses serían más o menos inevitables e inminentes a causa de la crisis capitalista que arrojaría a lxs trabajadorxs a la lucha, generando el caldo de cultivo para el desarrollo de la organización de vanguardia. Por tanto, la actividad política se reduce a tareas de agitación (para favorecer la rebelión de las masas) y la propaganda (para ganar a los mejores elementos de la vanguardia).
En la base de esta forma de entender la política, se encuentra una concepción instrumental o funcional del poder y del Estado. Según ella, bastaría en lo fundamental con que un nuevo grupo político se hiciera de los resortes estratégicos de la sociedad (instituciones políticas, poder militar) para poner en marcha un proceso de transición hacia el socialismo.
Ambos aspectos se conjugan en una concepción anquilosada de partido, donde la autoconstrucción está por sobre la experiencia de lucha de las masas, y en muchos casos incluso la boicotea en función del “engorde” del propio partido. Esta concepción trae aparejadas varias consecuencias: por un lado, la competencia política entre las corrientes (dado que las organizaciones, especialmente las que disputan el mismo espacio político, son los mayores contrincantes en la contienda por la dirección) y por otro lado, una lógica verticalista que burocratiza las cuestiones organizativas, a la que se subestima como un problema “menor”. Otra consecuencia de esta concepción es la reivindicación de consignas o medidas de lucha de máxima que difícilmente encuentran receptividad más allá del ámbito reducido de la militancia
Todo lo anterior colabora con la creación de un activismo con rasgos autorreferenciales, sin capacidad para que sus planteos entren en relación efectiva con el movimiento social real. La subestimación de los avances parciales, la declamación de programas maximalistas valorados o directamente entendidos sólo por una minoría y la falta de análisis complejos que permitan evaluar los ritmos de avance, son características de esta concepción política que limitan seriamente sus posibilidades. Las limitan porque no está planteado seriamente el problema del poder. Se espera la insurrección, al tiempo que se cuida estar “lo más a la izquierda posible” en las consignas, pero eso lleva a una actitud conservadora que impide cualquier audacia que haga crujir el dogmatismo y se proponga una estrategia de poder para nuestro tiempo.
Integración y estrategia de pinzas
Por su parte, las organizaciones políticas y sociales que se plantean la integración en el Frente de Todos, promueven una estrategia que llamamos “de pinzas”. Según esta lógica, los cambios se logran combinando métodos de lucha sociales e institucionales, proponiendo que la sumatoria de movimientos sociales dinámicos que presionen desde abajo, y gobiernos progresistas, hacen del Estado un terreno hospitalario para reformas progresivas que nos pongan en mejores condiciones para proseguir con luchas y conflictos. Basándose en una evaluación aparentemente razonable de las correlaciones de fuerzas, y en una comprensión supuestamente más ajustada de las condiciones históricas actuales, plantea que no hay condiciones para batallas decisivas con las clases dominantes, en un contexto de debilidades organizativas y reacciones de ultraderecha, por lo que sería razonable apoyar a los progresismos para acumular fuerzas propias bajo su égida institucional, manteniendo posiciones independientes en lo social que permitan tensionar la institucionalidad cuando llegue el momento. Desde nuestra perspectiva, esta mirada obtura el horizonte de la lucha socialista, y sus conclusiones son, en gran medida, forzadas. Cuestionamos también la definición “progresista” que dan al Frente de Todos, especialmente a esta altura de la experiencia, y que parece negar el carácter de clase de las fracciones dirigentes, que son por demás, mayoritarias.
Una vez más, la cuestión del poder
En esta estrategia “de pinzas”, se otorga a los sectores más a la izquierda el rol de construir en lo social, acompañar a los progresismos y, en algunos momentos, tensionarlos. En este juego de tensiones, se dice, sería clave tener compañerxs de los movimientos sociales ocupando lugares estatales, para tornar al Estado más receptivo a las demandas desde abajo. Es decir, quienes ocupan los lugares de poder no dejarían de ser lxs de siempre, sino que serían influenciadxs por las izquierdas que les orbitan. Estas visiones tienden a ocultar que el acceso de militantes populares no se da en áreas de decisiones estratégicas directas, y allí donde se da suele adolecer del poder efectivo, por ejemplo a través de la falta del presupuesto necesario para transformaciones profundas.
En definitiva, no hay una estrategia de poder propia para la izquierda basada en la premisa socialista según la cual lxs trabajadorxs y el conjunto de las clases populares pueden gobernar la sociedad. En cambio, se delega el poder en gobiernos que en muchos casos responden a la gran burguesía y se renuncia a la contienda por otra sociedad en pos de un posibilismo, al tiempo que se disputa pragmáticamente que se concedan lugares institucionales a la militancia. Paradójicamente, le llaman “vocación de poder” a la renuncia a la lucha por el poder.
La correlación de fuerzas
De la mano con lo anterior, el argumento de la correlación de fuerzas que esgrimen las organizaciones que promueven el integracionismo, nos parece falaz. La movilización pasiva, la desmovilización y las concesiones a la derecha y a la burguesía desmoralizan y construyen una correlación de fuerzas desfavorable para nuestro campo. Este punto es simétrico a la crítica al “cuanto peor, mejor”: así como no admitimos el deterioro de las condiciones de vida en pos de un supuesto levantamiento popular como efecto, tampoco creemos que una manera de conservar o mejorar la correlación de fuerzas a favor de las clases populares sea no avanzar en conquistas o detener el enfrentamiento con la derecha. Pero debemos agregar algunos elementos más. La debilidad misma de las fuerzas que se integran al Frente de Todos, frente al poderoso aparato que dicho espacio comporta, es un argumento en contra de su propia estrategia. La historia que se repite, es la claudicación progresiva del propio proyecto y la adopción de las concepciones reformistas, conservadoras e incluso reaccionarias de las fuerzas dominantes del bloque. La pretensión de disputar desde dentro del aparato peronista su propia política, terminó, una y otra vez, en esta claudicación, y por tanto en una mayor debilidad y no lo contrario. La disolución, división e incluso la asimilación total política e ideológica han sido los resultados, prácticamente la regla.
La correlación de fuerzas es dinámica, y los espacios organizados la construyen de forma consciente, el papel que juegan en este sentido los avances o retrocesos, la conquista de derechos o la pérdida de ellos, es fundamental. Sin embargo, las organizaciones que integran el gobierno terminan aceptando el rumbo político que toma, sosteniendo que no hay alternativas e impotentes ante las decisiones regresivas o los corrimientos a la derecha, no pudiendo enfrentar aquellas con las que tienen desacuerdo porque lo integran orgánicamente y no participan en ámbitos de decisión política. Bajo este razonamiento, activistas de trayectoria en los territorios terminaron militando para Felipe Solá.
El único camino eficaz para superar la debilidad es la construcción autónoma y audaz de nuestra propia fuerza. Sabemos la incomodidad y dificultad de comenzar esta tarea titánica desde nuestras condiciones actuales, sin embargo, los caminos alternativos son espejismos que duran poco. También somos conscientes de que parte de nuestra debilidad puede revertirse teniendo una política decidida de unidad entre quienes hacemos la lectura de que existe espacio político por fuera tanto del aparato del peronismo, como de la izquierda tradicional, y que justamente es el camino que puede hacernos avanzar en una propuesta anticapitalista con real vocación de poder.
El espacio político
Queremos discutir en particular la idea de la inexistencia de un espacio político por fuera del aparato del peronismo, para construir organización política y que pueda tener ascendencia de masas. No solo es una idea que nos condena a servir a fuerzas que defienden intereses burgueses, sino que niega la posibilidad efectiva de disputa y desconoce la existencia de un activismo que se encuentra por fuera y que no tiene espacio que lo contenga. Un activismo numeroso que tampoco se identifica u organiza alrededor del FIT, aunque pueda eventualmente votarlo al momento de las elecciones.
No nos olvidamos de que la concepción del “mal menor” está presente a falta de una alternativa realmente emancipadora, y juega el papel de construir un aparente consenso. Sabemos también que la profundización de la crisis está generando descontento y condiciones materiales muy desfavorables en grandes sectores de la población. Incluso votantes y sectores que se identifican con el Frente de Todos responden con rechazo a muchas de sus políticas. Ese descontento, si no tiene salida por izquierda, la tendrá por derecha o caerá en saco roto, sin acumulación, con una eventual respuesta de recomposición del propio sistema. Ese dato no es menor para pensar un espacio político que hoy se encuentra virtualmente vacío.
El protagonismo y la expansión que han demostrado los movimientos ecologista, feminista, LGBTI+, entre otros, demuestran dos cuestiones importantes: primero, que aglutinando corrientes e identidades diversas son espacios superadores de identificaciones previas (peronista, progresista y de izquierda) pero además, que aun siendo espacios amplios, donde conviven miradas no necesariamente anticapitalistas, no son integrados ni dirigidos por la gran burguesía. Incluso observando que sectores de estos movimientos oscilan entre el Frente de Todos o el FIT, reconocemos claramente la existencia de terreno propicio para nuevas experiencias políticas.
La necesidad de construir una alternativa política
En función de esta situación consideramos que debemos construir unidad en al menos tres niveles diferentes, que significan acuerdos de distinta profundidad: en primer lugar es necesario impulsar el reagrupamiento y síntesis entre núcleos y agrupamientos alrededor de una organización que, incorporando los balances históricos y de manera adecuada a los tiempos actuales, recupere los principios del leninismo. Esta organización seguramente no será única, pero debe apuntar a sumar más y más núcleos y activistas sin organización. Esta tarea no debe postergarse como orientación, aunque fallemos una y mil veces. Sin una herramienta propia, un partido como operador estratégico, los tacticismos, las coyunturas y la falta de organicidad nos harán presa de los falsos atajos o nos condenarán a la eterna atomización. La fusión de algunos grupos en este período podría aglutinar a un número significativo de activistas en un plazo más o menos breve, porque la unidad resultará, muy probablemente, más que la suma de las partes.
En un segundo nivel, un reagrupamiento más amplio, que no necesariamente logre acuerdos tan profundos como para ser una sola orgánica pero sí los suficientes para construir una plataforma o herramienta para una articulación que sirva para una intervención política y social mayor, que debe incluir entre sus tareas (aunque no solo) la lucha electoral. Este nivel no puede exigir acuerdos estratégicos como el nivel anterior, pero sí afirmarse alrededor de un programa político que ordene sus tareas. Una herramienta política anticapitalista, antipatriarcal, feminista, antirracista y ecosocialista que reniegue de concepciones sectarias y que rechace la subordinación a gobiernos que tienen claros compromisos con distitnas fracciones de las clases dominantes. Consideramos que un espacio de estas características puede navegar las condiciones que impone la etapa política y que, aunque deba luchar a contracorriente de sentidos instalados en la sociedad y la militancia, puede responder a los múltiples desafíos que hoy tenemos.
En un tercer nivel las articulaciones necesarias, tácticas, con fuerzas que estén dispuestas a enfrentar efectivamente a la derecha ante sus avances y sus acciones en distintas coyunturas y según cada situación lo requiera, estén dentro o no del FIT o del peronismo.
El proyecto revolucionario que nos planteamos no es un tesoro para resguardar en formulaciones simples y dogmáticas, como tampoco un sueño eterno que se pospone para cuando haya buen tiempo. Por esta razón, destacamos la importancia de la construcción de una alternativa política revolucionaria feminista y ecosocialista. Es aquí y ahora que una construcción de estas características debe echar raíces en la militancia y comenzar a organizar a mayores fracciones de las clases populares, preparándose para pelear en todos los terrenos.