Por Ernesto Manzana
El presente texto, elaborado hace más de un año, es parte de un intercambio epistolar entre Ernesto Manzana y Aldo Casas, ambos destacados militantes provenientes del MAS, que luego rompieron con él y con el trotskismo. Ambos participan hoy del colectivo editor de la revista Contra-Tiempos, de pronta aparición. En el primer número de la revista, Aldo Casas responde a algunas de las observaciones críticas hechas por Manzana en el presente texto. Una segunda parte de este intercambio refiere a la caracterización del chavismo y el proceso venezolano y lo publicaremos en el futuro. El libro de Casas puede consultarse aquí: http://www.editorialelcolectivo.org/ed/images/banners/_los.pdf
Introducción
Hace unos meses tuve un breve intercambio epistolar con el compañero Aldo Casas a raíz del abierto apoyo que el ALBA le dio al dictador sirio Al Assad. Cruce de opiniones que, por lo demás, fue continuación de otro que habíamos tenido anteriormente, cuando Chávez se desgañitaba proclamando su afecto y apoyo incondicional a su “ gran amigo” Muamar Gadafi.
En una de esas cartas Aldo me decía lo siguiente
“… vos sabés lo que podemos decir y decimos sobre el asunto: es una posición desastrosa, que profundiza y agrava la que adoptaron frente a la guerra civil en Libia. Puedo decir lo mismo que Stefanoni o, mejor aún, lo que dice con mucha mas claridad y muchísimo mas conocimiento (del mundo árabe, pero también del proceso venezolano) el español radicado en Túnez Alba Rico cuya declaración está puesta En foco en Herramienta. Te la recomiendo.
Nuestras diferencias no radican allí. Nuestras diferencias radican 1) en la caracterización de procesos como el boliviano o venezolano, 2) en como caracterizar el rol de la dirección de los mismos y 3) como ayudar al desarrollo de organizaciones autónomas con una estrategia de construir poder popular. Naturalmente, las posiciones de Chávez frente a Gadafy y Assad (y bastante antes, frente a Ajmadineya) no solo deben ser objeto de criticas puntuales, sino que dan elementos importantes para una caracterización crítica de su liderazgo y destacan aún mas la necesidad de construcciones populares emancipatorias autónomas del estado capaces de impulsar el socialismo desde abajo. Pero difiero completamente con vos cuando pretendés que se juzgue y condene en un solo paquete a Chávez y al complejo y riquísimo proceso de movilización y organización popular venezolano… porque Chávez apoya a Assad. En tu argumentación se produce un salto que me parece falto de lógica y, sobre todo, de justificación política, un salto que conduce, por ejemplo a dirigirnos una exigencia o reclamo que, mas allá del efectismo es disparatado: “ruptura con el ALBA”!, En primer lugar, el ALBA es un pacto o acuerdo a nivel estatal-gubernamental, del que por ello mismo no somos ni podríamos ser parte y por ende tampoco podemos ni podríamos “romper con el ALBA”. Otra cosa muy distinta es caracterizar que ese acuerdo sea progresivo en términos de relativa autonomía frente a determinadas políticas del imperialismo y/o por generar posibilidades de progresos en un sentido de integración regional, y que los movimientos sociales deben asumir con autonomía y con sus propios métodos esos aspectos. Precisamente, una de nuestras tareas puede ser poner en evidencia que tales aspectos son dañados y no profundizados por este anacrónico brote de “campismo” que condenamos, pero no evidentemente en los términos y desde los supuestos en vos lo hacés.
Escribí un pequeño librito. Pienso que discutir sobre o desde las problemáticas y posiciones que allí planteo puede ser útil. Si tenes tiempo y ganas de leerlo y criticarlo, yo tendré sumo gusto en responderte…”
Inmediatamente yo acepté su propuesta pues entendí, tal como Aldo señalaba en su misiva, que era preferible darle un marco más general al debate que estábamos teniendo. Mejor aún si la discusión se basaba en un texto escrito, tal como era el libro recién publicado.
Meses después, con lo que sigue, doy cumplimiento a mi compromiso.
Luego de haber estudiado con mucha atención el libro y de haber intentado averiguar algo más sobre Venezuela y el chavismo (un tema que hasta ahora no había sido motivo de indagación profunda de mi parte) aquí retomo el debate con Aldo, más o menos en el mismo lugar que lo dejamos.
El libro y el proceso venezolano
Pero antes de ir a las cuestiones de contenido, debo señalar -a modo de comentario previo- que la lectura del libro me produjo una sensación contradictoria. Por una parte, me ha parecido un texto interesante y útil puesto que aborda temas candentes, fundamentales, en la búsqueda -muy necesaria- de revisar y reorientar la política revolucionaria anticapitalista.
Por otro lado, he quedado un tanto sorprendido al percibir que en él se habla muy poco sobre Venezuela: sólo un par de párrafos más o menos extensos (no exceden una carilla cada uno de ellos) y cuatro o cinco menciones de unas pocas líneas a lo largo de las noventa páginas del escrito. En la mayoría de esos breves comentarios se habla en general sobre los procesos actuales en Latinoamérica pero no se encuentra una caracterización más o menos concreta acerca del proceso de lucha de clases en Venezuela, tampoco hay algún esbozo de caracterización de la dirección chavista o definiciones precisas acerca de la política a seguir en ese país [2]. En razón de esto considero que el libro no agrega demasiados elementos respecto al tema que motivó los desvelos epistolares entre su autor y yo. Al menos en lo que hace a una discusión concreta acerca de los tres o cuatro puntos enumerados en la carta arriba citada.
Por supuesto, se pueden encontrar en “Los desafíos …” varias pistas respecto a como habría que ubicarse y actuar en un proceso como el venezolano (o el boliviano). Cosa que, desde ya, tendré en cuenta de aquí en adelante; pero –repito- son sólo indicios, indicaciones demasiado genéricas y, por ende, algo equívocas.
Ante este panorama, he creído conveniente dividir este trabajo en dos partes: Por un lado, realizaré una crítica específica al libro. Luego, en un segundo capítulo o sección, me concentraré en la cuestión que motivó el cruce epistolar: la política de Chávez (y Cuba, y el ALBA) hacia Gadafi, Siria y las revoluciones democráticas que se está desarrollando en el mundo árabe.
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1. Primera parte:
Una mirada al libro “Los desafíos de la transición”
1.1 Una importante lista de acuerdos, de posicionamientos y recorridos compartidos.
Mientras leía el libro he tenido un pensamiento recurrente: en gran medida Aldo Casas y yo hemos transitado un camino paralelo.
Es cierto que no ha sido codo a codo sino, mayormente, por senderos separados; pero la dirección que le hemos dado a nuestra marcha es prácticamente la misma.
Me explico… partimos del mismo lugar: décadas de militancia en el “trotskismo-morenismo”; y, si bien es cierto que luego del estallido del MAS en 1990 pocas veces hemos militado en espacios políticos comunes, ha habido un recorrido -una evolución- teórico-política bastante parecida. Por ello no me ha llamado la atención encontrar, a lo largo de las páginas de su escrito, una importante cantidad de planteos, reflexiones y caracterizaciones que comparto, ya sea completa o parcialmente.
La lista es larga, pero me interesa detenerme en los puntos más importantes:
=> Ya en el prólogo de “Los desafíos…”, Aldo manifiesta que se alejó de “la forma Partido (especialmente de su variante más difundida en la extrema izquierda, la sectaria)” [3]. En mi caso ha pasado lo mismo. Incluso, puedo agregar que ya hace unos años llegué a la conclusión de que es necesario revisar globalmente “el paradigma leninista de la revolución y el partido”.
En este tren, creo compartir su reflexión respecto a los métodos de trabajo político, en cuanto a la necesidad de “reconocer y respetar diferencias…” (p. 46). De la misma manera que acuerdo con su rechazo al “verticalismo burocrático” propio de la tradición peronista, así como también su afirmación de que “la izquierda debe dejar de lado todas las concepciones que, en una u otra forma, recrean la idea del Partido «dirigente», y viejos hábitos como la pretensión de mimetizarse en organizaciones supuestamente amplias que resultan ser «correas de transmisión» de directivas partidarias” (p. 47)
=> En el mismo prólogo, y casi como una declaración de principios, se afirma que “…es imprescindible revalorar y potenciar el impulso del «socialismo desde abajo»”, en la línea de Hal Draper.
También esta noción la comparto plenamente. Pues, a mi modo de ver, es un punto clave para comprender porqué terminaron en duras y desmoralizantes derrotas todas las revoluciones anticapitalistas que, a escala de los estados nacionales, se produjeron en el siglo veinte. Está claro que no fue la única razón, pero es indudable que haber perdido de vista –en algún momento de esos convulsivos años- la premisa revolucionaria marxiana por excelencia de que “la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos” influyó mucho para que todo terminara tan trágicamente como terminó.
Por todo esto, saludo que este tema –expresado en la reivindicación del “socialismo desde abajo”, la autodeterminación o autoactividad de las clases trabajadoras, etc.- figure como una especie de leitmotiv a lo largo del libro.
=> En lo que respecta al marco teórico-metodológico también encuentro muchos puntos de acuerdo.
Al igual que Aldo, yo también reivindico al marxismo como una importantísima praxis para la lucha anticapitalista, pero reconociendo que “existen muchos marxismos” [4] por lo que nadie puede creerse el dueño de la verdad. Por tanto, coincido en que el peor error metodológico de los marxistas es el dogmatismo (algo que siempre fue una falta, pero hoy se agrava hasta el patetismo después de todo lo que ha llovido) Así –es decir, por obra y gracia de dicho dogmatismo- se pierde de vista que tanto la realidad social y política como las propias experiencias militantes obligan a constantes revisiones, autocríticas, nuevas lecturas, reactualizaciones, etc., etc.
Por lo mismo, y tal como bien se señala, el propio corpus teórico-político de Marx debe ser tomado como algo inacabado, incluso con insuficiencias y errores. Marx fue un genio, pero no un dios (ni siquiera un profeta…) y, además, sus escritos están condicionados –como no podría ser de otra manera- por el momento histórico en que vivió y militó [5].
En suma, brego -como Aldo- por un marxismo abierto, crítico y autocrítico, no doctrinario ni dogmático.
=> En p. 36 se desarrolla un pensamiento que también suscribo plenamente. Cito: “…Partidario de la revolución social, Marx asumió la necesidad de la lucha política sin dejar de plantear una crítica sustancial a esta…” (resaltados míos, EM).
En correspondencia con ese punto de vista, pienso que es necesario desarrollar la lucha anticapitalista en el plano político, pero sabiendo que la política es una “mala mediación” y que para lograr realmente “la autoemancipación de los explotados en marcha hacia una nueva sociedad (o forma histórica)” resulta necesario “siempre y en cada momento… asumir y llevar adelante la tarea de restituir o devolverle al cuerpo social los poderes usurpados por la política burgués-estatalista: «La política socialista o sigue la senda que le fijó Marx –del sustituísmo a la restitución- o deja de ser política socialista y, en vez de ‘autoabolirse’ a su debido tiempo, se convierte en autoperpetuación autoritaria» (Meszáros…)” [6]
=> En p. 48 se puede leer lo siguiente: “La batalla por el cambio social se articula con una reivindicación de la libertad que, desbordando el enfoque liberal de la libertad individual contingente, potencia la tendencia de los hombres a liberarse de la necesidad para reapropiarse de una libertad verdadera y socialmente compatible”
Esta noción de “libertad”, junto al desarrollo que de ella se hace (en esa página y la siguiente), me parece central. Casi diría que es la parte del libro que más reivindico. No tiene sentido citar –repetir- íntegramente todo lo que allí está escrito, pero sí me interesa subrayar algunas cosas. Por ejemplo, que el hecho de colocar a «la libertad» como una categoría constitutiva de la lucha (y el proyecto) anticapitalista implica “…combatir y superar arraigadas deformaciones introducidas en las grandes organizaciones obreras de masas por la burocratización y la presión del capital, recuperando valiosas tradiciones que fueron siendo abandonadas en el camino…”. También significa que “debemos luchar por una ampliación cualitativa de las libertades formales, conjugando las ‘libertades menores’ en una libertad mayor que es el libre aporte a la construcción de una ‘voluntad general capaz de revolucionar el injusto ordenamiento social…” (p. 49)
En esta perspectiva, tan trascendente, rescato la idea de un “marxismo libertario” (p. 22); perfil con el que yo me identifico plenamente.
=> Otro punto de acuerdo: la revisión de la categoría “Estados obreros burocráticos” para definir a las formaciones sociales que existieron en los países del llamado “socialismo real” [7].
Yo también, hace años, llegué a la conclusión que esa definición, utilizada por el trotskysmo, era incorrecta. Vistas las cosas en perspectiva, opino que fue un error teórico y político seguir sosteniendo, luego del triunfo de la contrarrevolución burocrática-estalinista en la URSS, que allí había un Estado obrero (o en transición al socialismo) pero burocratizado.
Hasta aquí los puntos de acuerdo más destacados. En rigor de verdad, a lo largo del libro hay otras cuestiones y definiciones que también comparto. Pero son, quizás, de menor importancia; de allí que no considero necesario mencionarlas aquí.
En todo caso, el listado que he hecho me parece prueba suficiente de lo que afirmé al iniciar este apartado: tengo con el autor del libro visiones comunes sobre muchos y muy importantes temas. Un aspecto que me interesa destacar, teniendo en cuenta que, en lo que sigue, primarán las críticas y los cuestionamientos a sus posiciones.
1.2. Estructura general del libro.
Si examinamos el libro de conjunto, lo primero a consignar es que, sin dudas, tiene una estructura formalmente muy coherente: una estructura que, desde el propio título se resume en una palabra clave: “transición”.
Así, se intenta persuadir al lector que todo está en transición: la sociedad atraviesa una lógica objetiva transicional (capítulo 1 del libro) ; los sujetos políticos revolucionarios vivimos –y necesitamos abocarnos a- una transición tanto en el terreno de la teoría (cap. 2) como de la acción política (cap. 3). Por último, también encontramos una serie de comentarios en torno a la noción de transición al socialismo, una categoría histórica y política utilizada tradicionalmente en el marxismo con significados diversos y, por lo mismo, muy compleja (cap. 4)
Estos distintos procesos o planos de la sociedad y de la política que están “en transición” poseen, según entiendo, una unidad que va más allá de lo terminológico: habría una ligazón profunda entre los cuatro procesos descritos. Así la época de transición (o transición epocal) que está viviendo objetivamente el capitalismo, tiñe y determina al resto de los procesos en transición [8].
Dicho de otra forma, la tesis del libro sería más o menos así: el capitalismo transita una época histórica de crisis total y completa (“una crisis civilizatoria”, dice en algún lado…), en consecuencia todo entra en transición o en un proceso de cambios profundos: fundamentalmente la teoría y la política revolucionaria y, más concretamente, la teoría y el programa de la revolución social (es decir, de cómo será y que se debe proponer respecto al tránsito del capitalismo al socialismo)
Pues bien, debo decir de movida que esta tesis no la comparto. Si bien encuentro muchos puntos de acuerdo en gran parte del libro (tal como señalé arriba, en el primer apartado), el enfoque general me parece incorrecto desde el momento que no acuerdo con la idea de que estamos viviendo una época donde objetivamente ha sonado la hora final del capitalismo. Y dado que este concepto es nodal en la reflexión general, no puedo acordar con el conjunto del libro.
Para ser más preciso en mi crítica y, además, como una forma de mostrar las contradicciones con que me he topado a lo largo del libro, diré que no acuerdo en nada con el capítulo 1; comparto mucho de lo que se lee en los capítulos 2 y 3; y tengo muchos reparos respecto al capítulo 4.
Además, el hecho que yo acuerde con una parte del libro y no con otras estaría indicando que la supuesta coherencia del libro –determinada por la noción de “transición”- es más aparente que real.
En función de todo esto, intentaré ahondar mi crítica, analizando cada uno de los capítulos.
1.3. Capítulo uno: ¿Crisis final del capitalismo? ¿Transición
predeterminada? Dos nociones por demás problemáticas.
Según se afirma allí, estamos inmersos en un período de “«crisis estructural del capital» que, en su despliegue, amenazaría las posibilidades de supervivencia de la humanidad” [9]. En el plano económico, se resalta “que no se trata (solo) de una más de las ‘crisis cíclicas’… Estamos ante una crisis sistémica… afecta todos los niveles del orden del capital y, por primera vez, a una escala efectivamente planetaria. Se trata de una crisis de larga duración…” (p.15) De allí el pronóstico: “…estamos muy mal, pero estaremos mucho peor” (p. 16) resaltado por el autor). Y (también se dice) “…asistimos al despliegue del potencial autodestructivo del capitalismo, en una fase caracterizada por la producción destructiva, la superfluidad, el desperdicio, la corrosión del trabajo por el desempleo estructural y la precarización, así como la destrucción a escala planetaria de bienes comunes y equilibrios ecológicos” (p. 16., resaltados míos, EM)
Más aún, la crisis se manifiesta en todos los planos imaginables: “…crisis financiera, crisis de sobreproducción y sobreacumulación mundial, crisis alimentaria, crisis energética, crisis geopolítica-militar, crisis tecnológica, crisis ambiental y urbana, crisis de hegemonía en el sistema-mundo capitalista, crisis civilizatoria…”(p. 15)
En suma, una catarata de “crisis” y “desastres” que, en alguna parte del capítulo, el autor agrupa en tres niveles: una “crisis económica sistémica”, una “crisis ecológica-ambiental” y una “crisis civilizatoria”, donde la “crisis ecológica-ambiental” se entremezcla con la económica, se potencian mutuamente, y ello deviene en “una verdadera crisis civilizatoria”[10]
Llegado a este punto, Aldo da un segundo paso: El estado de crisis y destrucción generalizado que vive el capitalismo implica que estamos en una época de transición (p. 19).
Es decir, Aldo aquí asume la concepción de algunos marxistas de que el capitalismo ha llegado, por su propia lógica objetiva, a un estado de crisis sistémica, de decadencia permanente e irreversible, a una fase histórica donde este modo de producción solo puede ofrecer miseria creciente a las clases trabajadoras y que, por tanto, la única opción histórica posible es su superación por un nuevo tipo de sociedad –o un nuevo modo de producción- poscapitalista. Por ende, estamos en esa fase objetiva de cambio social, en la época de transición del capitalismo a la sociedad poscapitalista.
Pues bien, esta tesis está plagada de puntos débiles. Y, como ya lo he adelantado, no la comparto para nada.
¿Una larga fase de crisis estructural –“final”- del capitalismo? [11]
Comenzaré por la cuestión de si el sistema capitalista mundial está viviendo su etapa de crisis final o, en palabras de Mészáros, su “crisis estructural”.
Aquí encuentro, como mínimo dos cuestionamientos: por una parte están los datos empíricos. Por otra lado, está el enfoque teórico general acerca de si el capitalismo está condenado a un “derrumbe” objetivo, por sus propias contradicciones económicas y/o por los límites que le impone la naturaleza.
Aldo, siguiendo a Mészáros, nos habla de que este período de crisis “estructural” (o “sistémica” del capitalismo) comenzó con la crisis económica de los años setenta del siglo pasado. En su importante, imponente y, en muchos aspectos, muy valiosa obra –me refiero, obviamente a “Más allá del Capital”-, el revolucionario húngaro intenta demostrar que las anteriores grandes crisis económico-sociales que vivió el sistema del capital fueron, más allá de su magnitud, de tipo “cíclicas”, como tantas otras que ha habido a lo largo del capitalismo en su etapa “expansiva” [12]. En cambio Mészáros considera –y Aldo lo sigue en esta noción- que la crisis abierta en los setenta es cualitativamente distinta: ahora estaríamos ante una crisis “estructural”, no cíclica, y por tanto una crisis que ha abierto la fase o época de “decadencia” inexorable del modo capitalista de producción.
Sin embargo los datos y hechos económicos no confirman para nada semejante tesitura. Es cierto que la crisis de inicios de los setenta fue muy fuerte, pero no fue “permanente”, ni mucho menos. Ni siquiera se puede hablar de que el periodo posterior fue de estancamiento crónico.
Tomemos un dato clave, que sirve como referencia de si hay desarrollo o no de las fuerzas productivas: la tasa de crecimiento (o decrecimiento) del PBI anual. Si bien no ha sido parejo en todos los países, a nivel mundial hubo robustas tasas de crecimiento del PBI en las dos últimas décadas del siglo pasado y entre 2000 y 2008. Y si bien es innegable que en los últimos treinta años ha habido crisis cíclicas importantes o retrocesos regionales que duraron varios años, la tendencia general de la etapa ha sido claramente alcista. Incluso, el PBI per cápita también creció durante este período.
Algunos pocos datos sueltos para reafirmar lo anterior: “Entre 1982 y 2008 el PNB estadounidense aumentó, en términos reales, un 125%”. En cuanto a los “países en desarrollo” los datos son aún más contundentes: “crecieron a una tasa de 3.8% anual promedio entre 1989 y 1998; y al 6.5% anual entre 1999 y 2008”[13].
Pero, además, hay otro elemento fundamental que refuta severamente la tesis de Mészáros: a partir de los ochenta, y mucho más en los noventa, luego de la “caída del Muro de Berlín”, el modo de producción capitalista vivió un proceso de expansión geográfica y avanzó fuertemente sobre regiones en las que estuvo excluido por décadas. Los casos más notables son el de China, los países de la ex URSS y los que habían formado parte del Glacis en el este de Europa. Pero también ha habido un fuerte proceso de subsunción de economías no capitalistas en otras zonas del mundo como regiones de la India, partes de África, etc. En consonancia con todo esto se produjo a partir de 1985 un gran crecimiento del comercio mundial (se ha expandido a tasas mayores que el PBI) [14].
Este proceso de expansión cuantitativa y cualitativa de la economía capitalista resulta, a mi modo de ver, incompatible con la imagen que presenta Mészáros de que en los setenta del siglo pasado el sistema del capital llegó a su límite y que a partir de allí sólo retrocede o está estancado.
La crisis de 2008
Entonces, los hechos puros y duros indican que durante alrededor de treinta años, ha habido un ciclo de expansión capitalista, no de crisis como teorizó Mészáros. Un largo período de crecimiento con China a la cabeza (en general, toda el área Asia-Pacífico) Y que, entre otras cosas, produjo en la última década un alza muy importante de los precios de las materias primas, lo que ha permitido tasas altísimas de crecimiento económico en regiones como Latinoamérica.
Este ciclo parece frenarse con la crisis de 2008. Una crisis que, sin dudas, es una de las más grandes que ha vivido el capitalismo luego de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, también respecto a la situación actual encuentro exageraciones en “Los desafíos…” [15]. Por ejemplo se dice que la crisis es de carácter “universal”. Cosa que está por verse. Aldo no dice que China ha seguido creciendo a tasas muy importantes después de 2008. Lo mismo el resto de los países periféricos. Por ejemplo, no se analiza un aspecto de gran calado en lo que hace a las políticas concretas que nos toca: me refiero al hecho de que en la gran mayoría de los países latinoamericanos se superó sin mayores sobresaltos el primer cimbronazo de la crisis; que sólo hubo un leve retroceso del PBI de la región en 2009, pero que los dos años siguientes -2010/11- fueron de importante expansión. Y que dicho crecimiento económico explica la estabilidad burguesa que se vive en la región y la fortaleza de varios de los gobiernos nacionales (por ejemplo, el kirchnerismo en Argentina que acaba de triunfar para un tercer mandato con el 54 % de los votos; o el caso del PT en Brasil, quien también va por su tercer gobierno consecutivo, o la saga Uribe – Santos en Colombia, etc.). Incluso en los países centrales, no todos están igual: los países periféricos de la zona euro tienen una crisis brutal, pero Alemania cierra el 2011 con un crecimiento del 3%. Estados Unidos parece estar saliendo de la recesión. Y así se puede seguir…
La cuestión ecológica
Si en el terreno económico los datos no corroboran la imagen de crisis total y definitiva que -según nos dice el libro- estaríamos viviendo desde hace cuarenta años, veamos el otro aspecto que se toma en consideración: el ecológico.
Al respecto hay mucho por decir. Aunque aquí, por razones de espacio y de coherencia del escrito, apenas puedo pergeñar alguna cosa.
En primer lugar, me interesa reivindicar el interés que demuestra Aldo por el tema. Interés y preocupación que no es nueva, sino de años. Mérito que se realza desde el momento que la problemática y la lucha ecológica ha sido una asignatura pendiente en el marxismo por décadas. Quizás desde los propios orígenes del marxismo.
En este sentido, asumo –como Aldo- que la lucha por la defensa del medio ambiente; por un desarrollo económico que respete la naturaleza; en fin, toda la cuestión ecológica, debe ser asumida como una parte decisiva, esencial, en la estrategia de lucha anticapitalista.
Una vez dicho esto, me siento obligado a señalar un punto donde disiento con Aldo: no creo que la destrucción acelerada de la naturaleza se deba a que el capitalismo está viviendo una etapa de decadencia definitiva. Más bien lo veo al revés: es el propio desarrollo del capitalismo (con su lógica puramente mercantil) lo que lleva a la destrucción del medio ambiente. Un ejemplo evidente al respecto es lo que sucede en China. ¿Quién puede dudar que el “gigante asiático” ha vivido (y lo sigue haciendo) uno de los ciclos de “desarrollo de las fuerzas productivas” más prolongados y potentes de la historia del capitalismo? Pero, a su vez, los daños ambientales que allí se están produciendo son extraordinarios. Creo, en este sentido, que es necesario entender que el capitalismo produce “fuerzas productivas” y “destructivas” a la vez.
Pero, además, es un sistema brutalmente desequilibrado y contradictorio, por eso el relativo faltante de alimentos y materias primas que provoca crisis en algunos países es, a la vez, un “maná” para otros, favoreciendo ciclos de crecimiento económico tal como está sucediendo en los últimos diez años con los países productores de petróleo, los poseedores de recursos mineros y productores de alimentos.
Incluso, es un sistema que mercantiliza todo, hasta el daño ambiental. De allí que una de las ramas de la economía que más se está desarrollando tiene que ver con las energías alternativas, incluso la “protección del medio ambiente”.
En suma, comparto que el problema ecológico es de primer orden en la lucha anticapitalista. Pero ello se da, justamente porque el sistema sigue desarrollándose, no porque está estancado o decreciendo.
Por tanto hay que denunciar que el capitalismo lleva a un desastre ecológico inexorable siempre, aún cuando está en expansión e, incluso, cuando logra algunas mejoras momentáneas en el nivel de vida de las masas.
Las objeciones teóricas a la tesis de “época de crisis estructural del capitalismo”
Aquí examinaré la tesis de Mészáros-Casas en un plano más general, presentando objeciones de tipo teórico-político.
En este sentido, lo primero que se me ocurre, es señalar que mi crítica a Mészáros es similar a la que le vengo haciendo al trotskismo -al menos al autoproclamado “trotskismo-ortodoxo”- desde hace años. Porque, en última instancia las posturas de uno y otro son similares. La diferencia es que Trotsky (y gran parte del trotskismo actual) fijan la fecha de inicio de la “época de agonía mortal” del capitalismo en 1914 y Mészáros lo hace a partir de la crisis de 1971/73. En cualquier caso, sean casi cien años o sean cuarenta, la realidad histórica ha refutado a ambos.
Pero, además, me parece necesario asumir, de una vez por todas, que la concepción del “colapso” objetivo del capitalismo es uno de los puntos del corpus teórico-político marxiano que resulta más endeble y que exige un re-examen profundo. Que posturas opuestas a dicha visión, como la que ahora sostiene Rolando Astarita o la que en su momento desarrolló Ernest Mandel (con sus teorías de “las ondas largas”, etc.) merecen muchísima atención. Pues, al menos, intentan “explicar” de una manera más coherente lo que ha venido sucediendo en el capitalismo durante el último siglo, tratando de romper con postulados dogmáticos, que a estas alturas del partido se parecen más a “fórmulas de agitación” para entusiasmar a la militancia que a análisis serios de la realidad.
Me interesa a este respecto traer a cuento una cita del propio libro. Aldo en pág. 26 dice lo siguiente: “Lo cierto fue que, contra las previsiones de Marx (y posteriormente del mismo Lenin), el sistema capitalista mundial dio muestras de tal flexibilidad y resiliencia que, a lo largo del siglo XX, fue capaz de impulsar la expansión global del capital y de asimilar los desafíos planteados por las rupturas parciales que se produjeron en los “eslabones débiles” del capitalismo imperialista…. Esta capacidad de supervivencia y expansión del capitalismo, completamente imprevista…” (resaltados míos, EM)
No puedo estar más de acuerdo con lo que allí se dice. Lo que me genera un par de reflexiones: si el capitalismo pudo superar situaciones terribles como dos Guerras Mundiales, la gran crisis del 29’ e incluso sufriendo el golpe de tremendas rupturas revolucionarias como fueron la revolución rusa (en el país geográficamente más grande del mundo) y en China (el más poblado), ¿por qué ahora no podría hacer lo mismo? ¿cómo podemos estar tan seguros que está vez sí, le ha llegado la hora y está en su etapa de crisis terminal y definitiva? ¿Por qué descartar que ahora, o en un futuro cercano, el capitalismo no reaccione de la misma manera que lo hizo luego de la Segunda Guerra Mundial? Es más, si tal como bien señala Aldo, dos revolucionarios de inmensa capacidad como Marx y Lenin fallaron en su pronóstico de ponerle fecha de caducidad al sistema capitalista, ¿qué sentido tiene repetir porfiadamente dicha tesitura?
Sinceramente, considero que no se puede seguir creyendo que ésta o cualquier crisis capitalista sea insoluble. La historia ha demostrado que no hay situaciones sin salida para el capitalismo. Que llegado a un punto, todo dependerá de la lucha de clases. Y, por ende, si los trabajadores y demás sectores oprimidos no son capaces de derribar a la burguesía, ésta de alguna manera se recuperará, reiniciando un ciclo económico expansivo.
Sin ir más lejos, la experiencia que se vivió en Argentina en el 2001 es una buena prueba al respecto. El capitalismo sufrió una crisis económica de manual: bancarrota del Estado, crack generalizado del sistema bancario, parálisis del comercio por semanas, etc., etc. Encima, hubo una movilización generalizada que obligó a la renuncia de De la Rúa y provocó una grave crisis de representación, a tal punto que llegó a haber cinco presidentes en pocos días. Sin embargo, la lucha de los trabajadores no fue lo suficientemente potente como para evitar el brutal ataque a su nivel de vida que significó la hiper-devaluación; hecho que, a la vez, permitió la recuperación de la tasa de ganancia capitalista y la mejora de los precios de los productos exportables. También los sectores populares permitieron al peronismo –es decir a los políticos burgueses- que de a poco reconstruyera el poder estatal. Las consecuencias están a la vista: no sólo la burguesía sigue firme en el control de la situación, sino que ha habido ocho años de importantísimo crecimiento económico como hacía décadas no sucedía en Argentina.
En el libro se minimiza o directamente se ignora “la crisis de alternativa”
Habría muchas más cosas para decir acerca de la tesis “catastrofista” presentada por Aldo en el libro. Pero creo que lo dicho es suficiente como para dejar en claro mis divergencias con dicha concepción. Solo me detendré un momento en un último punto, que me parece sumamente importante: el problema de la “subjetividad” de las masas (o “nivel de conciencia”, según la terminología del marxismo clásico)
En este aspecto, lo primero que me ha llamado la atención es la poca importancia que en el libro se le da al tema. Se machaca una y otra vez en que atravesamos una larga época –objetiva– de crisis y decadencia del capitalismo; pero apenas se dice algo sobre la subjetividad con que los trabajadores afrontan dicha situación.
Por lo mismo, prácticamente se pasa por alto lo que ha dado en llamarse “crisis de alternativa”; es decir, la creencia de que el capitalismo es el único sistema posible y, a la vez, que el socialismo es imposible e inconveniente. Un fenómeno ideológico-político que abarca a la inmensa mayoría de los trabajadores del mundo y que comenzó a manifestarse en los ochenta, pero adquirió toda su dimensión a partir del derrumbe de la URSS y “la caída del Muro de Berlín”. Así, la “crisis de alternativa” ha atravesado de una manera decisiva los procesos de lucha de clases de los últimos veinte años y, al mantener su vigencia, resulta una limitante importante para las propias clases trabajadoras a la hora de enfrentar la nueva etapa abierta con la crisis del 2008.
En rigor de verdad en el libro hay unas brevísimas menciones al asunto, pero en dichos comentarios se lo tiende a minimizar o a considerar un tema prácticamente superado [16].
Desde ya, lamento no poder acompañar a Aldo en su optimismo. Pues, tal como acabo de decir, considero que la “crisis de alternativa” sigue pesando de una manera notable en la actual coyuntura mundial. Es cierto que los dichos de Chávez en alguna manera ayudan (aunque al respecto habría bastante que decir… [17]) También está haciendo lo suyo la grave crisis de 2008. Al menos ya ha hecho “resucitar” al Marx economista, como teórico de las crisis; algo que resulta auspicioso. Pero creo que son pequeños hechos, síntomas alentadores, no mucho más.
En este sentido, y a fin de reforzar mi punto de vista, haré una rápida referencia al artículo de David Harvey que el propio Aldo cita más de una vez en el libro. Dejando en claro que Aldo lo utiliza con todo derecho porque en muchos aspectos Harvey esboza allí una teoría de “la transición” que tiene bastantes puntos en común con lo señalado en “Los desafíos…”. Sin embargo en lo que hace a la cuestión ideológica encuentro un matiz importante. Harvey sí reconoce la existencia de “una crisis de alternativa”, y admite que ello es un factor esencial a tener en cuenta en la actualidad [18].
Por mi parte, y aquí me estoy repitiendo, estoy convencido que esta debilidad ideológica en el seno de los trabajadores y explotados de la tierra condiciona tanto o más que los “factores objetivos” los procesos de lucha de clases actuales.
Y una cosa más… al minimizar los graves problemas que hoy existen en la subjetividad de las clases trabajadoras, la caracterización de la “época” actual que se hace en el libro resulta completamente sesgada: sólo se resaltan (incluso con desmesura) los aspectos favorables mientras se minusvaloran (hasta la negación) aquellos factores que, como la “crisis de alternativa”, resultan perjudiciales para el desarrollo y fortalecimiento del movimiento anticapitalista.
La categoría “época de transición”
Hemos dicho que el capítulo 1 tiene algo así como dos pasos. Primero se caracteriza que el capitalismo ha entrado en una larga etapa de decadencia total y definitiva. Luego, se avanza un poco más: lo anterior sería sinónimo de (o provocaría) que estemos “ingresando en una época de transición o en una transición épocal” (p. 19).
Esta noción de transición es poco explicada, pero si nos atenemos a la cita de Marx en que se sustenta y en la lectura general del libro, podemos especular con bastante fundamento que se está hablando de una transición del capitalismo a “una nueva forma histórica”, es decir el socialismo o el comunismo.
Si es así, debo decir de movida, que si ya me parecía equivocado hablar de una crisis estructural –final– del capitalismo, este segundo paso me resulta aún más desafortunado. Pues caeríamos no solo en el “catastrofismo” sino, ahora también, en un “fatalismo” –en rigor: en un “fatalismo optimista”- en el sentido de que el triunfo del socialismo es inexorable.
Y, en este tren, no puedo dejar de señalar un hecho que me llama la atención sobremanera: en “Los desafíos…” se estaría dejando de lado el pronóstico alternativo –“socialismo o barbarie”- que ha sido, históricamente, el corolario fundamental de los marxistas revolucionarios que adhieren a la tesis del “colapso” del capitalismo. Y no me refiero solo a Trotsky y a la gran mayoría de los trotskistas actuales, también Mészáros hace suyo el “pronóstico alternativo” [19].
Es decir, en un punto central de la construcción teórico-política del marxista húngaro, Aldo se estaría apartando de él.
¿Es así?, al menos eso es lo que surge de la lectura que yo he hecho del libro. Además tendría bastante correspondencia con algunas cosas que se dicen en el capítulo cuatro. (Sobre las que hablaré más adelante…)
Sea como sea –y con este párrafo cierro mi crítica al capítulo 1- insisto en que la noción “época de transición”, definida ésta como un proceso social objetivo, no me cierra por ningún lado. No creo que estemos viviendo la etapa de crisis total y definitiva del capitalismo y, menos aún, que como consecuencia de lo anterior, estemos inmersos en un proceso donde la humanidad marcha de una manera casi inevitable hacia el socialismo. Sinceramente creo que las cosas son muchísimas más complejas y difíciles de lo que allí se nos pinta.
1.4. Capítulos dos y tres: Caminos diferentes que desembocan en
criterios teóricos y lineamientos políticos semejantes.
Mientras que en el capítulo anterior estoy en contra de casi todo, en los dos que le siguen encuentro un importante grado de coincidencias [20].
Por supuesto, mi acuerdo no es total. Hay temas que creo equivocados y, por otra parte, abundan pasajes que, decididamente, los redactaría de una manera muy distinta. Pero son divergencias menores (“tácticas”, diríamos los viejos marxistas…), que no anulan la concordancia general que tengo con lo expresado en esta parte del libro.
A vuelo de pluma haré un repaso a los temas más importantes tratados en estos dos capítulos: El número dos trata, en gran medida, sobre la necesidad de abandonar el marxismo dogmático que sobrevive todavía en sectores de la izquierda revolucionaria, reivindicando como alternativa un marxismo que se reconozca plural, abierto y libertario; tres nociones que, como ya ha sido dicho, comparto plenamente. En este tren, insiste en que resulta imperioso revisar viejas “verdades”, como así también estar abiertos a aportes de otras corrientes políticas (y teóricas) anticapitalistas.
Aquí y allá podría mencionar cosas que no me gustan, que yo plantearía de otra forma, pero en líneas generales suscribiría lo que Aldo dice en este capítulo…
El tercer capítulo habla sobre la necesidad de realizar profundas modificaciones en el accionar de la política revolucionaria (“Otra política y otra manera de hacer política”, reza en el título). Es el capítulo más extenso del libro y en él se desarrollan muchas ideas y conceptos importantes. Dada la cantidad de cosas que allí se dicen (para colmo, expresadas de una manera muy concisa) y considerando, además, que hay puntos con los que acuerdo y otros que no, la evaluación final es dificultosa. Sin embargo, si tengo que poner los pro y los contra en una balanza, me atrevo a afirmar que los primeros priman. Y esto no solo porque en “Los desafíos…” se insiste en la necesidad de realizar profundos cambios tanto en la “estrategia” política como en las formas de organización, cuestión por la que yo vengo bregando desde hace mucho. Lo más importante es que los cambios que sugiere Aldo están en sintonía (van en la misma dirección) con los míos; estoy pensando, esencialmente, en la necesidad de modificar la concepción “leninista” que fue el paradigma dominante durante el corto siglo XX [21]. Más concretamente, coincido que esas nuevas formas de llevar adelante la política revolucionaria deben poner el acento en varios de los criterios que se resaltan en “Los desafíos…”: la acción autodeterminada de los trabajadores; la democracia obrera más profunda; el “socialismo desde abajo”; el anti-estatalismo; la necesidad de hacer política sin dejar de hacer una crítica radical a ésta; etc.
Lo mismo puedo decir respecto a la organización de la vanguardia revolucionaria; donde Aldo, al igual que yo, toma distancias tanto de la forma partido (especialmente en su variante sectaria, que todavía hoy perdura en muchas corrientes revolucionarias) como de un autonomismo “puro”, antipolítico, que más allá de sus buenas intenciones, es totalmente limitado y por lo tanto representa una solución fallida al atolladero en que el “paradigma leninista” ha llevado al movimiento revolucionario anticapitalista.
Origen y razones que obligan a profundos cambios en la teoría y la política revolucionaria
Habría muchas cosas para decir del capítulo tres (por ejemplo sobre la política a llevar adelante en Argentina, a la que Aldo dedica tres o cuatro páginas), pero en aras de no hacer interminable este texto, quedará para mejor oportunidad.
Sí me detendré un instante en un aspecto algo marginal, pero que tiene su interés. En concreto, me interesa analizar las razones que han llevado tanto a Aldo como a mí a concluir en la necesidad de realizar cambios profundos en la praxis marxista revolucionaria.
Para él, dichos cambios son producto de la “época de transición” que estaríamos viviendo.
Por mi lado, si bien comparto con Aldo la imperiosa necesidad de actualizar y revisar la teoría y la política revolucionaria, rechazo de plano su tesis de “etapa objetiva de crisis total del capitalismo y de transición al socialismo”.
Aquí, entonces, nos topamos con una situación paradojal que me motivan un par de reflexiones.
En primer lugar, me interesa destacar que ha sido la dura y compleja experiencia revolucionaria del último siglo el acicate que me ha llevado a realizar modificaciones profundas en la teoría y la política revolucionaria. Dicho de otro modo, los cambios que estoy propugnando tienen un firme anclaje en el análisis exhaustivo y descarnado de la lucha de clases ya acaecida, especialmente en el pasado reciente.
Estoy convencido que en el caso de Aldo ha sucedido algo parecido; incluso hay varias indicaciones en ese sentido a lo largo del libro. Sin embargo él no reconoce esto. Pues está empeñado en demostrar que lo “nuevo” es consecuencia de la “nueva época transicional”. Lo que resulta completamente forzado. Ya que aún suponiendo que algo de razón haya en dicha noción, solo podría tomarse como una hipótesis [22]. Y, desde el punto de vista metodológico, no tiene sustento elaborar políticas en base a supuestos o apuestas a futuro .
La segunda reflexión, corolario de la anterior, es la siguiente: sean cuales sean las razones de Aldo, el hecho que yo haya arribado a posiciones teóricas y políticas similares a las que él presenta en los capítulos 2 y 3 sin coincidir en lo más mínimo con su caracterización de “transición epocal”, pone en tela de juicio la coherencia del libro alrededor del término “transición”. Al menos, para mí, resulta una construcción forzada, con un encadenamiento analítico más aparente que real.
1.5. Capítulo cuarto: Final con sorpresas.
El último capítulo se inicia hablando de la sociedad futura, el socialismo. Así pueden leerse reflexiones acerca de cuales deberían ser sus características más importantes. En ese afán, se hace un rápido repaso de las experiencias de regímenes sociales y estados poscapitalistas que hubo durante el siglo XX (en particular, la URSS). Aldo aporta elementos para demostrar que en los países del “socialismo real”, en rigor de verdad, no hubo nunca socialismo. Incluso revisa la noción de “Estados obreros burocráticos” que Trotsky y luego los trotskistas utilizaron para definir a la URSS estalinista (y a China, Cuba y demás regímenes post revolucionarios que siguieron el modelo soviético).
Hasta aquí todo bien. Más aún, palabras más palabras menos, comparto en lo esencial lo que allí se dice.
Sin embargo, a partir del apartado “Una teoría de la transición” (p. 75), las cosas toman un curso algo tortuoso. Primero porque en cierta forma se cambia el eje del capítulo. Habíamos visto que al inicio parecía que el tema era examinar los problemas del socialismo –de la sociedad poscapitalista- visto de conjunto, pero ahora la mirada se focaliza en los primeros momentos de ese período: lo que en el marxismo clásico se ha denominado “etapa (o fase) de transición al socialismo”.
Para colmo, respecto a esto, el autor introduce un cuestionamiento de tipo formal, de “etiquetas”, por demás enredado. Según se nos dice, habría sido un grave error haber usado la categoría “etapa” para definir el período transitorio (incluso también se pretende relativizar el uso del concepto “modo de producción” para definir al socialismo) (p. 78-79).
En esta línea Aldo se las agarra con Kautsky y Stalin, dos figuras más que devaluadas (“que están para el cachetazo”, se dice en el barrio…) y quienes serían los que introdujeron la noción de “etapas” en la sociedad poscapitalista. Aldo cree que es muy importante rechazar este etapismo (“etapa de transición”, “socialismo”, “comunismo”…) y reivindicar, en su lugar la idea de que el movimiento político-social hacia el comunismo es un largo proceso ininterrumpido, un continuum, una transición [23].
La importancia de esta disquisición semántica se me escapa. De todas maneras no puedo dejar de señalar que ya en Marx hubo una distinción nítida de la sociedad futura en, al menos, dos fases [24]. Luego, la categoría “etapa de transición” fue clave para los líderes revolucionarios rusos (Lenin Trotsky, etc.), quienes elaboraron con mucho más profundidad el concepto con el fin de poder analizar y entender lo que estaba sucediendo ante sus ojos, luego de la revolución de Octubre. Años después, Trotsky siguió esa línea aun con más fuerza, pues fue la categoría “etapa de transición” la que utilizó para contrarrestar de alguna manera los delirios y confusiones de Stalin y sus epígonos quienes ya en los años treinta no solo decían que en Rusia había “socialismo”, sino incluso que estaba ingresando al “comunismo”. En suma, más que Kautsky o Stalin, creo que una verdadera revisión de la categoría “etapa de transición” –revisión que, obviamente, Aldo tiene todo el derecho de hacer- exigiría elucidar las posiciones de figuras de mucho mayor calado en la tradición revolucionaria marxista, tales como el propio Marx, Lenin o Trotsky [25].
¿Transición al socialismo aquí y ahora?
Sin embargo, las complicaciones no terminan en este punto (más bien recién empiezan…) Pues Aldo deja para el final una reflexión inesperada: nos dice que la “transición al socialismo” comenzaría antes de la revolución política-social que lleva al poder del Estado a los trabajadores; es decir, la transición se inicia en el propio capitalismo.
El planteo no está explicitado. Más bien se intuye de una serie de comentarios algo elípticos. Pero creo no estar haciendo una interpretación equivocada de los últimos párrafos del capítulo cuarto (digamos desde la página 85 hasta el final).
Viene en mi ayuda el epílogo de Omar Acha que figura en el mismo libro. Pues él parece haber entendido lo mismo que yo [26].
Así las cosas, se me ocurren varios comentarios respecto a esta reflexión final de Aldo. En primer lugar, sin dudas, el planteo es sorpresivo desde el momento que a lo largo del libro el tema no se trata (incluso hasta podría citar frases que apuntan a una concepción opuesta). Ni siquiera aparece algún anticipo en el propio capítulo cuarto; ya que cuando se adentra en la categoría “transición al socialismo” siempre lo hace en su definición clásica (es decir, como el período que se abre a partir del triunfo de la revolución político social -de la toma del poder por parte de las clases oprimidas-) Tan es así, que en ese apartado sus referentes son Marx, Trotsky, Mészáros, incluso Claudio Katz, todos los cuales utilizan la categoría “transición al socialismo” en el sentido clásico, tradicional.
Por tanto, si Aldo cree necesario hacer una revisión tan significativa de la cuestión -adelantando los tiempos de la transición al socialismo al propio período de dominio burgués-, tendría que haberlo hecho de una manera mucho más clara y extensa. No lo puede despachar con unos pocos y crípticos párrafos en las tres últimas páginas. Es como si el libro terminara donde debía haber comenzado.
En cuanto a mi opinión respecto al tema en sí, es poco lo que se puede decir desde el momento que las propias formas de su presentación –tan difusas- condicionan el contenido. Todo queda en el terreno de las conjeturas.
Suponiendo que tanto mi lectura como la de Omar Acha sean correctas (es decir, que Aldo adelanta la “etapa de transición al socialismo” a la propia sociedad capitalista), se me ocurren dos o tres posibilidades.
Por una parte, podría pensarse que él estaría sumándose a una larga lista de teóricos y militantes revolucionarios que, a partir de los noventa, lanzaron la idea de que el cambio social -la superación del capitalismo- se va a producir por un proceso de avances en los “intersticios” del capitalismo, mediante la conformación de prácticas autogestionarias aquí y allá. Son concepciones de un “nuevo anticapitalismo” que se pueden englobar en la idea general del “contrapoder” o “anti-poder” y que argumentan la posibilidad y necesidad de “prefigurar” la sociedad futura en la práctica cotidiana; algo así como un “comunismo aquí y ahora”. Digamos que, con los matices correspondientes, sería parecido a lo sugerido por Holloway hace ya unos cuantos años, o a lo que Negri y Hardt propusieron en “Imperio”.
Sin embargo, hay párrafos del propio libro donde Aldo parecería rechazar esta postura, más propia de un autonomismo “puro” [27]. Por tanto, todo queda bastante empantanado.
Cabe otra posibilidad. Que Aldo no esté pensando en una transición “por abajo” (tal lo señalado en el párrafo anterior), sino que apunte a un proceso “por arriba” (o en una combinación de ambos…). A lo mejor –y sigo conjeturando en función de algunas frases sueltas que aparecen en esas últimas páginas del libro- su opinión es que dado que vivimos una “época de crisis total del capitalismo”, el sistema está tan debilitado que permite fisuras incluso a escala de los Estados-nación. Por tanto se puede dar el caso de que haya países –quizás en zonas con características económicas y políticas muy especiales, tal como para el autor parece ser Latinoamérica- donde podemos encontrar gobiernos que puedan llegar a realizar una metamorfosis en su carácter de clase; es decir, que si bien originalmente sean gobiernos burgueses se transformen, mediante un proceso, en proletarios. ¿Quizás Aldo cree que situaciones como las de Venezuela o Bolivia justifican una visión de este tipo? De nuevo, todo queda en el aire. Pues, en rigor de verdad, Aldo no habla de ningún proceso en particular donde se estaría dando semejante dinámica.
Y esto último también resulta llamativo. Porque si –siempre según el libro- la “época de transición” que estamos viviendo lleva ya varias décadas, tendrían que existir unos cuantos casos de “transiciones” del tipo que Aldo reivindica. En concreto, debería haber países donde la “transición al socialismo” se hubiese producido exitosamente o, al menos, esté en un grado muy avanzado de desarrollo. De tal manera que resulte fácil de observar, lo que permitiría a su vez una discusión mucho más concreta al respecto.
Sin embargo, repito, ejemplos concretos no son mencionados en “Los desafíos…”
1.6. Conclusión
Hasta aquí la crítica al libro “Los desafíos de la transición”. Como creo que ha quedado claro, mi evaluación es contradictoria, con claroscuros. Reivindico su intento de replantear con valentía y profundidad la “estrategia” anticapitalista. De bregar por un marxismo abierto. Incluso en lo que atañe a algunos puntos muy concretos, mi acuerdo es total.
Sin embargo mi oposición a la concepción catastrofista y predeterminista del primer capítulo me obligan a una toma de distancias bastante importante.
Por último, el capítulo final lo considero un falso cierre. Pues plantea la posibilidad de que la etapa de “transición al socialismo” comience dentro del capitalismo; pero lo hace de una manera tan escueta y difusa que impide abordar con claridad un asunto de tamaña trascendencia.
De todas maneras saludo la aparición del texto, pues permite reflexionar y discutir sobre problemas muy serios, importantes y de suma actualidad.
Con estas páginas críticas va mi contribución a tan necesario debate.
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Sí hay, a lo largo del libro, bastantes elementos respecto a la situación en Argentina. Pero ello no soluciona el problema pues allí se deja en claro que el proceso argentino tiene muchas diferencias con el venezolano (visión que comparto…) y las políticas que se proponen para Argentina son muy diferentes a las que el autor de libro y el Frente Popular Darío Santillán (FPDS) proponen para Venezuela.
[7] El punto está desarrollado en el parágrafo “El socialismo que no fue”, del capítulo 4, pp. 71-75
Pero sé que la problemática en cuestión posee múltiples aristas y, además, ocupa un lugar central en la teoría y política marxista. Por tanto ni se me ocurre creer que las pocas cosas que aquí expongo puedan cerrar el debate. Tengo muy presente que la noción de que hay una época de decadencia definitiva –y/o de un “derrumbe”- del capitalismo, fruto de su propia lógica económica, ha gozado (y sigue gozando) de gran predicamento entre los marxistas revolucionarios (es, por ejemplo, algo así como la piedra angular de la construcción teórico-política del trotskismo, corriente a la que pertenecí por años…) Para colmo, hay textos claves de Marx que abonan dicha concepción. Y, lo que es más importante, la propia realidad –es decir, el proceso histórico real y concreto- no ha dado, todavía, su veredicto…
En realidad, allí hay muchísimos más datos que refutan las tesis de que la crisis de los setenta abrió un período de “crisis permanente” o de “estancamiento eterno” de la economía capitalista mundial. Que se pueden complementar con los que Astarita brinda en otro de sus libros: “Valor, mercado mundial y globalización” (Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2004), capítulo 9, p. 269 y ss.
En este punto me interesa sobremanera señalar lo siguiente: considero que Rolo Astarita es, entre los marxistas actuales, el que ha elaborado la crítica más sistemática y coherente a la tesis del “colapso” del capitalismo. Además de los dos libros citados, recuerdo ahora algunos artículos que están en su blog (rolandoastarita.wordpress.com) y que tratan a fondo esta compleja cuestión; a saber: “Colapso final del capitalismo y socialismo” (03/01/2011); “Trotsky, fuerzas productivas y ciencia” (06/01/2011); “Crecimiento, catastrofismo y marxismo en América Latina” (17/11/2010) y “Comentario a un texto de Shaikh” (05/02/2011).
De más está decir, entonces, que el punto de vista que sostengo en este apartado es tributario de la elaboración hecha por Rolo en los últimos años.
[16] Yo encontré comentarios al respecto en tres lugares. Primero, en p. 14. Allí se señala que Margaret Thatcher lanzó su famosa frase “No hay alternativa” y Fukuyama vaticinó “el fin de la historia”. Sin embargo, se replica que la aparición del libro “Más allá del Capital”, en cierta forma le cerró el paso a semejante triunfalismo capitalista y puso las cosas en claro. Una segunda mención se encuentra en p. 27: allí reconoce en cierta forma la “crisis de alternativa” al decir que en la intelectualidad hubo un generalizado repudio al marxismo. Pero trascartón expresa: “felizmente, esa deriva liquidacionista comenzó a ser desafiada hacia fines del siglo XX…”, quitándole hierro al comentario anterior. Por último, retoma el tema en el inicio del capítulo 4, pág 67-68, donde reconoce que hubo “dos o tres décadas durante las cuales la reflexión política y teórica sobre el socialismo languideció hasta casi desaparecer…”; pero esto se estaría superando rápidamente ya que las declaraciones de Hugo Chávez instando a “pensar y luchar por el socialismo del siglo XXI, ha instalado esta cuestión a nivel de masas, y no solo en Venezuela”.
[18] Harvey, luego de decir que “…Cuestionar el futuro del capitalismo como sistema social viable debería estar por tanto en el centro del debate actual” (párrafo citado por el propio Aldo en p.20) remata la reflexión con este otro comentario: “Pero parece que esta discusión no moviliza a mucha gente, ni siquiera en la izquierda..”
Incluso, un poco más adelante, insiste en lo mismo: “….¿Cuáles son las otras soluciones? Desde hace tiempo, hay muchas personas en el mundo que sueñan que se podría definir y alcanzar racionalmente una alternativa a la (ir)racionalidad capitalista, movilizando las pasiones humanas en la búsqueda colectiva de una vida mejor para todos. Estas otras vías, conocidas históricamente con los nombres de socialismo y de comunismo, han sido experimentados en diversos lugares y momentos. En el pasado, como ocurrió en los años 1930, su visión era portadora de esperanza. Pero ambos han perdido su chispa, se los considera inadecuados y han sido abandonados…
(Harvey, “Organizarse para la transición anticapitalista” www.vientosur.info, 2010. Los resaltados son míos, EM)
[24] Tan crucial era el tema para Marx que involucraba en ella su famosa categoría de “dictadura del proletariado” (tema clave y por demás controvertido que, dicho sea de paso, Aldo soslaya en el libro). Puesto que (para Marx) la “dictadura del proletariado” sería parte de la primera fase del socialismo, mientras que en la segunda fase el Estado dejaría de existir.
Y esta cuestión de una “primera fase” o “fase transitoria” es importante en el corpus teórico-político de Marx por otra razón: representaba, quizás, la principal diferencia con Bakunin en particular y el movimiento anarquista en general.
[25] No quiero extenderme en este punto, porque me parece menor. Pero no puedo dejar de hacer mención a Claudio Katz y su libro el “El porvenir del socialismo” (Buenos Aires, Imago Mundi – Herramienta, 2004). Autor y libro que Aldo cita un par de veces en este capítulo. Pues bien, Katz en ese libro utiliza en forma abundante la noción “etapa de transición”. Y lo hace de la manera en que no solo Kautsky sino el grueso del marxismo clásico lo ha venido haciendo hasta ahora.
[26] “El argumento de Casas se puede describir, hasta donde lo entiendo, como el esbozo de una teoría generalizada de la transición. En otras palabras, su propuesta extiende los alcances del planteo original que en Mészáros fue pensado para el período post revolucionario… Al hacerla retroceder hacia el período de dominio y hegemonía capitalistas, Casas se ve lanzado al clásico tema de «qué hacer»…” (Omar Acha, epílogo de “Los desafíos…”, p. 104) (Resaltado mío, EM)