Por “Desde el Sur”
Frente Territorial de Democracia Socialista
El sector rural del poder económico, el arco político macrista y libertarixs de derecha convocaron en estas últimas semanas a distintas iniciativas tales como movilizaciones y banderazos a favor de los accionistas de Vicentín y en contra de la expropiación y el (imaginario y delirante) fantasma del comunismo en el gobierno. Sumado a eso, denuncian una supuesta amenaza a la “libertad de prensa” en medio de un escándalo mediático por la emergencia de evidencias incriminatorias de un entramado de espionaje a cargo de lxs gobernantes del ciclo político anterior.
Es importante tomar nota de este fenómeno porque se trata de una derecha social heteróclita, unida por el espanto gorila, discursivamente confusa pero prepotente, interpelada por discursos nacionalistas, anticomunistas, anti-vacunas o que transmiten expresiones de fundamentalismo religioso respecto a la interrupción voluntaria del embarazo. Lo más novedoso quizás de todo esto sea la frecuencia con la que estxs actorxs vienen ocupando la calle para expresar sus ideas (prácticas que comenzamos a ver en el 2008 a partir del debate sobre la 125). En las manifestaciones de los últimos meses, cuestionan la cuarentena que rige actualmente en plena escalada de la pandemia en AMBA de un modo irresponsable y peligroso, mientras los resortes represivos se ajustan y recrudecen los controles en las zonas más vulnerables ante transgresiones del confinamiento por cuestiones insignificantes.
Lxs trabajadorxs (tomando la categoría amplia que utilizan los feminismos) se encuentran atravesadxs por su fragmentación, trabajos de reproducción sin reconocimiento, despidos, recorte salariales, retroceso en derechos conquistados, cotidianidades endeudadas y condiciones de vida cada vez más precarias y empobrecidas. A pesar de que la pandemia expuso lo destructivas que son las políticas de austeridad y lo peligroso que es el avance del poder económico en las decisiones del Estado, los grandes grupos empresarixs siguen siendo lxs que menos esfuerzo hacen: cobran el ATP, bajan o suspenden salarios, despiden numerosxs empleadxs, especulan con los precios de los alimentos; mientras que se les pide más esfuerzo, paciencia y solidaridad a lxs trabajadorxs que se encuentran en los límites de esta sociedad desigual, muchxs de ellxs esenciales en la medida en que sostienen vidas en condiciones de precariedad y llevan a cabo labores sin las cuales la reproducción social como tal no sería viable en estos tiempos de pandemia.
La crisis social, sanitaria, económica y de cuidados golpea con mayor fuerza en los sectores populares, pero pese a la desigualdad y el empobrecimiento de miles, también crecen las redes de solidaridad y auto-organización y adquieren mayor peso e injerencia en la agenda pública los movimientos sociales. En el escenario actual, a los problemas estructurales históricos de la feminización y no reconocimiento de las tareas de cuidado se suma la vulnerabilidad que atraviesan trabajadorxs esenciales precarizadxs. Los comedores comunitarios y ollas populares levantadas en las barriadas fueron la herramienta y columna vertebral para que miles de familias pudieran tener un plato de comida.
Hoy en día se duplicó y hasta triplicó la demanda en los comedores comunitarios, llegando a repartir entre 100 y 1000 viandas. Quienes sostienen los comedores en su mayoría son mujeres: son ellas quienes cortan y pelan alimentos a mano, levantan ollas con agua hirviendo, lavan, limpian y también cuidan a quienes asisten a los comedores y en sus casas. No tienen instrumentos acordes para estas tareas. Al ser un trabajo no reconocido no cuentan con ART para sostener gastos de salud en caso de ser necesario. Trabajos de este tipo generan a largo plazo reuma, tendinitis, problemas de ciático, varices, entre otras enfermedades. Mantener regularmente este tipo de actividades en medio del alza de la circulación social del virus conlleva una exposición mayor al contagio y la muerte. Varixs referentes de distintos movimientos murieron siendo protagonistas de estas redes de interdependencia y cuidado.
A nivel nacional existen políticas públicas orientadas a sostener comedores comunitarios a través del financiamiento de mercadería y otros gastos generales, pero del presupuesto total, el 90% va dirigido a las grandes empresas de alimentos, y las compañeras que ponen el cuerpo y llevan adelante estas políticas públicas no cuentan con un salario o reconocimiento por su trabajo, lo único que se llevan es un tupper de comida, igual que las personas que asisten a buscar las raciones. Mientras una derecha social variopinta se moviliza para defender una empresa emblema del desfalco, la evasión y los negociados que constituye un robo para las mayorías y agita la apertura de “los mercados” para relanzar la acumulación mediante la explotación, las trabajadoras esenciales de los comedores laburan por un plato de comida para su familia.
En CABA varios movimientos sociales lanzaron la campaña “Somos esenciales”, visibilizando y difundiendo este enorme trabajo en promoción de salud, acompañamiento contra la violencia machista y toda esa amplia red comunitaria cuya vitalidad resulta imprescindible para los barrios. Reclaman un fondo de emergencia y recursos para el reconocimiento de un trabajo que el Estado no cumple hace ya muchísimos años. Sin la organización y lucha comunitaria, no se hubiesen podido llevar adelante las medidas de prevención necesarias y la situación en villas y asentamientos sería aún mucho más calamitosa de lo que ya es.
Entonces, si los sectores del establishment no fueron declarados esenciales cuando se decidió privilegiar el cuidado de la vida, ¿son necesarios para el sostenimiento de las vidas de las mayorías? ¿Será posible continuar con el ritmo habitual pre-pandemia de depredación, daño y destrucción de nuestro medio ambiente? ¿Quiénes mueven realmente la economía? Si se derivan recursos para que los mercados se recuperen, será a costa de explotar fuerza de trabajo hoy atravesada por una gran fragilidad e inestabilidad. Ahora más que nunca es necesario preguntarnos: ¿qué se prioriza a la hora de pensar el destino de los recursos del Estado? En una sociedad que precariza todos los ámbitos de nuestras vidas, para partir de un piso más justo para todxs, necesitamos que se lleven adelante medidas que colaboren a fortalecer la lucha de quienes habitan en los márgenes. Al atravesar la desagradable experiencia de la pandemia, debe quedarnos claro que la urgencia de destinar recursos a sectores sociales implica pensar presupuestos enfocados en los cuidados, que contribuyan a la ampliación de derechos sociales. Nos toca re-pensar quienes tienen que “hacer un esfuerzo” y de dónde deben salir los recursos para hacer frente a una crisis mundial de una magnitud inusitada. Un pequeño paso en ese horizonte es revalorizar tareas como las de los comedores.
Para un Estado endeudado como el que nos legó el macrismo en el poder, esto significa concretamente avanzar en tocar algunos intereses e implementar algunas medidas de urgencia como evaluar la legitimidad de pagar la deuda, instaurar un impuesto permanente a las grandes fortunas, poner un freno a la renta del agronegocio y la especulación inmobiliaria que impacta en el acceso justo a la vivienda, entre otras. Se trata de algunas tentativas básicas, necesarias e insuficientes para redistribuir mínimamente el impacto de la crisis. Sin embargo, la derecha más retrógrada sale a la calle y amenaza parar el país si las políticas que se llevan adelante tocan sus millonarios intereses.
El proyecto de un sector del oficialismo del impuesto a las grandes fortunas se viene aplazando sistemáticamente y los gestos de moderación del gobierno no permiten augurar una agenda progresiva en materia político-económica para las amplias mayorías. Para torcer este curso de las cosas y pugnar por la puesta en marcha de medidas como las que mencionamos, es necesaria la articulación de la multiplicidad de luchas que hoy se encuentran en el campo social para dar las batallas necesarias en el campo politico e ideológico. El trabajo en comedores populares, así como las diferentes redes comunitarias y movimientos feministas revelan que nos necesitamos para sobrevivir y que no podemos volver a pagar las crisis de quienes nos precarizan. Contra las ganancias de unxs pocxs que explotan el trabajo ajeno, recuperar la vasta experiencia teórica y práctica de los feminismos en torno a los cuidados y la revalorización de trabajos esenciales para el sostenimiento de nuestras vidas, puede ayudarnos a recalibrar nuevas perspectivas para intervenir en el conflicto social.