ideas de izquierda
Agustín Santella
En Ideas de izquierda número 2 Juan Dal Maso ejerce una afinada crítica de izquierda al libro de Aricó particularmente a su gramscianismo. La intervención de Aricó y los “gramscianos argentinos” hacia los ochenta acentúan una lectura politicista y gradualista de la hegemonía. Según ésta la hegemonía refiere a un proceso político afincado fundamentalmente en el Estado reformista convirtiéndose así en una nueva agencia transformadora. Las limitaciones que este Estado encuentra en el poder de las clases sociales no son tenidas en cuenta. La hegemonía pasa a sostener en la voluntad política, en la capacidad de nuevas formas institucionales que regulen la economía de modo más igualitario. También los kirchneristas gramscianos retoman la tesis según la cual hegemonía significa que la política se impone a la economía, la política se expresa en el estado. Así un Estado democrático se enfrenta a los grupos económicos. Aquí el Estado y la hegemonía son procesos desconectados de las clases sociales. La crítica de esta ilusión es acertada. En Gramsci la hegemonía es un momento político en el que las clases fundamentales ejercen la dirección a través del Estado convirtiendo su interés particular en universal.
Por otro lado sin embargo Dal Maso no da cuenta de las críticas gramscianas al derrumbismo. Así como la crítica del derrumbismo no puede conducir al gradualismo, la crítica del gradualismo no puede conducir al derrumbismo. En este punto las intervenciones de Aricó en los años ochenta fueron precedidas por los gramscianos argentinos en los años setenta. En efecto si repasamos los textos de Pasado y Presente encontramos una combinación de crítica al derrumbismo en una teoría revolucionaria afincada en las relaciones de poder entre las clases atendiendo a las expresiones superestructurales del Estado. Dal Maso retoma la tesis andersoniana según la cual Trotski le copia a Gramsci la intuición respecto del cambio estratégico en occidente. Añade luego que los gramscianos hacen de la guerra de posición una estrategia que conduce a la revolución pasiva transformista, en definitiva esencialmente reformista. Pero permanecen sin considerarse las implicancias de la intuición de Lenin y Trotski retomada por Gramsci: no se puede repetir el modelo ruso. Por eso no alcanza con recordar que Gramsci se copió o mal recordó las resoluciones propuestas por Trotski en la III internacional, que por tanto son injustificadas sus críticas en los Cuadernos de la cárcel. Lo que permanece en discusión es el análisis del cambio de las consideraciones estratégicas según la experiencia histórica del capitalismo y las luchas de clases posteriores a la Revolución soviética en Rusia. Anderson sostuvo esta simpatía Gramsci-Trotski en las conclusiones de las Antinomias de Gramsci, pero también retomó las preguntas sobre estos cambios estratégicos en las conclusiones de Consideraciones sobre el marxismo occidental.
En este sentido difiero también con las conclusiones de Fernando Aizicson en el número 1 de la misma revista, quien sugiere que la salida andersoniana a la parálisis política thompsoniana pasa por retomar el marxismo político de Trotski, Mandel y Deutscher. Particularmente Trotski, se sostiene, permite revincularse con un marxismo estratégico. En otro lugar hemos iniciado una crítica a esta interpretación idealista de la estrategia. El marxismo estratégico se forja en las batallas estratégicas. Metodológicamente Trotski permanece más allá de las limitaciones de su estrategia, la cual se ha limitado a una experiencia histórica repitiendo el modelo ruso y las condiciones estructurales que explican la revolución rusa. En este punto las recomendaciones para el análisis estratégico de Gramsci no pueden ocultar una regresión al modelo ruso porque esto paga el precio de la ceguera del cambio de circunstancias y entendimiento de la práctica. Las conclusiones de Consideraciones formulan una serie de preguntas. “¿Qué tipo de estrategia revolucionaria puede derrocar esta forma histórica de estado, tan distinta de la de la Rusia zarista? Después de ella, ¿Cuáles serían las formas institucionales de la democracia socialista en Occidente? La teoría marxista apenas ha abordado estos tres temas en sus interconexiones” (p. 128). Anderson formula más preguntas fundamentales: sobre el nacionalismo, imperialismo, capitalismo contemporáneo y crisis, sobre revoluciones sin democracia proletaria en la periferia. Algo se avanzó en las resoluciones del congreso mundial de la Cuarta internacional de 1979.
No obstante el curso posterior infringe un retroceso que hace más difícil una resolución práctica de estos problemas. La revolución nicaragüense en esos años culmina en derrota diez años después junto con el derrumbe del socialismo burocratizado. Al mismo tiempo se consolida por fuera del capitalismo central la democracia capitalista con relativas libertades y desarrollo de las fuerzas productivas. Estos parámetros básicos deben tomarse en cuenta en los marcos estratégicos para el corto plazo. Todavía permanecemos en la crisis de alternativa producto de los cambios de los años setenta y ochenta. La alternativa socialista hoy parte como una respuesta a condiciones distintas. Implica necesariamente por un lado la profundización de la democracia. Por otro lado no es una respuesta lineal al empobrecimiento de las masas sino como una protesta a la crisis del desarrollo capitalista, a lo que provoca en términos de alienación, violencia humana y material contra la naturaleza. Esta alternativa va creciendo como forma de conciencia de las clases subalternas, pero es importante que la izquierda organizada se apropie de este programa para que efectivamente sea una alternativa de poder. Revertir esta crisis de alternativa tampoco pasa por recluirse a un ilusorio espacio social no político o no partidario. Las relaciones sociales son económicas, políticas e ideológicas, se producen en los lugares de trabajo, escuelas, instituciones, medios de comunicación. Una alternativa surge de las contradicciones de sujetos reales que viven en estas relaciones.