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¡Desarrolladorxs y hackers del mundo, uníos! Potencialidades y limitaciones del software libre 2

En 1971 fue creado el primer microprocesador, el Intel 4004, con una tecnología que abrió la puerta al desarrollo de las primeras computadoras personales tal como las conocemos, acercando la computación y la informática cada vez más al usuario doméstico. Sin embargo, todo esto sería anecdótico sin la aparición de los primeros programas informáticos que, utilizando las cada vez mayores capacidades de procesamiento y almacenamiento de información de las computadoras, brindarían más y más usos a las mismas. El software (el soporte lógico del sistema informático) llegó a tener un impacto aún mayor que el hardware, llegando a ser a veces determinante para la supervivencia de uno u otro dispositivo informático.

El código fuente (el conjunto de instrucciones que indica a la computadora los pasos a seguir para ejecutar un programa) se volvió no solo un producto en sí, sino también un medio de producción de muchos otros. Así aparecieron softwares para la creación y producción musical, procesadores de texto que permitían escribir con más comodidad que en las máquinas de escribir (luego se sumaron las impresoras hogareñas que permitían pasar al papel esas obras, cual pequeñas imprentas), otros capaces de crear animaciones o editar películas, videojuegos y muchas aplicaciones más. Esto no solo implicó una revolución en la producción de obras culturales sino que hoy en día la producción de casi cualquier bien se encuentra mediada por sistemas informáticos, en lo que constituye una nueva revolución industrial.

Detrás de los mayores avances de software, por supuesto, se encontraban técnicxs y trabajadorxs, muchos de ellos con fuertes inquietudes sociales, que supieron ver las grandes posibilidades implícitas en esos desarrollos que brindaban un mayor y más equitativo acceso a la información, permitían la comunicación libre entre personas y facilitaban la vida al hacerse cargo de muchas de las tareas más tediosas y repetitivas.

Muchos de estos productos revolucionarios nacieron de la investigación pública en las universidades, desarrollados en un trabajo colaborativo entre profesorxs y estudiantes. Pero luego fueron apropiados por distintas empresas que, ante la masificación de la computación, comenzaron a idear trabas tanto legales como técnicas para su uso libre, en forma de patentes, Digital Rights Magnament (DRM) -tecnologías de control de acceso usadas por editoriales y titulares de derechos de autor para limitar el uso de medios o dispositivos digitales- y demás medidas para ocultar el código y limitar las libertades de lxs usuarixs y programadorxs para apropiarse de ese software que no era más que el producto del trabajo colectivo y el conocimiento social. Estas tecnologías no solo limitaban las libertades de sus usuarixs sino también la de lxs desarrolladorxs, coartando la innovación al cercenar las posibilidades para estudiar y comprender los programas y tendiendo a limitar la investigación y el desarrollo sólo a aquellas áreas que generan ganancias en vez de enfocarse en las más útiles y necesarias. Así fueron abortados cientos de proyectos tan novedosos como superiores tecnológicamente por el sólo hecho de no ser rentables o porque su difusión hubiera implicado desactivar algunos negocios millonarios.

A mediados de los 80 esta situación llevó a que muchos desarrolladores y entusiastas de la informática fundaran el movimiento del software libre (SL). Este movimiento tenía y tiene como principal objetivo la libertad de uso, no solo en el sentido de la ejecución clásica del programa sino de usarlo de formas novedosas, incluso algunas para las que no fue pensado originalmente. Esto también comprende el conocimiento del software, la capacidad de los usuarios de entender el funcionamiento del mismo. Para cumplir con ambos objetivos hace falta un software “transparente”, que deje su código fuente libre para que cualquiera pueda leerlo y modificarlo, si tiene los conocimientos técnicos suficientes.

El movimiento puede ser sintetizado en las llamadas Cuatro libertades: La de ejecutar el programa como se desee y con cualquier propósito, la de estudiar cómo funciona el programa y cambiarlo para hacer lo que se quiera, la de redistribuir copias para ayudar a otros a hacer lo mismo y la de distribuir incluso copias de las versiones modificadas. Las Cuatro libertades buscan que toda la comunidad se beneficie con las modificaciones.

Por supuesto, para avanzar con esta lógica es imprescindible la subversión de los derechos de autor, para lo que en un momento se difundió el llamado Copyleft (por oposición al Copyright), un sistema que mediante la creación de licencias libres logra que los mismos mecanismos legales instaurados para limitar la circulación del software sean los que eviten la apropiación y patentamiento del SL con fines comerciales y la privatización del trabajo ajeno para beneficio de una empresa. La primera de estas licencias libres fue la GNU General Public License, o GPL, creada por la Free Software Fundation para proteger sus creaciones liberadas sin restringir las libertades de los usuarios, o de quien quisiera modificarlas, pero evitando que esos softwares derivados del trabajo común se patenten bajo una licencia privativa. Si bien el concepto del copyleft tiene un sentido subversivo al dar vuelta el concepto de derechos de autor y de patentamiento, cuestionando de forma simbólica el sistema entero de propiedad privada, no deja de ser un parche o reforma que no implica en sí una ruptura con la lógica capitalista, aunque dota al SL de una potencialidad enorme.

Otro de los elementos progresivos de este movimiento fue la aparición de comunidades de desarrolladores que producían software sin interés lucrativo, solo por el placer y la necesidad de resolver distintos problemas. Estas comunidades realizan los proyectos de forma cooperativa y bajo una organización democrática y horizontal, donde cada miembro puede participar de las discusiones sobre el camino que debe tomar cada proyecto y cada funcionalidad. Esta organización incluso permite barrer con falsas divisiones nacionales, ya que en pueden participar personas de los más diversos puntos del planeta.

Esta forma de producir software es llamada “el bazar”, por oposición a “la catedral” que es el modo elitista, hermético y vertical bajo el que se produce el software privativo. Podemos pensar que estas comunidades son al trabajo informático lo que las cooperativas obreras y campesinas a otros campos de la producción: espacios donde se disputa la lógica capitalista demostrando que otra forma de organización del trabajo no sólo es posible sino incluso más eficiente, al tiempo que funcionan como prefiguración de una sociedad no capitalista. De paso, los bazares desmienten la vieja premisa según la cual el avance y la innovación tecnológica solo aparecen incentivadas por un afán egoísta de lucro y ganancia individual, contraponiéndole una lógica altruista y desinteresada (aunque no deja de ser cierto que el software libre también puede generar ganancias).

Pero no hay que ser ingenuos: el movimiento del software libre tiene enormes potencialidades al tiempo que fuertes limitaciones. Muchas de éstas últimas se derivan de una usual falta de posicionamiento político nacida de una concepción estrecha que cree que el problema social puede ser resuelto pura y exclusivamente en el ámbito de la producción de programas no privativos. Esto se debe a que nunca se planteó el problema de la limitación de los usuarios como lo que verdaderamente es: una consecuencia del propio capitalismo. En el mejor de los casos, las grandes figuras del movimiento solo se han planteado el problema en términos de competencia, denunciando la responsabilidad de monopolios como Microsoft y proponiendo tibias reformas. Esta falta de horizonte político hace que el noble objetivo del software libre resulte incumplible dentro de los límites del propio sistema, lo que queda demostrado en la práctica.

El capitalismo ha ido fagocitando al software libre, como hizo previamente con tantas otras cosas, entre ellas muchos nobles movimientos sociales sesentistas que combatían las distintas opresiones por separado, incapaces de entenderlas como parte de un sistema de opresión. Así los monopolios, lejos de verse afectados por la aparición del software libre, aparecen como cada vez más beneficiados por su desarrollo. Microsoft, por ejemplo, utiliza cada vez más proyectos de software libre en su propio beneficio, como Google utilizó a Linux para su sistema operativo móvil Android (hoy el más utilizado en los teléfonos móviles de las grandes compañías). Las megacorporaciones ya no necesitan producir sus propios sistemas operativos y recurren a la comunidad de software libre como mano de obra barata. Otra vez un movimiento que se planteaba como alternativa, resulta cooptado por un sistema extremadamente capaz de reabsorber los contenidos subversivos y de reducirlos a versiones inofensivas y hasta beneficiosas para sí mismo, aprovechando de paso el discurso libertario para un lavado de cara. Así fueron capturadas también algunas demandas del movimiento LGBT o del ecologismo para producir capitalismos “rosas” o “verdes” que se benefician publicitando una supuesta apertura e inclusión mientras que, por supuesto, deja sin resolver los más graves problemas ambientales o de inclusión real.

Por ello es necesario plantear el problema en profundidad, asumiendo que el cumplimiento de nuestros ideales de libertad de software e información sólo será posible en el marco de un proyecto superador de la sociedad actual, no sólo por fuera de los límites del capital sino en abierta ruptura revolucionaria con el mismo. Esto no implica despreciar los esfuerzos de desarrollo del software libre. Se trata de una apuesta positiva y necesaria que necesita redefinir su rol en el marco de una lucha mucho más abarcativa.

Un buen paso en esa dirección es la licencia de producción de pares que, a diferencia de la GPL, se plantea restringir de alguna forma el uso comercial del software por parte de las empresas, prohibiendo su uso comercial cuando la entidad explota trabajadores y obtiene ganancias de la extracción de plusvalía. De acuerdo a esta licencia, solo se permiten las ganancias para de cooperativas de trabajadores o asociaciones de obreros autogestionarios, y siempre y cuando el excedente obtenido por el uso comercial de los programas sea repartido de forma equitativa. Así, esta licencia permite marcar un fuerte carácter de clase y sienta una clara posición política, un paso necesario pero no suficiente si tenemos en cuenta el largo camino por recorrer hasta un movimiento sofware librista que realmente cuestione y se enfrente a las gigantes tecnológicas.

Parafraseando a Marx… ¡Desarrolladores y hackers del mundo uníos!