El siguiente texto es el apéndice de un texto mayor de Omar Acha – La “secta” como concepto problemático en la cultura política de la izquierda: notas para una exploración – que puede leerse completo aquí.

Omar Acha

El ensayo de Hal Draper de 1971 sobre la construcción de un “nuevo camino” que evadiera la tendencia a construir “microsectas” partía de una valorización de las concepciones organizativas de Marx después de 1850, momento en que se disolvió la Liga Comunista. Jamás Marx retornaría al intento de constituir un grupo minoritario. En cambio, años más tarde colaboraría en la forja de la Internacional, una organización carente de la pretensión de unidad ideológica y rigurosidad institucional. Por cierto que no estaba en sus protocolos ser “marxista” ni atenerse a ninguna programática precisa, salvo la de propender a la auto-organización de la clase trabajadora. A la vez, Draper señala que un déficit de esa manera de encarar la construcción del “movimiento” –manifiestamente contraria a cualquier “sectarismo”– fue su incapacidad de edificar un “centro político” que permitiera orientar la acción. De allí concluyó que la vía alternativa consistía en construir un “partido” que no deviniera en “secta”.

La “secta” según Draper se sitúa sobre la clase obrera y descansa en una pequeña base sociológica. Desde allí envía activistas para influenciar y aleccionar a la clase. Su objetivo es “ganar” miembros para la “secta”. Una estrategia distinta consiste en el crecimiento a través de la fusión de varias “sectas”. Antes que, como quería Marx para la Internacional, aportar a la auto-emancipación organizada de las masas trabajadoras, la “secta” pretende que se cumplan todos los puntos de su Programa. La “secta” actúa como si ya fuera un partido de masas. Lo mismo sucede con sus periódicos “obreros”, que si no son cotidianos pueden ser semanales, quincenales o mensuales, aunque se consideran publicaciones “para las masas”. La escala minúscula torna al núcleo en ritualista, henchido de declaraciones “revolucionarias”, en las que el aislamiento de la clase que dice representar se revierte en contención emocional e ideológica.

Draper planteó el problema del Partido Bolchevique, pues su orientador Lenin es usualmente concebido como un “sectario”, un denostador incansable de “desviaciones”. El problema con esa imagen es que a la vez Lenin condujo a una organización hacia la acción revolucionaria efectiva. Según Draper, el Partido Bolchevique logró su significación histórica pues nunca se propuso transitar el camino desde la “microsecta” al partido de masas. Antes que un grupo cerrado sobre una idea preconcebida se estructuró hacia la intervención en el movimiento de la clase trabajadora y constituyó un “centro político”, una referencia propagandística donde nutrirse de debates y esclarecimientos sobre qué hacer (y no un grupo cerrado, juramentado, que se experimenta en oposición al afuera): el periódico Iskra. La tendencia leninista era nítida en sus ideas pero respecto de la política y la clase obrera fue flexible, percibió las complejidades de la acción. Por otra parte, Draper considera la incidencia de las condiciones de clandestinidad en que tuvo que actuar, por lo cual sus circunstancias no deberían ser universalizadas. Ni los bolcheviques, ni los mencheviques, constituyeron “sectas” que disputaban sus miembros. Eran centros políticos, núcleos de propaganda. La creencia de que el tipo bolchevique de partido era una “secta” se consolidó con los llamados “21 Puntos” para la “bolchevización” de los partidos revolucionarios (1920) y alcanzó su clímax en el llamado Tercer Periodo del Comintern (1928-1935). Los partidos debían actuar con una fórmula predefinida y forzar su inserción en una clase trabajadora que suponían liderar. En cambio, Trotsky intentó evadir esa línea en la Oposición de Izquierda, para derivar en opciones también sectarias tras su derrota política en la URSS.

De acuerdo a Draper la vía adecuada para eludir el devenir “sectario” consistía en construir centros políticos de propaganda –publicaciones y cuadros activistas que explicaran ideas, posiciones–coadyuvantes a la forja un futuro partido socialista revolucionario; no debía construirse mini-partidos que inexorablemente se convertían en “sectas”.

Otra intervención sobre el problema de los grupúsculos revolucionarios (rackets) fue objeto en la misma época del texto de Draper: en una carta de 1969 Jacques Camatte y Gianni Collu reflexionaron sobre las tendencias a la oposición particularista de núcleos del activismo. Lo hicieron en una línea de pensamiento distinta a la vista en los párrafos precedentes; pues si Draper pensó la cuestión en términos de intereses y formas, Camatte/Collu lo formularon según una argumentación sostenida en la crítica marxista de la lógica del capital. En verdad desde el análisis de Camatte/Collu el razonamiento draperiano aparece como preso de una noción de relaciones sociales previas a la imposición de dicha lógica, una sociabilidad de “circulación mercantil simple” en que la política se esfuerza por subsanar los desfasajes en los intercambios. Por el contrario, el enfoque sobre una lógica social incorpora al proletariado antes pensado como exterior y enfrentado a la burguesía. La forma-grupo minoritaria es en parte el resultado de la integración de la clase obrera al capitalismo, eliminando la esperanza antes vista del pasaje de la “secta” al “movimiento de clase”.

Para Camatte/Collu la imposición del orden mercantil capitalista, ese “fetichismo” que hace a los individuos enfrentarse como objetos intercambiables (y por ende antagónicos) no exime a los capitalistas ni a los grupos revolucionarios. Puesto que el capital ha neutralizado a la clase obrera, y aún al marxismo, los sectores revolucionarios devienen “bandas” –Camatte/Collu no utilizan el término “secta” sino para referir a la época de Marx– enfrentadas con similares peroratas en una competencia “obscena” que, sin embargo, no las distingue en su ser (“on a les ban­des qui s’af­fron­tent en une con­cur­rence obscène, véri­ta­bles ra­ckets rivaux dans le ba­var­d­a­ge mais iden­ti­ques dans leur être”).

Así las cosas cada grupo (“bande”) se constituye como núcleo dual donde un jefe comanda una comunidad forjada como sujeto frente a un exterior objetivo. E intenta –a través de sus revistas, volantes y acciones– captar los individuos externos a su programa. Les promete integrarse en las jerarquías de la clique, y reproduce con ello una forma psicológica propia de la sociedad capitalista. El individuo se identifica con el grupo y se opone a la realidad que dice transformar. La fuerza identificatoria depende de las “diferencias” entre grupúsculos, los que ingresan en una confrontación de “prestigios” y particiones incesantes. Separado de la clase (como recordé, también incorporada por el capital como “fuerza de trabajo”), el grupo deviene especulativo, basa su posición en la ostentación de sapiencia teórica de la que presume evidentes derivaciones prácticas. Y tal como en la empresa privada la disidencia amenaza con poner en la calle al disidente, lo mismo sucede con los debates reales en el grupo. El discutidor es un traidor o un débil ideológico.

La dinámica de los grupos pequeños no hace para Camatte/Collu sino reproducir en el plano “político” la separación capitalista-fetichista entre individuo y sociedad. La “banda política” es una “comunidad ilusoria” en tanto forma de sociedad. No sucede entonces que “la emancipación de los trabajadores será la obra de los trabajadores mismos”, sino que dependerá de la prolongación del grupo al todo social. Mas sucede que las rackets o bandas son el modo en que se gestionan detalles de la dominación del capital; por ejemplo, las bandas también están en el Estado y en las grandes empresas capitalistas. Ellas no son el principio explicativo sino la manifestación de una lógica objetiva. La crítica de las bandas es una crítica del capital. Pero de allí también se deriva la crítica de los grupúsculos de la izquierda “revolucionaria”.

En eso sí como Draper, Camatte/Collu recuperan entonces al Marx posterior a la ruptura de 1850 con la Liga de los Comunistas. Es imprescindible evitar toda formación de grupúsculos, el comunismo solo puede ser el auto-movimiento de la clase obrera real, sin pedagogismos. Para Marx la noción de una “conciencia” advenida al proletariado desde el “exterior” –una “vanguardia”– no constituía un problema real. Refiriendo a Rosa Luxemburg, Camatte/Collu destacan que solo “la creatividad de las masas” puede acometer su propia emancipación.

Posteriores aclaraciones de Camatte destacaron que el análisis recién reseñado en modo alguno pretende disolver los grupos para recalar en una especie de individualismo crítico de corte stirneriano, ni es “antiorganizacional”. La postura de Marx en la Internacional –otra vez como Draper– es la brújula para una época en que el lazo social capitalista no opera de la misma manera, y donde la clase obrera ya no puede ser pensada como sujeto esencial destinado a cumplir inexorablemente una vocación revolucionaria.

Una importante cantera de conceptos se vincula con los brevemente comentados textos de Draper y Camatte/Collu. Son escritos políticos que no pretenden realizar una revisión conceptual e histórica detallada. Lo que está en disputa en ellos es la universalidad de la forma-partido heredada del ciclo leninista, o más bien el modo en que se impuso tras la estalinización del comunismo, y de las formas reflejas que adoptó en otras líneas de la izquierda que incluso debatieron –e incluso combatieron– con el estalinismo (por ejemplo el trotskismo y el maoísmo). Pero también la concepción del sujeto revolucionario, de la función de la organización política, entre otros. Sobre todo desde el análisis de Camatte/Collu la problemática de los grupos pequeños es inscripto en la realidad social capitalista y no recluida en un sótano religioso. Por ende provee algunas indicaciones –todavía balbuceantes– sobre el dilema de la práctica revolucionaria en la sociedad capitalista avanzada.