Daniel Pereyra
A 30 años de su muerte, la figura de Ernesto Che Guevara conserva una vigencia extraordinaria. Sus características de revolucionario militante, de firme internacionalista, de ejemplo de ética, de valor hasta la entrega de la propia vida hacen fácilmente comprensible esa vigencia. En América Latina las implicaciones de su accionar han dejado unas huellas imborrables, en la medida que su ejemplo fue seguido por miles y miles de revolucionarios a lo largo y lo ancho del continente que se identificaron con su accionar.
En la década de los 50, cuando las dictaduras mi litares inspiradas por Estados Unidos liquidaban a los débiles gobiernos que intentaban frenar con tímidas reformas la ofensiva imperialista, el triunfo de la revolución cubana significó una sacudida para toda la gente de izquierda, antimperialista o simplemente defensora de los derechos humanos. La reforma agraria, la expropiación de la propiedad norteamericana, la defensa de la soberanía nacional y ante todo, la victoria sobre el Ejército del dictador Fulgencio Batista, se constituyeron de inmediato y por la vía del ejemplo en objetivo alcanzable para los luchadores latinoamericanos.
Es muy difícil describir la tremenda ola de entusiasmo que la entrada de los revolucionarios cubanos en La Habana provocó en todo el continente y la amplia corriente de solidaridad que generó su enfrentamiento con el coloso yankee. Y desde los primeros momentos el Che fue visualizado como uno de los símbolos de la Revolución, como líder guerrillero y combatiente internacionalista.
Reformismo y populismo
La realidad de la revolución triunfante chocó abruptamente con la teoría y la práctica de la izquierda en América Latina. Varios gobiernos populistas que contaban con amplio respaldo popular, habían sido derrocados por golpes de estado dando paso a regímenes dictatoriales que derogaron las legislaciones progresistas existentes y liquidaron las libertades democráticas. Y esos golpes no fueron resistidos, ni por los propios partidarios de los gobiernos derrocados ni por las fuerzas de la izquierda existentes, salvo contadas excepciones.
El conjunto de la izquierda estaba muy lejos de plantearse la cuestión del poder y la lucha por el socialismo sólo figuraba en sus programas a título declarativo. Los partidos comunistas apuntaban a la concreción de frentes con sectores progresistas de las burguesías nacionales para arribar a una primera etapa en la que se alcanzarían objetivos democráticos, lo que se traducía en la práctica política en una abierta colaboración de clases. Otras organizaciones, como los partidos socialistas y populistas, buscaban mucho más pactar con los gobiernos de turno que alentar una lucha liberadora.
En el movimiento sindical, estas organizaciones se caracterizaban por una línea de acuerdos con la patronal y por su gestión burocrática ajena a las necesidades de las bases. En todos estos partidos y movimientos existían sectores descontentos con la política de sus direcciones, pero por su debilidad y aislamiento, no llegaban a concretar una vía distinta de actuación.
La revolución cubana y las propuestas del Che plantearon el reto: era posible la resistencia y la lucha revolucionaria. Una profunda crisis se instaló en el movimiento político latinoamericano y comenzaron a surgir núcleos en todos los partidos de izquierda o populistas que se plantearon organizarse para llevar adelante las propuestas guevaristas. En 1959 aparecieron los primeros focos guerrilleros.
La doctrina revolucionaria del Che y su aplicación en América Latina
La aparición de su libro La guerra de guerrillas, dio las bases para una polémica que en gran parte sigue vigente. En ese texto se sostienen tres principios fundamentales del pensamiento guevarista y a los cuales el Che fue fiel hasta su muerte:
– que las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el Ejército;
– que no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución, que el foco insurreccional puede crearlas;
– que en la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.
Pero además el Che sostenía otras cosas fundamentales:
– La necesidad de que la lucha revolucionaria fuera internacional, creando “varios Vietnam” en diversas partes del mundo. A partir de 1964 el Che abandona todos sus cargos en Cuba y combate en la guerrilla congoleña y boliviana poniendo en práctica el internacionalismo militante.
– La imposibilidad de que las burguesías nacionales de América Latina cumplieran un papel revolucionario. Dicho con sus palabras “Las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución”.
– El rechazo explícito a la teoría de la coexistencia pacífica impulsada por la burocracia soviética, enfrentada con el desarrollo de una revolución a escala mundial.
– Su concepción de la necesidad de un hombre nuevo, solidario, no alienado, profundamente humanista.
El rechazo de los estímulos materiales como fórmula absoluta para la construcción de la economía socialista.
Todos estos elementos contribuyeron a la formación de la corriente guevarista, y a una oposición a la vieja izquierda que hasta ese momento no había cosechado más que derrotas. La polémica surgió en el conjunto de las organizaciones populistas y de izquierda y rápidamente se polarizó. Y eso fue facilitado porque muchos tomaron sólo los aspectos más simples del esquema: se opuso lucha armada a lucha política, caricaturizando ambos extremos; se combatió la forma de organización política, atribuyéndole las deficiencias de los partidos existentes; y se intentó devaluar las luchas tradicionales de las masas -huelgas, manifestaciones- como formas perimidas de lucha. Se asimiló foco guerrillero –entendido como grupo aislado en la montaña- con lucha armada. Se opuso la lucha guerrillera a las formas insurreccionales de masas, sin recordar que en Cuba el golpe de gracia a la dictadura, llamada por Fidel, fue la huelga general unida al avance militar de la guerrilla.
La propia historia de la revolución cubana, con sus luchas urbanas, resistencia clandestina y huelgas generales fue pasada por alto. Indudablemente que los cubanos y el Che tuvieron responsabilidad en esas simplificaciones, ya que se creó un clima por el cual quien no empuñaba las armas no era revolucionario y se potenció al extremo el valor del foco. Pero tanta o más responsabilidad les cabe a quienes se opusieron frontalmente a los guevaristas, a quienes los tildaron de “aventureros pequeño-burgueses”, -como ocurrió desde algunas organizaciones trotskistas-, a quienes les negaron el carácter de revolucionarios y en no pocas ocasiones desde otros sectores les acusaron de agentes de la CÍA. No se intentó en absoluto sintetizar las posiciones enfrentadas.
La oposición armada a las dictaduras, como parte de la resistencia política popular, fue rechazada y saboteada. Incluso la preparación de las organizaciones para ese tipo de lucha fue desestimada o reducida a niveles testimoniales, relegando para el momento de la insurrección de masas cualquier tipo de acción armada.
Sin embargo el pensamiento de Guevara iba más allá de la simple construcción de un foco guerrillero. Sus intentos conocidos lo demuestran. ¿Erró al intentar crear un núcleo guerrillero en la selva boliviana? En este caso que le llevó a la muerte, tuvo en cuenta la historia de lucha del pueblo boliviano e intentó apoyarse en la izquierda organizada, a través del compromiso incumplido del Partido Comunista, que lo dejó abandonado. Compromiso político, con medios materiales y hombres, así como en infraestructura de transporte, comunicaciones y propaganda.
Pero sus objetivos iban más allá de Bolivia. Intentaba echar las bases para un amplio movimiento revolucionario en el Cono Sur, asentado en Bolivia, Peni y Argentina en una primera fase. Contaba para ello con el aporte de revolucionarios de esos países que por cierto se preparaban para ello y que en algunos casos llegaron a combatir en Bolivia. La guerrilla de Jorge Massetti en la provincia argentina de Salta, limítrofe con Bolivia en 1964, así como la del MIR peruano en 1965, formaban parte de esa estrategia continental.
El guevarismo después del Che
La experiencia de 30 años permite extraer algunas conclusiones de la experiencia de la lucha del Che y afirmar que, luego de un examen crítico, muchas de sus enseñanzas continúan vigentes. Si se descarta la idea de un toco guerrillero, desligado totalmente de la realidad social y política, cosa que nunca sostuvo Guevara, nos queda la posibilidad de la lucha armada como parte de un movimiento de resistencia popular contra la injusticia y la explotación, y que en un determinado período de su desarrollo pueden efectivamente derrotar al Ejército.
Es verdad que muchos revolucionarios creyeron en las posibilidades de un foco aislado, en su capacidad para atraer la participación de las masas, y que eso llevó a muchas derrotas. También es cierto que de esas luchas se sacaron experiencias y que de allí surgieron otras formas de llevar adelante la lucha política y militar.
Por otra parte las requeridas condiciones subjetivas, concretadas en la existencia de partidos revolucionarios previos a toda acción armada, ha sido superada por la realidad de que muchas veces esos partidos han surgido a través de una acción política y militar de organizaciones, que si bien no pueden considerarse partidos según los patrones clásicos, han jugado un rol de dirección de las luchas. Valgan los ejemplos del Frente Sandinista, de la URNG y del Frente Farabundo Martí y de las organizaciones que las componen. Claro está que estos ejemplos son de situaciones concretas, de países concretos con una historia y una realidad propias, a las que no cabe la aplicación de recetas validas para todos.
En cuanto al aporte a la revolución de la burguesía latinoamericana, basta recordar el negativo ejemplo de Perón en Argentina, Bustamante en Perú, Arbenz en Guatemala, que se negaron a luchar contra los golpes militares para constatar su adhesión al sistema por encima de cualquier tentación combativa.
Son las condiciones insoportables de vida de las masas latinoamericanas las que conducen a su resistencia, muchas veces latente. Esas condiciones inhumanas de vida que les hicieron decir a las comunidades chiapanecas que preferían morir peleando antes que ver a los suyos perecer de hambre y de enfermedades fácilmente curables.
Es la falta de libertades democráticas la que lleva a la búsqueda de caminos clandestinos, y son los abusos policiales y de las guardias blancas de terratenientes
y empresarios los que llevan a la resistencia armada. En los 30 años transcurridos desde la muerte del Che, muchos miles de hombres y mujeres recurrieron a la lucha armada en casi todos los países de la región. Cierto es que después de la revolución cubana, sólo en Nicaragua se logró la victoria derrotando a las fuerzas del dictador Anastasio Somoza. En El Salvador la victoria militar le fue arrebatada a la guerrilla por la intervención masiva de Estados Unidos. En ese país y en Guatemala se alcanzó la paz, dando paso a unas formas más o menos democráticas de gobierno y permitiendo a las organizaciones revolucionarias dejar las armas y volcarse a la actividad política que les estaba vedada. En otros países la acción armada fue derrotada y en varios subsisten guerrillas desde hace años, como es el caso de Perú y Colombia. En 1994 rebrotó en México a través del Ejército Zapatista y en 1996 con el surgimiento del EPR.
La existencia de estas luchas en los finales del siglo XX, frente a Ejércitos dotados de un enorme arsenal tecnológico, indican que sus causas son muy profundas y que responden a una necesidad de los pueblos oprimidos de América Latina. El Che comprendió y proclamó la necesidad de la revolución, se hizo abanderado de los oprimidos y explotados de América Latina y procuró por todos los medios hacer avanzar el combate, desde Cuba hasta Bolivia. Ése es el Che que reivindicamos, un revolucionario ejemplar.