Hace unas horas a los 79 años, falleció Héctor Laerte Franchi, más conocido entre los ferroviarios como El Tordillo, en alusión a su frondosa cabellera entrecana que lo acompañara desde edad temprana. Sin embargo su familia, especialmente una de sus hijas, lo llamaba “Zatopek” por el maratonista argentino, porque en varias reuniones sindicales cercadas por la policía había logrado escapar corriendo velozmente. Finalmente a la salida de una reunión en el viejo Sindicato de Farmacia fue detenido. Compartió celda con un joven estudiante, con el tiempo el reconocido dibujante Caloi. Años después este le obsequió como recuerdo de la estadía compartida un dibujo, que su familia atesora, en que se los ve a los dos encarcelados, con las manos entrecruzadas y portando sendos gorros frigios.
Ingresó a los ferrocarriles del Estado cuando el siglo XX promediaba, trabajó en los Talleres de Remedios de Escalada del FC. Roca, donde fue delegado antiburocrático durante años, hasta que en 1990 se jubiló. Se había afiliado a la Unión Ferroviaria en 1952, a la que reingresó una y otra vez luego de varias cesantías y reincorporaciones.
Lo conocí al principio de los ’70 del siglo pasado, cuando junto con un grupo de compañeros que fueran expulsados del Partido Comunista (PCA) y luego militaran en las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), ingresaron al Grupo Obrero Revolucionario (GOR).
Siendo yo uno de los responsables de lo que llamábamos el Frente Obrero de la organización, lo traté con cierta cotidianeidad. El aportaba un gran bagaje de experiencias en las luchas reivindicativas y antiburocráticas que yo aprendí a valorar e incorporé como propias.
Con el golpe del ’76 se cortaron las comunicaciones, estuve años sin tener noticias suyas hasta que me enteré que en 1977 lo atropelló un camión en la Gral. Paz, que estuvo en coma y que por esas cosas de la clandestinidad no se lo pudo identificar y estuvo registrado como “NN”, su familia tardó días en encontrarlo. Finalmente los médicos del hospital público lograron salvarle la vida, pero perdió una pierna. Desde ese entonces andaba con una pata de palo y una muleta, hasta que con los años logró que la obra social le proveyera una prótesis mecánica.
En los ’80 con la recuperación democrática ayudé a su reingreso al ferrocarril. Por esos días presentó una nota, que aún conservo, en la que exponía a la superioridad que el y sus compañeros de Sección debían llevar sus herramientas personales para cumplir con las tareas que le encomendaba la jefatura porque la empresa no se las proveía.
En noviembre de 1989 con una extensa y fundada carta pública, que también conservo, renunció a la Unión Ferroviaria, de la que participara durante cuarenta años con el número de afiliado 457.486. Discutí largamente con el esa decisión, que yo no compartía. Pero sus argumentos eran contundentes “…hoy Pedraza y compañía son mas empresarios y funcionarios que dirigentes sindicales, esto es más que una burocracia, las continuas reformas del estatuto impiden cualquier modificación o cambio que quiera el afiliado, una lista ganadora con el 25% de los votos ocupa el 100% de los cargos” y así seguía comparando épocas mejores y dirigentes más honestos y combativos.
No obstante sus limitaciones físicas no perdía ocasión de solidarizarse con las luchas y participar de cuanta reunión y movilización se le cruzara. Como también era un asiduo concurrente a actos culturales y eterno visitante de la Feria del Libro, allí lo encontré por última vez cuando su esposa Lola empujaba la silla de ruedas. Su segundo nombre era Laerte y el de su hermano mellizo Hamletano, porque su padre era admirador de Shakespeare.
Tal vez allí radique su enorme vocación por la lectura y esa avidez sin control por el conocimiento, lo que lo dotó de un nivel cultural muy superior a la escasa educación formal que tenía. Dueño de una buena pluma en 1998 presentó un ensayo sobre Emilio Salgari al concurso que convocara el Consulado de Italia en nuestro país. Ganó el 1er. premio que consistía en un viaje a Italia. No tengo dudas, si alguien se lo merecía era el.
Con un extenso trabajo sobre la huelga ferroviaria de los años 1951-52 participó del libro de mi autoría “La patria en el riel. Un siglo de lucha de los trabajadores ferroviarios”.
En los últimos años dedicaba todos sus esfuerzos al Ferroclub, que funciona en unsector del viejo predio de los Talleres de Escalada. Hijo, y creo también nieto, de ferroviarios, era un enamorado de los ferrocarriles, de su tecnología, conocía una a una las piezas y componentes de las locomotoras que prestaran servicios en la línea Roca. Allí, en el Ferroclub, lo visité más de una vez y compartí almuerzos con el y sus compañeros, y largos debates sobre el destino del ferrocarril, la necesidad de que el Estado se hiciera nuevamente cargo, que los trabajadores pesaran en las decisiones, y tantas otras cosas.
Hace una semana Juan, otro ex ferroviario y amigo común, me avisó que el Tordillo estaba mal de salud, quedé en llamarlo para ir a verlo. Me dejé estar y no lo hice. Una nueva deuda que ya no saldaré.
En estas líneas mi recuerdo. No será fácil olvidarte Tordillo.
Bs.As. 9.09.13
Eduardo Lucita.