El 30 se septiembre de 2015 la bandera palestina fue izada en uno de los jardines del complejo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, en un evento que fue considerado “histórico” tanto por las autoridades del organismo internacional como por el gobierno palestino. A seis años de distancia, el reconocimiento internacional no ha logrado mermar ni un ápice la brutalidad racista del Estado de Israel, siempre con el apoyo y financiamiento de los Estados Unidos, en una escalada de actos de violencia contrarios al derecho internacional que ha llevado a que incluso el presidente palestino Mahmoud Abbas amenazara con abandonar la estrategia de los “dos estados”.
Durante el acto en la ONU, Abbas declaró que a partir de entonces se celebraría el 30 de septiembre como el “día de la bandera palestina” y remarcó: “En este histórico momento en el camino del pueblo palestino hacia la libertad e independencia, digo a mi pueblo en todos los lugares, izad la bandera palestina muy alto, porque es el símbolo de nuestra identidad palestina”. Luego insistió: “Este es un día de orgullo para la nacionalidad palestina. Rendimos homenaje a los mártires, a los prisioneros, a los heridos y a quienes han dado su vida cuando intentaban izar esta bandera”.
La bandera palestina fue izada a las 13.16 hora local de Nueva York y el entonces secretario General de la ONU Ban Ki-moon, que presenció el acto junto a unos 200 periodistas y diplomáticos de todo el mundo, remarcó también que era “un día de orgullo para los palestinos en todo el mundo” y “un recordatorio de que los símbolos son importantes, y de que un símbolo puede llevar a acciones en la dirección correcta”. “Ahora es el momento de apoyar iniciativas que preserven la solución de dos Estados y crear las condiciones para un retorno a las negociaciones sobre la base de un marco acordado. Ahora es el momento de recuperar la confianza entre israelíes y palestinos para una solución pacífica y, por fin, la realización de dos Estados para dos pueblos”, enfatizó Ban.
Un poco de historia
Pero a 6 años de aquél hecho histórico, el día de la bandera palestina nos encuentra en una de las más graves crisis de los últimos tiempos para la estrategia de construcción de un estado palestino y uno judío en paralelo, a la que apostaron los organismos internacionales y la propia dirigencia palestina, al menos con toda claridad desde la declaración de independencia de Palestina del 15 de noviembre de 1988 (que hace referencia al Plan de Partición de la ONU de 1947, en una aceptación implícita de la existencia del Estado de Israel).
El reconocimiento a Israel se hizo explícito en 1993 con los cuestionados Acuerdos de Oslo entre el gobierno israelí y la dirigencia de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat, que habilitaban la creación de un autogobierno a cargo de la la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que tendría competencias en Cisjordania y la Franja de Gaza en materia educativa, cultural, sanitaria, turística, tributaria y de bienestar social, además de gestionar una policía palestina (con autonomía apenas sobre un 18% del territorio). No sólo no se resolvió nada sobre el status de Jerusalén ni sobre el histórico reclamo del “derecho al retorno” de los refugiados palestinos, sino que además se le garantizó a Israel el control comercial y de seguridad en las fronteras internacionales y los puntos de cruce con Egipto y Jordania, además reservarle la gestión del movimiento carretero y las medidas necesarias para garantizar la seguridad de los ciudadanos israelíes en los territorios bajo control palestino, incluyendo los asentamientos ilegales.
En 2016, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó su Resolución 2334 sobre los territorios ocupados, ratificando que “el establecimiento de asentamientos por parte de Israel en el territorio palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén Oriental, no tiene validez legal” y expresando su “grave preocupación por el hecho de que la continuación de las actividades de asentamiento israelíes están poniendo en peligro la viabilidad de la solución biestatal basada en las fronteras de 1967”. Hasta el movimiento islámico Hamas (que gracias a las vacilaciones o traiciones lisas y llanas de la OLP logró imponerse contundentemente en las elecciones de Gaza de 2006, manteniendo el poder político desde entonces), reconoció en 2017 a Israel, aceptando la creación de un Estado palestino “con fronteras en la Línea Verde” (las establecidas después del triunfo israelí en la guerra de 1948).
Pero Israel firmó los acuerdos de Oslo sólo para ganar tiempo, dividir a la dirigencia palestina y desarticular la resistencia de su pueblo, sin ninguna intención de cumplir con un efectivo retorno a las fronteras de 1948, las únicas que hubieran permitido una solución real de “dos estados”. Todo lo contrario, desde entonces, con ritmos más o menos acelerados, no ha dejado de avanzar en su política de asentamientos ilegales y de fragmentación y ocupación del territorio palestino (lo que implica una contante violencia sobre la población local en la cotidianeidad, más allá de los periódicos y brutales ataques militares sobre Gaza o de los diarios asesinatos de civiles palestinos). La estrategia sionista nunca fue la de dos estados sino la de una limpieza étnica absoluta, con un “Gran Israel” sobre toda la Palestina histórica, como lo vienen probando consecuentemente sus políticas desde hace décadas, en un constante sabotaje a cualquier posible estrategia de paz y convivencia entre estados.
Un tardío ultimátum de la ANP
Después de décadas de sistemáticas violaciones a los derechos humanos palestinos, la semana pasada Abbas amenazó con abandonar la solución de “dos Estados” si Israel “se sigue atrincherando en la realidad de un estado de apartheid”. A menos que haya un cambio radical en las políticas israelíes, sostuvo, “nuestro pueblo palestino y el mundo entero no tolerarán tal situación y las circunstancias sobre el terreno llevarán inevitablemente a imponer derechos políticos plenos e iguales para todos (israelíes y palestinos) en la tierra de la Palestina histórica, dentro de un solo Estado”.
El presidente palestino planteó un ultimátum para Israel, afirmando que “el poder ocupador tiene un año para retirarse del territorio palestino”. Luego se manifestó dispuesto a “trabajar en la delimitación de las fronteras y resolver todos los problemas sobre el estatus final”, pero alertó que si eso no sucediera acudirá a la Corte Internacional de Justicia para que se pronuncie “sobre la legalidad” de la ocupación y las “obligaciones relevantes” de la ONU y la comunidad internacional.
A pesar del rol histórico de Estados Unidos como aliado, financista y proveedor de armas de Israel, Abbas afirmó mantener “un diálogo constructivo con la administración de EE.UU. para reanudar las relaciones palestino-estadounidenses”. Aunque fue el gobierno de Donald Trump el que decidió trasladar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén, reconociéndola como capital israelí y avalando así la posición sionista que la reclama como exclusivamente judía (contrariando explícitamente otras resoluciones de la ONU), la nueva administración de Joe Biden no ha dado ninguna señal en el sentido de revisar esa decisión que también hace imposible la solución de dos Estados, en tanto Jerusalén también es la capital histórica palestina y además una ciudad sagrada para el Islam. Ya con la decisión de Trump de 2017 algunos negociadores palestinos dieron por muerta la cuestionada solución de los dos estados (ver nota sobre Edward Said para más información), pero Abbas recién lo plantea hoy.
Pero además, como si los gestos diplomáticos no bastaran, hace apenas una semana el Congreso de los Estados Unidos aprobó un aporte de 1700 millones de dólares para el proyecto “Cúpula de hierro”, el sistema antimisilístico israelí, que se suman a otros 3 mil millones autorizados por Biden a inicios de este año como financiamiento para proyectos militares israelíes.
Un verdadero aniversario de orgullo palestino
Más allá de que la propuesta de Abbas de tomar como día de la bandera palestina el del acto en un organismo históricamente impotente para evitar los crímenes de lesa humanidad del Estado de Israel contra el pueblo palestino, donde Estados Unidos sostiene un permanente derecho de veto que obstaculiza cualquier sanción real contra su aliado en Medio Oriente, en estos días se cumplió otra efeméride que sí amerita ser coronada como un día de orgullo palestino: el inicio de la Segunda Intifada del año 2000, una multitudinaria rebelión popular palestina que no pudo ser sofocada durante años por uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
En septiembre del 2000 el entonces líder del reaccionario partido Likud Ariel Sharon montó una provocadora visita a la explanada de la mezquita de Al Aqsa (uno de los lugares más sagrados del Islam) que generó una fuerte reacción popular. La posterior represión policial israelí asesinó a 7 jóvenes palestinos y la mecha se encendió, dando lugar a la heroica Segunda Intifada (la primera Intifada, o revuelta de las piedras, tuvo lugar entre 1987 y 1993). Durante cinco años, decenas de miles de palestinos protestaron en las calles contra una vida cada vez más pauperizada y con mayor violencia israelí, rechazando de hecho las ambigüedades de los acuerdos de Oslo y de los más recientes de Camp David (del año 2000) y expresando su desilusión con los siete años de gobierno provisorio palestino. Esta insurrección popular fue el conflicto que más bajas le causó al Estado de Israel, por encima de la Guerra de los Seis días o de la del Líbano. El aniversario en el que la bandera palestina flamea con orgullo es el del 28 de septiembre, inicio de la Segunda Intifada.
En un contexto de clara ofensiva israelí/estadounidense contra el pueblo palestino, que alterna brutales operaciones militares con cotidianos avances sobre la tierra palestina (en Jerusalén o en el resto del territorio), aparecen como completamente ilusas las esperanzas en una estrategia de dos estados que el sionismo no ha cesado de sabotear. Y tampoco ha dado mucho resultado la apuesta a la presión de los organismos multinacionales, después de decenas de resoluciones internacionales y de fallos contra los incumplimientos israelíes, sus violaciones del derecho internacional e incluso sus reiterados crímenes de lesa humanidad. En ese escenario trágico, la única esperanza se cifra en las increíbles capacidades de resistencia de las que ha dado heroicas muestras el pueblo palestino y en el vital apoyo de los pueblos del mundo a esta lucha por la humanidad, contribuyendo a la constante denuncia de los crímenes sionistas e impulsando activamente iniciativas como la de Boicot, Desinversiones y Sanciones.
Apoyando siempre la lucha del pueblo palestino contra el sionismo, gritamos: ¡Viva la heroica bandera palestina!