Por Demián Alejandro García Orfanó
Militante COB La Brecha (Corriente de organizaciones de Base La Brecha)
La clase obrera argentina durante la última década asistió a un lento proceso de recomposición. Desde las jornadas de 2001 y de la mano del ciclo expansivo de la economía, nuevos sectores de la juventud se han incorporado a la clase trabajadora, lo cual se ha expresado, muy embrionariamente, en la formación de cuerpos de delegados, la recuperación de juntas internas y otras experiencias del emergente sindicalismo de base. En el presente texto, el autor – joven activista sindical y político – recorre las preguntas y las definiciones parciales de una militancia comprometida con la construcción de un nuevo sindicalismo clasista, democrático y no sectario.
El viejo topo vuelve a cavar: Sobre la actividad sindical
Empezando por las pálidas. En el capitalismo la acción sindical tiene un componente de necesariedad. Es decir, el sistema necesita la acción sindical. La fuerza de trabajo (o sea, nosotras y nosotros) no puede pagarse durante mucho tiempo por debajo de su valor (es decir, debajo del salario que permite la reproducción de un/a trabajador/a), porque si no el sujeto que trabaja va perdiendo sus atributos productivos, su capacidad de ser útil en el proceso de producción, y eventualmente muere. La forma concreta, real, en que eso sucede, no es la bondad de los dueños del sistema, ni una fórmula matemática fantasmal que calcule el precio del costo de vida: quienes necesitan sobrevivir son quienes encarnan la lucha por lograr mejorar su nivel de vida. Esa necesidad de lograr cierto tipo de vida, es la que genera la necesidad de que exista organización de los/las trabajadoras por sus condiciones laborales.
Es decir: la militancia sindical no es directamente militancia revolucionaria. Es por esto que existe una gran cantidad y variedad de dirigentes y tendencias políticas en el sindicalismo que no reivindican una perspectiva de transformación social que vaya más allá de este sistema, sino que apuestan a la mejora de condiciones de vida y trabajo de quienes representan sus organizaciones (e incluso, de todas y todos los laburantes de su sector laboral o rama).
Esas perspectivas centradas en las reivindicaciones corporativas de los trabajadores y trabajadoras son una traba en el desarrollo de la conciencia de las masas de trabajadores/as de la necesidad de terminar con este sistema. Es una traba en la búsqueda de la clase trabajadora por constituirse en clase universal, es decir, por ofrecerle a la sociedad toda un proyecto de humanidad que realmente pueda abarcar a toda la humanidad. El corporativismo termina su acción militante, se agota, en la consecución de mejoras parciales y sectoriales. En ese marco, gran parte de la acción sindical se vuelve “administrativa”, y la militancia se esfuma mientras se concentra la fuerza en realizar montones de ajustes y reajustes sobre cuestiones “regulatorias” de la “carrera” de los/las trabajadoras en cada gremio, en cada sector productivo, etc. Estas son las temáticas que guían la acción gremial de los dirigentes del sindicalismo de corto vuelo.
¿Y por qué, entonces, hacer política sindical?
Porque es posible otro tipo de militancia sindical. Desde nuestra perspectiva, no se puede terminar con las problemáticas que este sistema genera y re-genera (lo que algunos autores llaman “crisis civilizatoria”, o algunas tendencias simplemente “crisis”), sin terminar con la contradicción que organiza actualmente la producción y las relaciones centrales nodales de la civilización humana: la contradicción que existe entre el capital y el trabajo. Por ende, es también central orientar la acción política a buscar que quienes trabajan logren redimensionar su participación “desarticulada” en el sistema productivo, y a darle a esa nueva visión una perspectiva hegemónica: Es el proyecto de los trabajadores y las trabajadoras el que puede incluir realmente a toda la humanidad en una nueva etapa de la sociedad sin explotadores ni explotados/as.
Caminos y tentativas
Una primer mirada quizás nos dirija a buscar obtener la representación gremial de todos los niveles de la clase trabajadora, en pos de pretender orientar su acción hacia la lucha política revolucionaria. Sin embargo, cabe preguntarse cómo podría actuar un movimiento de trabajadores/as, “siguiendo” a una dirección revolucionaria, sin ser él mismo movimiento revolucionario. Si el movimiento tiene una representación democrática lamentablemente no pondría en ese lugar de dirección, hoy día, a quienes promuevan la lucha revolucionaria… A menos que su acción sindical no sea revolucionaria, y acaten cumplir el limitado rol de “militantes sindicales”.
Si las organizaciones de la clase trabajadora hoy en día no apuntan sus cañones a terminar con el sistema, el problema va más allá de la propia dirección, ya que hoy su conducción no se basa únicamente en la opresión sobre las “bases representadas” sino que incluye algunos puntos de consenso político. Entre ellos se encuentra el apoyo a Gobiernos burgueses, el mantenimiento de estructuras sindicales con poca participación pero que algún beneficio brindan, y la negación velada de la pertenencia a la clase trabajadora, particularmente en este período histórico en nuestro país.
Este período arrastra el legado de la dictadura, el alfonsinismo, el menemismo, y el que va dejando también el kirchnerismo. Existe una presión “desde arriba” a la desarticulación de esa concepción de pertenencia a una clase social, sea por la desaparición física de quienes así la reivindicaban (por sus identidades políticas), por el amedrentamiento de miles, por la decepción en la “política”, por la desocupación masiva y las persecuciones sindicales de “poca monta” (despidos a quienes “asoman la cabeza”), o la re-instauración de una concepción de sociedad de justicia social con armonía entre las clases sociales enfrentadas.
Por esto es que la lucha por la conciencia revolucionaria de la clase trabajadora no puede agotarse (a veces ni siquiera iniciarse) en la disputa de los puestos de dirección de las organizaciones de la clase.
La democratización de las organizaciones sindicales, es crucial en nuestra perspectiva de transformación. La existencia de instancias participativas, la búsqueda de que cada vez más trabajadores/as se integren a la vida gremial, es parte constitutiva de nuestra militancia. No solo de la nuestra, sino que nos encontraremos sin duda con muchos compañeros y compañeras de diversas tendencias políticas que honestamente estén dispuestos a militar esa perspectiva, y sostengan la defensa de los intereses particulares de los grupos de trabajadores/as donde se encuentren militando, saliendo a la lucha en su defensa.
Esta es toda una larga marcha hacia la democratización, cuyos inicios aún estamos presenciando. Sin embargo, no agota nuestro interés en la militancia sindical.
La disputa de las direcciones no puede obnubilar nuestro proyecto político, pero no por eso debe despreciarse. Es un momento fundamental de la acción política, no sólo por las posibilidades de desarrollar lucha, participación y política a partir de ella, sino por otro interés más general. Nuestro mensaje político llegará sin duda en mejores condiciones y también más masivamente al encarnar los puestos de “dirigencia”. Sin embargo el respeto por las organizaciones de los trabajadores y trabajadoras, es decir, nuestra perspectiva democratizante, nos obligan a no utilizar como mera masa de maniobra a estas organizaciones. Nuestra participación en esos espacios de dirección puede convertirse en un ejemplo y estímulo a la actividad gremial y política de la clase.
No partimos de una clase trabajadora lista para encarar la tarea de una revolución socialista. Nuestra tarea aquí es la lucha por la transformación de la clase, en la lucha por la transformación social desde la clase. Las direcciones son hitos en ese camino. Son mojones en la lucha de clase, puestos por el sistema y preparados para no llegar mucho más allá. Pero hay que llegar a ellos y aprovecharlos en todo lo que nos sean útiles.
La clase trabajadora no va a ser la clase trabajadora que querramos antes de transformar la sociedad. Por eso mismo deseamos cambiar la sociedad. Es un camino de idas y vueltas, de buscar tomar las pequeñas rugosidades de la pared del sistema para intentar ir más alto. Tomar los elementos que aporten a la construcción de una nueva mirada, que fijen tareas, que muestren la necesidad de organizarse, que escrachen a los enemigos, que señalen los métodos a desarrollar. Son tareas que pueden impulsar nuestra acción y la afluencia de cada vez más compañeros/as a ser parte de sus organizaciones gremiales.
Esas dimensiones de la acción sindical desde una lógica transformadora deben ser puestas en juego para la potenciación de nuestra búsqueda: la autoorganización de la clase en perspectiva hegemónica. La reinstalación de la conciencia de la pertenencia a una determinada clase social, y la existencia de necesidades compartidas, la posibilidad de reintroducir a la organización sindical como forma patente de lograr reivindicaciones, son tareas que se vislumbran a la orden del día como punto de partida para comenzar a proyectar a la clase, desde la clase, más allá de la clase.
Dibujando y desdibujando planos
Planteado esquemáticamente, pareciera que se proponen una serie de etapas para la acción, es decir, primero la constitución como clase, luego la búsqueda de una transformación social como proyecto político revolucionario. Eso no es del todo cierto, en cuanto puede potenciar la actividad sindical la organización de conjunto con otros sectores sociales, o el accionar por reclamos no corporativos. Tampoco es del todo cierto pensar que existe un plano “sindical” y otro plano “político”, y que es posible abordar el plano sindical sin abordar el plano político. La articulación entre ambos planos puede ser fructífera para interpelar compañeros y compañeras, activando la solidaridad, estimulando el análisis político, dándole espacio, permitiendo el despliegue de diferentes tendencias que multipliquen la presencia de debates político-sociales que permitan ir encarnando entre los trabajadores y trabajadoras un pensamiento y proyección política compleja.
Sin embargo, no hay que perder de vista la situación política de nuestra etapa, donde la separación de los planos en ocasiones puede permitir la articulación entre tendencias políticas muy diferentes. Por más que no hay que ser ingenuo sobre las aspiraciones políticas de las diferentes tendencias (la nuestra tampoco), no es un dato menor comprender esta como una posible manera de hilvanar posiciones irreconciliables en otros niveles…. de cara a la rearticulación de la clase trabajadora como clase para sí, con conciencia de su existencia, de que comience a plantearse objetivos propios, etc.
También hay que tener presente que “sobrecargar” de objetivos a una organización gremial incipiente, puede resultar en su ahogo. La fina línea de separación entre la politización justa para impulsar la reflexión y acción política, pero no la exagerada para sofocar, es algo que cada militante y agrupamiento debería lograr encontrar, en cada espacio de trabajo en cada momento concreto.
La clase trabajadora se nos presenta como algo ausente a veces, casi inasible. No está. Sus organizaciones están dirigidas por empresarios o por quienes apoyan proyectos políticos burgueses. A la hora de pensar las luchas sociales en general, no vemos que intervengan mayormente. La indiferencia y el desentendimiento prima por abajo, el corporativismo hace mella por arriba: el colectivo más grande del país, la clase trabajadora argentina, no aparece como tal en ningún conflicto, en ninguna lucha social. Mientras que como movimientos sociales seguimos apostando a la presencia de voluntades aisladas que acompañen reclamos o llenen marchas, y nos desvivimos por conseguir que cada compañero/a de nuestras orgas se apresente, es nulo el aporte de quienes son millones en nuestro país. Es por eso que debemos, estratégicamente, volver el foco a la clase trabajadora como sujeto político: es el colectivo que da vuelta la taba. Volviendo a lo que antes presentamos, quizás no haya en este momento histórico más que volverse corporativista camino a rearmar la clase para disputas sociales y políticas del día de mañana. La duda, el plantearlo en potencial, proviene de la necesidad marcada más arriba, de poder diferenciar entre las tareas políticas que pueden plantearse a cada colectivo de trabajadores/as sin “sofocar” su incipiente organización local y corporativa, sin tornar a esas organizaciones en espacios expulsivos y sobrecargados.
Fragmentación y el desafiante laberinto de nuestra acción
La acción política “desorganizada” de los individuos de la clase no proviene sólo de un efecto simbólico contra la “idea” de la clase. También proviene por las condiciones de su reproducción: la existencia de trabajadores “en blanco” y trabajadores “en negro”, las diversas formas de contratación en cada lugar de laburo, las disparidades salariales mayormente arbitrarias que la patronal dispone, cristalizan una división entre los trabajadores y trabajadoras. ¿Cómo podría superarse esa fragmentación de la clase? Si son los intereses de la clase los que la unifican en la lucha, ¿qué podemos hacer si los intereses mismos de la clase aparecen como intereses de colectivos diferenciados?
Difícilmente tendremos una respuesta acabada y única. Sin duda, la riqueza concreta de la realidad exige un despliegue de tácticas diferenciadas en cada espacio de trabajo, atendiendo a las situaciones que efectivamente existan y a las que sean posibles.
Una posibilidad es la lucha por la homogeneización de las condiciones de trabajo, que en base a la mejora de la situación laboral entre una forma de trabajo y otra, nos haga avanzar en mayores niveles de estabilidad y conseguir incluirnos en un mismo colectivo “jurídico”, a sabiendas de que sus implicancias trascienden una mera normativa.
Otro eje podrían ser las problemáticas comunes de la clase, pero precisamente lo dificultoso es encontrar estas problemáticas comunes (y/o salidas comunes), ya que son éstas las que van variando de un sector a otro, en ese caso la búsqueda de la constitución de una “unidad” de clase implicaría una “adición” de problemáticas reivindicativas.
Otra forma de ir construyendo esa superación es la solidaridad. Pero quizás presuponga que ya existe ese colectivo al que se apela al ir en defensa de los sectores más golpeados por la crisis. Es una necesidad en nuestra lucha revolucionaria pero sin embargo, opera en el plano simbólico, que es precisamente donde especificamos que NO estaban sus causas (¿podrían superarse operando precisamente donde éstas no están?). ¿La solidaridad construye la clase? El problema de este planteo es que los actos solidarios serían un aporte fundamental a la conformación de la clase, pero, ¿cómo lograrlos, sin solidaridad, que previamente exista? La solidaridad nace de una necesidad del sistema, pero su potencial de extensión es bastante lento, ya que el camino de su masificación es difícil, apoyado en pequeñas luchas puntuales y, discursivamente, en la reivindicación de ciertos emblemas.
No son preguntas para ahogarse. Solo para no desanimarse. Este laberinto es el gran desafío de nuestra militancia, que nos plantea preguntas aún por responderse. Tenemos confianza en que no partimos de cero. Aportamos con nuestra práctica cotidiana, luchando con creatividad desde estos aportes y muchos otros. Los momentos de calma suelen ser la abrumadora mayoría, y siguen luego a efímeros momentos de alza. Pero vamos sembrando. Si hay una montaña de momentos “tranquilos”, la subiremos con paciencia: sabremos bajar con toda la fuerza del agua del deshielo.