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Desde la edición de Realismo Capitalista ¿No hay alternativa? por parte de la editorial Caja Negra en 2016, lxs lectorxs de Mark Fisher no han parado de crecer. Y los usos de sus teorías también comienzan a multiplicarse. Para acercarse a este actor clave de nuestros días, como una iniciativa de Interferencia, en estos días se llevará adelante en la ciudad de La Plata la segunda edición de “Los fantasmas de mi birra”. Este ciclo de encuentros, guiado por Ramiro Orellano, Santiago Stavale y Nacho Saffarano, condujo en su primera edición interesantes intercambios entre la veintena de participantes que se sumaron a la propuesta. Desde Democracia Socialista charlamos con Santiago Stavale sobre su lectura de Fisher, la recepción latinoamericana de su obra y la dinámica misma del taller, a horas de su inicio.
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1 – ¿Cuál crees que es el aporte que puede hacer Fisher ante la “crisis estratégica” de las izquierdas?
Fisher realiza un aporte sustancial a las izquierdas actuales, tanto por su agudo análisis del capitalismo contemporáneo, que él muy justamente define como “realismo capitalista”, como por el diagnóstico que realiza del estado de las izquierdas y la necesidad de recuperar la perspectiva holística y el espíritu futurista y universalista del proyecto socialista.
Con su concepto de “realismo capitalista” creo que logró captar con pericia los efectos sociales y culturales de la derrota del campo socialista y la instauración del neoliberalismo como cosmovisión del mundo. Como bien razona Fisher, el gran triunfo del capital fue haberse apropiado del futuro, cancelando no sólo cualquier proyecto revolucionario en danza sino, y allí la profundidad del problema, la capacidad misma de imaginar futuros alternativos posibles. Sin competencia alguna, el capitalismo entonces no necesita defenderse ante las críticas que surgen y apuntan contra él, porque ha logrado convencernos de que es la única alternativa e incluso de que es la alternativa menos terrible (al lado de los totalitarismos clásicos o las autocracias no occidentales). El capitalismo ya no necesita realizar esfuerzos para absorber las críticas o fenómenos culturales disruptivos que nacen en su seno, sino que ha logrado “precorporarlos”, es decir, los constituye bajo su propia lógica antes de que nazcan (pensemos por ejemplo cómo las zonas culturales “alternativas” o “independientes” se han transformado en estilos o géneros de la propia cultura mainstream). De hecho, gran parte de las críticas les son funcionales: al reservarles un lugar en su propio seno sus riesgos disminuyen notablemente (Disney produce películas contra el capitalismo depredador; Ricky Martin encabeza movilizaciones contra gobiernos autoritarios y se organizan megafestivales contra el hambre).
De modo que asistimos a un tiempo de resignaciones colectivas o, en términos de Fisher, de “impotencia reflexiva”, donde somos conscientes de que las cosas andan mal pero, al mismo tiempo, tenemos claro que no puede hacerse nada al respecto.
Para Fisher, en el marco de aquella impotencia, inscripta en sujetos socializados en la cultura del consumismo compulsivo, la flexibilización laboral extrema (en la que “lo normal es pasar por una serie anárquica de empleos de corto plazo que hacen imposible planificar el futuro”) y el “voluntarismo mágico” (en el que las trabas a nuestro potencial productivo aparecen como internas y nuestro éxito depende de nuestro esfuerzo), tiende a generalizarse una “epidemia de enfermedades mentales”, entre las que se destacan la depresión, el estrés y la ansiedad, que lejos de tratarse como problemas sociales se abordan como problemas individuales o biográficos, se patologizan y se privatizan.
Ahora bien, Fisher no se queda en ese diagnóstico. Lejos de eso, nos propone dos salidas: Por un lado nos plantea que si en la actualidad nos ha sido cancelada la posibilidad de imaginar futuros alternativos, entonces volvamos a recuperar los “futuros perdidos” que hoy nos acechan como fantasmas. Es decir, los futuros que animaron a las generaciones pasadas y que, aunque no triunfaron, aún esperan ser realizados. Su propuesta, sin embargo, no es un retorno al pasado. No nos propone que nos quedemos llorando un pasado mejor, y menos que repitamos fórmulas. Fisher nos está proponiendo que recuperemos el espíritu futurista que supo animar a los y las revolucionarias de antaño para ponerlo en función de nuestro presente. ¿Cómo sería el mundo si el desarrollo tecnológico fuese puesto en función de nuestras necesidades? Esa simple pregunta puede llevarnos a elaborar utopías de las más serias. Recuperar la imaginación que nos robaron, de eso se trata.
Por otro lado, Fisher plantea la necesidad de que la izquierda se actualice y enfrente los desafíos de una sociedad y de un capitalismo que está lejos de ser el de los años ’60. Su crítica apunta a que la izquierda opera, se organiza y plantea sus propuestas como si viviésemos bajo el fordismo, no pudiendo tener una respuesta organizativa y programática a los problemas del capitalismo posfordista. En ese sentido, y aquí creo que reside su aporte estratégico más importante, apunta contra el conservadurismo de la izquierda que adopta una actitud de pura resistencia frente a la ofensiva capitalista. Así, la negatividad es un estado ontológico permanente que no logra ofrecer una salida propositiva. El capitalismo siempre tiene la iniciativa.
Para Fisher, eso tiene que ver con que la izquierda aun hoy no puede asimilar que la hegemonía capitalista no sólo se sustenta a través de la fuerza sino que, fundamentalmente, su éxito reside en haber captado y dado respuesta a los deseos de los propios trabajadores transformándolos en máquinas deseantes para los que parece tener siempre respuesta. Así, ante la gris cotidianeidad y el “aburrimiento” en que se hallaba la clase obrera bajo el fordismo (precio que debían pagar por la estabilidad y la movilidad ascendente), el capitalismo le prometió trabajos flexibles (sin patrones y horarios fijos), jornadas laborales más cortas, acceso a consumos suntuarios y desburocratización de la vida. Sin embargo, y allí está el punto, esas son promesas incumplidas, porque lejos de conseguir una mayor libertad, en el capitalismo se consigue mayor precarización de la vida (trabajos hiperprecarios, jornadas laborales eternas, la burocracia del call center y la catástrofe ambiental). Y allí reside el talón de Aquiles del realismo capitalista. Por ende, el giro estratégico que debe dar la izquierda es el de dejar “combatir” eternamente al capital para transformarse en su más temible rival. Debemos mostrar que somos nosotros los únicos que capaces de cumplir la gran promesa incumplida del capital: una sociedad más libre y democrática en la que los proyectos colectivos sean compatibles con los deseos individuales.
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2- ¿Cuáles pensas que son los aportes de la “experiencia latinoamericana” que ayudan a complejizar su obra?
Creo que son muchos. Si bien los análisis de Fisher son muy agudos y captan muy bien los rasgos centrales del capitalismo contemporáneo, no podemos dejar de tener en cuenta que es un autor británico que reflexiona desde -y en muchos casos sobre- Inglaterra. Y si bien el capitalismo es un sistema cada vez más global, la especificidad latinoamericana es bien distinta a la europea. En ese sentido, creo que hay dos cuestiones centrales que interpelan al análisis fisheriano y que pueden ayudar(nos) a complejizarlo:
i) La inestabilidad política latinoamericana y la potencia de sus movimientos populares. Creo que gran parte del diagnóstico que realiza Fisher está cruzado por la relativa quietud y desmovilización de la izquierda y del movimiento popular europeo, que si bien en las últimas décadas estuvo atravesada por movimientos de nuevo tipo como “Occupy” o los chalecos amarillos, lejos está de la potencia que demuestran los sectores populares en nuestro continente, como se demostró en Chile y en Ecuador en 2019, cuya irrupción, radicalidad y efectos en la correlación de fuerzas continental son tan impredecibles como posibles. De este modo, habría que repensar cómo opera y se manifiesta la “impotencia reflexiva” en estas latitudes y si no es Latinoamérica, el continente del “realismo mágico”, el que puede recuperar la imaginación perdida.
ii) Fisher se despacha fundamentalmente contra la “izquierda folk”, es decir, contra la izquierda que abandonó la perspectiva universalista y se refugia en el localismo y el hiper-democratismo. Y si bien ese ha sido un debate que atravesó a la izquierda latinoamericana (sobre todo hacia fines de los noventa y principio de los dos mil, con el boom del “autonomismo”), en la actualidad el debate (y el riesgo) principal, a mi juicio, reside en la “estadolatría” que impregnó (e impregna) a la izquierda que se forjó en el ciclo progresista. Me refiero a cierta tendencia a enamorarse del Estado (capitalista) y de, en nombre de la disputa política y de poder, centrar las expectativas en ocupar posiciones al interior de la máquina sin más perspectiva que la de “gestionarla”. Y en el afán de defender las posiciones conquistadas y en nombre de una supuesta “gobernabilidad” se justifican posiciones cada vez más posibilistas y se abandona toda perspectiva revolucionaria. En ese sentido, considero que este nuevo realismo de izquierda es un problema importantísimo que no ha sido abordado por Fisher, pero que su perspectiva puede ayudarnos a resolver.
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3- ¿Por qué hacer talleres sobre Fisher? ¿Qué esperas de estos espacios?
Discutir y estudiar a Fisher resulta fundamental porque nos permite analizar en profundidad las características del capitalismo contemporáneo desde sus dimensiones sociales y culturales, pero también personales. Como decimos en la convocatoria a nuestro taller, estamos obligados a convivir con la depresión, la ansiedad y el estrés como fenómenos normales pero al mismo tiempo privados. A su vez, nos enfrentamos a un mercado laboral cada vez más precario y, al mismo tiempo, estamos obligados a “ser felices” y, como si fuera poco, a responsabilizarnos si no lo conseguimos. Pasamos horas chequeando e-mails, wathsapp y notificaciones de Instagram compulsivamente y produciendo contenido para redes sociales que lejos de generarnos satisfacción agudizan nuestros cuadros de ansiedad. Como apunta Fisher, la raíz de estos fenómenos es estrictamente social pero se presenta como privada, y encontrarnos para debatirlo es un paso fundamental para romper el aislamiento y politizar la ira, la resignación, la depresión o el resentimiento que acumulamos en nuestras cotideaneidad. El encuentro siempre es fundamental para salir del ostracismo al que nos empuja el sistema y, mucho más, en tiempos de (pos)pandemia. Mantener la llama de la crítica, cultivar la reflexión colectiva y militar el encuentro cara a cara son premisas de cualquier futuro alternativo que queramos construir. Por que como dice Fisher: todo esto puede hacerse, y una vez que ocurra ¿Quién sabe qué es posible?
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Tres encuentros, los viernes 5, 12 y 26 de noviembre
En el local de Interferencia, vermú platense, calle 66 entre 16 y 17
Consultas e inscripciones: vermuinterferencia@gmail.com