Por Agustín Santella (originalmente publicado en Sudestada)

Las nociones gramscianas vuelven con los proyectos políticos actuales. Voceros de la derecha siguen advirtiendo que el kirchnerismo, como el alfonsinismo antes, son meras envolturas gramscianas de la incursión marxista en la cultura argentina. Obviando las exageraciones paranoicas, puede que algo de verdad haya en esta afirmación. Las alas izquierdas de ambos gobiernos se reivindicaron “gramscianas”.
Estos antecedentes configuran algunas posibilidades junto con otras ubicadas en la izquierda radical. Podemos resumir estas posibilidades en tres: el reformismo democrático (Partido Comunista, Club de Cultura Socialista), el nacionalismo popular (Cátedras Nacionales, Horacio González, Ernesto Laclau) y la hegemonía revolucionaria (revista ‘Pasado y Presente’ , grupos pequeños de la nueva izquierda). En lo que sigue construiremos una mirada retrospectiva de estas posibilidades interpretativas, cómo fueron apareciendo en el pasado y qué alternativas anuncian para el futuro. La historia conocida cuenta que la obra de Antonio Gramsci fue introducida en Argentina por las traducciones realizadas desde las editoriales vinculadas al Partido Comunista Argentino (PCA) de la década del 50. Pero antes, se lo habría conocido a partir de las campañas internacionales que se hicieron en los años 30 por la liberación de las cárceles fascistas. Fue el Partido Comunista Italiano (PCI), particularmente, el que dirigió esta campaña a los países de la emigración internacional italiana (Francia, España, Estados Unidos, Canadá y Argentina, entre otros.). Los lectores de La Vanguardia (órgano del Partido Socialista, entonces con periodicidad diaria) ya podían saber de él como secretario general del PCI. El iniciador de la traducción castellana, Héctor Agosti, responsable del frente cultural del PCA, utilizó conceptos de Gramsci para hacer una historia argentina del siglo XIX, en torno a la construcción de hegemonía por parte de la burguesía, una construcción que va unida a la “voluntad nacional y popular”. Esta afirmación, que designa la capacidad de una clase de representar a toda la sociedad, como nación y no solo como un grupo en particular, expone la debilidad de la burguesía argentina. La hegemonía es producto de un proceso histórico de largo plazo, en el que intervienen los intelectuales en la formación de una cultura (económica y política) de las masas. Agosti entendió que “no se trata de ir hacia el pueblo… se trata de ser pueblo, es decir, de elaborar los elementos de una cultura democrática que realice la integración de todos los valores del pueblo-nación en la etapa que nos toca vivir” (Para una política de la cultura, Buenos Aires, 1956).Estos debates intelectuales, sin embargo, no tuvieron una relación directa con las políticas del PCA, que eran diseñadas por la dirección, afín a las directivas del PC de la Unión Soviética (PCUS). Los partidos comunistas en rigor no necesitaron del instrumental gramsciano para ir elaborando una teoría de la coexistencia pacífica con el imperialismo norteamericano, sobre las “nuevas vías de la revolución”. Posteriormente, una interpretación reformista de Gramsci apoyará esta opción. Basándose en la experiencia histórica de las burguesías, Gramsci concluye que en la construcción procesual de la hegemonía de clase, las fuerzas históricas avanzadas (en su momento la burguesía y luego el proletariado) debían constituirse en las instituciones de la sociedad civil y política1 (Estado), simultáneamente, dando disputas por posiciones antes del asalto al poder. Pero la vía reformista se olvidará de ese “momento decisivo” por el gradualismo de la “reforma intelectual y moral”. No obstante, discursivamente los “comunistas” ritualmente adhirieron al lenguaje revolucionario hasta la caída del Muro de Berlín.
La nueva izquierda en los 60-70
También se sabe que hacia 1963 los jóvenes discípulos de Agosti, que fundaron la revista ‘Pasado y Presente’, se rebelaron contra la represión que el PCA ejercía sobre el aprovechamiento revolucionario de Antonio Gramsci. Aquí el italiano era leído dentro de un conjunto de influencias mayor que apuntaban a cuestionar la ortodoxia comunista internacional: las posturas de Mao y el Che. Políticamente se trataba de una búsqueda que supere la pasividad reformista. Esta búsqueda estuvo animada por los ejemplos de China y de Cuba, que se enfrentaron a la dirección comunista del PCUS mostrando nuevas vías revolucionarias, en particular la vía de la guerra de guerrillas. Sin embargo, las guerrillas con base campesina no serán el único ejemplo de experiencia de masas que hacen a la lectura de Gramsci. La interpretación de sus escritos precisamente tiene que ver con la experiencia de la lucha de clases en los países capitalistas occidentales desarrollados con regímenes democráticos, diferentes de los países “orientales” donde la sociedad civil era menos compleja. Por eso, más allá de los primeros impulsos maoístas y guevaristas, la formulación madura de esta nueva vía revolucionaria puede leerse en la segunda etapa de la revista, a partir de 1973. A través de Gramsci se puede pensar el proceso revolucionario como una lucha por la hegemonía en la sociedad civil y en el Estado. La lucha por el socialismo es una “larga marcha”. Pero esta larga marcha no es hacía el campo sino en el interior de las estructuras sociales del capitalismo avanzado, dentro la sociedad civil, la producción industrial, conjuntamente con otras instituciones sociales y políticas (educativas, culturales, etc.).
‘Pasado y Presente’  rescata tanto al joven “Gramsci consejista” como al maduro “pensador de la hegemonía”. Se escribe sobre una doble lucha por el control obrero: respecto de sus estructuras sindicales y del control de la producción (de su “venta de fuerza de trabajo”). Aquí publican algunos textos de los años 1919-1921 del periódico L´Ordine Nuovo bajo el título general de “democracia obrera”. Estos documentos apoyan la tesis de ‘‘Pasado y Presente’ de la “centralidad de la fábrica” en la lucha por el socialismo en Argentina. José Nun aclaraba que “esto no significa, desde luego, reducir a la fábrica todo el campo de luchas sociales”. Esta lucha, en efecto, no se reduce a lo social, sino que tiene un “nivel de partido”. En este sentido, la cuestión del peronismo es ampliamente considerada por ‘‘Pasado y Presente’, pero la posición que se infiere es la de un apoyo a los grupos revolucionarios dentro del peronismo, por la “identidad mayoritaria de la clase obrera”. Esto se lee en la valoración positiva que hace el editorial de la revista sobre el discurso de Firmenich del 22 de agosto de 1973 en la cancha de Atlanta. Incluso aclaran que no se trata de que los sectores revolucionarios salgan del movimiento peronista para unificarse con el ERP y otras fuerzas de izquierda. “El objetivo no es unificar a los revolucionarios entre sí, sino a éstos con las clases trabajadoras”. Es por ello que “la lucha por la hegemonía obrera en el movimiento nacional, la lucha por el socialismo, pasa en lo político centralmente en el interior del peronismo”. El rol eminentemente político de los intelectuales, en el sentido de “homogeneizar, generalizar y 2. unificar los contenidos de esas luchas parciales, integrarlas en un programa de transición para que ellas no se disuelvan en estancos corporativos, es el objetivo central del momento”. La idea del “programa de transición” es parte de un largo debate en el seno de la III internacional desde los años de la revolución rusa. Fue Trotsky quien lo hizo famoso, pero ya estaba planteado por lo menos por Bujarin. La idea de “demandas transicionales” es plantear necesidades de las masas que desborden los límites impuestos por el sistema capitalista y de relaciones de fuerzas. ‘‘Pasado y Presente’ ’ plantea que la lucha por demandas de transición no depende una “crisis catastrófica”, sino que es parte de un proceso molecular y prolongado de la lucha hegemónica.

Gramscianos populistas

El planteo de la nueva izquierda gramsciana es, según entendemos, hasta dónde se puede dar un uso coherentemente político de Gramsci. Sin embargo, ello no nos impide reconocer otras interpretaciones. Una menos mencionada por la historia de la recepción gramsciana es la de intelectuales peronistas de izquierda. El actual director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, escribió en 1971 el artículo “Para nosotros, Antonio Gramsci”, donde hizo una feroz apropiación frente a los intelectuales marxistas. Para González existe un Gramsci peronista porque éste permite pensar la cuestión nacional y popular, y el vínculo orgánico de los intelectuales con el pueblo. Aquí la “nación” es una síntesis de la conciencia popular, de la cultura popular, como “una manifestación concreta de la lucha de la clase trabajadora”, y del “peronismo como proyecto hegemónico de la clase trabajadora”. La veta peronista destaca la producción gramsciana sobre la cultura popular como el rescate del “espíritu creador a través de sus distintas manifestaciones y grados evolutivos”, según escribe Gramsci en las Cartas desde la cárcel. El ámbito de esta discusión política atravesó la lucha universitaria en Filosofía y Letras de la UBA entre los docentes y estudiantes agrupados en las “Cátedras Nacionales”, que reivindicaban la participación en el peronismo y el rescate de una filosofía latinoamericana, y las “Cátedras Marxistas”, representados por los docentes vinculados a ‘‘Pasado y Presente’.
Ya en los años 1980 consideremos a Ernesto Laclau como continuidad del gramscianismo populista de los años 70 (en sus obras de los años 1985 y 2005). Primero porque teóricamente se asocia con la reivindicación del populismo, sacándolo de su rechazo negativo, ubicándolo en el campo democrático, y en particular porque hoy se convirtió (junto con el grupo de Horacio González) en “filósofo” de este gobierno. Lo de Laclau es interesante porque entiende que sus teorías son la continuidad de Gramsci para nuestros tiempos. El campo de la lucha por la hegemonía es la formación de la voluntad nacional y popular, volviendo al viejo tema de los años 50. Pero para él lo consciente es una estructura discursiva simbólica que produce su propia realidad, antes que una relación mediada con lo real. La hegemonía es una producción discursiva, y el pueblo es el producto de este discurso. Laclau y Mouffe dicen en Hegemonía y estrategia socialista que su teoría está más allá de Gramsci porque para él “el núcleo de toda articulación hegemónica continúa siendo una clase social fundamental. Es aquí justamente donde la realidad de las sociedades industriales avanzadas –o postindustriales– nos obliga a ir más allá de Gramsci y adeconstruir la noción misma de “clase social”. Entonces no hay clase como sujeto histórico, sino que la hegemonía se construye como relación entre nuevos antagonismos. La3 democracia radical es la lucha por articular estos movimientos. Dicen que hay que enfrentar al neoliberalismo desde la “centralidad de la política sobre las fuerzas del mercado”, precisamente mediante esta articulación hegemónica entre movimientos sociales.

La democracia ciudadana

Paralelamente al giro discursivo de Laclau, los miembros del grupo ‘‘Pasado y Presente’ van modificando su programa teórico a la postulación de lo que podemos llamar un post-gramscianismo. Como lo ha señalado Néstor Kohan, resulta cuestionable considerar al Club de Cultura Socialista como una fase de los Gramscianos argentinos, tal como hace Raúl Burgos. Más bien podemos considerarla una transición hacia otro tipo de pensamiento político que ya ha cruzado las fronteras. No es forzado considerar este cruce como análogo al producido por el PCI con el “eurocomunismo”. En toda América Latina hacia los años 80 se instala una preocupación por unificar al socialismo con la democracia. Pero la cuestión del socialismo se ve eclipsada por la democracia como objetivo excluyente, sin atender a las relaciones sociales y culturales de producción y de poder en las que los proyectos democráticos están embebidos. Esto caracteriza la vocación democrática de los intelectuales del Club de Cultura Socialista, o de revistas como Punto de vista (1978-2008). La pasión intelectual por la política no cejaba estos emprendimientos colectivos. Pero aquí la misión de los intelectuales se concibe en el amplio y en cierto modo más antiguo proyecto de racionalización de la sociedad propio del Iluminismo.

‘Pasado y Presente’

Hasta aquí el Gramsci democrático popular pero poco gramsciano. Resulta más acertado en cambio concebir la transformación cultural y política en un “movimiento orgánico” conjuntamente con las formas sociales de producción. La “revolución democrática” no incluye transformaciones de este tipo en su programa. Mayor crecimiento, empleo y consumo son logros que no implican cambios históricos en las relaciones de producción, que aceptan como dadas las relaciones de dominio políticas que se engarzan en laeconomía. ¿Cuáles son entonces las indagaciones de una lectura actual de Gramsci? El ala intelectualista del gobierno kirchnerista (Carta Abierta) se sigue beneficiando de las ideas de “hegemonía”, “reforma intelectual y moral”, “guerra de posiciones”, etc. Para los gramscianos populistas, la radicalidad del gobierno K consiste en que aparece históricamente como resultado político de la revuelta social del 2001. Es la emergencia y articulación de los movimientos que impactan sobre el sistema político, e incluso en cierta medida “devienen Estado”. El gobierno kirchnerista no sólo recuperó la gobernabilidad capitalista en el país al canalizar democráticamente buena parte de las demandas del 2001, también habilitó una nueva politización en las que se anuncian metas que están más allá de la corriente democrático-popular antes bosquejada. ¿Cómo analizamos el contenido social e histórico de este gobierno? La idea “laclosiana” de articulación de movimientos en una lucha democrática radical parece haber prendido bastante en el ciclo de protestas de 2001. Pero más allá de rejuntes, ¿crearon una nueva hegemonía estos movimientos? Sobre la base de conquistas obtenidas, los sectores populares podrían en cambio contemplar la posibilidad de formas democráticas que choquen con el capitalismo en el lugar de trabajo y con las instituciones políticas estatales excluyentes de la representación popular. Se impone nuevamente la gran pregunta gramsciana: ¿De qué manera pensar, una vez más, la hegemonía del pueblo en esta Argentina contemporánea?