Pasaron más de dos años de la llegada de la alianza Cambiemos al gobierno. La victoria en las elecciones del 2017 demostró que el experimento oficialista no fue un golpe de suerte o un mal cálculo, y sumergió en una crisis aún mayor al Partido Justicialista, que enfrenta quizás una de las mayores turbulencias que haya vivido desde el retorno de la democracia.
Por un momento, el macrismo pretendió mostrarse dueño de una fuerza arrolladora, sin fisuras en su proyecto político-económico en el corto y mediano plazo. Sin embargo, las jornadas de Diciembre volvieron a poner en entredicho tal situación. Entre las cacerolas y las extensas jornadas en el Congreso, el campo popular irrumpió en la escena política para recordar que una victoria electoral no supone un inmediato consentimiento del programa de disciplinamiento y ajuste contra el movimiento popular que propone el oficialismo.
La crisis económica iniciada en mayo a partir del desmanejo del frente externo, la incapacidad para manejar el precio del dólar, y el ajuste que esto produce al modificar la relación entre dinámica financiera, actividad del mercado interno y valor del salario real, golpea al gobierno colocando altas dosis de incertidumbre hacia el próximo año electoral, al tiempo que reordena las fuerzas y espacios políticos que nos ubicamos en la vereda de enfrente del proyecto oficial.
Ante este agudo y convulsionado escenario, las organizaciones que suscribimos este documento,vemos la necesidad de retomar ciertos debates que fueron estructurando nuestra orientación en el último período, revisando nuestros errores y convidando miradas sobre la actual coyuntura.
Buscamos una intervención conjunta en el plano social y político. Nos mueve la certeza de que solo en unidad podremos trazarnos algunas apuestas que ayuden a bloquear el ajuste categórico que impulsa la alianza Cambiemos, y aporten a construir una alternativa que movilice la esperanza y la búsqueda de dignidad de las mayorías populares en la difícil etapa actual.
América Latina en un mundo en tensión
Entendemos la llegada de la Alianza Cambiemos al gobierno nacional como expresión local de la ofensiva restauradora que el capital y los sectores dominantes vienen llevando a cabo en todo el continente latinoamericano. En este sentido, existen en nuestra región una serie de variables compartidas: la destrucción de derechos adquiridos, el aumento de la explotación laboral, el incremento del saqueo y la expoliación de los recursos naturales, el aumento de la disposición represiva de las fuerzas de seguridad, el desmoronamiento de las barreras aduaneras, el avance sobre los sistemas provisionales y el aumento de las edades jubilatorias.
La ofensiva del capital sobre nuestro continente debe ser leída en el contexto de fuertes tensiones geopolíticas derivadas de la crisis económica mundial iniciada en el 2008. Esta crisis puso al desnudo los cambios en las correlaciones de fuerza de las principales potencias, evidenciando un mundo multipolar. Desde hace casi treinta años el capitalismo occidental crece a un ritmo sensiblemente menor que las nuevas potencias emergentes. Los Estados Unidos no se mantienen expectantes mientras su hegemonía se escurre entre los dedos: disputa mercados y territorios, intenta aumentar niveles de explotación y de dominio.
Este es el marco en el cual la potencia del norte interviene en pos de reordenar y reafirmar su dominación, ya sea por vías militares, económicas o diplomáticas. Los efectos que esto trae en nuestro continente, el histórico “patio trasero” de EEUU, son evidentes: guarimbas, golpes parlamentarios o judiciales, apoyo político y mediático a derechas sumisas son algunas de las estrategias que se vienen implementando desde 2009,y que articulan el objetivo común de aplicar el programa económico y político de los EE.UU para la región, con las condiciones particulares de cada país.
La virulencia y ansias revanchistas de esta ofensiva son una constante en todo el continente. Buscan el disciplinamiento de nuestros pueblos, castigándoles por haber desoído el recetario neoliberal de muerte y saqueo, hambre y explotación. En esa clave debemos entender su proyecto, dimensionando el impacto que implica su aplicación, y preparándonos para afrontar con madurez y fortaleza las cruciales batallas porvenir.
A diferencia de los noventa, esta avanzada se da en un momento de crisis y no de auge del neoliberalismo. Vivimos un mundo multipolar desde el punto de vista económico y militar. Materialmente, ni Estados Unidos ni la OTAN determinan a gusto y parecer los destinos y las intervenciones a lo largo y ancho del globo, y China y Rusia han establecido de manera significativa vínculos comerciales con la gran mayoría de los países del globo. La victoria de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, y la inestabilidad política de la Unión Europea son parte de la crisis del neoliberalismo como “meta-relato”, como proyecto hegemónico, y terminan de dar marco a una situación de mayor debilidad de las potencias occidentales.
No resulta necesariamente positivo que la avanzada de Estados Unidos sobre Nuestramérica se de en este contexto. Las potencias tienden a externalizar sus dificultades para lograr consensos internos, y a apretar más el collar de sus socios menores cuanto mayor sea la urgencia por cerrar sus propios frentes de conflicto. Venimos confirmando, y es de esperar, una mayor agresividad en las demandas, y menos paciencia para construirse un rol de hegemonía, además de un rol de dominio.
No hemos logrado bloquear todas sus iniciativas, las mayorías que vivimos en estas tierras tenemos condiciones de vida peores que las de hace algunos años. Sin embargo, sostenemos que esta avanzada neoliberal no ha logrado estabilizarse en la región. Por propias debilidades de sus intentos, pero también por la masividad y frontalidad de las luchas que se vienen llevando adelante en distintos planos, entendemos que el continente sigue estando en disputa.
Los procesos que han logrado resistir a esta ofensiva -aun con grandes dificultades- son los que se han asentado en el impulso del empoderamiento popular, una mayor radicalidad en sus planteos, y un mayor enfrentamiento con los poderes fácticos. Entendemos que en esta etapa son cada vez más hostiles las condiciones para desarrollar políticas de tintes progresistas que no afecten de manera sensible los intereses del capital concentrado.
En este ajedrez geopolítico merece una mención especial la situación de Brasil, el gigante sudamericano, donde Michel Temer tuvo que encarcelar, no sin escándalo, al ex presidente Lula da Silva. Brasil resulta hoy el centro de gravedad de la correlación de fuerzas en América Latina, el desenlace de la crisis institucional en la que está sumergido puede ser decisiva para el conjunto de las relaciones de fuerzas en el continente.
Cambiemos
Argentina no está exenta del contexto internacional que fuimos describiendo. Cambiemos es la expresión política de sectores del poder real para tomar el control del Estado con una apuesta que intenta transformar conservadoramente al país, utilizando un discurso modernizador. Pese a ello, es difícil imaginar que esto sea una tarea sencilla en nuestro país.
En primer lugar, el movimiento popular argentino no ha sufrido una derrota político organizativa. Por el contrario, desde el proceso previo a la insurrección popular del 2001 viene desarrollando una acumulación política importante. Esto nos permite enfrentar los avances del capital desde una posición mucho más favorable que en los años ’90, y obviamente, de un modo bien distinto al de la última dictadura.
Por eso, aún cuando la alianza oficialista ha avanzado en ajustes y en reformas significativas, los niveles de resistencia y enfrentamiento fueron altos. Tal es así que las estadísticas indican que el 2018 fue el inicio de año más conflictivo desde el 2009. Es que Argentina conserva, tal vez como huella histórica de lo extendido y desarrollado que fue el Estado de bienestar en estas geografías durante la segunda mitad del Siglo XX, un caudal y una potencia distintivas en lo que hace a núcleos progresivos y solidarios de sentido común, y entramados de organización popular y social. Hay un enorme movimiento popular que, con sus matices, e incluso sus miserias, está organizado de forma contradictoria al proyecto oficial. El peso de este movimiento es muy grande como para ser obviado: con una de las mayores tasas de sindicalización del continente, uno de los Movimientos de Mujeres más masivos y activos del mundo, una organización firme y extendida en el sector social excluido del mercado formal de trabajo, y un acumulado militante respetable, ejerce una influencia para nada desdeñable en una buena porción de la sociedad, y sostiene una importante tendencia a la acción directa de amplios sectores.
Es imposible convencer a esta fracción del país simplemente con globos y sonrisas, de que abandone sus derechos conquistados, sus valores, y se arroje al abismo tras un gobierno que de marzo en adelante no logra contener ni a buena parte de su propio electorado.El programa de Cambiemos es un programa de conflicto, porque entiende como objetivo de primer orden derrotar y desarticular al movimiento popular argentino.
Este actor es el gran escollo de la acumulación de capital en nuestro país, intentar reformar la estructura social y económica argentina no tiene otra traducción que no sea modificar profundamente la correlación de fuerzas existente entre las clases sociales. Las reformas fiscales, previsionales y laborales no implican una mera transferencia de recursos, sino una desarticulación de los mecanismos con los que el pueblo se organiza para disputar la riqueza.
La pérdida de legitimidad del Gobierno que marcaron las encuestas en estos primeros meses del año, sumado a la crisis cambiaria y al pico inflacionario de mayo, están obligando al oficialismo a maniobras para ampliar la base de sustentación del ajuste que acaban de implementar. Al mismo tiempo, siguiendo su lógica de frontalidad y dientes apretados, es de esperar mayores niveles de crudeza en la persecución, represión y polarización del discurso público.
La posibilidad de que Cambiemos no repunte hacia 2019 genera al mismo tiempo nuevas presiones y escenarios para los distintos sectores que conviven al interior del peronismo. La necesidad de “juntar todas las partes” para forzar una segunda vuelta puede que sea la hipótesis que se fortalezca en ese espacio político, siendo expresión de la tremenda urgencia que tiene ese espacio para volver a ocupar estructura de Estado para garantizar su reproducción y supervivencia.
¿Y ahora qué?
En primer lugar, debemos tener un enorme compromiso con la defensa de las condiciones de vida que nuestros pueblos han conquistado en la última etapa. La construcción de nuestra práctica política debe estar atada al futuro concreto del pueblo trabajador. La mente piensa donde los pies pisan, y sólo de la mano de algunas victorias (o evitando algunas derrotas) será posible masificar ideas fuerza cargadas de transformación estructural, emancipatorias.
El programa ofensivo del capital implica profundas dolencias para quienes vivimos de nuestro trabajo, nuestra intervención política debe entender la magnitud de estos problemas y actuar en consecuencia. Dirigir el mayor de los esfuerzos posibles a defender derechos y condiciones dignas es una premisa básica para generar empatía y apuntalar nuestra construcción política. Privilegiar la delimitación política antes que la efectiva victoria de las luchas, significa en los hechos renunciar a ser parte de una alternativa al macrismo con posibilidades de masificarse y disputar. En estas luchas nos encontraremos con muchos y muchas que no compartan nuestra perspectiva estratégica,  pero hoy no es tiempo de mezquindades ni purismos: quienes enfrentemos a la ofensiva neoliberal, debemos establecer todas las alianzas necesarias para que los derechos y las condiciones de vida de las mayorías sociales se dañen lo menos posible.
Hacemos este planteo desde un lugar que existe en la Argentina, y se remonta a lo largo de su historia de lucha por soberanía, independencia y libertad. La izquierda popular expresa a una porción del pueblo argentino anclada en la memoria de las luchas latinoamericanas. Una parte del pueblo trabajador, que anhela una Argentina distinta, que cree que es posible resistir el avance brutal del neoliberalismo y al mismo tiempo construir una alternativa para nuestra patria y para América Latina.
Expresamos una militancia, una joven generación, que quiere salir de la encerrona entre el ajuste neoliberal y el capitalismo en serio, un sector del pueblo organizado que sabe, que sueña, que necesita pensar alternativas que vayan más allá del péndulo entre liberalismo y desarrollismo, entre conservadores y reformistas. Sabemos que no son lo mismo uno y otro, no nos confundimos y no tenemos miedo en decirlo. Por eso reconocemos las conquistas alcanzadas durante los 12 años del gobierno anterior. Y eso nos da la autoridad moral y política para al mismo tiempo señalar que no es posible salir de la situación de atraso y dependencia de nuestros países por la administración “seria”
de las reglas de juego actuales.
Ningún “capitalismo en serio” en ningún lugar del mundo llevó a los países que fuimos colonias por la senda de la igualdad social, de la dignidad de todos y todas. Por eso sabemos que precisamos desplegar en todo el territorio nacional una propuesta alternativa a la de los liberales y los desarrollistas. Ese faro nos lo mostró el Comandante Hugo Chávez hace diez años cuando nos propuso ese proyecto quijotesco llamado Socialismo del Siglo XXI, cuando nos enseñó -como antes hicieran Fidel y el Che, Salvador Allende y tantos otros patriotas latinoamericanos- que solo la vía de la superación del sistema actual puede llevarnos a nuestras grandes metas: un igual acceso a la salud y educación, a la vivienda, a una vida digna, a un trabajo que en vez de alienante sea humanizante, a una noción más alta del ser humano y la sociedad. En pocas palabras, al buen vivir que las milenarias cosmovisiones andinas transformaron en bandera de este siglo.
La izquierda popular no es igual a la unidad más o menos laxa o articulada de algunas organizaciones, ni mucho menos producto de la elucubración de un puñado de dirigentes. La izquierda popular expresa a una fracción del movimiento popular argentino y latinoamericano, del  pueblo trabajador, que alcanzó un grado de conciencia que reconoce, en primer lugar, que liberales y desarrollistas no son lo mismo, que entre estos últimos se encuentran muchos de nuestros aliados potenciales y reales, y que probablemente allí se exprese la conciencia alcanzada mayoritariamente por el movimiento popular. Pero por el otro lado, la izquierda popular expresa a la militancia y al pueblo trabajador que reconoce que las recetas de capitalismo en serio nos han llevado históricamente al fracaso, al retorno de la derecha conservadora, y que precisamos salir de esa disyuntiva y plantearnos un horizonte superador.
La tarea es urgente: unirnos implica madurar políticamente, crecer colectivamente y mejorar cualitativamente nuestras maneras de organizarnos y de fortalecer nuestra perspectiva. Como decía el Che, “si no existe la organización, las ideas, después del primer impulso, van perdiendo eficacia, van cayendo en la rutina, van cayendo en el conformismo y acaban por ser simplemente un recuerdo”. Entendemos que sin una intervención política de conjunto, los esfuerzos por aunar nuestras construcciones sectoriales encontrarán serios límites. Resulta imprescindible que podamos erguir una
experiencia política que pueda imprimirle algunas preguntas a un sistema político anquilosado. Que no se subordine estratégicamente a alguna de sus variantes, a la vez que tenga la suficiente muñeca táctica como para no abandonar alianzas por pura abstracción de principios.
Creemos necesario que esta experiencia la demos de conjunto las organizaciones nucleadas en torno a la idea de la Izquierda Popular. Apostando por una experiencia política que se proponga ser de ruptura con el sistema político tradicional, que hable sobre los temas y desde los lugares desde donde nadie habla, que intente infringirle una crisis que lo obligue a un reordenamiento, que evite sus disposiciones actuales, en las que están garantizadas todas las condiciones para que el casino siempre gane y no haya ninguna buena sorpresa para quienes hacemos andar el país a diario.
La coalición oficialista viene por el conjunto de los derechos de las clases populares, esa avanzada excede las identidades políticas cristalizadas actualmente en el sistema de partidos. Resulta urgente despuntar un espacio político que apunte a zarandear el sartén de los partidos tradicionales, y que amplíe los marcos de lo posible en una etapa  regresiva.
Es indudable que la disposición a luchar de nuestro pueblo existe, así como la organización. Condiciones imprescindibles para cualquier alternativa de resistencia. Sin embargo, si no logramos darle una expresión política a la lucha social, no podremos construir la alternativa con la que soñamos.
Estos debates han atravesado profundamente nuestras organizaciones. Partiendo de la visible voluntad del nuevo gobierno de infringir derrotas históricas y aplastar de a cientos nuestros derechos, empezamos a revisar las tácticas; y en algunos casos también las estrategias de nuestras organizaciones.
Entendemos que los momentos ofensivos y defensivos no pueden ser quirúrgicamente separados, estamos viviendo un tiempo histórico donde las contradicciones del sistema recrudecen, derrotar una”ofensiva neoliberal” no tiene otra traducción que no sea desarrollar una “ofensiva popular”. En el motor de la historia hay mucho fuego, y el tiempo está definiendo hacia dónde avanza, a nuestro favor o en nuestra contra. La tarea de la etapa entonces ya no puede reducirse a defender nuestros derechos e impedir el avance del Capital, tenemos que poder desarrollar paralelamente el comienzo de nuestra ofensiva. Si los pueblos no comenzamos a pensar cómo se destraba esta situación en nuestro favor, estaremos condenados a pelear para retroceder lo más lento posible. Este no puede ser jamás el horizonte de una izquierda revolucionaria.
Entendemos necesario iniciar el proceso de construcción de una experiencia de nuestros movimientos populares y organizaciones políticas, por una Argentina libre, digna y soberana. Una experiencia cuya construcción se articule desde abajo, y sea en sí misma una experiencia política de alta densidad para nuestro pueblo.
Invitamos a aquellas fuerzas que así se lo propongan a enfrentar este desafío juntxs, para construir la Izquierda Popular y luchar por el socialismo, el feminismo y el buen vivir.
MAYO 2018