Por Ulises Bosia, militante de Marea Popular
Extraído de notas.org.ar
El Frente de Izquierda y los Trabajadores logró ubicarse como la opción política por izquierda del momento y busca convertirse en un actor del movimiento obrero. ¿Puede crecer más? ¿Logrará mantener la unidad interna? ¿Se ampliará? Primera parte.
Como venimos haciendo reiteradamente en esta columna, también para analizar el fenómeno de la izquierda en la escena política nacional conviene tomar como parámetro los 30 años de democracia. En este contexto, no es la primera vez que una coalición de organizaciones de la izquierda combativa gana notoriedad en la sociedad.
Ya el MAS y el Partido Comunista (PC) en los años ochenta, mediante distintas coaliciones como el Frente del Pueblo o Izquierda Unida, lograron canalizar una parte de la “primavera democrática” y más tarde también del descontento popular ante el final de la experiencia alfonsinista. Lograron alcanzar una banca en el Congreso y catapultar a Luis Zamora como principal referente, aún hoy presente en la política aunque ya como francotirador individual.
Además esta experiencia intentó expresarse como una renovación de las dirigencias sindicales en el movimiento obrero, aunque más allá de una presencia extendida entre delegados de base y comisiones internas, no logró alcanzar la conducción de ninguno de los sindicatos de peso. La caída del Muro de Berlín, el ascenso del menemismo y sus propias contradicciones internas terminaron por generar una crisis terminal de esa experiencia.
La resistencia ante el neoliberalismo a fines de los años noventa y principios del siglo XXI, que culminó en la rebelión popular de 2001, generó un retorno de las organizaciones combativas de la izquierda al centro de la escena. Tanto en la acción directa callejera, donde surgieron referentes como Carlos “El Perro” Santillán, en aquel momento dirigente de la Corriente Clasista y Combativa, o el propio Darío Santillán, en el MTD Aníbal Verón de Almirante Brown; como en la política electoral donde el MST y el PC reeditaron Izquierda Unida, logrando que Patricia Walsh sea diputada nacional y alcanzando varias bancas provinciales.
En este caso la presencia en el movimiento obrero no se expresó principalmente en las organizaciones sindicales tradicionales, sino en los movimientos de desocupados donde se organizaban los sectores de la clase trabajadora excluidos del mercado laboral.
Esta experiencia encontró sus principales limitaciones en la llegada sorpresiva a la gestión estatal de una fracción del Partido Justicialista dispuesta a llevar adelante un gobierno de centroizquierda, así como también en la presencia extendida entre la militancia de ideas “antipolíticas” y “antielectorales”. Esto último impidió la capitalización de la experiencia del 2001 y finalmente en la dificultad de reconversión de los movimientos de desocupados ante el aumento del empleo y la política de fragmentación e integración llevada a cabo por el gobierno nacional.
Así se llega a la actualidad, donde el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), encabezado por el Partido Obrero junto al Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) e Izquierda Socialista (IS), logró aprovechar la reforma electoral que creó las primarias internas abiertas (PASO) y dar el salto de una militancia con presencia en distintos movimientos sociales (estudiantil, juvenil y sindical, principalmente y en esa medida) a una opción política de relevancia.
El desgaste del kirchnerismo tras una década de gobierno, sumado al giro a la derecha de la centroizquierda opositora, abonó un terreno fértil que estos partidos supieron aprovechar para intentar por tercera vez en estas tres décadas de democracia que la izquierda salga de la marginalidad política.
Pero este fenómeno electoral, que permitió por primera vez en la historia argentina un bloque de tres diputados nacionales trostkistas, y éxitos inéditos en provincias como Salta o Mendoza de escasa tradición de izquierdas, se tradujo también en el intento de constituirse como un actor del movimiento obrero tradicional, revitalizado tras la década kirchnerista, pero fuertemente fragmentado en cinco centrales sindicales.
La consigna del último congreso del Partido Obrero referida a la “unidad entre la izquierda y el movimiento obrero” expresa esa orientación de manera contundente, así como también la idea planteada originalmente por el PTS de que estamos frente al “sindicalismo de base” como un actor político y social significativo en el movimiento obrero vinculado a una nueva “generación” de trabajadores y trabajadoras que hicieron sus primeras experiencias políticas y gremiales durante el kirchnerismo. Todo lo cual condujo a retomar las tradiciones más combativas del movimiento obrero recuperando el mote de “clasismo”, a su vez tomado por los grandes medios de comunicación.
Cuatro conclusiones preliminares
Pueden puntualizarse entonces varias cosas. En primer lugar que en estos treinta años de la democracia ninguna opción de izquierda logró consolidarse con un nivel razonable de estabilidad, sino que distintas coaliciones aparecieron y desaparecieron de manera espasmódica.
En segundo lugar, que hasta ahora los periodos de mayor protagonismo de la izquierda son contemporáneos del agotamiento de los proyectos políticos hegemónicos, con la particularidad de que de cara al 2015 este fin de ciclo kirchnerista no se combina con un escenario de crisis económica y social como sí ocurrió en 1989 y 2001, o de ascenso de la lucha de clases como en el caso de comienzos de este siglo.
En tercer lugar, vale la pena resaltar que hasta ahora cuando se estabiliza un proyecto hegemónico en el poder, y se da un reflujo de las luchas sociales, “desaparecen” las formaciones de izquierda y cobran relevancia distintas propuestas de centroizquierda entre las que se puede mencionar al Partido Intransigente, al Frepaso o a Proyecto Sur.
En cuarto lugar, en el movimiento obrero estos vaivenes fueron más marcados y las corrientes de izquierda no consiguieron en estos treinta años alcanzar la conducción de ningún sindicato de peso, a pesar de haber dedicado un enorme esfuerzo a esa tarea estratégica, generar agrupaciones y listas opositoras, integrar cuerpos de delegados de base y comisiones internas en las más diversas ramas de la industria.
En la segunda parte de esta nota abordaremos los desafíos planteados para el FIT de acuerdo a estas conclusiones.
Integración o resistencia: los desafíos actuales de la izquierda (segunda parte)
En la primera parte de esta nota habíamos concluido que a lo largo de los treinta años de la democracia en nuestro país distintas coaliciones de izquierda lograron visibilidad y notoriedad públicas, aunque no lograron permanecer como una referencia estable sino que tuvieron un comportamiento espasmódico. Tanto en el terreno estrictamente político como en cuanto a su inserción en el movimiento obrero.
De manera bastante esquemática, decíamos que ante situaciones “revolucionarias”, “prerrevolucionarias” o de crisis política y social, este tipo de formaciones políticas lograron mayores niveles de receptividad en el pueblo trabajador. Viceversa, cuando la situación política se estabiliza o las luchas sociales entran en una etapa de reflujo, las coaliciones de izquierda no encontraron la manera de adaptarse al nuevo contexto y entonces se dio una tendencia a la crisis interna y al retorno a la marginalidad del espectro político.
Siguiendo este razonamiento, y asumiendo que no estamos frente a una inminente crisis política o social, ni ante una etapa de ascenso de la lucha de clases, sino más bien ante “un ascenso de la derecha” tanto al interior del Frente para la Victoria como en las principales fuerzas de la oposición, así como un giro conservador en la política latinoamericana en su conjunto, el desafío para el FIT es cómo adaptarse a un momento en que lo que prima es la política “reformista”. Teniendo en cuenta, lógicamente, que sin una acumulación de fuerzas considerable durante las etapas de “reformismo”, es muy difícil luego capitalizar las oportunidades políticas abiertas por una futura crisis.
Retomando conceptos de otras épocas, esta tensión se podría simplificar en el dilema de cómo lograr que una fuerza “revolucionaria” lleve adelante políticas “reformistas”, de manera de gravitar e instalarse en la escena política como una alternativa para la clase trabajadora, sin terminar integrándose y adaptándose al propio sistema que busca transformar. O, retomando la reflexión de Antonio Gransci, cómo llevar adelante una “guerra de posiciones” en la sociedad capitalista de manera de ir forjando una hegemonía anticapitalista, sin terminar por sentirse demasiado “cómodos” en las “trincheras”.
Aceptar y afrontar esta tensión de manera flexible y creativa, es uno de los factores que determinará la posibilidad de que el FIT siga creciendo y logre ser la experiencia que por primera vez en estos treinta años de democracia, dé lugar a una representación estable de la izquierda en el sistema político. En cambio rechazar la existencia de este dilema y ocultarlo detrás de discursos “rojos” intachables, pero cada vez más distantes de la práctica concreta que estas fuerzas están llevando adelante, engendra la semilla de futuras crisis.
Primeras señales de estas tensiones se pueden encontrar en las discusiones internas entre los partidos del FIT. Un primer debate se dio sobre si aceptar a no la vicepresidencia segunda de la Cámara de Diputados de Mendoza, lo que fue interpretado por el PTS como una tentativa de adaptación a la “institucionalidad burguesa” y por lo tanto no hubo acuerdo, dando lugar a una resolución negativa de la cuestión por la vía de los hechos. Una segunda discusión tuvo que ver con el intento del Partido Obrero de ocupar la presidencia del Concejo Deliberante de Salta, tras haber obtenido la primera minoría en las urnas, lo que puso sobre la mesa el debate sobre si la izquierda trotskista estaba dispuesta a gestionar las instituciones burguesas, y en ese caso qué tipo de gestión podría llevar adelante. El resto de las fuerzas políticas se unieron y terminaron por impedirlo. Por lo tanto, ambas cuestiones siguen abiertas.
En este marco, no es auspicioso el surgimiento dentro del FIT de discursos que preanuncian la apertura de una crisis social y política como una perspectiva inminente, la “disgregación” del kirchnerismo o el cierre de un ciclo histórico de identificación política de la clase trabajadora con el peronismo. Se trata de pronósticos dirigidos a preparar a su militancia para un imaginario “asalto del poder”, una forma ideologizada de rechazar el auténtico desafío planteado para el FIT actualmente de convertirse en una referencia para el pueblo trabajador en la dinámica democrática.
Por otra parte, a diferencia de algunas de sus coaliciones predecesoras, el FIT se niega a plantearse el problema de una mayor unidad de las fuerzas populares y de la izquierda. Más bien al contrario, las fuerzas del FIT sacaron la conclusión de que lograron éxito electoral a partir de la intransigencia y la radicalidad discursiva. Por esa razón, el debate sobre su ampliación a otras fuerzas de izquierda y eventualmente a un arco mayor de sectores de centroizquierda o incluso de la izquierda peronista, en función de convertirse en una opción de poder en el marco del régimen democrático, termina antes de empezar.
De alguna manera, se podría decir que la izquierda anticapitalista recién está comenzando a asumir la consolidación del régimen democrático en nuestro país, tras un largo recorrido histórico de luchas, desarrollado en condiciones políticas de permanentes interrupciones dictatoriales y democracias frágiles. Hacer como si este escenario de estabilidad democrática no existiera es el peor modo de resistir la tendencia a la integración en la sociedad burguesa que actúa inevitablemente sobre todas las fuerzas políticas en el régimen democrático.
La apertura seria de un debate sobre esa ampliación expresaría en cambio la asunción de la tensión entre integración o resistencia, en favor de la apuesta de intervenir en la política de “reformas” que el momento político requiere, acumular fuerzas e inserción social y preparar una referencia de poder de la izquierda, en condiciones de orientar al conjunto del pueblo trabajador en las luchas actuales y futuras.
Aún así, ¿puede crecer el FIT? Es posible que en lo inmediato sí, sobre todo teniendo en cuenta la actual política del gobierno kirchnerista con su giro pro mercado, la marcada orientación de la centroizquierda hacia la derecha y la altísima probabilidad de que el próximo gobierno esté a la derecha del actual. Tanto como fenómeno electoral de cara al 2015 como en cuanto al crecimiento militante y de su inserción sindical y en otros sectores del pueblo. Pero cualquier crecimiento, tanto en el terreno de la gestión política como en el de la inserción sindical, implicará mayores expresiones de esta tensión entre integración y resistencia que venimos planteando: llegará el momento en que deberá ser afrontada, allí en parte se decidirá la suerte del FIT.