Gabriela Mitidieri, Melina Alexia Varnavoglou y Adrián Bo
El capitalismo debe justificar y mistificar las contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales —la promesa de libertad frente a la realidad de la coacción generalizada y la promesa de prosperidad frente a la realidad de la penuria generalizada— denigrando la «naturaleza» de aquéllos a quienes explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalización
Silvia Federici, El Calibán y La Bruja
En el marco del #NiUnaMenos, el dirigente del Partido Obrero, Jorge Altamira, desligó la trata de mujeres del machismo y explicó: “No es machismo, es la explotación capitalista organizada de mujeres y niña/os”. En ese sentido, prosiguió: “La organización autónoma de la mujer es la llave. Ninguna penalidad contra machismo puede sustituirla”. En relación con los dichos de Jorge Altamira nos parece importante enfatizar algunas cuestiones.
Así como no entendemos que el menor salario que perciben las mujeres en relación a sus compañeros o el hecho de que sea sobre ellas que recaigan las tareas de cuidado y el trabajo doméstico no remunerado sea sólo un producto del capitalismo, enfatizamos la importancia de recuperar la especificidad de las opresiones que dentro de este sistema configuran un modo particular de extracción de ganancia y la consecuente precarización laboral de sujetos feminizados y racializados.
Esta desigualdad se funda en una división sexual del trabajo que consiste en asociar históricamente ciertas actividades unilateralmente al género femenino. Como dice la feminista marxista Roswitha Scholz “Determinadas propiedades consideradas de menor valor (la sensualidad, la emocionalidad, la debilidad de carácter y de entendimiento, etc.) se atribuyen a la mujer y quedan así disociadas del sujeto moderno masculino”. Si bien considera que para analizar las relaciones de género capitalistas hay que partir de un análisis materialista, “tampoco se puede asumir el primado del plano material de la división del trabajo por géneros/sexos, como hace el esquema tradicional de base-superestructura. Más bien hay que colocar los factores materiales, simbólico-culturales y psicosociales en el mismo nivel de relevancia. La dimensión simbólico-cultural, esto es, cómo se forman las representaciones colectivas sobre qué son los hombres y las mujeres (…)”. En la representación desigualitaria de los géneros consiste el machismo. El régimen de dominación material, cultural y política que lo sistematiza se llama patriarcado.
De ese modo, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, por traer el caso con el que ejemplifica sus dichos el compañero Altamira, presupone un sistema sexista y heteropatriarcal en el que ciertas mujeres pueden ser reducidas a la esclavitud sexual. Implica un sistema lucrativo, con altos niveles de connivencia policial y estatal, en el que es escaso o nulo el poder de decisión que estas mujeres tienen sobre su vida. El capitalismo se sirve de estas opresiones específicas para expandirse. Por eso, no creemos que el capitalismo actual pueda entenderse si no analizamos el conjunto de variables que nos permite entender por qué la división social del trabajo descansa en segmentaciones de raza, género e identidad sexual.
Si toda dominación se reduce a la opresión de clases capitalista, así, sin más, es fácil caer en la suposición de que una vez que caiga el capitalismo, las distintas opresiones imbricadas se evaporarán mágicamente. Si no nos damos políticas específicas que apunten a identificar y desmantelar opresiones de clase, género, raza, identidad de género, de construir organizaciones que no repliquen aquello que el sistema hizo de nosotrxs, ¿cómo sostener que trabajamos para cambiarlo de raíz? ¿Cómo, en definitiva, luchar por el socialismo sin combatir el patriarcado y el racismo?
Si todo “queda en manos de las mujeres trabajadoras”, es importante que clarifiquemos también qué entendemos por trabajadoras ¿Son las mujeres que realizan trabajo doméstico no remunerado, trabajadoras? ¿Son las trabajadoras sexuales cis y trans, trabajadoras? Nosotrxs, a diferencia de lo que sostienen algunos sectores de la izquierda, creemos que sí. Que la precarización específica que recae sobre cuerpos feminizados y muchas veces racializados sólo se entiende si hacemos el esfuerzo por entender al capitalismo en sus conexiones puntuales con opresiones de raza y género.
Una política regresiva para la lucha de géneros
El Partido Obrero, al intentar reducir todas las luchas existentes a la lucha de clases y al pasar por alto la especificidad de las distintas luchas, en particular la lucha anti-patriarcal, llegando a considerarla de manera reaccionaria “una moda del momento”, tiene como consecuencias dos peligros: primero, corre el riesgo de reproducir el patriarcado en sus propias filias. Si el problema de la opresión de las mujeres es el problema de la explotación capitalista, no habría razones para que compañeros del Partido Obrero tuvieran una formación feminista específica y problematicen el patriarcado dentro y fuera de sus organizaciones, sólo bastaría con que den una lucha anticapitalista, para que, en consecuencia lucharan contra el patriarcado.
El segundo peligro, mucho más grave que lo que ocurre al interior de sus propias filas, es que la línea que esgrimen podría abonar a la reproducción del patriarcado en toda la sociedad, porque pensar que el patriarcado “es explotación capitalista organizada de mujeres y niña/os” por un lado pone el eje en quienes sufren las violencias y ataques sistemáticos de un sistema de relaciones de opresión que lxs precede, de manera que se les exige sólo a las mujeres que se organicen para pelear contra “la explotación capitalista organizada” y no se les exige a los varones cuestionar sus privilegios y así como la potestad de ejercer violencia machista en sus múltiples e infinitas formas. Declarar la lucha a las redes de trata negando la cultura de la violación que cada día las legitima es declararla en abstracto, construyendo así una política regresiva en la lucha contra la reproducción de esa violencia hacia las mujeres y otrxs sujetxs feminizados. Además, poner el eje en la lucha de clases y tratar de reducir un fenómeno al otro, desatendiendo las relaciones sociales propias que el patriarcado genera y cómo opera , deja un vacío cuando nos preguntamos, por ejemplo ¿por qué una travesti tiene apenas 35 años de expectativa de vida? ¿Es la explotación capitalista organizada la que mata travas? ¿Es “la explotación capitalista organizada” la que confina al closet a putos y a tortas? No: es la heterosexualidad como régimen político el que, en alianza criminal con el régimen capitalista, margina, violenta y precariza la vida de estxs sujetxs. De manera que, al pensar que el patriarcado es un problema más que se resuelve en la dinámica de la lucha de clases se cae irremediablemente en posiciones reduccionistas.
Mientras no haya una elucidación específica del problema se corre riesgo de reproducir mecánicamente el patriarcado. Las organizaciones socialistas, si queremos ser consecuentes con toda la extensión y profundidad de nuestro proyecto emancipador, debemos comprender tanto los vínculos entre capitalismo y patriarcado, como la especificidad de las opresiones de género y su irreductibilidad a la lucha de clases. Caso contrario, corremos el riesgo de invisibilizar y reforzar opresiones consolidadas dentro de la sociedad.
Vamos por un feminismo anticapitalista
Por otro lado, entendemos que no va de suyo que una lucha feminista y antipatriarcal sea inevitablemente anticapitalista. En ese sentido, no resulta para nosotrxs una victoria política que una feminista punitivista de la UCR esté al frente del Consejo Nacional de las Mujeres o que Vidal haga mención a la violencia de género para avalar un caso de gatillo fácil o que el Frente Renovador tenga una columna propia en la Marcha del #NiUnaMenos. De igual modo, entendemos que no es casual que 12 años de gobierno kirchnerista no hayan podido traccionar en favor de una ley de aborto legal, seguro y gratuito. Son, una vez más, cuestiones de clase y de raza (cruzadas con género) las que explican que sean mujeres trabajadoras, de bajos recursos, muchas veces de origen migrante y de zonas no urbanas, las que mueren en abortos clandestinos.
Dejar relegado el problema al otro de los ejes del binomio capitalismo-patriarcado, es caer en la ingenuidad de que es el patriarcado el único sistema que actualmente nos oprime (y el único que debemos combatir).
En recientes declaraciones en torno al #NiUnaMenos, ese pareció ser el planteo de Florencia Kirchner. Y si bien el kirchnerismo se hizo eco de demandas históricas de la comunidad lgtb, es válido preguntarse: ¿alcanza una agenda de derechos cuando las políticas públicas que se desprenden de ella no parecen contemplar cuestiones de raza y clase? Entendemos que una ley de identidad de género que no vaya de la mano de una ley de cupo laboral trans está desatendiendo, por ejemplo, la realidad material del colectivo trans-travesti, la situación de quienes son además migrantes, el hostigamiento policial e institucional de las que son víctimas las trabajadoras sexuales trans y travestis.
No obstante, es preciso reconocer los límites del instrumento legal como horizonte de lucha. Una de las demandas fuertes que cohesiona a cierta fracción de la comunidad lgtb, la ley antidiscriminatoria, resulta fuertemente punitivista. Creemos que un pedido de más cárcel y más penas choca con el hecho de que la institución policial y fuerzas parapoliciales con connivencia del estado despliegan su arbitrariedad sobre gays, lesbianas y trans de los sectores populares, tal como sucediera a comienzos de este año en Miramar y Mar del Plata.
Como Democracia Socialista, creemos que se hace necesaria una organización conjunta frente a esas opresiones. Se trata en el camino de hacerse cargo, de ser consciente de las opresiones cruzadas, así como de los privilegios de raza y clase con los que algunxs contamos. Se trata de desconfiar instintivamente de cualquier teoría que intente homogeneizar, universalizar a lxs sujetxs que dice representar. Porque la clase trabajadora no siempre es heterosexual y pocas veces es sólo blanca. Hacer visible, complejizar lo que entendemos por clase es asumir que dentro de la clase trabajadora también habemos muchas tortas, putos y travas. Y mujeres que se cargan una doble o triple jornada laboral remunerada a medias.
Y porque así como una izquierda que no sea feminista y lgtb no debería llamarse izquierda; de igual modo, un feminismo que universalice el sujeto “mujer” y pierda de vista a las lesbianas, las negras, las putas, las indias, o sólo a condición de tutelarlas; un feminismo que no quiera cambiar el sistema de raíz, no puede ser nuestro feminismo. Por estas razones, es que ponemos todas nuestras energías, para construir un proyecto político que sea fuertemente feminista y anticapitalista.