La economía nacional muestra desequilibrios macroeconómicos de importancia, que no implican una coyuntura necesariamente explosiva pero si crítica y de compleja resolución. Los resultados electorales de 2013 y los acontecimientos de diciembre incorporan elementos de crisis política de difícil pronóstico.

Eduardo Lucita

Los límites estructurales de la economía argentina se hicieron presentes con fuerza propia en el año que acaba de concluir. Esta situación ha sido tal vez uno de los factores determinantes del nuevo escenario político surgido de las elecciones legislativas de octubre pasado: pérdida relativa del peso electoral del kirchnerismo y liquidación de las aspiraciones re-eleccionistas; surgimiento de una derecha empresarial sustentada en el peronismo disidente; de una centro-derecha liberal republicana, con eje en la reorganización del partido radical; y el surgimiento de una izquierda radical, que por primera vez alcanza una dimensión nacional que le otorga identidad como tal.

La gobernabilidad y sus problemas

A priori la gobernabilidad institucional no parece estar amenazada y solo un cambio sustancial en la economía mundial o un eventual cimbronazo en la lucha de clases puede alterar este escenario. Sin embargo la cancelación de las ambiciones reeleccionistas, la prolongada ausencia presidencial por problemas de salud y su silencio -el no dar los tradicionales mensajes de navidad y año nuevo- sumados a un inesperado diciembre convulsionado y caliente, han creado incertidumbre y la sensación de un vacío de poder.
Veamos: en el oficialismo no aparece todavía una figura presidencialista con la personalidad y la adhesión suficiente. Daniel Scioli puede ser un candidato, pero ¿quién garantiza hoy en qué espacio político jugará finalmente? Por otra parte, aún cuando se quede en el kirchnerismo es claro que ideológicamente está más cerca de la derecha empresarial que de otra perspectiva política. En el peronismo disidente la figura de Sergio Massa es excluyente, aunque nadie puede arriesgar hoy cuál será su proyección nacional en el 2015. Mauricio Macri sabe que solo no le alcanza, pero aspira a ser el eje de la derecha. En el pan-radicalismo y aliados las figuras posibles son varias, las más destacadas por ahora son Hermes Binner y Julio Cobos, pero ninguno parece tener la entidad suficiente como para administrar la crisis que se está incubando.
Los motines policiales, los saqueos, la aparición de “guardias blancas”, la impotencia de los gobernadores para controlar la situación, incluso la del gobierno nacional, dejaron expuesta cierta carencia de autoridad política. La canícula estival, transformada en ola de calor que batió record de temperaturas y de consumo energético, de cortes del fluido eléctrico y de calles, avenidas y autopistas, el enojo de la ciudadanía, concentrada en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, pero no solo allí, no hicieron más que agregar nuevos condimentos a esa sensación de vacío.

Desequilibrios recurrentes

Los desajustes que muestra la economía local luego de diez años de crecimiento no son circunstanciales o producto de “mala praxis” del gobierno -aunque pueden encontrarse variadas inconsistencias en la política oficial- sino resultantes de la emergencia de límites estructurales históricos -restricción externa, inflación, fuga de capitales, déficit fiscal, problemas de infraestructura-.
No son novedosos, se han manifestado una y otra vez desde la segunda mitad del siglo pasado (1952-1955, 1963-1964, 1975-1976, 1989 y 2001). Estas crisis estallaron casi siempre por la caída de las reservas producto del déficit del sector externo. Sin embargo en esta coyuntura el regreso de la restricción externa se presenta cuando hay superávit comercial importante, aún luego de absorber un inédito déficit del sector energético.
Como en 1989 y 2001, y como lo será también a futuro, están pesando los pagos de los servicios de la deuda, a los que hay que adicionar una inédita pérdida de divisas por turismo y compras suntuarias. No obstante la enorme liquidez internacional y lo bajo de las tasas, no ingresan dólares al país, por lo tanto, como otras veces, hay caída de las reservas. No es tanto el monto actual de las reservas lo que preocupa, que aún es importante, sino el ritmo persistente de su derrumbe, aunque ahora se ha ralentizado.
A la restricción externa hay que agregarle un proceso inflacionario recurrente y el regreso del déficit fiscal primario. Es temprano para mensurar como impactarán en las finanzas nacionales los aumentos salariales a las policías de provincias y su repercusión sobre los salarios de docentes y estatales.

Una crisis latente

No obstante estos desequilibrios la crisis no se produce. Los bancos están saneados y sólidos, la deuda estrictamente externa es solo del 12 por ciento del PBI, mientras que el nivel de endeudamiento del sector privado es bajo. Esta es también la razón por la cual la crisis internacional no se ha manifestado con fuerza en el país. Es que al menos hasta ahora la vía financiera de contagio está cancelada. Es a la vía comercial a la que hay que prestarle atención.
Por el lado de la exportación de granos y oleaginosas la demanda se mantiene estable, mientras que los precios, a pesar de que cayeron en los últimos dos años, siguen en niveles rentables. Los problemas vienen por el lado de las exportaciones industriales, especialmente a Brasil, cuya economía no despega y por el contrario las últimas informaciones disponibles indican una retracción para el tercer trimestre y posiblemente un fin de año recesivo.

Ausencia de reformas

Frente a la falta de reformas profundas, que cambien de raíz el régimen de acumulación y reproducción de capitales, los límites estructurales de nuestro capitalismo dependiente, caracterizado por un desarrollo insuficiente y deformado de las fuerzas productivas, vuelven una y otra vez.
Prisionero de los desequilibrios de la economía, de los resultados y de los condicionamientos imperialistas (juez Thomas Griessa, “fondos buitres”, OMC, Ciadi, FMI, Club de París), el gobierno ha dado un giro de concesiones. Por un lado ajuste no ortodoxo y gradual -mini devaluaciones diarias, mayores controles cambiarios, reducción de subsidios y menor emisión monetaria, nuevos acuerdos de precios-. Por el otro, el regreso a los mercados -desbloqueo de créditos del Banco Mundial, swaps con China y negociaciones con el BID, la CAF, Rusia y China por líneas de crédito-. Esta sería la estrategia para atenuar los desequilibrios, frenar y eventualmente recomponer reservas internacionales y lograr financiamiento para obras de infraestructura.
No se trataría de un problema de solvencia económica (el monto de reservas sería suficiente) pero sí de liquidez (baja liquidación e ingreso de dólares) por lo tanto apuesta a crear las condiciones para garantizar el flujo de divisas (acuerdos con cerealeras, fondos de inversión, liquidación de exportaciones, inversiones extranjeras directas). Pero en una estrategia de mini devaluaciones lo normal es que los vendedores retengan sus ventas lo más posible y al contrario que los compradores adelanten sus importaciones y sus pagos. Así todo dependerá de la rapidez con que se logre el ingreso de fondos frescos.
Adicionalmente, el acuerdo con Repsol abriría las puertas a una larga lista de petroleras interesadas en la explotación no convencional de la zona de Vaca Muerta, que también aportaría al sostenimiento de las reservas.
El giro del gobierno, dejando atrás una retórica discursiva de confrontación, está orientado a su reinserción en el sistema financiero internacional. Los acuerdos alcanzados le pueden dar un respiro pero tienen su contrapartida. Se convalida el arbitraje del Ciadi, se acuerda con el FMI, habrá nueva emisión de deuda. Si el ajuste de los desequilibrios no da el resultado esperado está abierta la posibilidad de mayor endeudamiento para financiar déficit público, como quiere la oposición derechista.
Todo indicaría que 2014 será un año de transición, preparatorio de una expansión en el 2015 desplazando desequilibrios y desajustes para más adelante. Año de bajo crecimiento, donde el impulso al consumo no estaría dado por un mayor poder adquisitivo de los trabajadores y sectores populares sino por la inversión pública. Más que avanzar -aun cuando se han planteado metas de difícil concreción, como bajar más la desocupación y reducir el trabajo precario- el gobierno buscaría no retroceder en la situación social -los salarios reales se mantendrían estancados, o incluso podrían perder un par de puntos, mientras se trataría de sostener el actual nivel del distribucionismo asistencialista- bajo el enunciado del ministro de Economía: “No afectaremos los intereses de los empresarios ni de los trabajadores”. Objetivo de conciliación de clases perseguido desde los años ’50 del siglo pasado y nunca logrado.

Impotencia

A tres décadas de reinstalada la democracia institucional, como en oportunidades anteriores reaparecieron los límites del capitalismo local dejando al desnudo la impotencia, para resolverlos en términos progresistas, de las fracciones políticas pequeño-burguesas -alfonsinismo/kirchnerismo- que se asumen como representantes del conjunto de los intereses del capital.
El escenario político del 2014 presenta un amplio campo de acción para la izquierda y sus propuestas.