Por Jorgelina Matusevicius y Jerónimo Altschuler, militantes de la Corriente de Organizaciones de Base La Brecha. Publicado en Revista Sudestada No 118.
Más de quince años de recorrido en la configuración de una Nueva Izquierda en nuestro país son una oportunidad para profundizar un poco sobre las formas de construcción, la cultura política, la orientación programática y la política de masas de las experiencias organizativas, todavía relativamente jóvenes.
El panorama se presenta difuso, con un camino lleno de tropiezos pero lleno de deseos de transformación. Se pueden distinguir dos procesos superpuestos en el variado abanico de las organizaciones que componen una Nueva Izquierda. Por un lado, la necesidad, que se debate de distintas maneras, de ofrecer una alternativa política de “los de abajo”, de presentar en un proyecto común las múltiples experiencias que se han ido acumulando a lo largo de estos años. Pero, por otro lado, la enorme dificultad para proyectar hacia adelante síntesis unitarias que permanezcan sólidas y perdurables. Esta dificultad es, sin dudas, producto de ciertas prácticas políticas que se mantienen todavía más cerca de lo viejo que de lo nuevo, contribuyendo sin más a abonar al fenómeno de la fragmentación en el ámbito de la izquierda. Esto nos permite empezar a comprender la necesidad de un ordenamiento estratégico y programático y un replanteo radical de las cuestiones metodológicas -que son en definitiva profundamente políticas- si queremos reconstruir el sueño de una estrategia anticapitalista que rescate las aspiraciones libertarias del socialismo.
Los primeros pasos
Nuestras organizaciones vienen de un brutal retroceso iniciado con el impacto del genocidio perpetrado durante la última dictadura, y en el contexto del retroceso de la perspectiva socialista en el marco de la lucha de clases a nivel internacional, el derrumbe de la URSS, cuyo régimen burocrático abrió debidos debates. Como correlato de esta realidad, desde aquellos años se fue esfumando la dimensión político-estratégica dentro de los movimientos sociales.
En el marco de una hegemonía neoliberal aplastante, organizaciones sociales allá por los años 90 y con más fuerza después del 2001, anclados en la militancia social, dieron comienzo a un paciente trabajo de base, principalmente en barriadas populares, lugares de estudio y en algunos ámbitos laborales, con la pretensión de aportar a un proceso de reconstrucción organizativa del pueblo trabajador en la perspectiva de un cambio social desde abajo. Se puede denominar a este difuso espectro de organizaciones como Nueva Izquierda o Izquierda Independiente, que comparten en principio un conjunto de coordenadas: la misma motivación de promover a una necesaria renovación de la izquierda, una estrategia de acumulación de poder popular, la preocupación por la construcción de base (social y política), la necesidad de un arraigo en las masas de una perspectiva socialista, la prefiguración del cambio social, la centralidad de la lucha cultural y contrahegemónica, la aspiración a una política de masas, la revalorización de las conquistas reivindicativas parciales, la crítica al izquierdismo maximalista, al sectarismo, al catastrofismo y a las concepciones dogmáticas.
Estos últimos años han estado signados por la recomposición de la hegemonía del poder dominante. El descreimiento de fines de los 90 en las instituciones de la democracia representativa ha tendido a disiparse, en un camino no exento de contradicciones y conflictos que reaparecen. Por su parte, en la actualidad se presenta un escenario de ciertas dificultades por parte del gobierno para sostener las bases de su hegemonía. Se comienza a poner parcialmente “en crisis” el relato kirchnerista de un país para todos, de un proyecto nacional y popular. Ante este descontento no existen alternativas políticas visibles para el conjunto de la sociedad. Desde las alternativas de izquierda, la existencia del FIT no logra presentarse como una opción viable y de unidad real. Si bien ha logrado una referencia nacional y una creciente inserción en sindicatos estratégicos, las prácticas de construcción autoreferencial, la imposición de lineamientos estratégicos sin atender a la apropiación por parte de los espacios de base de los mismos, su ataque frontal contra otras expresiones de izquierda, su dificultad para procesar las diferencias tácticas al interior del propio frente, son algunos ejemplos de sus limitaciones. Ante este escenario se presenta para la Nueva Izquierda la necesidad de visibilizarse como alternativa, mostrando la solidez de un proyecto de sociedad anclado en la organización protagónica de los trabajadores y el pueblo.
Debates para superar la marginalidad
A la luz de estos primeros años de desarrollo florecen, al interior de las organizaciones que componen esta izquierda independiente, una gran cantidad de debates sobre las distintas formas de construcción y de las condiciones necesarias para sortear nuestra marginalidad en la política del país. Esto incluye el debate respecto de la articulación entre la lucha por reclamos puntuales con la lucha político hegemónica; es decir el planteo transicional entre las demandas menores y esa otra sociedad que se quiere construir, la discusión respecto del sujeto de las transformaciones y la articulación en un planteo programático coherente. Estos primeros pasos, sin embargo, no esconden la realidad de que todavía falta mucho camino por recorrer.
La experiencia de estos años ha dejado iniciativas que es necesario consolidar: un capital político en distintos ámbitos. En relación al trabajo se han podido ensayar experiencias cooperativas y autogestionadas que fueron dando una pelea contra la precarización. Diversos agrupamientos han sostenido el ejercicio de un sindicalismo de base que exige mejores condiciones laborales, respetando el proceso y aprendizaje de los espacios de base, al tiempo que entienden en una acumulación de la organización a largo plazo. Sin embargo, hay que reconocer que el ámbito sindical (en particular privado) sigue siendo uno de los sectores con menor incidencia de la Nueva Izquierda.
Los movimientos sociales vienen desplegando un trabajo complejo (asumiendo todos los aspectos de la vida en el barrio) enraizado en los pobladores, conservando y luchando por la independencia política ante el Estado. Además han puesto en debate el la educación bancaria y diseñado otras alternativas, logrado conquistas ante la opresión patriarcal y consolidado herramientas organizativas que cuestionan las bases de la democracia representativa que proponen las clases dominantes.
Estas experiencias, que todavía no son conocidas por amplios sectores sociales, no logran ser contenidas aún en un proyecto común, en un espacio político de nuevo tipo que exprese a las distintas tendencias de la Nueva Izquierda.
En su aspecto esencial, el debate ideológico se dirime alrededor de una disyuntiva fundamental: o bien la militancia social sirve efectivamente de embrión para la constitución de una nueva izquierda anticapitalista radical, o se embarca en la repetición de las recurrentes construcciones centroizquierdistas que terminan diluyendo su orientación anticapitalista. La pretensión de no perder el horizonte no se riñe con la posibilidad de aglutinar amplias masas, inclusive sectores de la clase cautivados por expresiones reformistas, nacionalistas y socialdemócratas. Por eso el “arte de la política” no parece estar subordinado a un selecto y compacto núcleo político homogéneo, sino a la articulación de un conjunto de fuerzas populares y sectores sociales diversos en una voluntad colectiva.
Esta tarea de recomposición expone ciertas tensiones que ponen en evidencia la necesidad de edificación de una nueva cultura militante. Se trata de la preocupación por gestar un clima de época que deje atrás ciertos mecanismos “amañados”, viciados de autoproclamación o espíritu corporativo para la disputa política entre las corrientes. La remanida expresión “lo que importa es la política” suele esconder detrás distintos niveles de “vale todo” para imponer posiciones, o ventajismos en favor de la propia autoconstrucción. Este tipo de prácticas sectarias y autoproclamatorias tienen fundamentos teóricos y programáticos de fondo. Se vinculan, en algunos casos, con una concepción del papel de la organización política y de las “tareas de vanguardia”: La naturalizada idea de que una sola organización, a condición de acertar con la política, logrará por sí misma ganar a las masas en detrimento de las demás, que inexorablemente quedarán marginadas a un costado, derrotadas y olvidadas por la historia, como producto de una política y un programa “equivocados”.
Esta dinámica entre organizaciones se reedita también al interior de las organizaciones. Al tramitarse reiteradamente de mala manera y sin mayor profundidad los debates entre compañeros de una misma organización, se va generando con el tiempo un clima faccioso y de creciente deshonestidad intelectual en las discusiones. A un tiempo de andar, la confianza política se disuelve. Así, es posible mantener la unidad y desarrollar las construcciones, pero en general sobre bases poco sólidas. Entonces, cuando los debates políticos requieren precisiones y profundizaciones, los prejuicios, la falta de escucha y de dialogo real, con la consecuente incapacidad de síntesis, afloran agudamente.
Desde luego, es claro que ninguna de las organizaciones de la Nueva Izquierda se encuentra a salvo de caer en este tipo de prácticas. Pero es cierto que el propio hecho de la persistente problematización de las prácticas políticas, en tanto se mantenga como algo vivo y se lo asuma como lo estratégico que en rigor es, constituye por sí mismo una praxis política distinta y novedosa. Esto es condición de posibilidad para que un cambio cultural pueda operarse.
En definitiva, la conformación de una alternativa política anticapitalista con capacidad de atracción para el conjunto de nuestro pueblo, tiene como condición ineludible la pluralidad de ideas a su interior, y un clima de “radical honestidad intelectual” para la discusión de ideas. El problema de la marginalidad no se resolverá por tal o cual iniciativa, estrategia discursiva o táctica acertada (electoral o no), sino generando las condiciones para que esas iniciativas tengan un cuerpo verdaderamente sólido detrás, con una capacidad de acumulación que sea sustentable en el tiempo.
Si bien la construcción política de estas organizaciones son ciertamente marginales, el conjunto de la fuerza que la izquierda acumuló durante todos estos años demuestra un panorama distinto. Esto no significa que existan rupturas marcadas de nuestro pueblo con la clase política y económica dominante. Pero si se unifican con diafanidad y solidez espacios crecientes dentro de la izquierda, la proyección sería notoriamente distinta. En cambio, si sectores honestos y combativos de nuestro pueblo ven a la izquierda fragmentarse, dividirse, y enfrentarse sin identificar fundamento político serio que así lo justifique, las esperanzas, y la proyección de las organizaciones de conjunto, corren el grave riesgo de diluirse.