Por Martín Mosquera
Hay que saber apreciar lo que sucedió en las jornadas del 6, 7 y 8 de marzo, y las posibilidades que inaugura. Repasemos:
1) El conflicto docente había adquirido un alcance político-social global, que iba más allá del rol de “paritaria testigo”. Era una lucha que condensaba una tensión social clave: la posibilidad de que el Gobierno pudiera infringirle una derrota duradera al movimiento popular y estabilizar un retroceso salarial significativo (clave para su estrategia de atraer inversiones en base a la baja del “costo laboral”). El nivel de agresividad de los funcionarios gubernamentales, la campaña de los “voluntarios”, el acompañamiento de los medios, puso en evidencia todo lo que se le jugaba a las clases dominantes en este conflicto. La trascendencia político-social de la lucha empezaba a parecerse a la del conflicto ferroviario contra Menem de 1992 o, incluso, para tomar una referencia clásica, al conflicto minero de 1984 en Inglaterra. Aquella coyuntura inglesa podía servir como espejo negativo para interpretar nuestra situación política. En aquel momento, la “victoria social” que le infringió Thatcher a los mineros es la que inauguró propiamente la ofensiva neoliberal, sobre la base de la desmoralización de las clases populares. La victoria electoral de 1979 no había sido suficiente cuando se tenía enfrente una clase trabajadora fuerte y decidida a defender sus intereses, era necesario quebrar decisívamente la resistencia obrera. Considerando este carácter global que adquirió la lucha docente, es difícil sobrestimar la importancia de que la enorme movilización del lunes (pese a la falta de solidaridad por parte del resto de las direcciones sindicales burocráticas) parece generar condiciones para un retroceso del Gobierno.
2) La movilización de la CGT del 7 mostró un hecho inédito en nuestra historia reciente. Por un lado, una demostración de fuerzas enorme del movimiento obrero argentino, que muestra ser una “clase histórica”, con fuerte capacidad de movilización y determinación en la defensa de sus conquistas. Por otro lado, el acto de la CGT se transformó en un acto contra la dirección de la CGT. Esto hace entrar a la burocracia en una crisis política y minimiza su margen de maniobra. Hay que evitar el impresionismo y medir con sensatez el alcance de los acontecimientos (ya se leen, nuevamente, los pronósticos triunfalistas en torno a una quiebra del control burocrático de la clase trabajadora o sobre la fusión de la izquierda y el movimiento obrero). Pero la magnitud del hecho político puede abrir una nueva situación que hay que saber explotar.
3) El enorme paro de mujeres confirma que estamos frente a una nueva oleada de lucha feminista de alcance histórico e internacional. La secuencia que se inició con la primera movilización del Ni Una Menos conformó un “hecho fundacional”, es decir, generó un salto hacia una situación nueva, “relativamente irreversible”, un términos de consciencia y movilización a escala de masas. El movimiento de mujeres y disidencia sexual combate el patriarcado y, al mismo tiempo, es una vanguardia en la lucha contra el neoliberalismo, el capitalismo, el racismo, el clericalismo. Es, también, uno de los mejores terrenos para concretar tácticas de frente único, como se evidencia en la calidad y radicalidad del documento unificado. Un movimiento de masas, transversal, radical, del que es difícil predecir el alcance de su potencialidad.
De conjunto, estas jornadas refuerzan la hipótesis con la que muchos interpretamos el ascenso del macrismo al Gobierno en 2015: se trató de una victoria electoral de la derecha que no era el subproducto de una derrota social de la clase trabajadora. De allí las dificultades con la que el macrismo tenía que lidiar para tener éxito en la aplicación de su programa. Eso no invitaba a ningún triunfalismo: el Gobierno tenía puntos de apoyo serios (el primero, el poder del Estado, nada menos) para construir esa derrota del movimiento popular. Pero estas jornadas muestran que hay reservas de politización y organización suficientes como para enfrentar con éxito los planes del Gobierno.
Tema aparte es el de la alternativa política, donde mayor retraso existe. Nuevamente, nuestro país muestra un poderoso movimiento social y, a la vez, una dificultad para construir una nueva representación política de las clases populares. Quienes creemos que el kirchnerismo tiene límites estructurales insalvables y que la autolimitación sectaria del FIT desaprovecha la oportunidad de construir un movimiento político de masas, anticapitalista y de “lucha de clases”, tenemos serias dificultades. Hay que sincerar las posibilidades en este terreno: los llamados a ganarle al macrismo electoralmente en 2017 y construir un “gobierno popular” en 2019 no son el reflejo de una visión alucinada de las actuales relaciones de fuerza (¿la izquierda, aun en sentido amplio y no sectario, podría ganarle al macrismo electoralmente?), sino la convocatoria a sumarse a una “nueva mayoría” dirigida por el peronismo/kirchnerismo. El fantasma de la derecha suele funcionar como presión para el posibilismo más clásico (la secuencia Frente del Sur/Frente Grande/Frepaso/Alianza es un buen ejemplo). Todavía no se reúnen las condiciones para la emergencia de un nuevo movimiento político a gran escala que modifique seriamente las relaciones de fuerza, no solo en la lucha social sino también en la “superestructura política”. Eso no significa que no haya condiciones para avanzar en este terreno. Las dificultades no deben ser excusa para la inacción o el abstencionismo en el plano político.
Por lo pronto, la posible apertura de un nuevo ciclo de luchas duradero es un fundamento para el optimismo.