Aportes para un balance de los procesos populares de nuestro continente.
Por Matías Orovitz, militante de la Corriente Surcos
El periodo que vive Latinoamérica, marcado por las parciales victorias electorales de la derecha, exige una actualización del debate sobre las vías de transformación de la sociedad, del acceso al poder y de la transición al socialismo.
Una lectura certera de este período se vuelve fundamental para no caer en el recetario tanto de aquellos que sólo proponen más de lo mismo y se niegan a realizar la más mínima crítica y autocrítica de los procesos populares de estos últimos 15 años, como de aquellos que, con planteos basados en la perspectiva insurreccional y de doble poder, han estado totalmente al margen de los procesos y los movimientos populares, reviviendo actualmente planteos anti electoralistas y anti institucionalistas, que en nuestra opinión no ayudan a desarrollar una estrategia inteligente y eficaz tanto para derrotar a la derecha como para pensar los desafíos del proyecto socialista a nivel continental.
Frente a las visiones unilaterales, sostenemos que no hay recetas reveladoras, no hay vías exclusivas, y que hay que desarrollar una flexibilidad táctica y estratégica, basada principalmente en las características y balances que nos dejan estos procesos.
Introducción
Latinoamérica vive un momento bisagra en su historia contemporánea. Después de más de una década dominada por un consenso progresista y/o radical, hoy nos encontramos en un período de quiebre, donde retorna la conocida pero renovada derecha que se propone una contundente derrota de los movimientos populares, y puja por un claro retroceso de las conquistas económicas y sociales y también, en no menor medida, sobre una recomposición hegemónica de la ideología conservadora. De un revanchismo furibundo, la avanzada derechista no distingue entre progresistas y radicales. Es que la oleada de gobiernos populares, surgidos de rebeliones e insurrecciones, o incluso de un profundo descontento con los efectos desgarradores del neoliberalismo en nuestro continente, ha hecho girar el reloj de la historia que parecía estar detenido, ha puesto en movimiento fuerzas impredecibles, ideas revolucionarias y ha despertado una potencia plebeya que todavía tiene mucha historia por escribir.
Pensar hoy en clave latinoamericana se nos hace imprescindible si no obligatorio, arriesgando un rápido balance. Erguir un proyecto revolucionario para nuestro continente requiere indudablemente un proceso de transformación regional, tanto en términos políticos y sociales para derrotar a la derecha que tiene más en claro que su cooperación va más allá de las fronteras nacionales, como en términos económicos para poder desarrollar una nueva matriz para salir de la dependencia de las materias primas.
Y también es imprescindible pensar en clave latinoamericana por el impacto que estos procesos han tenido en nuestra praxis revolucionaria. Ya hace algunos años, la idea del socialismo del siglo XXI nos sacudió con la necesidad de actualizar nuestro ideario, de hacer una crítica a las viejas experiencias socialistas pero también de ubicarnos en nuestro espacio, nuestro territorio y en nuestro tiempo. Un socialismo latinoamericano y del siglo XXI.
Y como iba a ser de otra forma, si lo procesos más revolucionarios de nuestro continentes escaparon a cualquier manual tradicional, y no por eso han sido menos. Y es que quizás las experiencias nunca se repitan, y nuestro armazón teórico tiene que estar preparado para eso.
Bolivia, surgida de lo más profundo de la tierra, de la lucha campesina e indígena, de una batalla étnico-clasista contra la dominación blanca, de una reivindicación de los valores originarios, de una defensa de la madre tierra y, finalmente, como si fuera poco, consolidada en un proceso electoral, fue una pesadilla analítica para los marxistas tradicionales.
Otro tanto podríamos decir de Venezuela, surgida a partir de un levantamiento militar de carácter nacionalista, pero radicalizada a partir de un líder que decide empujar un proceso como hacía tiempo no se veía en nuestro continente y de paso revolucionar las categorías políticas establecidas. Nuestro bagaje teórico fue interpelado y puesto en duda.
¿Hay un solo sujetx revolucionarix? ¿O es múltiple? ¿Y quién encabezará un proceso de transformación como los vividos en algunos países de Nuestramérica? ¿Lxs trabajadorxs, lxs campesinxs, el movimiento de mujeres, lxs “ciudadanxs? ¿Y será a través de levantamientos violentos, de rebeliones populares? ¿O de elecciones pacíficas, “republicanas”? ¿O bien como ruptura o radicalización de experiencias existentes? ¿Y quién guiará esos procesos? ¿EL partido, un líder, un movimiento popular, algún tipo de liderazgo colectivo? ¿Y qué decir sobre las transformaciones en el estado y el rol de la democracia? ¿Cómo asegurar un proceso de transformación a nivel económico, político e ideológico acosado por las fuerzas de la reacción?
Quizás lo contingente tenga un papel importante que jugar en estos procesos, y nuestras estructuras deberán ser lo suficientemente flexibles para interpretar estos cambios. Se nos vuelve urgente por lo tanto un balance de este período, y seguir el camino de la actualización de nuestra teoría y de nuestro lenguaje que será fruto de un intercambio constante, de una dialéctica caótica entre teoría y acción que no solo contemple lo conocido. Surgirá de nuestra acumulación teórica, pero profundamente imbricada y modificada por nuestro lugar y nuestro tiempo. Por los sentires más profundos que solo pueden ser expresados e, inclusive, entendidos en las múltiples lenguas de nuestro continente. Surgirá del mestizaje de nuestras culturas, de nuestras erráticas palabras y pasionales acciones. Surgirá de lo que somos, sujetxs de nuestro tiempo. No proponemos el fin de las certidumbres pero igual que nuestras revoluciones nuestras ideas deben ser novedosas, creativas para merecer realizarse, para triunfar.
La temporaria victoria de la derecha bien puede ser un paréntesis en un período más general o bien una derrota para los movimientos populares que inaugure un nuevo momento en Latinoamérica. Los escrutinios tienen que ser certeros y la crítica justa para no caer en los voceros de las profecías autocumplidas, en los detractores de siempre. Más allá de límites y errores es incuestionable el rol revolucionario de los procesos más radicales de nuestro continente durante más de una década. Más de una década de resistencia. Mientras la derecha y el imperialismo dejaban estragos en el mundo, Latinoamérica fue territorio de paz, ejemplo mundial para los movimientos populares, para para lxs ecologistas, lxs feministas, lxs anticolonialistas. Y no fue Europa el faro que irradió igualdad. Por una década fue Latinoamérica la que se propuso escribir la historia universal desde una épica revolucionaria. Trotsky renacía donde murió, en nuestras tierras y el aniversario de su muerte se convirtió en Venezuela en un acto político masivo como en ningún lugar del mundo.
Es este legado el que pone en duda la victoria de la derecha que tendrá mucho camino que desandar para pensarse triunfadora. No le alcanzará con victorias electorales cuando el reloj ha vuelto a girar, cuando las ideas que sostienen nuestras acciones han vuelto y se han puesto en marcha.
Algunos apuntes
I
Repensar la transición
Las disputas electorales y la lucha en el seno del estado fueron un acto constitutivo de los procesos revolucionarios de nuestro continente. Apoyados y sostenidos en levantamientos populares, pero consolidadas y legitimadas en procesos electorales, abrieron un terreno de disputa al interior del estado, proponiéndose transformarlo y cuestionando su lógica. Así, en Venezuela el triunfo electoral del 98 fue la consecuencia del desprestigio del sistema político de la IV República junto con la emergencia de un líder, militar y de izquierda, que se hizo popular con su intento de golpe del 92. Fue el triunfo electoral de Hugo Chávez el que abrió una disputa real por el poder, que se va consolidando con la derrota del golpe de febrero de 2002 y la derrota del paro petrolero, seguido del triunfo chavista en el revocatorio convocado poco tiempo después. En Bolivia, pero también en Ecuador, Evo Morales y Rafael Correa acceden al gobierno luego del triunfo de levantamientos e insurrecciones populares, que se consolidan electoralmente conquistando las primeras minorías legislativas y abriendo, con las medidas de nacionalización del gas y otros recursos, disputas por la renta y la orientación global del Estado. Si en los casos de Cuba o Nicaragua, dominadas en su momento por feroces dictaduras, la guerra de guerrillas o la insurrección victoriosa se daba contra un Estado que tenía cerrada la vía electoral de acceso al gobierno y donde la revolución abría un camino de triunfo insurreccional, conquista del poder y derrota del viejo aparato del Estado, en los procesos latinoamericanos de los últimos años, el momento electoral y la legitimidad del voto han acompañado a los momentos de tipo militar-insurreccional. En resumidas cuentas, hoy no es pensable un proceso revolucionario sin la institución del sufragio universal, el pluripartidismo y las libertades democráticas que aseguren su buen funcionamiento. A diferencia de las formas que adquirían los procesos de transición en aquellas experiencias, donde fueron eliminadas o nunca se instrumentaron elecciones regulares mediante sufragio universal, pues no estaban arraigadas en la cultura política de esas sociedades, en países como Brasil, Argentina, Venezuela o Bolivia, por mencionar algunos, un proyecto socialista no tendría legitimidad e incluso no podría alcanzar a grandes mayorías populares si no estuviera refrendado y sostenido en el ejercicio del voto popular. Si en los momentos decisivos los fenómenos de quiebre institucional como en Bolivia y Ecuador se dieron mediante una combinación de momentos de fuerza y momentos de consenso electoral, un proceso de transición y construcción socialista probablemente no se dé a partir de una insurrección triunfante que elimine estado y gobierno al mismo tiempo sino que se den fenómenos como los que vimos de una transición disputada accediendo al gobierno y luchando por el poder, siempre refrendado por el voto popular. Se trata de una experiencia enteramente nueva, que responde a la lucha revolucionaria en países de regímenes constitucionales pero cuyos gobiernos neoliberales han sido deslegitimados por las políticas implementadas. La caída revolucionaria de los mismos no dan paso a situaciones de doble poder anti estatal sino a triunfos electorales que abren la lucha por el poder. Repensar la teoría política de la transición es fundamental para actualizar la teoría y la estrategia al curso real de los procesos populares que hemos vivido y no anclarse en dogmas que no interpelan a los procesos reales existentes. Esta actualización es necesario todavía realizarla.
II
Democracia y voto popular
Conceptos utilizados por quienes reniegan de estos procesos, como democracia burguesa, nacionalismo burgués, estado capitalista, se nos vuelven precarios e infructuosos para analizar las verdaderas luchas que se desarrollaron por la transformación del estado y la democracia. La convocatoria a asambleas constituyentes tanto en Bolivia como en Ecuador y Venezuela, que por primera vez en la historia de esos países han incorporado avances democrático revolucionarios como el concepto de Estado plurinacional, la justicia indígena, el reconocimiento de las diferencias de idioma y culturales, o avances institucionales como los consejos comunales o la revocabilidad de los mandatos, son algunos de los tantos avances que han marcado un punto de inflexión histórico que expresan un recorrido en un sentido transformador. De fondo se plantea un campo semántico de disputa sobre qué es la democracia. ¿Es solo la democracia representativa que afianza principios liberales? ¿O en sus múltiples facetas está también el sufragio electoral como un derecho conquistado en tantas luchas antidictatoriales, así como las libertades conquistadas y la institucionalización y cristalización jurídica de tantas conquistas obreras y populares inscriptas en el armazón legal y en las prácticas institucionales del Estado? Y en términos históricos ¿podemos pensar la democracia solo como un aparato de dominación de la clase capitalista, o bien se puede reivindicar la democracia duradera en nuestro continente como un triunfo frente a las dictaduras militares y hacia formas mucho más violentas de la clase capitalista de imponer sus políticas? ¿Y qué decir de la participación masiva en las elecciones frente a la apatía conveniente al capitalismo que llevaba a un gran abstencionismo como en Venezuela antes de la llegada del chavismo, o mismo hoy en los Estados Unidos, donde una pequeña franja de la sociedad decide el rumbo de millones? En definitiva, mientras el carácter actual de los regímenes democrático constitucionales bajo el neoliberalismo han sido instrumentos de dominio del capital sobre las clases explotadas, la democracia política y el sufragio universal bien pueden servir y ser vehículo de la representación popular e insertarse en el marco de un Estado de nuevo tipo. La democracia política puede ser un instrumento de alienación y engaño, pero también de representación genuina de los intereses populares. En torno a ella es donde se deben dar batallas fundamentales por la ampliación de los derechos, no sólo de opinión y prensa, sino los derechos sociales a la vivienda, la educación o la salud, así como los derechos de género, ambientales o al disfrute de la ciudad. Son esos derechos los que sobrepujan la lógica mercantil de la dominación capitalista y vuelven a la democracia así entendida como contradictoria y en conflicto con la lógica de la ganancia y de la propiedad. Una vez más, las experiencias populares latinoamericanas han visto la ampliación de esos derechos conquistados en la calle pero también en las legislaturas de muchos países, que han sido no sólo una caja de resonancia de la política nacional o una tribuna de denuncia, sino también un ámbito de lucha y síntesis de leyes y medidas democráticas y populares. Es impensable hoy una política emancipadora realista y eficaz sin contemplar el ejercicio de la lucha política en el seno de las instituciones parlamentarias, municipales y en otros ámbitos estatales. Lo fundamental de los procesos de transición en países como Bolivia y Venezuela ha sido que las luchas más encarnizadas y decisivas se han dado contra pero también en el Estado.
Por otro lado, corrientes autonomistas, viendo la crisis actual y las debilidades de los gobiernos progresistas latinoamericanos vuelven a insistir con la idea de “retirada” estatal y la vuelta a la lucha social. Pero hasta los grupos más autonomistas reconocen un cierto valor político en las elecciones, y aunque no participan en ellas, nunca dejan de pronunciarse. Es que nadie podría negar que las elecciones presentan un alto nivel de concentración de política en estado puro, que permean debates económicos, culturales, sociales. Quizás vale la pena participar de semejante acto político, no solamente para visibilizar demandas populares sino para disputar el sentido de la democracia, para radicalizarlo, y para obligarnos en pensar en políticas públicas, estatales y afrontar el desafío de prefigurar un proyecto político que se muestre al conjunto de la sociedad como una alternativa de gobernabilidad y de poder.
En conclusión, es posible que un Estado de nuevo tipo coloque sobre bases enteramente nuevas instituciones de gobierno populares que le den el máximo poder al pueblo autoorganizado. Pero esas nuevas instituciones no serán un paso atrás de las libertades políticas y de partido, el sufragio universal y algún tipo de división de poderes, sino que las perfeccionarán, las incluirán posiblemente en un sistema mixto de democracia directa e indirecta, la combinarán con consejos comunales u otro tipo de gobierno local y democracia directa, radicalizará los derechos de las personas contemplando los avances logrado en temas de género, derecho de la naturaleza y disfrute colectivo de bienes comunes, elementos todos de un nuevo tipo de Estado pero que se despliega sobre la base las luchas y demandas que hoy en día los pueblos han conquistado, aunque sea parcialmente o lo tienen como horizonte de las luchas presentes.
III
Liderazgos y sujetos políticos
Una de las características distintivas de los procesos populares de la última década y media ha sido el protagonismo que han tenido en todos ellos lxs líderes populares. En ese sentido puede hablarse de un persistente fenómeno del típico caudillismo latinoamericano asociado a la forma populista de la política. El ejemplo de Hugo Chávez es paradigmático. Sin su figura es imposible pensar el proceso revolucionario venezolano. Siguiendo con la tradición caudillística venezolana, el papel del liderazgo y del Estado chavista han sido claves no sólo en el impulso a la movilización de masas sino incluso en el despliegue de nuevos movimientos sociales organizados, que dieron a luz estrechamente vinculados al impuso político que tuvieron desde arriba. Pero incluso allí donde el movimiento insurreccional ha sido primordialmente desde abajo por los movimientos sociales, como es el caso de Bolivia, sería difícil comprender la tendencia de los heterogéneos movimientos bolivianos a la unidad política si no fuera por el papel jugado por Evo Morales. Evo no se limitó a ser el representante de un sector social oprimido y discriminado por el sistema económico y la dirigencia política, que llega al poder basado en una sumatoria de movimientos sectoriales que lo ungen como su representante. Su papel ha ido más allá, al transformar ese heterogéneo movimiento de rechazo a los gobiernos neoliberales en un sujeto social y político, heterogéneo, multisocietal, pero sostenido y reunido por una identidad colectiva. Ha cumplido un rol fundamental en la reelaboración de una nueva identidad cultural y política, étnico-nacional, articulando diferentes tradiciones políticas e ideológicas del pueblo boliviano, de los elementos de buen sentido, en términos de Gramsci. Los rearticula en un sentido progresivo, revolucionario, nominándolo como “revolución democrático-cultural” y, siguiendo a Chávez, “del socialismo del siglo XXI”. Las luchas campesinas, por el agua, por la recuperación de los recursos naturales, por la revalorización de la plurinacionalidad, adquirieron un carácter unificado alrededor de una representación que ha tenido fuertes componentes personalistas. Fueron estos elementos articulados en un nuevo discurso político que, teniendo como plafón esas luchas sociales, lograron generar un nuevo consenso y una nueva hegemonía de tipo socialista y antiimperialista.
Los liderazgos en los procesos políticos en general, y revolucionarios en particular, son en los hechos un factor real y constitutivo del acto político emancipador. Como si se necesitara proyectar en la representación personal del caudillx popular, las potencias latentes para que estas adquieran toda su expresión. Y esta representación no puede leerse sólo como una alienación de las capacidades autoorganizativas de las masas, que haría quedar a todo este proceso de representación como una simple enajenación política fruto de una falsa conciencia, sino que hay que estudiarlo como el proceso por el cual la dispersa y heterogénea composición de los sectores subalternos encuentran identidad, comunidad y valores que los constituyen en tanto sujetxs. Es la forma mediada que la “conciencia posible” adquiere en el proceso de su propia constitución. Y así como no es posible entender la emergencia de ciertos liderazgos sin entender la fuerza social volcánica que lo hace emerger, tampoco podría soslayarse el papel que la/el líder juega en la propia constitución de esx sujetx. En esa dialéctica, que depende de las condiciones históricas de cada país y situación, Latinoamérica ha sido en general rica en expresiones típicas del caudillismo revolucionario. Han cumplido un rol tan fundamental que nos exige repensar los liderazgos en sí, sobre su connotación en la política como habilitadores de procesos, como generadores de identidades políticas, así como su rol en los imaginarios colectivos. Reconocer su importancia, así también como los peligros o límites que pueden suponer, es el primer paso para pensar en los anticuerpos y complementos necesarios para superar estas dificultades. El combate socialista contra el hiper liderazgo y el hiper personalismo, una batalla que la izquierda revolucionaria venezolana, como parte del proceso bolivariano viene dando desde el comienzo del proceso, presupone la comprensión de esta dialéctica entre masas y líder, sin la cual la denuncia sobre el “bonapartismo” y el “personalismo autoritario” se vuelve una crítica liberal, antipopular y antidemocrática.
La cuestión de los liderazgos se nos presenta, desde esta óptica, íntimamente relacionada al surgimiento de sujetxs políticxs. Reconocerle a la política y a la ideología un grado de autonomía, pensarla como una esfera que interpela y construye sujetxs, es al mismo tiempo pensar cómo la conformación de identidades políticas, de ideologías dan forma y contenido a sujetxs sociales que previamente no lo eran. Que lo político, lo ideológico, no emana naturalmente y de forma lineal, automática, de lo social, sino que también en ese campo donde se formatean lxs sujetxs sociales y políticxs. Los procesos latinoamericanos reafirmaron esta perspectiva, tan profundamente anclada en las tradiciones políticas revolucionarias. La izquierda radical podría condenarse a ser un factor totalmente exógeno a los procesos populares y de masas si carece de las herramientas teóricas y de las sutilezas tácticas que le permitan comprender en toda su magnitud los fenómenos tan complejos del caudillismo popular y en general las formas mediadas en que se constituyen y expresan las identidades y la conciencia revolucionaria.
IV
Superar los límites del neodesarrollismo
La maldición de la inserción dependiente de Latinoamérica es un estigma que atraviesa nuestra historia y es un problema que no es patrimonio exclusivo de las experiencias revolucionarias aunque supone un punto fundamental para estas. Constituyó la causa de la propia crisis de las políticas neoliberales, que terminaron en una espiral de endeudamiento, devaluación y desindustrialización. El problema, sin embargo, se hizo más agudo para gobiernos progresistas que promovieron con mayor o menor fuerza y eficacia, políticas de inclusión social y distribucionismo de la renta, ya sea petrolera, minera o sojera. La legitimidad de estos gobiernos se fundó en medidas de reparación de las grandes deudas sociales. Pero la promoción del consumo y el mercado interno en países exportadores de materias primas como los nuestros, en vez de promover la sustitución de importaciones y el desarrollo de industrias y tecnologías de bienes de capital, terminan promoviendo la importación de esos bienes de consumo, con lo que las políticas redistribucionistas terminan a largo plazo reforzando la dependencia y generando las típicas crisis de divisas cuando los precios de las materias primas caen en el mercado mundial. Son estos ciclos de crisis los que aprovecha la derecha para asediar a los procesos revolucionarios. Pero la disyuntiva de estos gobiernos populares no era fácil, pues sustraer del consumo una parte del ahorro nacional para volcarlo a inversiones de mediano y largo plazo, siempre es riesgoso cuando está en juego la legitimidad política siempre amenazada por la contrarrevolución, el boicot y la fuga de capitales. Para avanzar por ese camino se requerían precondiciones que no siempre estuvieron disponibles: en primer lugar el control del sistema financiero y bancario, en segundo lugar una perspectiva regional para desarrollar mercados más amplios y complementarios. En tercer lugar, orientar la inversión en un sentido nacional desarrollista, no desde la perspectiva del mercado. La primera condición no se dio en ninguno de los procesos, ni siquiera en Venezuela. La integración regional y el internacionalismo solidario y cooperativo sólo fue impulsado por el chavismo y en parte por Bolivia, pero tanto Brasil como Argentina rechazaron su integración al Alba, rechazaron en los hechos el proyecto del Banco del Sur o el Sucre como moneda regional. Aunque se avanzó en la Unasur, la Celac y otros organismos, falló una auténtica integración financiera, industrial y productiva. El tercer aspecto sólo se cumplió parcialmente en Bolivia y en menor medida en Venezuela, pues la clase capitalista fue llevada por el mercado a la promoción de la importación, antes que la inversión productiva. En definitiva, un balance sobre las exigencias de una mayor radicalidad en relación a la propiedad, la inversión y el internacionalismo económico son puntos cruciales de un programa que sobrepase los límites y las contradicciones del neodesarrollismo, que perpetúa la inserción dependiente en el mercado mundial y a mediano y largo plazo genera cuellos de botella y crisis que terminan reforzando -devaluaciones, inflación, carestía y mercado negro mediante-, la propaganda capitalista sobre la inoperancia y la inviabilidad “del populismo”. El Socialismo del siglo XXI se enfrenta a un desafío nuevo en la construcción de bases económicas socialistas, pues no hay margen para políticas autárquicas en un mundo globalizado. El internacionalismo y la integración regional no son reclamos doctrinarios sino una exigencia práctica de primera importancia. Contra aquellos que, desde el lado de los oficialismos, explican la causa de la crisis actual como resultado del boicot y la guerra económica del imperialismo y la reacción interna, sin al mismo tiempo remarcar los límites que tuvieron estos procesos para hacerles frente, sostenemos que las medidas internacionalistas, anticapitalistas y democráticas son y siguen siendo claves para alumbrar al socialismo del siglo XXI.
V Perspectiva de Género
De todas las resistencias a las renovaciones y reescrituras de la teoría y políticas, a la integración de otras tradiciones más allá del marxismo, la que sufre el feminismo es una de las más absurdas. No solo en términos políticos, relegando las demandas y luchas de las organizaciones de mujeres y LGBT a un segundo plano frente a las “verdadera” lucha de clases, que gira en torno a la clase trabajadora, sino también en términos académicos, en el desarrollo teórico, y el aporte que se ha hecho desde teoría feminista al marxismo, a pensar la cultura, la comunicación, etc.
El reconocimiento social de las luchas de género y su carácter revolucionario se forja desde el seno del movimiento de mujeres, y de las incontables luchas por la igualdad de género, a contrapelo de líderes y partidos, intelectuales y académicos. Incluso quienes aceptan un cierto valor en la lucha de géneros y lo han integrado a sus reclamos y perfiles políticos, se niegan a integrar el feminismo en su acción política, no solo bajo un dogma teórico por el cual la jerarquización del sujeto obrero, de “la clase”, sepulta el rol revolucionario de los múltiples sujetxs sociales, sino que también, como en pocos casos, se da desde las herramientas del enemigo, desde el discurso patriarcal arraigado tanto en las organizaciones políticas, en el ámbito estatal, como en la academia. No es solo el dogma que se niega a integrar feminismo, sino que incluso en las organizaciones de izquierda es el patriarcado mismo el que opera. Son los hombres, los militantes, los dirigentes que perciben privilegios por ser varones y aunque se reivindiquen feministas se niegan a afrontar el problema de género y el rol de las mujeres dentro de las organizaciones políticas, negando de esta manera sus privilegios. Dejan librado de forma liberal el rol que ocupan varones y mujeres bajo la idea de que las organizaciones en si son feministas y no reproducirían lógicas patriarcales. Lo que no ven de fondo es la desigualdad que existe entre los distintos géneros en el desenvolvimiento político y público. No ven que aún hoy los varones siguen siendo “preparados” para la política y el liderazgos, desde el sistema educativo, los medios de comunicación y la familia, mientras que las mujeres son mayormente “preparadas” para roles domésticos, o en el mejor caso de acompañamiento en la política. Y tampoco quieren ver el peso de la disparidad laboral que condiciona el ejercicio de la política, donde las mujeres no solo cobran menos y trabajan más, sino que son quienes se encargan de las tareas “domésticas” sin recibir por ello ninguna remuneración. Además el hombre durante años ha tenido el monopolio del ejercicio de la política, impregnándola de lógicas patriarcales, ocupando lugares jerárquicos y de esta manera obteniendo privilegios configurando una forma masculinizada del ejercicio político, donde ciertamente lo que importa es la confianza, el tono de voz, la idea de autoridad, obligando a las mujeres a adoptar estas lógicas en la política o bien a estar excluidas de las decisiones importantes. Este conjunto de elementos requiere políticas activas, cambios estructurales en las organizaciones populares que tendremos que hacer mucho esfuerzo para revertir el condicionamiento social y económico que pesa en esta desigualdad.
Latinoamérica fue también ejemplo de lucha del movimiento de mujeres y LGTB por conquistar la igualdad de derechos, como decíamos al principio, muchas veces a contrapelo de líderes y partidos, con Correa como el ejemplo más retrógrado en cuanto a políticas de género, principalmente tensionado por sus vínculos con la iglesia, pero con Chávez con el ejemplo más de avanzada. Fue recién con este último, empujado por la gran participación social y políticas de las mujeres que el socialismo del siglo XXI se reivindicara feminista nominando al proceso como tal y diciendo que un “verdadero revolucionario socialista debe ser feminista” y que esta perspectiva se adoptara en muchos aspectos como una política de estado y como un aspecto central de los desafíos del socialismo nuestroamericano. Esta tarea, la de integrar feminismo y socialismo es aún una tarea pendiente, que tiene que partir del entendimiento de la siombiosis entre capitalismo y patriarcado, que requiere una reelaboración de la teoría marxista en clave feminista.
Cierre
Estos son pequeños aportes de algunos de los elementos que creemos fundamentales revisar y rearticular para afrontar el difícil período que se abre a partir de las parciales victorias de la derecha en nuestro continente. Repensar nuestra teoría es una tarea eminentemente política, que busca brindarnos las herramientas más certeras para derrotar a la derecha y darle un nuevo impulso al socialismo feminista latinoamericano del siglo XXI. Aún estamos en una etapa deliberativa, que le da un sentido histórico a nuestro accionar. A nuestras espaldas, empujándonos, 10 años de pura demostración de que hay otro camino posible, de que el socialismo es posible.