El presente texto es un aporte al debate que se está desarrollando en el seno de la izquierda social e independiente sobre la posible construcción de una herramienta política de conjunto. Nuestra posición es la de impulsar marcos de unidad superiores entre agrupaciones hermanas y lanzar un proceso de construcción de una nueva organización política que esté a la altura de nuestra época, una organización revolucionaria que luche por un socialismo democrático, feminista, ecológico y libertario. Una alternativa política para la emancipación.
1. Asistimos a significativas transformaciones a nivel internacional. Las evidencias son múltiples: la progresiva deslocalización del centro de gravedad del capitalismo hacia la bahía del Pacífico, el agravamiento de la crisis ambiental, la expansión del capitalismo a regiones anteriormente bloqueadas a la explotación directa, la crisis capitalista de 2008, la explosión de protesta de la “primavera árabe” y de los indignados en Europa. En términos históricos más amplios estamos aún ubicados en la época de “crisis de alternativa” al capitalismo, abierta por la desarticulación del “campo socialista” y la derrota de las experiencias revolucionarias del siglo pasado. Con la caída del muro de Berlín se cerró un ciclo histórico, el correspondiente al “corto siglo XX” abierto con la primera guerra mundial y la revolución de Octubre. La mayor parte de los enunciados estratégicos de la tradición marxista revolucionaria de los que aún somos hacedores fueron forjados al inicio del anterior periodo histórico y hoy nos enfrentamos, entonces, a la reconstrucción del proyecto emancipatorio sobre nuevas bases. Esto no significa que empecemos de cero: hay una memoria, una historia, una experiencia teórico-práctica de más de un siglo de movimiento socialista que hay que recuperar, actualizar y recrear.
En este terreno debemos afrontar la tarea de construir los instrumentos organizativos de la próxima etapa. Es decir, una organización revolucionaria que pueda recoger lo mejor de la militancia social y política del último periodo, que contribuya a la lucha social y contra-hegemónica y sirva para impulsar la construcción de movimientos anticapitalistas de masas, abiertos, enraizados en las luchas y que aporten a que la juventud y los trabajadores se organicen con fuerza capaz de cambiar la vida y transformar la sociedad.
2-La crisis económica internacional que comenzó en 2007/08 en los EE.UU. no muestra todavía una perspectiva cierta de solución. Inclusos los economistas burgueses empiezan a dar por supuesto que la crisis se extenderá alrededor de una década más. En su primera fase, en 2008/09, las burguesías de los países centrales olvidaron la consigna de “menos Estado” y sus gobiernos inyectaron miles de millones de dólares en la economía, para salvar al sistema financiero y a las grandes empresas. Desde 2010, la orientación de la política económica se modificó y apuntó, en lo fundamental, a reducir los déficits públicos y a controlar el crecimiento de los stocks de deuda. Aunque no alcanza por el momento para relanzar la acumulación capitalista a nivel internacional, la industrialización china funciona de reserva para al capitalismo mundial, expandiendo la zona de explotación del capital internacional a través de la proletarización masiva a bajo costo. A su vez, el desarrollo chino modifica las relaciones de fuerza entre Estados, incluyendo la inserción internacional de los países latinoamericanos que logran amortiguar el impacto de la crisis en base al intercambio comercial de bienes primarios con el gigante asiático, y habilitando la emergencia de economías en ascenso en la geopolítica mundial (los BRICS).
La constatación de la existencia de crisis recurrentes es un elemento fundamental en el análisis crítico del capitalismo, pero no debe confundirse con las presunciones vulgares de supuestas crisis “sin salida”, o con la subestimación de la capacidad del sistema social para regenerarse y relanzar la acumulación sobre nuevas bases. Todo depende de la lucha. Y a este respecto, es importante advertir que asistimos, desde 2011, a una situación internacional de crecientes movilizaciones sociales. La primavera árabe ha abierto un largo proceso de movilización y transformación; en Europa se producen las manifestaciones de los indignados, en conjunto con procesos de huelgas y luchas contra las políticas de austeridad; el occupy Wall Street se extendió por los EE.UU., movilizó a los estudiantes chilenos y de Quebec y reunió a multitudes en las calles de Turquía y Brasil. En algunos casos, y en regiones clave del planeta, los levantamientos populares derrotan regímenes, cambian la correlación de fuerzas y reconfiguran el orden regional. En el norte de África y Oriente Medio los procesos revolucionarios permanecen inconclusos, en situaciones muy complejas, amenazados tanto por la dominación imperialista, como por el fundamentalismo islámico vinculado a las burguesías locales.
3. Con luchas, insurrecciones y algunas victorias parciales contra las políticas neoliberales de principios de siglo XXI, los pueblos de América Latina fueron protagonistas de enfrentamientos contra el imperialismo, dando inicio en Venezuela a un proceso de cambio que instaló a nivel de masas, al menos en el aspecto ideológico, la cuestión del socialismo. El ciclo de luchas latinoamericano dio lugar a gobiernos con características anti-imperialistas (Venezuela y, en menor medida, Bolivia), que cuestionaron la lógica de la división internacional del trabajo en la región. El proceso de ruptura en estos países cuestionó el uso de los recursos naturales y la mercantilización de los bienes comunes, aunque no exento de vacilaciones y contradicciones. La nacionalización del petróleo (Venezuela) y del gas y el agua (Bolivia), permitió abrir una brecha para las políticas sociales y la redistribución del ingreso. Al mismo tiempo estos gobiernos desarrollaron una política exterior de mayor independencia de la región, como lo muestra el ALBA, que también contribuyó a rescatar a Cuba del aislamiento impuesto por EEUU. Más allá de la capacidad o no de estos procesos para radicalizarse, y de las limitaciones que han manifestado en los últimos tiempos, no podemos dejar de tener en cuenta el rol político progresivo que estos gobiernos desempeñaron en el actual periodo de recomposición de una perspectiva de cambio social. Por todo esto, la región sigue siendo un objetivo importante de los EE.UU. que, a modo de advertencia, reactivó la Cuarta Flota en el Atlántico Sur, promoviendo golpes de Estado en Honduras y Paraguay a partir de conspiraciones y artilugios institucionales, y otros intentos más en países del ALBA.
4. Nuestro país se encuentra frente a un impacto relativamente reducido de la crisis internacional, pero también frente a un marcado agotamiento del ciclo de acumulación pos-convertibilidad. Surgido en una etapa marcada por la crisis de hegemonía de 2001, el kirchnerismo supo articular algunos elementos que lo proyectaron como una experiencia política de largo aliento: trabó compromisos estratégicos con el desarrollo del agro-negocio y de un modelo extractivo en el marco de un modelo neo-desarrollista que desvió parte de la renta agraria para el estímulo de algunas industrias locales, a la vez que otorgó ciertas concesiones sociales y democráticas a los sectores populares. Medidas, estas últimas, con rasgos progresivos que consiguieron cautivar a vastos sectores de la población, de las organizaciones populares y las sensibilidades de izquierda. Tal como lo demuestra la experiencia del peronismo y el desencuentro histórico entre la clase trabajadora y la cultura y la política de la izquierda marxista en nuestro país, un fenómeno político de esta naturaleza, populista o nacionalista, significó siempre un importante desafío para la izquierda anticapitalista y su capacidad de interpelación real a los sectores populares.
Asistimos a la declinación de la etapa caracterizada por un alto crecimiento económico y una dosis no insignificante de concesiones sociales y democráticas. Avanzamos hacia una nueva situación política, probablemente más compleja, con más luchas y menor capacidad por parte del Estado de contener políticamente la lucha social. Más allá de que es probable que el Gobierno sea sucedido por sectores que propongan una “continuidad con cambios” (Scioli o Massa) y aun cuando no está planteado un regreso a políticas de ajuste neoliberal clásicas, las características más independientes del kirchnerismo – que le permitieron restablecer y conservar la gobernabilidad capitalista – se están progresivamente apagando. Aunque probablemente se recurra a una nueva apelación a medidas de impacto popular para enfrentar el reciente retroceso electoral, es visible que la tendencia general de la política gubernamental es hacia la moderación y la incorporación de demandas de la derecha. Estos límites del neo-desarrollismo, que se evidencian progresivamente, ensanchan el campo para el crecimiento de la izquierda radical y anticapitalista.
5. El auspicioso crecimiento electoral de la izquierda en los recientes comicios modifica parcialmente las coordenadas políticas básicas del conjunto del espectro anticapitalista. Con una performance destacable de parte de la mayoría de las listas de izquierda, el gran capitalizador del proceso fue el sector de la izquierda tradicional organizado en torno al FIT, que obtuvo varias bancas parlamentarias en diversos distritos, mientras que el resto de las expresiones de izquierda -aun con buenos rendimientos- no trascendieron los ámbitos locales. Además de la virtud de una referencia unificada a escala nacional, e instalada a fuerza de varias décadas de intervención electoral, el resultado conseguido por la izquierda tradicional fue facilitado por el acierto de organizar su campaña electoral en torno a reivindicaciones sentidas por los sectores populares, superando el declaracionismo abstracto y el maximalismo característico de estas corrientes. Dicho éxito no desmiente, sin embargo, las limitaciones estructurales que conservan sus fuerzas integrantes para desarrollar una inserción genuina en el movimiento de masas. Más bien, el resultado expresa una virtud para detentar la referencia de izquierda, en una coyuntura signada por el éxodo de votantes desencantados por el kirchnerismo y las diluidas variantes progresistas; y ante la ausencia de una propuesta unificada a nivel nacional del archipiélago de experiencias que constituyen el todavía difuso ámbito de la “nueva izquierda”.
Por otra parte, este rendimiento electoral muestra que la cultura de izquierda en el país es amplia y persistente, y que bien pudiera aflorar como un actor político de relevancia si fuera capaz de dotarse de instrumentos organizativos y políticos flexibles para ensanchar su convocatoria e interpelar a sectores sociales más amplios, lo que nosotros definimos como un movimiento nacional, democrático, popular, de carácter claramente anticapitalista. Se le ha presentado a la izquierda la posibilidad histórica de impulsar un gran movimiento de masas independiente del kirchnerismo, pero para eso es necesario que supere sus históricos rasgos sectarios y auto-proclamatorios. Saludablemente, la izquierda militante de nuestro país desde hace tiempo no se reduce a las organizaciones partidarias tradicionales. Desde hace más de una década asistimos a un lento y molecular proceso de recomposición política de las clases subalternas que tuvo una de sus manifestaciones en un conjunto de experiencias organizativas de la izquierda social e independiente que se desarrollaron al margen de los partidos de la izquierda tradicional. Esta “nueva izquierda” está actualmente avanzando en mayores marcos de unidad y proyectándose hacia la lucha política. Estos avances, sin embargo, son todavía insuficientes, lo cual debe llamarnos a la reflexión y autocrítica. Debemos alentar estos procesos de politización y convergencia, con la expectativa de que sean el embrión de un amplio movimiento político democrático, anti-imperialista y anticapitalista, donde puedan convivir diferentes tendencias, sensibilidades y tradiciones políticas, abierto al debate pluralista y a la intervención unitaria. Es una tarea central de la actual etapa la de aportar a la construcción de una referencia político-electoral que instaure una referencia anticapitalista con perspectiva de política de masas, acorde a las nuevas necesidades que se imponen para la acumulación de fuerzas.
6. La denominada “nueva izquierda” no constituye una unidad política sino un campo inestable de fuerzas en proceso abierto de conformación. Se trata, en todo caso, del nombre de un trayecto común que fue produciendo rasgos compartidos: el de apostar a convertir a la militancia social desarrollada durante el último periodo en el embrión de una nueva experiencia política que pudiera renovar el proyecto emancipatorio.
La primera fase de ascenso de las luchas, iniciada a fines del siglo pasado, debió lidiar con un contexto marcado por el más amplio desarme político y organizativo de los sectores populares, producto de la derrota histórica que sufrió la clase trabajadora en las últimas décadas de contra-ofensiva neoliberal. En tal etapa, el surgimiento de las luchas sociales más elementales, de movimientos reivindicativos sin mayor elaboración programática, constituyeron una genuina forma de lucha política para un momento en que lo prioritario pasaba por la regeneración del tejido social y organizativo, precondición para una posible reconstrucción política del movimiento socialista. El medio que se encontró para empezar a proyectar políticamente a las nuevas experiencias organizativas y profundizar la recomposición política popular pasaba por generar relaciones horizontales entre las nuevas agrupaciones sectoriales, corrientes “multisectoriales” con fuertes rasgos federativos que procuraban respetar el tiempo y el protagonismo del conjunto de la militancia de base. Este proceso constituyó un momento precioso en el proceso de recomposición organizativa del sujeto popular. Sin embargo, en las puertas de una nueva situación política, es importante reconocer la insuficiencia de estas formas organizativas para enfrentar las tareas de la próxima etapa. En lugar de fetichizar las actuales formaciones organizativas, creyendo que nos encontramos frente a la forma política finalmente encontrada, tenemos que entenderlas como una etapa valiosa que permitió preparar las siguientes. En ciertos momentos, el medio para defender la acumulación política construida no pasa por preservar los instrumentos construidos, sino por forjar las nuevas organizaciones que sean eficaces para afrontar las tareas del momento. Actualmente, debemos superar las coordinaciones políticas federativas en dos sentidos complementarios. Por un lado hacia convergencias amplias de carácter más político, que sobre la base de la multiplicidad de experiencias, sensibilidades y tradiciones, puedan instituir un bloque social y político contra-hegemónico, con capacidad de intervención dinámica y unitaria. Por otro lado, hacia corrientes políticas revolucionarias, con un mayor grado de homogeneidad y centralización política, que cumplan la función de referencias político-ideológicas, con capacidad de intervención política y reflexión estratégica.
Es políticamente decisivo incorporar de forma sistemática en nuestras agendas la cuestión de la unidad política genuina, transformando la cultura de las izquierdas y pasando de los insólitos niveles de fragmentación e infinidad de siglas existentes inaccesibles a la comprensión popular, a formas creativas y maduras de integración política. Apostamos entonces, a iniciar colectivamente un proceso de síntesis política que nos contenga y nos trascienda a la vez.
La centralización no es una determinación administrativa, sino un proceso orgánico por el cual se concentran energías, se hacen experiencias comunes, se delibera de conjunto, se decide y se revisan las decisiones según mecanismos democráticos. Las coordenadas metodológicas sobre las que deberían fundarse una nueva corriente política deben partir de una fuerte sensibilidad hacia la “cuestión democrática”, el respeto a la autonomía de los organismos de masas, la superación de todo monolitismo ideológico y la apertura a un amplio pluralismo político.
7. La actual etapa exige empezar a visibilizar una alternativa política de los de abajo, una izquierda nueva, no dogmática, comprometida con las luchas sociales, donde se avance en la actuación en el campo electoral e institucional pero al servicio de la auto-organización y la movilización social. Una alternativa de estas características solo puede surgir de la convergencia de varias experiencias organizativas y de distintas tradiciones, que pueda dar lugar a un frente social y político persistente. La necesidad de impulsar un reagrupamiento de estas características no reemplaza, sino que por el contrario refuerza, la necesidad de construir una organización política revolucionaria que sea digna de nuestra época. Una corriente anticapitalista formada en un marxismo crítico y abierto, feminista, ecosocialista, libertario, latinoamericano e internacionalista que pueda también dialogar e integrar los mejores aportes provenientes del nacionalismo revolucionario, el indigenismo, el ecologismo radical y los nuevos movimientos sociales.
No pretendemos establecer las bases ideológicas de una nueva construcción política en un programa completo, en una concepción del mundo homogénea o en un acuerdo estricto sobre todos los aspectos de la estrategia revolucionaria. Más bien, necesitamos dar lugar a una compresión común de los grandes eventos históricos, la etapa política y las tareas correspondientes, a partir de un proceso de intercambio sincero y de debates transparentes. Es decir, los rasgos esenciales de una orientación política y una estrategia, aunque deje abiertos algunos términos que no son decisivos en el actual periodo.
8. Sin la pretensión ingenua de construir “islas de comunismo” en el seno de la sociedad burguesa, apostamos a que nuestras construcciones prefiguren la sociedad que anhelamos, en la línea del Marx que consideraba a los sindicatos como “escuelas de socialismo”. Es decir, desarrollar experiencias de anticipación social y política en tanto momentos del empoderamiento de las clases subalternas, de transformación subjetiva y organizativa de las mismas, de visibilización material de las posibilidades de organizar sobre nuevas bases los diferentes aspectos de la producción y reproducción de la vida social. Esto es lo que nosotros denominamos construcción de poder popular y de nuevas subjetividades. El desarrollo de una cultura socialista, las prácticas moleculares anti-burocráticas, la politización de la vida cotidiana no reemplazan las luchas estrictamente políticas, pero sí son su condición y reaseguro.
9. El replanteo radical de las cuestiones metodológicas se torna fundamental para la reconstrucción de una estrategia anticapitalista que rescate a las aspiraciones libertarias e igualitarias del socialismo de las experiencias burocráticas que se arrogaron su nombre en el pasado. La cuestión democrática constituye el hilo conductor de cualquier tentativo proyecto de emancipación. A su vez, el anhelo por construir una nueva cultura política intenta dar respuesta a una problemática de largo aliento para la militancia socialista: la ruptura y fragmentación creciente de sus organizaciones sin grandes fundamentos político – teóricos.
Las prácticas sectarias y auto-proclamatorias de la izquierda tradicional tienen fundamentos teóricos y programáticos de fondo. Se vinculan con una concepción del papel de la organización política y de las “tareas de vanguardia”, en relación a cierta caracterización sobre la declinación del capitalismo, que minimiza las cuestiones relativas a fortalecer los organismos de masas y prioriza la “disputa por la dirección”. Esta concepción encierra una relación partido/clase que conduce a la instrumentalización de las demandas reivindicativas y de los ámbitos autónomos de los sectores populares. La prioridad, a fin de cuentas, está colocada en la acumulación partidaria de un modo absoluto, en detrimento de la unidad y la organización del movimiento popular. La pretensión de cada grupo pasa, entonces, por convertirse en una vanguardia efectiva de las masas a partir de destruir políticamente al resto de las corrientes que compiten por el mismo objetivo. Esto suele convertir a la militancia de izquierda en una interminable interna entre las diferentes organizaciones, llegando a apelar a métodos brutales, en la disputa por el pequeño activismo que los rodea, el cual habitualmente se siente expulsado de la vida gremial y política por estos mismos métodos. No pretendemos desconocer ingenuamente la necesaria lucha política e ideológica entre tendencias, aspecto irreductible que empieza por el enfrentamiento contra los sectores burgueses y burocráticos, sino que apostamos a fundarla sobre métodos que no destruyan los ámbitos unitarios y la construcción conjunta. Mientras algunos grupos reducen la noción de “frente único” a luchas defensivas y a momentos excepcionales, nosotros aspiramos a recrear esta idea en clave constructiva y ampliarla a las tareas de acumulación social y cambio cultural en los sectores populares. La izquierda tradicional se ha caracterizado por subestimar las cuestiones metodológicas recurriendo a la remanida expresión: “lo que importa es la política”. Pasa inadvertido para esas posiciones que, por ejemplo, traicionan el pensamiento del propio Marx, quien se detenía a considerar a la Comuna de París “como la forma política finalmente encontrada para la emancipación económica del trabajo”. Es decir, Marx identificaba la articulación orgánica entre cierto contenido (la emancipación de la clase obrera) y algunas formas específicas (la Comuna, un régimen político basado en órganos de auto-organización de la clase obrera, con altos niveles de participación directa).
La relevancia de replantear a fondo las cuestiones metodológicas responde, entonces, a la necesidad estratégica de propiciar la construcción de espacios orgánicos de frente único sostenidos en el tiempo. Debemos estar atentos a la reproducción de estas prácticas y metodologías en nuestras propias experiencias. Construir una nueva cultura militante es fundamental para superar la fragmentación y avanzar hacia reagrupamientos superiores y más efectivos. Sin nuevas formas de construcción se va a volver más difícil dar lugar a nuevas síntesis políticas entre las diferentes expresiones organizativas y tradiciones teórico-ideológicas que estamos comprometidas con la renovación de la izquierda en nuestro país.
10. Para el desarrollo de una perspectiva socialista y democrática será vital que la clase trabajadora asuma un rol hegemónico capaz de organizar una fuerza social emancipatoria que agrupe a un conjunto de fuerzas populares y sectores sociales. Esta centralidad de la clase trabajadora la entendemos por fuera de cualquier concepción apriorista o esencialista del sujeto social. La hegemonía que emana de la lógica de producción y reproducción del capital no ha dejado de ser vertebrante de nuestro ser social, si bien no explica la totalidad de las relaciones de poder que atraviesan a los múltiples sujetos sociales. Los conflictos en torno a las cuestiones de género, ambientales, de identidades sexuales, étnicas o nacionales precisan, por su parte, de una vocación militante regida por objetivos y prioridades particulares, pues no son reductibles, no se superponen ni se subsumen en la contradicción capital-trabajo, pero a la vez están íntimamente vinculados y funcionalizados por los mecanismos actuales de apropiación del capital y explotación del trabajo. Una perspectiva emancipatoria debe colocar en un lugar central la lucha contra la opresión de la mujer y los géneros. El hétero-patriarcado es un sistema de dominación que atraviesa los diferentes modos de producción a lo largo de la historia y no se reduce, por tanto, a mera manifestación particular de la contradicción de clase. Pero el capitalismo no se limita a reproducir una opresión milenaria sino que la resignifica de acuerdo a sus propias necesidades, dándole un tono particular. Necesitamos construir un feminismo socialista y complejo, que pueda articularse con la lucha anticapitalista sin indistinguirse, que pueda dar un combate a fondo contra el patriarcado en todas sus manifestaciones, sin aislarse ni sectarizarse.
11. Por sus propios medios, el capitalismo conduce a la destrucción creciente de la naturaleza. Esto se manifiesta en la polución ambiental, el calentamiento global, la pérdida de la biodiversidad, etc. Por esto mismo la lucha por el socialismo en nuestros días requiere plantearnos no solo desarrollar fuerzas sociales productivas sino desarrollarlas en otra dirección. Muchas de las fuerzas productivas creadas por el capitalismo son en realidad fuerzas destructivas de la naturaleza y de la sociedad, tales como la dinámica que tiene la industria del automóvil, la industria de armamentos, de plásticos para embalaje y publicidad, de formas extractivas contaminantes que arrasan tierras y comunidades. Este desarrollo capitalista se sostiene en un supuesto crecimiento infinito que se contradice con la base material limitada de recursos naturales. De profundizarse esta tendencia, el capitalismo conducirá a nuevas catástrofes ecológicas. Algunos sectores de las clases dominantes han tomado nota de estos problemas, lo que se refleja en la popularización de los temas ambientales y en acuerdos diplomáticos. Sin embargo las resoluciones de los organismos internacionales se quedan en el papel. La principal potencia económica militar del planeta sigue rechazando los acuerdos para limitar la emisión de gases (Tratado de Kioto). En la Argentina se concede la urgencia del tema al mismo tiempo que se promueve desde los gobiernos la inversión destinada a la extracción de recursos naturales con métodos devastadores del entorno y las comunidades (fracking por ejemplo). En los años recientes han surgido fuertes resistencias en las provincias a estos proyectos, siendo el más conocido el movimiento triunfante en la localidad de Famatina en La Rioja, que se suma al también emblemático caso de Esquel en Chubut. Luchas similares se están dando en distintos puntos del país. La producción de soja con base en el uso de fertilizantes tóxicos vendidos por la multinacional Monsanto presenta otro frente de lucha en curso de grandes dimensiones. En función de la perspectiva ecosocialista que defendemos, debemos promover la resistencia a estos proyectos, pero también fomentar la alianza entre la movilización ecológica con los demás movimientos, especialmente con el movimiento obrero, todavía bastante anclado en una concepción corporativa industrialista.
12. Es posible que las situaciones de agudas crisis social y política que se desenvuelven en varios lugares del mundo, susciten importantes procesos de movilización social pero que no lleguen romper con las instituciones capitalistas ni a forjar una alternativa revolucionaria con peso de masas. Estas situaciones pueden conducir a la emergencia de fenómenos gubernamentales complejos, “intermedios”, irreductibles a la categorización clásica del “bonapartismo”, en situaciones donde la burguesía no puede seguir controlando el poder político, pero tampoco los sectores populares logran una ruptura decisiva con el estado burgués. Los casos de Venezuela y Bolivia, así como un posible “gobierno de izquierdas” encabezado por Syriza en Grecia, sirven de ejemplo de procesos de auge de masas que son hegemonizados por direcciones reformistas que, pese a sus limitaciones y vacilaciones, pueden servir en mayor o menor medida para apuntalar los crecientes conflictos de clase y la participación popular. Se trata de gobiernos nacionalistas o reformistas de izquierda que instauran una ruptura, aunque parcial, con el imperialismo. Durante su exilio latinoamericano, Trotsky dio algunas indicaciones políticas y tácticas a propósito del gobierno de Lázaro Cárdenas en México en los años treinta o del APRA en Perú. Estos gobiernos que se oponían al imperialismo debían ser apoyados en esa lucha, pero conservando a su vez una estricta independencia política frente a sus direcciones. Son necesarias la independencia programática y la iniciativa organizativa puesto que al interior del campo “anti-imperialista” se da una lucha entre revolucionarios, reformistas, nacionalistas, donde se dirime en buena medida el desenlace de estos procesos.
En experiencias de esta naturaleza, se hace evidente la improcedencia del vanguardismo sectario que acomete directamente contra los gobiernos reformistas, desprendiéndose del desarrollo subjetivo de los sectores populares. Se torna prioritario allí acompañar la experiencia política de las masas, participar de instancias de frentes único anti-imperialista, oponerse a los embates golpistas de las derechas y apuntalar cualquier tendencia que permita radicalizar el proceso político. En Venezuela, por caso, no se puede hacer política revolucionaria sin comprender esa dialéctica y por eso las pequeñas organizaciones venezolanas vinculadas a la izquierda sectaria local cumplen un papel directamente regresivo. Sin embargo, para el desarrollo de una política emancipatoria resulta tan ineficaz el sectarismo vanguardista como la adaptación y el seguidismo hacia las direcciones reformistas o nacionalistas. La necesidad de una delimitación estratégica respecto del reformismo y el nacionalismo hace a un debate fundamental para la izquierda latinoamericana. Dicha independencia es decisiva para apuntalar la movilización autónoma de las masas y el desarrollo de organismos de poder popular, en la perspectiva de sedimentar las condiciones para una ruptura decisiva con el régimen burgués. No se trata solamente de no sectarizarse frente al desarrollo subjetivo de los sectores populares, apoyando y apostando a profundizar los mejores elementos del proceso político, sino también de construir organismos de masas con capacidad de radicalizar el proceso más allá de los límites de la política gubernamental (y contra ella, cuando fuera necesario). Reconocer que entre los nuevos gobiernos y los movimientos populares se ha trabado, en los mejores momentos, una dialéctica abierta y progresiva no justifica que el “socialismo desde abajo” que pregonamos se detenga ante las “razones de Estado” de los gobiernos reformistas.
13. Un balance de las experiencias populares latinoamericanas que evite las tentaciones simétricas del sectarismo y la adaptación populista, es decisiva para situar una estrategia socialista en nuestras condiciones sociales y políticas nacionales. En buena parte de los nuevos movimientos sociales y políticos se tiende a proyectar abusivamente las características del proceso bolivariano y se insta, por tanto, a empalmar inmediatamente con sectores nacionalistas o reformistas, sobre todo provenientes del kirchnerismo (o, en su defecto, también de la centro-izquierda no kirchnerista, como la CTA).
Es importante partir del reconocimiento de que una política de masas no puede basar su marco de alianzas solamente en la demarcación ideológica o programática, y que es necesario alentar y acompañar los eventuales intentos de radicalización de sectores vinculados al bloque dominante. Es insoslayable reconocer que una fuerza de masas anticapitalista incluirá elementos provenientes del nacionalismo revolucionario y el reformismo, pero no se debe olvidar que la constitución de una fuerza social y política emancipatoria en las condiciones nacionales precisa actualmente de otras mediaciones.
La hipótesis que apuesta a desarrollar, en base a rupturas del kirchnerismo o junto con las corrientes reformistas, una alternativa de poder en un horizonte de corto plazo, pierde de vista la magnitud de la tarea y la distribución de las relaciones de fuerzas en la superestructura argentina, exponiéndose a serios riesgos de seguidismo y exageradas expectativas en los sectores organizados del reformismo, con el consecuente peligro de adaptación al régimen a través de su expresión progresista.
En nuestra coyuntura, la izquierda anticapitalista debe fortalecerse, con amplitud y sin sectarismo, como tendencia que intervenga en la vida política nacional, que marque posiciones y proyecte alternativas de poder, sin aislarse de los elementos progresivos presentes en los procesos existentes. En relación al kichnerismo, corresponde apoyar de manera crítica las medidas que representen concesiones a las demandas populares, pero denunciando siempre el carácter global capitalista dependiente del gobierno y planteando la necesidad de otro camino.
En ese sentido, no es exactamente la constitución de una opción de masas (al estilo venezolano o boliviano) la tarea inmediata que se haya planteada en el escenario actual, sino la de una referencia política nacional con capacidad crítica que permita acumular posiciones políticas y desarrollos organizativos, e impulsar la apropiación en los sectores populares de una alternativa de poder.
Es a partir de un tal polo político, hoy inexistente, que podemos pensar en tácticas de interpelación a los elementos organizados y militantes de la base social del kirchnerismo y las corrientes reformistas radicales en el período que se abre. Confundir la tarea, y descuidarla en busca de un atajo demasiado prematuro puede tener como corolario la adaptación a las expresiones políticas existentes.
14. Proponerse construir una corriente política anti-capitalista supone asumir una cierta concepción de la relación entre lo social y lo político, temática presente y debatida durante el último ciclo de luchas, de la mano de los nuevos movimientos sociales. La relación entre partidos u organizaciones políticas, con los sindicatos y movimientos sociales es una problemática de largo aliento en la tradición socialista. Para nosotros, el punto de partida es reconocer que durante las últimas décadas se ha producido una ampliación y diversificación de los puntos de conflicto y lucha contra el capital. Este fenómeno responde a una tendencia de fondo, esto es, la creciente complejidad de las sociedades contemporáneas y la pluralidad de los ámbitos sociales, irreductibles a las grandes síntesis a priori. En segundo lugar, hay que superar la supuesta división rígida de tareas entre lo social y lo político: los movimientos sociales también producen politización, por ejemplo cuando el movimiento feminista pone en cuestión las relaciones personales y la división sexual del trabajo. Y las organizaciones políticas, a menos que pretendan reducirse a una herramienta meramente super-estructural o a una maquinaria electoral, deben enraizarse en las luchas y los movimientos sociales. Por otra parte, hay que reconocer la multiplicidad y complementariedad de las organizaciones de las clases subalternas, que cuentan con niveles autónomos, irreductibles a la verticalización y uniformización partidaria. Las organizaciones políticas deben respetar la autonomía del movimiento social, sin confundirse o identificarse con él, defendiendo sus tiempos y sus mecanismos democráticos. Pero a su vez, no se puede desconocer la irreductibilidad de la lucha política, que no es una mera continuación de la lucha social sino que cuenta con una lógica y mecánica propia. La indistinción o fusión de lo social y lo político bien puede llevar, más allá de la pretendida intención democrática, a despolitizar lo político y/o a sobreideologizar lo social. Por su parte, las formas de proyectarse políticamente puede admitir muchas formas, dinámicas, flexibles, cambiantes. Sin idealizar ni fetichizar ningún modelo organizativo, debemos manejar una amplia ductilidad organizativa que permita incorporar, en la actual etapa, a las nuevas camadas de activistas y a los movimientos sociales a la construcción de un nuevo sujeto político. La construcción de una alternativa política anticapitalista va a requerir tanto de formas flexibles, amplias, democráticas, como de corrientes ideológicas, capaces de intervenir políticamente y reflexionar en términos estratégicos y programáticos.
15. Para poder llevar a la práctica las tareas y la orientación que aquí empezamos a delinear, la apuesta que hacemos es la de iniciar un camino de unificación con organizaciones hermanas y lanzar este proceso de construcción de una nueva organización política que enfrente los desafíos de nuestra época, convocando a otras organizaciones, corrientes y militantes para, con nosotros, tornarse protagonistas de esta iniciativa: la construcción de una organización revolucionaria que esté a la altura de nuestros sueños.