Las necesidades que se pusieron de manifiesto durante la pandemia de COVID-19, desde las más vitales e inmediatas hasta aquellas de carácter histórico, hacen evidente la necesidad central de incorporar al análisis de la crisis las cuestiones vinculadas con la reproducción social ya que, contradictoriamente, las tareas de cuidados esenciales para mantener la vida son las peor reconocidas y remuneradas. 

La construcción social sobre la separación entre el ámbito privado (el hogar y las tareas de reproducción que allí se desarrollan) y el público (donde se desarrolla el trabajo como empleo), invisibiliza una contradicción fundamental del capitalismo: su necesidad y dependencia respecto de estas tareas de cuidado. Labores como limpiar, cocinar, lavar ropa o cuidar de lxs adultxs mayores y de lxs niñxs, en definitiva, las tareas que sostienen nuestras vidas, son mayoritariamente realizadas por mujeres y cuerpos feminizados. Se trata de trabajos absorbidos por el capitalismo, que depende de ellos para que lxs trabajadorxs puedan volver diariamente a sus puestos pero no los reconoce como parte de su economía. 

Las condiciones de explotación y precarización propias del neoliberalismo -en tanto modelo de acumulación del sistema capitalista contemporáneo-, fueron horadando las condiciones sobre las que se sostienen nuestras vidas. Las consecuencias de esto van desde el empobrecimiento generalizado por la flexibilización laboral, la caída de los salarios y el aumento del costo de vida, hasta recortes en las áreas de salud, educación y jubilaciones (instituciones precisamente involucradas en las tareas de sostenimiento de la vida). Por otro lado, los salarios de lxs trabajadorxs de estos sectores suelen ser bajos, obligándolxs a tener dos o más empleos. Además, entre quienes realizan estas tareas sin percibir remuneración alguna, hay una mayoría de personas que sufren múltiples opresiones: de género, raciales y en cuanto migrantes. 

Existe una enorme desproporción entre la función social que cumplen las personas que trabajan en estas tareas esenciales respecto de la de banqueros o empresarios (que desde la seguridad de sus casas hoy operan para que se levante la cuarentena antes de que disminuyan mucho sus ganancias). En la actualidad esto implica además una mayor exposición al contagio de coronavirus y una profundización de la precariedad de la clase trabajadora. Partiendo de esa evidente contradicción entre la vida y el capital, el activismo puede sumar su aporte impulsando una movilización que anteponga la defensa de la vida a la multiplicación de las ganancias. 

Hoy se abre el desafío de resistir, sosteniendo los logros del movimiento feminista en lo que hace a la visibilización de los cuidados, la violencia de género, la necesidad de decidir sobre nuestros cuerpos y la responsabilidad de los Estados a la hora de sumar estas reivindicaciones a la agenda pública. 

En este escenario de pandemia mundial, el Estado argentino comenzó, de modo excepcional, a priorizar el gasto social como estrategia para paliar la crisis. Para las feministas esto plantea un nuevo desafío y exige seguir apostando a reivindicaciones que transformen la “normalidad” tal como la conocemos y que apunten a una mejor redistribución de la riqueza (a partir de un sistema tributario más justo, de la revalorización de las tareas de cuidados y de otra forma de organización nuestro tiempo y nuestras vidas).   

El Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) que lanzó el Gobierno Nacional, increíblemente no se destina sólo a las PyMEs que necesitan esa ayuda estatal para cubrir el pago de los salarios sino que también llega a multinacionales o grandes grupos empresarios que multiplicaron despidos y suspensiones durante la cuarentena y a CEOs involucrados en la fuga de capitales o en el turbio blanqueo que aprobó Cambiemos a mediados de 2018. Mientras tanto, las jubilaciones sólo aumentan un 6,12%, miles de trabajadorxs informales (en su mayoría mujeres) no pudieron acceder al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de 10 mil pesos o no logran cobrarlo todavía, acumulando más de dos meses sin ingresos desde el inicio de la cuarentena. Al tiempo, lxs monotributistas siguen exigiendo que se suspenda el pago del tributo (al que además se le aplicó un aumento del 51% a principios de año) para no seguir sumando deudas y se le adeuda el salario a cientos de trabajadorxs de programas para la niñez o que atienden casos de violencia de género. A este escenario desolador hay que sumarle los peligros de los barrios sin agua, la gravísima situación de lxs trabajadorxs sexuales sin derechos y de las personas en situación de calle, entre las muchas precariedades que agudizó la epidemia. 

En línea con nuestra declaración “Apuntes de coyuntura”, de hace algunos días, sostenemos que es imprescindible enfocarnos en las respuestas de los feminismos para las contradicciones actuales, empezando por la socialización de los cuidados a partir de una inversión pública que apunte a la creación o ampliación de las instituciones orientadas a esta esfera. Las que existen en la actualidad son insuficientes, en un escenario agravado por las lógicas destructivas de desinversión que primaron en los últimos años, logrando destruir el presupuesto estatal para el sector y profundizar la precariedad de lxs trabajadorxs que sostienen esas tareas esenciales. Lógicamente, esto impacta de lleno en la capacidad de desarrollar políticas públicas de calidad, lo que se traduce en una sobrecarga de trabajo no remunerado para los hogares.

A diferencia de algunos feminismos más institucionales, desde Democracia Socialista no consideramos que la brecha de género se pueda superar sólo con políticas públicas adecuadas. Para terminar con la sobrecarga de tareas domésticas de las mujeres y avanzar en la destrucción de un sistema sexo-génerico que invisibiliza un trabajo tan necesario como el de la reproducción social, se requiere que algunxs dejen de tener coronita. En este sentido, hay que empezar por donde mas le duele al establishment: por el cuestionamiento radical a la lógica de acumulación de ganancias a través de la explotación de la fuerza de trabajo remunerado y no remunerado de las grandes mayorías. 

Un acercamiento a las elaboraciones militantes feministas en torno a la reproducción social como clave analítica para entender la forma en que opera concretamente la opresión de clase, de género y racial en el contexto de esta crisis, podría fortalecer a los movimientos populares. La recuperación de estos debates ya instalados por algunas feministas podría sumar riqueza y profundidad a las nuevas luchas, sin olvidar que la unidad del movimiento popular y su autonomía respecto de los responsables de nuestra precarización es siempre un elemento central a la hora de proyectar horizontes emancipatorios para lxs de abajo.

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