Por Guillermo Almeyra
Si se dejan de lado las invocaciones y la imaginería sacra oficial, que olvida a Perón y privilegia a Evita porque era más radical-popular y llegaba más a las familias trabajadoras y, sobre todo, porque era mujer, lo cual permite sugerir una repetición de su papel por la Nueva Evita ahora Presidente, entre el kirchnerismo ylas primeras dos presidencias de Juan Domingo Perón hay más rupturas que continuidades. Empecemos por éstas.
Perón, como el kirchnerismo, seguía la ilusión de desarrollar -e incluso inventar- una burguesía nacional que estuviese deseosa de romper la dependencia del imperialismo; Perón trataba de quitarle la renta agraria a la oligarquía y a los exportadores de granos –en su época, Bunge y Born y Dreyfus, transnacionales “argentinas”- para utilizarla en beneficio de la industria (el monopolio del comercio exterior de granos por el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) fue la expresión de ello) y el kirchnerismo, muy tímidamente, intentó reducirla con igual fin políticoeconómico.
Tal como el kirchnerismo, Perón intentaba aprovechar la potencia del “enemigo de su enemigo” (en su caso, la Unión Soviética, en el del gobierno actual, China) y la coyuntura internacional para encontrar aliados en los países latinoamericanos que le permitieran un mayor margen de maniobra frente a Estados Unidos. Ambos, peronismo y kirchnerismo, jamás dejaron de defender el sistema capitalista, nunca tocaron las fuentes del poder de la oligarquía ni enfrentaron el problema de la propiedad y el uso de la tierra y mataron indígenas que en cambio sí lo enfrentaban defendiendo sus territorios y modos de vida.
Sus respectivas medidas sociales han tenido como objetivo principal sostener el capitalismo, reformarlo, ampliarle el mercado, evitarle conflictos (recuérdese el discurso de Perón ante los empresarios en la Bolsa de Comercio acerca de la necesidad de ceder un 40 por ciento para no perder el 100 por ciento o las frases de CFK sobre la defensa de un “capitalismo serio”). Ambos, con el dinero de los contribuyentes, es decir, de los trabajadores, subsidiaron o indemnizaron con gran generosidad a los capitalistas, incluso extranjeros (Perón compró por sumas absurdas la chatarra ferroviaria que ya había sido pagada decenas de veces, CFK dio dinero nada menos que la General Motors para que ésta siguiera explotando a sus trabajadores).
El asistencialismo, la corrupción como método de gobierno para ganar el apoyo de militares, sindicalistas, gobernadores, los acuerdos leoninos con las grandes petroleras estadounidenses, el respeto religioso al capital financiero, los pagos de una deuda externa usuraria ni siquiera cuestionada recurriendo a las reservas formadas por el esfuerzo de los trabajadores, son también comunes.
Igualmente lo son la subordinación de la ciencia y de la cultura al fortalecimiento de las bases técnicas y de las bases de dominación del capitalismo, con su uso, por ejemplo, de la filosofía (recordemos el Congreso internacional tomista en Mendoza o la utilización kirchnerista de la versión “filosófica” del servilismo ante la supuesta misión histórica del peronismo que tenía Jorge Abelardo Ramos y que hoy adopta la forma de la sucia agua chirle que vende Ernesto Laclau).
Ambos se caracterizan por el pragmatismo, la carencia de principios y prejuicios, el autoritarismo, el verticalismo y no vacilan en inventar formas políticas fuera de su partido oficial (en el caso de Perón, el Partido Socialista de la Revolución Nacional, con el citado Ramos, el escriba del régimen, Esteban Rey, el oportunista Nahuel Moreno, que hasta hacía poco era rabioso antiperonista, Unamuno y el socialista Enrique Dickman, para contener y desviar la maduración clasista de un sector radical de los obreros peronistas, y en el de CFK, la Cámpora, para disputar en los movimientos sociales, encauzándola hacia el Estado capitalista, la radicalización o la protesta de la juventud). Fundamentalmente, peronismo y kirchnerismo comparten el esfuerzo por reforzar el Estado capitalista despolitizando a los trabajadores, con el “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, del primero o el Fútbol para todos (copiado a la dictadura de Onganía), del segundo.
Por último, tanto el peronismo como el kirchnerismo recurren a la intoxicación política mediante un revisionismo histórico que mezcla a Quiroga y Jauretche con Rosas y San Martín, como en el tango Cambalache, para inventarse una legitimidad (aunque Perón, al mismo tiempo, bautizó Sarmiento, Mitre y Roca a tres de los ferrocarriles nacionalizados y los kirchneristas dejan los nombres de Varela, Ramón Falcón, Roca y tantos otros ultrarreaccionarios a las calles y monumentos de Buenos Aires y de todo el país). Toda la política de Perón como la de los Kirchner tenía como fin incorporar al Estado una burocracia sindical servil, reforzar al Estado con el nacionalismo patriotero (“Argentina potencia”), someter a los burócratas sindicales con veleidades independentistas, hacer de los trabajadores los cimientos del capitalismo nacional (con su industria y sus intelectuales “Flor de Ceibo” y con el neodesarrollismo K).
Pero entre el peronismo y el kirchnerismo hay grandes diferencias. Perón había participado en el golpe de Estado de 1930 contra Hipólito Yrigoyen (en buena medida su antecesor político), era un ferviente admirador de Benito Mussolini y de su corporativismo, tenía como su principal “partido” al ejército y renunció dos veces (en 1945 y en 1955) cuando quedó en minoría dentro del mismo, sin intentar resistir apoyándose en su base social. Era, además, como Evita, antioligárquico pero conservador en su pensamiento, en su comportamiento, en sus lujos de advenedizo que buscaba incorporarse al establishment adoptando las costumbres del mismo.
Los Kirchner, en cambio, militantes provincianos de segunda fila, se formaron en la pequeñoburguesía radicalizada, peronista, que calificaba a Perón de “viejo tránsfuga” y conoció el Perón de su tercera presidencia, con los escuadrones de la muerte y López Rega y sólo vivió el breve período democrático de la presidencia (interina) del “Tío” Cámpora. No conspiraron con un régimen oligárquico y proimperialista, como habían conspirado Perón y el Grupo de Oficiales Unidos, sino que se incorporaron a la alianza con los radicales y al menemismo, mientras hacían negocios turbios en su alejada y despoblada provincia. No tenían detrás de sí ni la presión de la revolución colonial y el desarrollo del movimiento obrero en Europa, ni la fuerza y las esperanzas de un poderoso movimiento obrero de masas ni una base económica sólida resultante de la neutralidad argentina durante la guerra mundial y de las necesidades de alimentos en escala internacional después de la misma. No contaban con un partido sino que organizaron su base sólo dentro del aparato podrido del Justicialismo.
No contaban con las esperanzas de los trabajadores, como Perón en 1945, sino que fueron resultado de la violenta crisis de dominación producida en el 2001 y del consenso negativo (o sea, de la concentración de las intenciones de voto contra Menem que llevó a Néstor Kirchner a la Casa Rosada con apenas el 20 por ciento de los votos). Son hijos del vacío, de la crisis de la oposición desde el derrumbe de las ilusiones alfonsinistas de crear una síntesis entre la Unión Cívica Radical y el peronismo, un Tercer Movimiento Histórico, ilusión que compartieron tantos tránsfugas de la izquierda, sobre todo ex comunistas, como Portantiero o Aricó.
Por sus gustos, sus ideas, su modo de hacer política, los Kirchner son una expresión light del conservadurismo y arribismo de la pequeño burguesía que se hizo Montonera (con su amor por los grados y las jerarquías, por el autoritarismo, el aparatismo, con su formación catonacionalista). No tienen partido ni apoyo militar (¡por suerte!). Tampoco un partido ad hoc (como el que creó Perón a partir del Partido Laborista, formado por dirigentes sindicales ex socialistas, ex sindicalistas revolucionarios, ex comunistas y que él purgó, más un grupo de ex radicales organizados como UCR Junta Renovadora y los radicales nacionalistas de FORJA, partido al cual después transformó, una vez vencidas las resistencias sindicalistas, en el burocrático Partido Unido de la Revolución y, por último, en esa quinta rueda del carro y agente del Estado que fue el Partido Peronista).
Cuando el kirchnerismo llegó a la Casa Rosada la clase obrera había sufrido a nivel internacional la grave ofensiva de la globalización dirigida por el capital financiero internacional y los efectos nefastos del neoliberalismo, como expresión doctrinaria de la misma, que buena parte de los trabajadores habían aceptado en Argentina al darle el apoyo a Menem. El derrumbe del régimen burocrático en la Unión Soviética y en Europa Oriental, la omnipotencia de Estados Unidos y la presencia en toda América Latina de gobiernos neoliberales (salvo en Venezuela, donde ya estaba Hugo Chávez) no daba al kirchnerismo sino un muy escaso margen de maniobra internacional, la economía estaba destrozada y el movimiento obrero muy golpeado por las crisis recurrentes y por la desocupación.
El kirchnerismo salió del paso debido a la carencia de una oposición social al capitalismo y de una oposición política, sea en el campo del peronismo, sea en el del clásico antiperonismo. Aprovechó también la desesperación de un sector de las clases medias de Buenos Aires y del conurbano, sobre todo, que en el 2001 buscaba un cambio dentro del sistema, no una revolución social y cuyo grito “¡Que se vayan todos!” equivalía a un “¡Qué se los trague la tierra!” o a un “¡Que se mueran!” y mezclaba un fatalismo pasivo con una esperanza implícita en la aparición de un renovador.
Kirchner maniobró dentro del Partido Justicialista, con los intendentes (alcaldes convertidos en barones del conurbano), con los gobernadores (señores feudales locales), con los burócratas sindicales, millonarios y sin control de las bases. No enfrentó al establishment sino que contó con la necesidad de éste de que alguien hiciera posible la continuidad de sus negocios. No se apoyó, como Perón, en la clase obrera – muy golpeada en el 2001, 2002 y 2003- sino en la voluntad de orden de la población. Respondió a eso con una política barata: el enjuiciamiento a los militares genocidas.
Perón reprimía las huelgas y su Constitución de 1949 las hizo ilegales. Kirchner no lo hizo porque el capitalismo ni en Argentina ni en el resto del mundo sufría la amenaza de una revolución (o, al menos, de una contraofensiva obrera masiva).
El kirchnerismo quedó más sometido que Perón al pacto con la oligarquía, a las exigencias de obtener inversiones y divisas a pesar del default en la deuda externa, que le anulaba la posibilidad de créditos, a la voluntad leonina de las grandes empresas, mineras, en el caso de CFK y también depende mucho más del cambio en la coyuntura internacional que Perón, el cual tuvo que virar hacia un acuerdo con el gran capital a partir de 1952, una vez fallidas sus esperanzas en que la guerra de Corea se transformase en un conflicto mundial que permitiese a la Argentina repetir su actitud en las dos Guerras Mundiales y enriquecerse. .
El consenso obtenido por CFK se basa en la ideología nacionalista, en la aceptación como si fuera algo natural del sistema capitalista por la inmensa mayoría de la población, en la hegemonía política y cultural de la burguesía y de sus medios de información (incluídos el programa televisivo 678 y Página 12 que son simples boletines del gobierno, tal como lo era la prensa de Perón) y, sobre todo, por la falta de una oposición revolucionaria real, ya que los grupos que integran el Frente de la Izquierda y de los Trabajadores (FIT) no logran sino poco más del 2 por ciento de los votos, no tienen una política común en el movimiento sindical, donde se enfrentan y comparten un obrerismo chato unido a una propaganda socialista escasa y general. A diferencia del que tenía Perón, el consenso del kirchnerismo sigue siendo esencialmente muy transitorio y por la negativa, o sea, un consenso basado en la carencia de alternativa, no en las esperanzas de los trabajadores.
31-05-2013