Populismo de izquierda, ¿nuevo reformismo?
En infinidad de oportunidades los portavoces de Podemos han insistido en la necesidad de superar el eje izquierdaderecha ya que la lucha principal es entre demócratas y no-demócratas. Pablo Iglesias antes y después de las elecciones del 25-M ha insistido que aunque sea de izquierdas “el debate político izquierda- derecha es de trileros”. ¿Pero a qué responde este “giro lingüístico” de Podemos?
Uno de los principales líderes de Podemos, Íñigo Errejón, escribía en Le Monde Diplomatique1 que las tres columnas del proyecto de Podemos son: a) la irrupción del 15M, una impugnación popular contra las élites que “excedía las metáforas izquierda y derecha”; b) “el desarrollo de una práctica teórico-comunicativa que combinaba el análisis del discurso con la creación de programas de televisión propios” (La Tuerka, Fort Apache). Según Errejón, aquí subyace la “convicción teórica de que la política es la disputa por construir sentidos compartidos, que no se ‘derivan’ necesariamente de ninguna condición social”, y; c) a través del estudio de las recientes experiencias progresistas de América Latina, Errejón afirma que la hipótesis lanzada con Podemos rompe los “tabúes de la izquierda clásica” como la idea de la acumulación de fuerzas que luego se traduce en poder electoral, Podemos nace desde “arriba” frente al fatalismo del “movimentismo y la extrema izquierda”, defendiendo que lo electoral también sirve para construir identidades políticas nuevas.
Hay que decir que después de las elecciones del 25M en las masivas asambleas en Madrid para confeccionar una hoja de ruta organizativa (debido al crecimiento meteórico de los círculos) la estrategia política de la dirección fue confrontada con otras visiones mucho más radicales y de base en cuanto al futuro de Podemos que plantean una apertura mayor en lo que se refiere a la participación decisional de “abajo hacia arriba” de los círculos (ver artículo de Ana Villaverde en este mismo número).
Pero aunque es cierto que Podemos haya dado un aviso de alerta al bipartidismo y haya canalizado en gran parte el voto del hartazgo con la política tradicional, no podemos dejar de debatir las potencialidades y límites de la estrategia “populista de izquierdas”, representada por el grupo promotor, en la cual se fundamenta su proyecto de ruptura. En primer lugar, deudor de la escuela del Análisis Crítico del Discurso, este “populismo de izquierda”, si bien es capaz de construir una identidad “nueva” y disruptiva (en sus formas), utiliza el discurso como sustitución de contenidos prácticos y concretos, la exaltación de lo simbólico y emocional como deus ex machina de la acción política (“en política no hay ‘espacios’, hay sentidos que se producen y disputan”, afirma Errejón), con figurando más que unas bases sociales activas y auto- organizadas un electorado mayoritariamente movilizado, en el caso de Podemos, por las herramientas de la llamada Democracia 2.0.
Segundo, si bien establece un antagonismo entre un “ellos” y un “nosotros” –no en base a las clases sociales sino entre “casta” y “ciudadanía”–, silencia las diferenciaciones entre proyectos realmente post-capitalistas y proyectos reformistas. Que en el corto plazo no podamos plantear la toma del poder político apelando a la revolución o a la insurrección no excluye, o al menos no debería, tener un debate serio sobre lo que significa un verdadero proyecto de ruptura.
Por último, ni las experiencias progresistas en América Latina ni las más recientes en Europa han “golpeado el tablero” del sistema capitalista. Específicamente en el viejo continente, partidos como Die Linke o Front de Gauche no han pasado de ocupar un espacio menor a la izquierda del socialiberalismo, mientras que la experiencia más avanzada, Syriza, va replegando en su radicalidad a medida que se acerca su virtual triunfo en las próximas elecciones generales. En gran parte todas estas fuerzas políticas no hacen caso de los errores históricos de la socialdemocracia: la dependencia de las reformas a través del Estado y la no confrontación con las élites empresariales.
Por lo tanto, si bien Podemos ha sido capaz de abrir un nuevo “relato” simbólico-político, no hay que olvidar que detrás de los “discursos” existen consecuencias políticas a medio-largo plazo que vale la pena profundizar y discutir abiertamente para que no se vuelvan contra el proyecto mismo.
Aspirando a gobernar: ¿con poder o sin poder?
Según Brais Fernández, militante de Podemos e Izquierda Anticapitalista:
Podemos ha nacido con un horizonte concreto: desalojar a los partidos del régimen de las instituciones. Pero eso no significa necesariamente “ganar”. Ganar es poder gobernar, es más, es dotar a las clases populares de mecanismos para el auto-gobierno, a la vez que se desaloja del poder a las clases dominantes desmantelando sus mecanismos de dominación.2
Lo que en el fondo problematiza Fernández es la cuestión de la conquista del poder político y su relación directa con el movimiento social de las clases subalternas. En efecto, se necesitará, como decía Gramsci, que el “bloque histórico de los y las oprimidas” sea capaz de auto-organizarse manteniendo una posición de apoyo independiente al gobierno, introduciendo la lógica de la lucha social en las instituciones. De otro modo, si el movimiento –llámense Soviets, Consejos Comunales o Círculos– se disuelve en el nuevo gobierno, toda la fuerza transformadora puede quedar institucionalizada y desmovilizada debido tanto a las resistencias al cambio de los aparatos del Estado (judicatura, fuerzas armadas, burocracias) como por los límites estructurales que condicionan la labor gubernamental institucional3, sobre todo en el marco de la UE. Thanasis Kampagiannis, miembro del SEK (partido anticapitalista griego) comentaba sobre un eventual gobierno de Syriza en Grecia que la condición previa a un “gobierno de izquierda” tiene que ser que la vanguardia del movimiento obrero (“cuyo ascenso sea el resultado de la actividad del movimiento mismo”) sea políticamente independiente del gobierno. Y añade:
Esto no es una negación de la política; se trata de un tipo diferente de política al ‘realismo’ de una perspectiva gubernamental […]. El énfasis que la izquierda revolucionaria pone hoy en las luchas de los y las trabajadoras va construyendo la subjetividad que será crucial para la implementación de cualquier programa radical del mañana. Es crucial no sólo para las luchas contra cualquier respuesta reaccionaria de la clase dominante, sino para una subjetividad que, al final, será capaz de adquirir poder a través de sus propios órganos4.
Como hipótesis estratégica, la combinación de las reivindicaciones sectoriales (mejores y más servicios públicos, derechos) y la lucha por conquistar el poder político será clave para mantener en alta tensión las contradicciones del sistema; un nexo dialéctico que articule lo urgente (“Pan, trabajo y techo”, como señala el lema de las Marchas de la Dignidad) con las tareas de más largo plazo (cambio del modelo productivo, proceso constituyente).
Si Podemos aspira a gobernar, tendrá que lidiar con las contradicciones del poder sin perder su base social, definir quiénes son sus aliados o sus enemigos, siendo tácticamente ágiles sin perder la transparencia de las decisiones y potenciando sus círculos a modo de presión social. En términos de alianzas, Izquierda Unida (IU) aparece antes y después de las elecciones como el partido más “cercano” a Podemos. De hecho, después de las europeas rápidamente realizó gestos políticos astutos, como colocar a su joven diputado Alberto Garzón –más vinculado con el 15M– de interlocutor con Podemos. Ahora bien, ¿Es IU hoy una fuerza política con carácter transformador? Difícil pregunta. Más allá de su retórica de izquierda radical, sus inercias parlamentaristas en las últimas elecciones europeas quedaron bien patentes, por un lado con el “desacuerdo” entre Esquerra Unida i Alternativa (EuiA) –federación de IU en Catalunya– y el aparato central de Madrid por la inclusión del independiente Gerardo Pisarello, uno de los promotores del Procés Constituent en Catalunya5; por otra parte cuando la corriente liderada por Gaspar Llamazares, Izquierda Abierta, en una acción desafortunada, demandó a su dirección federal al Tribunal Constitucional por el diseño de las listas electorales.
Viendo este panorama, puede ser más interesante mirar hacia organizaciones e iniciativas como las CUP-AE, Amaiur, Alternativa Galega de Esquerda, el SAT, las Marchas de la Dignidad, Procés Constituent y otras más. Lo que pasa es que gran parte de estas fuerzas están arraigadas en contextos territoriales específicos, algunas con identidades nacionales muy fuertes. Pero si Podemos quiere ser una herramienta para la unidad de acción de las diferentes luchas de la clase trabajadora que se están librando, tarde o temprano tendrá que abrir un diálogo con estas organizaciones.
Más allá de las alianzas electorales y las restricciones que el sistema electoral español pone a terceras fuerzas, lo crucial a tener en cuenta, ya que decidirá en última instancia las principales prioridades estratégicas de Podemos, será el desarrollo de sus círculos, no sólo como electorado sino como fuerza popular –que no es meramente la forma ideal de una mayoría– capaz de representar una nueva institucionalidad socio-política sin dejar de intervenir en los espacios de poder dominante. El desafío no solo pasa por “revolucionar la política”, sino por crear las condiciones para superar las estrategias parciales de las luchas existentes, de las cuales emergerá la potencia real para cambiar radicalmente las reglas del juego.
¿A vencer? ¡vencer!
Históricamente ningún gobierno de izquierdas que haya llegado al poder ha podido desplegar su proyecto de transformación del sistema capitalista en un estado de paz. Allí están las experiencias aleccionadoras de la Unidad Popular en Chile (1970-1973) y hoy la llamada “revolución bolivariana” de Venezuela. Ambos, aunque con distintos resultados, sufrieron las arremetidas golpistas de las fuerzas conservadoras. La experiencia chilena fue abortada por una dictadura militar feroz y la segunda se debate hoy entre el retroceso y la revolución6.
Desde la revolución rusa y los posteriores debates estratégicos con respecto a una revolución en occidente, las ideas sobre el frente único, las demandas transitorias y la construcción de la hegemonía surgen cada vez que las fuerzas populares se hacen conscientes de su potencialidad. Por eso mismo, si hemos aprendido algo de los fracasos y éxitos, no podemos reducirlo todo a una cuestión de construir “mayorías electorales” o a un avance gradual en cuotas de poder parlamentarias. Las nocivas consecuencias de esta estrategia se pueden observar en el agotamiento de la ideología socialdemócrata europea. Lenin decía que en los momentos decisivos no bastaba con poner en claro “la voluntad de la mayoría”, además había que vencer. Preparémonos para ello, pues.
Notas
1 Errejón, Í., 2014: “¿Qué es Podemos?”, Le Monde Diplomatique en español, nº225, julio 2014, http://xurl.es/fo5fc
2 Fernández, B., 2014: “Podemos, un gran acierto y una gran responsabilidad”, Viento Sur, 23/06/2014 http://xurl.es/ldlzq
3 Para este debate, ver: Stobart, L., 2014: “La izquierda y Podemos ante el estado y su democracia”, La Hiedra, nº9, http://bit.ly/1mispud
4 Kampagiannis, T., 2013: “Greece, politics and marxist strategy”, International Socialist Journal, nº138, http://bit.ly/1n6AylB
5 Pisarello, G., 2014: “Carta abierta a propósito de las elecciones europeas”, Sin Permiso, 02/03/14, http://bit.ly/1kOtXw7
6 Alarcón, P., 2013: “14 años de chavismo”, La Hiedra, nº7, http://bit.ly/1rTQgmV; y González, M., 2014: “Rindiendo cuentas: el futuro de la revolución venezolana”, La Hiedra, http://bit.ly/1w5LhGq