Prólogo al prólogo
Presentamos aquí el “Prólogo de 2014” al ya clásico texto “Crítica del Programa de Transición” de Rolando Astarita. Aunque una evaluación global excede las posibilidades de este comentario, quisiéramos formular algunas observaciones introductorias. Compartimos el núcleo teórico de la Crítica de Astarita que, a nuestro juicio, radica en la refutación de la tesis “estancacionista” que está en el centro del diagnóstico del Programa de Transición (tesis a todas luces falseada empíricamente por el desarrollo de la productividad y la acumulación de capital durante los últimos setenta años), y la conclusión derivada de la imposibilidad del capitalismo para realizar concesiones sociales. De esto se desprende una conclusión política de magnitud: la improcedencia de toda estrategia de ofensiva permanente, lanzada hacia la lucha directa por el poder; y, por consiguiente, el error de concentrar toda la construcción política y organizativa en la “disputa por la dirección”, según la presunción de que al movimiento de masas solo le falta superar sus direcciones traidoras, desconociendo, como afirma Rolo, la “conexión interna” entre bases y direcciones. Estas conclusiones desmienten cualquier intento de mantener la vigencia cabal del PT, o las tentativas de desarrollar una simple “actualización”, como se propusieron un sinfín de corrientes trotskistas. También compartimos la crítica a la caracterización, presente en el PT, de los países periféricos como semicolonias sin ninguna posibilidad de desarrollo independiente, lo que se desmiente, por ejemplo, con el desarrollo de los llamados países emergentes, que no puede explicarse según la tesis de la “seudo-industrialización” (¿alguien puede pensar seriamente que Corea del Sur o China no desarrollaron una industrialización genuina?). También compartimos en sus rasgos generales la crítica a la tesis del “estado obrero burocráticamente degenerado” para describir la formación social de la URSS y del resto de los países del “campo socialista”. Esta caracterización formulada por Trotsky, a nuestro juicio, pierde toda vigencia cuando se consolida la contra-revolución burocrática estalinista, es decir, luego de los años veinte.
Sin embargo, no compartimos una conclusión política que Astarita pone en el centro de su reflexión y considera necesaria luego de aceptadas las premisas anteriormente señaladas: el rechazo tajante a la agitación de consignas transicionales en condiciones de dominio estable de la burguesía (es decir, en periodos no revolucionarios). A nuestro juicio, si un valor mantiene este manifiesto fundacional del movimiento obrero y socialista radica en el intento de enlazar los objetivos estratégicos de los socialistas con las preocupaciones inmediatas de las masas (aunque en su formulación original el método transicional estuvo empañado de catastrofismo y maximalismo). La articulación de consignas mínimas y transicionales puede ser una metodología válida siempre que no se reduzcan estas últimas a reivindicaciones “lógicamente imposibles” (lo cual no tiene mayor sentido si consideramos que el capitalismo sí puede formular ciertas concesiones sociales); ni se las piense como una agitación de transición rápida hacia una situación de doble poder; ni como un “método-fetiche” que permite resolver todos los problemas subjetivos e ideológicos de las masas. El enfoque transicional, para nosotros es, más sencillamente, un intento de articular las reivindicaciones de masas en una proyección de radicalización progresiva en el terreno de la conciencia y de la práctica de lucha. La cuestión del agua o del gas en Bolivia, por ejemplo, durante los enormes procesos de lucha que atravesaron a ese país a principios de siglo, planteaban todos los problemas de la soberanía nacional, del control y de la gestión popular. Es decir, cumplían como tales el rol de consignas “transitorias”. En los países donde la reforma agraria es una cuestión central, como Brasil, la cuestión de las ocupaciones de tierras tiene también un alcance “transicional”. Las ocupaciones no son, como tales, incompatibles con el sistema, pero, en el marco de la actual economía capitalista globalizada, constituyen puntos de desequilibrio incontestables. “Detrás del sistema de las reivindicaciones transitorias lo que está en juego es lo siguiente: una acumulación de experiencias sociales que desestabilicen el sistema, indiquen otra organización económica y social y demuestren el potencial de los y las asalariadas en esta perspectiva. Gramsci abordaba esta cuestión con su concepto de “hegemonía político- ética”. La clase oprimida debe conquistar posiciones en el seno de la sociedad antes de conquistar el poder político. En una situación normal, desde luego, esto no deja de ser propaganda y experiencias de un alcance limitado. Pero en una situación de aceleración social esto se integra en un periodo preparatorio de la conquista del poder político” (Sabado, 2006)
La tarea de redefinición programática que requiere la reconstrucción del proyecto socialista necesita de un esfuerzo teórico y político de largo alcance. Si está en lo correcto Francois Chesnais cuando, hace más de una década, afirmó que “un periodo programático se ha cerrado”, el trabajo será largo y complejo. Forman parte de este trabajo de reelaboración el debate sobre los objetivos programáticos de un gobierno de transición post-capitalista (temas vibrantes como la democracia, el Estado o el rol del mercado en una transición socialista); la relación entre lo transicional y lo prefigurativo, siempre que no se entienda este último como “islotes de comunismo” sino como elementos de una estrategia “intersticial” que “trata de construir nuevas formas de poder social en los nichos, espacios y márgenes de la sociedad capitalista” (Wright, 2006), complementaria y no opuesta a la lucha política (lo cual es coherente con la crítica de Marx a los cooperativistas, que muchas veces se alega como referencia crítica de las experiencias prefigurativas); la relación desde una perspectiva transitoria entre lo jurídico y lo material (o entre formal y lo real); o la perspectiva gubernamental desde un enfoque transicional, como podía encontrarse en la táctica del “gobierno obrero” formulada por la Internacional Comunista en sus últimos congresos antes de la estalinización, donde se evaluaba la posibilidad (“transitoria”) de situaciones gubernamentales “intermedias”, hegemonizadas por corrientes obreras reformistas, que pudieran cumplir un rol progresivo en la acumulación de fuerzas de las clases populares. El debate está abierto.
Democracia Socialista, 29 de octubre
Prólogo 2014 a la Crítica del Programa de Transición, por Rolando Astarita
Este Prólogo lo escribí con motivo de la próxima reedición de mi Crítica del Programa de Transición por parte de ¿Dónde empezar? (www.dondeempezar.com.ar). En el mismo sintetizo las ideas centrales de la crítica, y sintetizo los principales argumentos de los cruces polémicos que mantuve sobre el PT.
El Programa de Transición (en adelante PT) fue escrito, en 1938, por León Trotsky, con motivo de la fundación de la Cuarta Internacional, y desde entonces fue el texto programático y político de las organizaciones trotskistas en prácticamente todo el mundo. Incluso las que de alguna manera consideraron necesario actualizar el texto redactado por Trotsky, mantuvieron sin embargo la matriz del viejo enfoque. Pasada casi una década y media desde que fuera publicado por primera vez, aprovecho la oportunidad de esta nueva edición de la Crítica del Programa de Transición para responder brevemente, en este Prólogo, algunos de los principales argumentos que me han presentado los defensores de la política trotskista, y aclarar algunos malentendidos. A este fin, conviene recordar primero las ideas rectoras del PT, y la lógica que las encadena, para ir luego a las cuestiones más debatidas.
El punto de partida del PT son dos datos que Trotsky consideraba decisivos, y objetivamente verificables: el primero era que las fuerzas productivas estaban estancadas desde 1914. Según esto, con el estallido de la Primera Guerra el capitalismo había llegado al límite de sus posibilidades históricas de desarrollo, y por lo tanto ya no estaba en condiciones de satisfacer ninguna reivindicación económica o democrática seria de las masas. El segundo hecho del que partía Trotsky era que millones de obreros y campesinos, a lo largo del mundo, se volcaban a la revolución, pero eran traicionados por sus dirigentes.
Ambos hechos son decisivos porque determinan, siempre según la visión de Trotsky, el agotamiento de la democracia burguesa y del reformismo burgués democrático, y en particular su incapacidad para satisfacer las reivindicaciones de las masas trabajadoras. En otras palabras, los experimentos reformistas están condenados al fracaso. Por ejemplo, la política del New Deal de Roosevelt no tiene ninguna perspectiva de éxito, y a la clase dominante solo le quedan, como última alternativa, los métodos de la guerra civil contra las masas trabajadoras. Por eso, los dirigentes socialdemócratas, stalinistas y tradeunionistas reformistas, que se interponen entre las aspiraciones de las masas explotadas y los revolucionarios, sólo pueden recurrir a la traición. No tienen otra manera de desviar y detener el ascenso revolucionario que la aplicación de los métodos del fascismo contra la vanguardia obrera, como lo había demostrado en España la represión del partido Comunista a los anarquistas, poumistas y trotskistas. Y por eso también, en este cuadro de decadencia y descomposición generalizada del modo de producción capitalista, cualquier demanda elemental de los trabajadores plantea, objetivamente, la lucha por el poder.
La táctica transicional se inserta entonces como el último eslabón de esta cadena. La misma consiste en agitar unas pocas consignas que, aunque los marxistas saben que son de imposible cumplimiento bajo el capitalismo, sin embargo parecen de sencilla ejecución. Por eso, a fin de que las masas trabajadoras las tomen en sus manos, los marxistas no aclaran que las mismas no son aplicables, en sentido progresivo, en el capitalismo, y menos de forma aislada. En cualquier caso, esto se precisa en los textos de propaganda, pero no en la agitación hacia millones. Y cuando los trabajadores tomen en sus manos esas demandas, y se movilicen por ellas, se darán cuenta de que es necesario profundizarlas, hasta llegar a la conclusión de que es necesario tomar el poder. Además, reconocerán entonces a las organizaciones de la Cuarta Internacional como sus direcciones revolucionarias, superando así, a través de la profundización de la movilización, a sus actuales direcciones burocráticas y reformistas (pero contrarrevolucionarias en sustancia).
Veamos entonces los principales ejes de mi crítica, las respuestas y contra-respuestas.
Con respecto a la idea de que el capitalismo está estancado desde 1914, sostengo que esta tesis no tiene sustento empírico: la producción material, la magnitud del capital fijo, el desarrollo de la clase obrera a nivel mundial, incluso la evolución de las condiciones de vida de las masas trabajadoras, están indicando que las fuerzas productivas se desarrollaron desde 1914. Por otra parte, la tesis del PT tampoco tiene sustento teórico; no hay razón para sostener que el capitalismo debía estancarse en 1914.
Posiblemente esta es la parte de mi crítica al PT que más se ha discutido, y en cierta medida es comprensible: si se quita la premisa del estancamiento secular de las fuerzas productivas, el resto no se sostiene. Como alguna vez me lo confesó un dirigente trotskista inglés: “si admito que las fuerzas productivas han crecido desde 1914 (estábamos en 1990), se caen los fundamentos mismos del programa de la Cuarta Internacional”. De aquí también la variedad de respuestas a lo largo de estos años. Comento brevemente las más comunes:
Que hubo aumento de la producción material, pero no mejora de los niveles de vida de las masas trabajadoras. Mi contra-respuesta es que esto está desmentido por múltiples estadísticas, entre ellas, la esperanza de vida o los niveles de analfabetismo.
Que el desarrollo se sustentó en la guerra y el crédito. Sostengo que no se ve que la guerra y el crédito a su vez tienen que sustentarse, a través de los años, en el trabajo productor de plusvalía. Y no hay trabajo productor de plusvalía sin ampliación de la producción.
Que para la época que Trotsky escribió el PT, era cierto que las fuerzas productivas estaban estancadas. Mi contra-respuesta es que tampoco es cierto: en el cuarto de siglo que transcurre desde 1914 a 1938, y a pesar incluso de la Primera Guerra y la Gran Depresión, el producto por habitante a nivel mundial aumentó, y también lo hicieron las fuerzas de la producción.
Que si bien hoy las fuerzas productivas están desarrolladas, el sistema capitalista “ahora sí” está estancado desde la gran crisis de 1974-75. Sin embargo la realidad es que en los últimos 40 años también hubo desarrollo de las fuerzas productivas.
Que es necesario afirmar que las fuerzas productivas están estancadas, porque de lo contrario habría que renunciar a la posibilidad misma de la revolución socialista. Planteo que en este punto el argumento se convierte en una petición de principio (“necesito que suceda así porque mi conclusión política es tal”). Con el agregado que la petición de principio es inútil: la Revolución Rusa, para dar un ejemplo, triunfó antes de que alguien pudiera decir con certeza si el capitalismo a nivel mundial podía regenerarse, o no, si no triunfaba la Revolución Rusa.
Asociado a lo anterior, también critiqué la idea de que el capitalismo ya no podía otorgar ninguna mejora, económica o democrática seria, a las masas trabajadoras. Es que si las fuerzas productivas se desarrollan, esta tesis no tiene forma de sostenerse. No hay razones objetivas por las que el capitalismo esté incapacitado de satisfacer cualquier demanda. En particular, en las fases de ascenso del ciclo económico, los trabajadores amplían sus posibilidades de obtener mejoras con sus luchas y presión. Lo cual, por supuesto, plantea importantes cuestiones tácticas y políticas para los marxistas en torno a las direcciones y programas capitalistas reformistas.
Pero por otra parte, la experiencia histórica demuestra que hubo conquistas de los trabajadores, y muy importantes desde 1938. En muchos países se consiguió el salario mínimo, seguros de salud, vacaciones, pensiones de retiro, derechos sindicales y otras mejoras. En el plano democrático, el voto universal (incluido el voto de la mujer) en muchos países; los derechos de las minorías oprimidas; mayor libertad sexual, además de la independencia política de muchísimas colonias. Estos logros no niegan, naturalmente, que hay retrocesos, derrotas, catástrofes provocadas por el capitalismo. A diferencia de lo que sucede con la tesis del desarrollo de las fuerzas productivas, esta parte de mi crítica casi no ha tenido respuesta, por lo menos hasta donde conozco.