Guillermo Almeyra
México dentro de dos años deberá elegir nuevamente el presidente de una República profundamente transformada, deteriorada, corrompida y prostituida en la que los ciudadanos cuentan muy poco y las transnacionales y las grandes fortunas son en cambio todopoderosos. Para colmo, el presidente no es un funcionario público ni un ciudadano más sino que tiene atribuciones monárquicas.
Es importante por lo tanto intentar ver qué revelan las recientes elecciones en algunos estados y, sobre todo, en la ciudad de México, así como hacer un balance de los comicios electorales recientes que, aunque realizados en países y realidades diferentes, esbozan una tendencia común.
En primer lugar, con vistas al 2018, Morena ha crecido y, sobre todo, se ha extendido a casi todo el territorio nacional. Fuerte particularmente en la Ciudad de México, en Veracruz, Oaxaca y Zacatecas ha ganado buenas posiciones en los demás estados gracias al apoyo de los movimientos sociales. Por ahora aprovecha además la ausencia de candidaturas independientes de los trabajadores a nivel nacional y de los diversos estados –como la Organización Política de los Trabajadores (OPT)- que podrían competir con Morena por la izquierda y especialmente que los grandes conflictos también por ahora están limitados al centro sur lo cual convierte a Morena, en el centro norte y el norte, en el único canal para expresar la protesta política y social.
El voto de repudio y castigo a quienes gobiernan no es nunca por fuerza un voto de esperanza o de confianza dado a quienes concentran ese tipo de sufragios. Además del brutal atraso político del país -que explica el carácter pendular del apoyo primero al PRI para sacarse de encima un gobierno del PAN y después al PAN (enteramente similar al PRI y su predecesor en la represión masiva) para castigar al PRI- está también la tendencia a votar por personas en vez de por ideas o programas que da amplio espacio a los jilgueros y a los Broncos.
De manera tal que Morena deberá consolidar su caudal actual de votantes y aumentarlo mucho de aquí al 2018 si busca tener posibilidades de ganar en las elecciones nacionales. O sea, deberá reforzar su alianza con los movimientos sociales y apoyarlos para que se profundicen y extiendan dejando de lado sus ilusiones de crecer incorporando desertores de otros partidos (PRD, por ejemplo). Las abstenciones, sobre todo en la ciudad de México frente a la fraudulenta y amañada Asamblea Constituyente, indican la escasa capacidad de arrastre de los partidos tradicionales y una tímida tendencia favorable a Morena. ¿Será ésta capaz, de radicalizarse y de enraizarse en los movimientos sociales superando su dirección unipersonal? Ojalá así fuere pensando en el México de los trabajadores, pero es difícil que ese casi milagro llegue a producirse.
De modo que estamos ante la disputa de dos tiempos políticos: el de la descomposición del semiEstado mexicano, por un lado, y el de la posible creación –con Morena o sin Morena- de una dirección nacionalista y plebeya con sentido social y con una visión elemental de lo que está sucediendo en el mundo.
Porque en la frontera norte de México se está desarrollando otro proceso electoral que barre con los cálculos electorales de la dirección de Morena ya que, en el caso de una victoria de Trump, se agravaría muchísimo la situación de los emigrados mexicanos en Estados Unidos y la coexistencia entre el nacionalismo xenófobo y aislacionista de Donald Trump y un nacionalismo moderado, democrático y minoritario en México sería prácticamente imposible y el eventual gobierno democrático mexicano tendría que buscar aliarse con la evolución progresista de los Demócratas que sacó a luz la campaña del senador Sanders.
En Europa, igualmente, el clima político es peligroso e incierto. En Austria los partidos de masa tradicionales (democristiano y socialdemócratas) han sido barridos. En Francia, la huelga general rampante pasa por sobre los partidos, pero el más votado, siempre por ahora, es el semifascista Frente Nacional. En Italia, entre los votos al Movimiento 5 Estrellas y las abstenciones, los restos de los restos de los viejos partidos agonizan demostrando el hartazgo del electorado, sobre todo juvenil. En todos lados, aunque no crezca una izquierda ni reformista ni revolucionaria, el establishment, el “partido general del Orden”, entra en crisis.
La de México, en 1910, formó parte, junto con la revolución persa y la china del ciclo de revoluciones democráticas inaugurado por la Revolución rusa de 1905, fase que recrudeció con la otra Revolución Rusa- la de 1917- que se extendió por Europa. El ciclo actual, por el contrario, en todos los continentes, es mayoritariamente reaccionario. Para salir de él, en nuestro país como en todos, el movimiento de los trabajadores debe encontrar en la lucha su unidad de clase a nivel de todo el territorio nacional para ganar a golpes de huelgas generales el apoyo de los sectores trabajadores de las clases medias y aparecer ante éstas como candidato nacional al poder, sacando así esta disputa del terreno de los conflictos interburgueses entre los diversos grupos de explotadores (PRI, PAN, PRD, PVEM y otros).
Ese objetivo sólo se podrá conseguir con un programa que contenga el desarrollo de la democracia (autonomía, autogestión, federación de comunidades) y que al mismo tiempo ofrezca un plan creíble opuesto al del gobierno y sus aliados internacionales y construyendo un organismo político, un partido-movimiento, que dé forma a las exigencias sociales de los explotados y acate sus tiempos. No hay Salvadores Supremos: sólo los trabajadores pueden liberar el país liberándose así mismos.