Michael Löwy
Extraído de vientosur.org
El 15 de enero se cumple el 95ª aniversario de la muerte de Rosa de Luxemburgo. Para recordar su figura, rescatamos este artículo de 1999.
Hace 80 años, Rosa Luxemburgo fue asesinada, bajo el reino de la socialdemocracia alemana. Su herencia política, que liga compromiso revolucionario, internacionalismo y democracia socialista, nos es preciosa.
Enero de 1919. Rosa Luxemburgo, fundadora del Partido Comunista Alemán (Liga Spartakus) es asesinada por una unidad de los “cuerpos francos”, bandas de oficiales y militares contrarrevolucionarios (futuro vivero del partido nazi) llevadas a Berlín por el ministro socialdemócrata Gustav Noske a fin de aplastar el levantamiento espartakista. Rosa es, como Emiliano Zapata el mismo año, una “vencida de la historia”. Pero sus verdugos no pueden borrar un mensaje que continúa vivo en la “tradición de los oprimidos”, una herencia inseparablemente marxista, revolucionaria y humanista. El humanismo socialista de Rosa atraviesa como un hilo rojo el conjunto de sus escritos políticos (como su correspondencia, sus conmovedoras cartas de la prisión releídas por una generación tras otra de militantes): crítica del capitalismo, sistema inhumano; combate contra el militarismo, el colonialismo, el imperialismo; visión de una sociedad emancipada, de un mundo sin explotación ni alienación, sin fronteras. ¿Por qué esta figura histórica nos sigue atrayendo? ¿Qué ocurre para que 80 años después de su muerte, siga siéndonos alguien tan cercano? ¿En qué consiste la prodigiosa actualidad de su pensamiento? Veo al menos tres respuestas a estas preguntas.
Aliento internacionalista
En la época de la mundialización neoliberal, de la dominación planetaria del gran capital financiero, la necesidad de una respuesta internacional, de una internacionalización de la resistencia, en definitiva, de un nuevo internacionalismo se muestra más que nunca al orden del día. Ahora bien, pocas figuras del movimiento obrero encarnan de forma tan radical como Rosa la idea internacionalista, el imperativo categórico de la unidad, de la asociación, de la cooperación, de la fraternidad de los explotados y oprimidos de todos los países. Es, con Karl Liebknecht, uno de los raros dirigentes del socialismo alemán que se opuso a la Unión Sagrada, al voto de los créditos de guerra en 1914. Las autoridades imperiales (con el apoyo de la derecha socialdemócrata) le hicieron pagar cara su oposición a la guerra, metiéndola en la cárcel.
Confrontada al dramático fracaso de la II Internacional, Rosa soñaba con la creación de una nueva asociación mundial de los trabajadores. Sólo la muerte le impidió participar, junto con los revolucionarios rusos, en la fundación de la Internacional comunista en 1919. Poco numerosos son los que, como ella, comprenden el peligro mortal para los trabajadores del nacionalismo, chovinismo, racismo, de la xenofobia, del militarismo y el expansionismo colonial o imperial. Se puede criticar tal o cual aspecto de su reflexión sobre la cuestión nacional, pero no se puede poner en duda la fuerza profética de sus advertencias.
Utilizo aquí la palabra “profeta” en el sentido bíblico original (tan bien definido por Daniel Bensaid en sus recientes escritos): no quien pretende “adivinar el futuro” sino quien enuncia una anticipación condicional, quien advierte al pueblo de las catástrofes que ocurrirán si no se toma otro camino.
Socialismo o barbarie
En este fin de un siglo que fue el de los “extremos” (Eric Hobsbawm), pero también el de las manifestaciones más brutales de la barbarie en la historia de la humanidad, no se puede más que admirar un pensamiento revolucionario como el de Rosa Luxemburgo, que sabe rechazar la ideología cómoda y conformista del progreso lineal, el fatalismo optimista y el evolucionismo pasivo de la socialdemocracia, la ilusión peligrosa de la que habla Walter Benjamín en sus “Tesis de 1940: que bastaba “nadar con la corriente”, dejar actuar a las “condiciones objetivas”. Enunciando, en su folleto de 1915 (firmado Junius) La crisis de la socialdemocracia, la consigna de “Socialismo o barbarie”, Rosa rompe con la concepción -de origen burgués, pero adoptada por la II Internacional- de la historia como progreso irresistible, inevitable, “garantizado” por las leyes “objetivas” del desarrollo económico o de la evolución social. Una concepción tan bien resumida por Plejanov (“La victoria de nuestro programa es tan inevitable como el nacimiento del sol mañana”), que conduce a la pasividad: ¡nadie tendría la brillante idea de luchar, arriesgar su vida, combatir, para asegurar la aparición matinal del sol! Volvamos unos instantes sobre el alcance político y “filosófico” de la consigna “socialismo o barbarie”. Estaba sugerida en algunos textos de Marx o de Engels, pero fue Rosa Luxemburgo quien hizo de ella una formulación explícita, definida. La historia es percibida como un proceso abierto, una seriede “bifurcaciones” en las que el “factor subjetivo” -conciencia, organización, iniciativa- de los oprimidos es decisivo. No se trata ya de esperar a que el fruto “madure”, según las “leyes naturales” de la economía o de la historia, sino de actuar antes de que sea demasiado tarde. Porque la otra cara de la alternativa es un siniestro peligro: la barbarie. Mediante este término, Rosa no designa una imposible “regresión” a un pasado tribal, primitivo o “salvaje”, sino una barbarie eminentemente moderna de la que la Primera Guerra Mundial ofrece un ejemplo impresionante, bastante peor en su inhumanidad que las prácticas guerreras de los conquistadores “bárbaros” del final del Imperio Romano.
La consigna de Rosa Luxemburgo se reveló profética. La derrota del socialismo en Alemania abría la vía a la victoria del fascismo de Hitler, luego a la Segunda Guerra Mundial y a las formas más monstruosas de barbarie moderna, de las que el nombre de Auschwitz se ha convertido en símbolo. No es casualidad si la expresión “socialismo o barbarie” sirve de bandera a uno de los grupos más creativos de la izquierda marxista de posguerra en Francia, con la revista del mismo nombre animada en los años 50-60 por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort.
La advertencia lanzada por Rosa Luxemburgo sigue siendo actual. El largo período de retroceso de las fuerzas revolucionarias -del que se comienza a salir poco a poco- ha sido acompañado por la multiplicación de las guerras y de las masacres de “purificación étnica -desde los Balcanes a África-, del ascenso de los racismos, chovinismos, integrismos de todo tipo hasta en el corazón de la Europa “civilizada”.
Pero se presenta también un nuevo peligro, señalado por E. Mandel en sus últimos escritos. La alternativa del siglo XXI no es ya, como en 1915, “socialismo o barbarie” sino “socialismo o muerte”, dado el riesgo de catástrofe ecológica inducida por la expansión capitalista mundial y su lógica destructora del medio ambiente. Si el socialismo no viene a interrumpir esta carrera vertiginosa hacia el abismo, está amenazada la propia supervivencia de la especie humana.
Las corrientes dominantes del movimiento obrero han conocido un fracaso histórico: hundimiento poco glorioso del pretendido “socialismo real”, heredero del estalinismo de un lado, y del otro sumisión pasiva -¿o adhesión activa?- de la socialdemocracia a las reglas de juego del capitalismo mundial. Frente a esto, la alternativa representada por Rosa Luxemburgo aparece más que nunca como pertinente: la de un socialismo a la vez auténticamente revolucionario y radicalmente democrático.
Como militante del movimiento obrero en el imperio zarista, Rosa funda el partido socialdemócrata de Polonia y Lituania (afiliado al Partido obrero socialdemócrata ruso). Critica las tendencias, en su opinión demasiado autoritarias y centralistas, de las concepciones de Lenin antes de 1905, una crítica que enlazaba, en este punto, con la del joven Trotsky de Nuestras tareas políticas (1904).
Al mismo tiempo, como dirigente del ala izquierda de la socialdemocracia alemana, Rosa pelea contra la tendencia de la burocracia (sindical o política) y de la representación parlamentaria a monopolizar las decisiones. La huelga general rusa de 1905 le parece un ejemplo a seguir en Alemania también: se fía más de la iniciativa de las bases obreras que de los órganos dirigentes del movimiento obrero alemán.
En un folleto de 1918, redactado en prisión, saluda la victoria de Octubre de 1917, aquel acto emancipador, y rinde homenaje a sus dirigentes: “Todo el coraje, la energía, la perspicacia revolucionaria, la lógica de la que un partido revolucionario puede dar pruebas en un momento histórico ha sido demostrado por Llenan, Trotsky y sus amigos. Todo el honor y toda la capacidad de acción revolucionarios de las que ha carecido la socialdemocracia occidental se han encontrado entre los bolcheviques. La insurrección de Octubre no habrá servido sólo para salvar efectivamente la revolución rusa, sino también el honor del socialismo internacional”.
Esta solidaridad no le impide criticar lo que le parece erróneo o peligroso en la política de los bolcheviques. Si algunas de sus críticas (sobre la autodeterminación nacional o sobre la distribución de la tierra) son bastante discutibles y poco realistas, otras, que afectan a la cuestión de la democracia, son muy pertinentes y de una notable actualidad. Tomando acta de la imposibilidad, en las circunstancias dramáticas de la guerra civil y de la intervención extranjera, de crear “como por magia, la más bella de las democracias”, Rosa no deja de llamar la atención sobre el peligro de un cierto deslizamiento autoritario. Reafirma algunos principios fundamentales de la democracia revolucionaria: “La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido -por muy numerosos que sean- no es la libertad. La libertad, es siempre al menos la libertad del que piensa de otra forma (…). Sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opinión libre, la vida se aja en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia se convierte en el único elemento activo”. Difícil no reconocer el alcance profético de esta advertencia. Algunos años más tarde la burocracia se apropió de la totalidad del poder, eliminó progresivamente a los revolucionarios de Octubrede 1917 antes de exterminarlos sin piedad. La refundación del comunismo en el siglo XXI no podrá ahorrarse el mensaje revolucionario, marxista, democrático, socialista y libertario de Rosa Luxemburgo.
Traducción: Faustino Eguberri