Los desafíos de la izquierda: “Hay que reactualizar la estrategia política de la izquierda”

Entrevistamos a Jorge Samnartino, sociólogo y docente de la UBA, integrante de Economista de Izquierda (EDI).

DS: Hay un fortalecimiento de los frentes y partidos de sectores de la derecha, según pudo verse en las elecciones en CABA. Cómo ves en este contexto los votos obtenidos por las vertientes de la izquierda.

JS: De conjunto creo que se fortalecieron las variantes de derecha, naturalmente y en primer lugar el PRO, una especie de derecha pragmática basada en amplios sectores sociales, que votan por las realizaciones visibles de la gestión.  En la mayoría de las administraciones provinciales tienden a ganar los oficialismos. Sin embargo, no se debería exagerar el giro conservador. Yo creo que una porción importante de los votos al FPV en CABA son votos de sectores progresistas con una mirada igualitaria y democratizadora. Que consideren que esa agenda es la que promueve el partido de gobierno o que considere al FPV como la mejor herramienta para oponerse al PRO y a Massa, es otra cosa. El problema es que en octubre ese voto queda en manos de Scioli. Más difícil es medir esto mismo en el frente ECO, que aparece como más ligado al clásico antiperonismo del radicalismo y de Carrió. El Dato relevante de las PASO en CABA es la cuasi desaparición de agrupaciones con peso gravitante a la izquierda del kirchnerismo, como lo fue Proyecto Sur en 2011. Están equivocados los que en la izquierda festejan esta desaparición, pues este lugar que ocupaba Proyecto Sur, que defendía la nacionalización de los recursos naturales, denunciaba la ley minera, la sojización del país o en la ciudad sostenía un programa de fuerte intervención pública, no ha logrado ser ocupado por la izquierda, ya sea el FIT u otra variante. Y esto significa, en los hechos, deja un vacío e implica un retroceso político que se reflejará en la legislatura y las comunas, pues aquellos sectores que estuvieron en las calles, junto a los docentes, a los trabajadores de la salud, a los centros culturales, y supieron defender una perspectiva independiente del oficialismo y del FPV, serán reemplazados por el radicalismo y la Coalición Cívica. El primer responsable es, naturalmente, Pino Solanas, que aspirando al 24% de los votos en 2013 para ocupar la banca de senador que finalmente logró, abandonó su programa sintetizado en las “cinco causas” para acordar un programa republicano de compromiso con la Coalición Cívica y la UCR. De sus “dos almas”, la nacionalista y popular, expresada en sus películas y en su militancia histórica, y la otra, la del oposicionismo qualunquista, que lo llevaba por el camino de un falso republicanismo de tintes liberales, se inclinó por esta última. Pero dada esta circunstancia, la izquierda debía intentar ocupar es espacio político, constituirse en lo que llamo una “minoría activa”, con peso suficiente para influir en la agenda política de la ciudad pero también, por qué no, a nivel nacional. Esa es la enorme tarea que tiene la izquierda por delante. No por ahora la de aspirar al gobierno, tomar el poder o hacerse con el apoyo de las grandes mayorías nacionales, pero sí el de constituirse en una minoría activa muy fuerte.

DS: ¿Por qué pensas que no lo logró?

JS: Bueno, en primer lugar no se hace de un día para el otro. Se necesita constituir liderazgos reales, sostener un programa que interpele a sectores progresistas, y también creo que la dispersión de la izquierda jugó en contra de transformarse en un polo atractivo, eso quedó claro en las PASO de CABA. Con 7 listas de izquierda era difícil ser atractivos y entrar en el debate real, ingresar al campo político con una voz potente frente a la ideología de la no ideología, a la ideología descremada y posmoderna de “la gestión”, “el equipo”, el “consenso” o la del vecino como “cliente”. O para mostrar que una mejor alternativa a la del FPV podía instalarse con fuerza en la ciudad. El precio que se pagó fue una magra cosecha, difícil de resolver ahora en las elecciones del 5 de julio. El FIT, fue la primera fuerza de la izquierda, en el 2013 dio un batacazo que la llevó a obtener 3 diputados nacionales y diversos cargos provinciales. Tenía la responsabilidad que ninguna otra formación de izquierda tenía, encabezar un amplio frente social y político que ocupe ese espacio vacante. En este marco, todas las fuerzas retrocedieron con respecto a las elecciones de 2013, el FIT casi la mitad de los votos, Camino Popular otro tanto, el MST, el Nuevo MAS, la lista de Pablo Ferreyra o la de Vera, todas hicieron un papel deslucido. Por supuesto, no se puede comparar una elección ejecutiva con una legislativa, pero mucho menos respecto al 2011, donde el FIT era sólo una intención y parte de la izquierda formaba parte de Proyecto Sur. Más allá del debate sobre los números, lo importante es el balance político, pues a veces los retrocesos pueden ser inevitables, el tema es cómo leerlos y qué conclusiones sacar. En este caso, FIT está atrapado en una especie de laberinto. Y esto se está comenzando a reflejar aunque de una manera indirecta, a través de la disputa de candidaturas a su interior, con el anuncio de una interna entre PO-IS y el PTS.

DS: ¿Te referis al hecho de que no logran conformar un frente más amplio o abrir las puertas a nuevas corrientes políticas?

JS: En parte sí, pero no se trata sólo de una política frentista. El FIT emergió en 2013 como un frente electoral de cierta visibilidad, con diputados nacionales y provinciales. Ellos lo leyeron o como el fruto y expresión de la “crisis mundial” o del “ascenso obrero”. Para mí ocuparon parcialmente un espacio político a la izquierda del kirchnerismo. Ni era un voto “de clase” ni la maduración de una situación revolucionaria. Esto significa una gran contradicción para partidos que basan su estrategia en lo que Gramsci denominó “guerra de movimientos”, es decir, un pasaje rápido hacia una situación de doble poder y toma del poder, donde el Estado es un aparato externo y ajeno a los intereses populares. Su estrategia se basaba y se basa en una ruptura de clase con el gobierno de centroizquierda del kirchnerismo. Es su visión también para todos los gobiernos progresistas o de izquierda de América latina Es un profundo error, una hipótesis estratégica equivocada, basada en el pasaje rápido a una ruptura sistémica, que en mi opinión obtura una mirada más integral a la relación entre izquierda y peronismo o si se quiere, para no restringir todo al peronismo, izquierda y masas populares. En esa situación es impensable una disputa de largo plazo basada en una “guerra de posiciones”, es decir, en la conformación de largo plazo de un bloque social y político de las clases subalternas. ¿Qué significa esto en el corto plazo, de manera práctica? Significa para mí, en una situación donde no hay activación popular y el kirchnerismo adopta parcialmente ciertos puntos de la agenda popular, la conformación de una minoría activa de peso nacional, un bloque de 10 o 15% de los votos, que no puede aspirar a una resolución rápida de ninguna crisis, que no puede aspirar a tomar el poder de manera inmediata, pero que es capaz de interpelar a las amplias franjas populares que votan y apoyan al kirchnerismo y a otros sectores del progresismo no peronista. No veo, y nunca vi la posibilidad de un derrocamiento popular de un gobierno de tipo progresista, aunque muchas de sus medidas sean de defensa de la burguesía nacional o incluso de continuidad con las de la década pasada, como las de minería o la soja. El problema de cómo abordar gobiernos de tipo reformistas ha sido siempre el talón de Aquiles de los partidos trotskistas, muy fuertes en nuestro país. Por ejemplo, no les cabe en la cabeza la hipótesis de que haya gobiernos que tomen medidas reformistas. ¡Consideran que desde 1914 ya no hay lugar para reformas! Esto los desarma por completo. En general, leyeron que su buena performance de 2013 mostraba lo equivocada de la estrategia que interpelaba a la centroizquierda e insistía en lo acertado de la “línea dura”, “de clase”. Pero lo que triunfó en ellos no fue la línea de clase, dura, que no es asimilada por sus votantes, sino el lugar político de un movimiento de alcance nacional que ocupa un lugar a la izquierda del kirchnerismo y en oposición a los aparatos políticos tradicionales. No por casualidad sus mejores performances han sido en Mendoza, donde no hay ni hubo un movimiento social fuerte, y en Salta, una sociedad bastante conservadora aunque el PO ha sabido allí hacerse un lugar y concitar el apoyo activo de sectores populares, un mérito indiscutible. Lo que se premia en el FIT es la visibilidad de un movimiento de rechazo a los viejos partidos provinciales y las estructuras más osificadas. Ocupa el lugar de la Cámpora y la centroizquierda allí donde ella es más débil o donde el FPV es representado por aparatos conservadores y tradicionales. Y en los grandes centros urbanos, a la cultura de izquierda que no vota por el peronismo pero que se resiste a sumarse al campo “republicano” de la oposición conservadora. Y no es poco mérito. En resumen, el FIT ha tenido un triunfo político importante como movimiento de izquierda, quizá de dimensiones históricas incluso de mayor alcance que la experiencia del MAS en los 80 y principios de los 90 o de Izquierda Unida o el zamorismo, que fueron fenómenos limitados sobre todo a Capital y el gran Buenos Aires. Pero el FIT no sabe muy bien qué hacer con sus logros. Hay muchas resistencias a liderar un amplio abanico social y político, también cultural, que existe en nuestro país, que se alimenta de la conquistas democráticas, que defiende y reclama una agenda sobre el tema de género, ambiental, urbano, laboral, etc. Qué no tiene una frontera delimitada respecto a la militancia kirchnerista y ni siquiera a sectores de la centroizquierda no peronista. Para los sectores más conservadores de las viejas ortodoxias, como el PTS, ya es sospechoso hablar de “pueblo”, al que asocian con una dilución del programa socialista. Es decir, hasta ahora el FIT no ha logrado actuar de manera hegemónica, no se propone liderar, asumir como propia las demandas y aspiraciones de amplios sectores que no están traducidos de manera automática al lenguaje de clase, sino que deben ser incorporados, articulados a ese lenguaje.

DS: Sin embargo partidos como el PTS mencionan a Gramsci y hablan de hegemonía.

JS: Sí, es verdad. Pero creo que lo hacen desde una perspectiva que no es gramsciana sino más bien althusseriana o incluso pre gramsciana. La visión de la hegemonía como alianza de clases donde la clase obrera es la clase dirigente no sale de la perspectiva “rusa” del concepto de hegemonía, una sociedad monárquica sin tradición democrática. O también al concepto de lucha de aparatos ideológicos, donde la burguesía con su estado tiene unos y la clase obrera otros diametralmente opuestos. Este tipo de análisis interpreta la “lucha hegemónica” como una confrontación entre dos visiones del mundo opuestas y sin contacto la una con la otra, la ideología burguesa y la ideología proletaria, en la que una se impone sobre la otra, y que se enfrentan con dos programas claramente opuestos y antagonistas, dados por anticipado, donde cada clase tiene predeterminada su ideología de acuerdo al lugar que ocupa socialmente, una especie de anclaje ontológico al lugar de la producción, es decir, que surgen del componente social de sus posiciones económicas y no de una articulación política. Esta mirada no da en el clavo de a donde se dirigía Gramsci con su concepto de hegemonía, que interpretaba esa lucha como una articulación de tradiciones, conquistas y programas, a las que no se podía, por anticipado, darles de una vez y para siempre un contenido específico de clase. Te doy el ejemplo de las luchas nacionales por la autodeterminación. Son significantes flotantes, no tienen un carácter de clase preestablecido. Pueden servir como elementos de democratización y ser elementos constitutivos del programa emancipador, así lo pensó Lenin, por ejemplo, cuando planteaba el programa de  autodeterminación nacional, pero esas mismas demandas pueden también ser instrumentos reaccionarios, tal como fue utilizado por los autonomistas de derecha de la Media Luna en Bolivia en el 2008. La demanda por la electividad de autoridades locales y mayor autonomía no tenían per sé un carácter de clase definido, dependía de la articulación hegemónica global. La derecha en Bolivia supo utilizar una demanda democrática en una perspectiva totalmente reaccionaria y anti-popular. Lo mismo puede decirse de las nacionalizaciones o cualquier otra medida, que pueden servir para los fines más opuestos, no hay un programa socialista pre definido, es una construcción político-discursiva, una articulación siempre inestable. En fin, no me quiero extender con este tema, lo que quiero decir es que para Gramsci la clave del concepto era la de desarticular y rearticular, asumir como propias demandas, actores, figuras, buenos sentidos comunes que muchas veces son hegemonizados por las clases dominantes y a los que no se trata de derrotar o destruir, sino de rearticular bajo otro principio hegemónico. La lucha hegemónica es también una lucha de sentidos. Gramsci hablaba de desarrollar el buen sentido, que siempre está inmerso en el sentido común. Había una dialéctica entre crítica teórica y movimiento social, que en la visión un poco iluminista de “despertar” a las masas del engaño burgués, se pierde. Tiene razón para mí Horacio González cuando emparente la visión obrerista a la del “proletkult” soviético de los años 20. El carácter universalista del socialismo es muy diferente a su caricatura sindicalista u obrerista que muchas veces prima en estas concepciones mecánicas de la hegemonía. Otro elemento relacionado que me parece está en juego, a esta concepción estrecha, de la hegemonía, se refleja en una exigencia de ser “oposicionista consecuente”, es decir, ejercer una oposición intransigente al gobierno, al que se confunde con el poder. Hay una visión instrumental del Estado y bastante restringida en el que es sólo un instrumento de la burguesía. Es una definición teórica tan incompleta que termina siendo falsa, que atrasa 70 años pero que la izquierda partidaria, en gran medida nunca se propuso re pensar. Entonces formula una ecuación del tipo “Estado=gobierno=clase dominante”. El gobierno pasa a ser el enemigo fundamental, siempre, en cualquier momento y lugar, al que hay que oponerse de cualquier manera, eclipsando que muchas de las medidas progresista encierran conquistas sociales que son el fruto de la rebelión del 2001, de las luchas democráticas y populares y no instrumentos de engaño y dominio burgués, aunque se dicten para re legitimar gobiernos, cosechar votos o lo que fuere. Si las leemos como conquistas populares podemos luchar por radicalizarlas, profundizarlas, podemos servirnos de ellas. El ejemplo de Venezuela es muy claro. Allí los partidos trotskistas asocian al gobierno bolivariano con un gobierno burgués corriente, al que hay que combatir de esta forma oposicionista. Y a la derecha se la critica cuando es golpista, pero cuando el golpe es ya inminente, como en 2002. Esta concepción es la que la dejó afuera del proceso venezolano y boliviano. Para ellos no hay acumulación de fuerzas, batallas culturales, revoluciones democrático-culturales como la resignificación indígena en Bolivia. Esta mirada, para mi muy dogmática, puede a veces impedir extraer el buen sentido del sentido común. Por ejemplo frente a medidas o leyes progresistas enviadas por el Poder Ejecutivo,  medidas que han implicado avances en la soberanía nacional que han dado los países latinoamericanos en esta última década, no hacer propias (incluso de manera totalmente crítica) muchas de las leyes que se han votado en los últimos años como la ley de medios o la nacionalización de las AFJP, para mencionar sólo algunas. Sin entenderlas como conquistas sociales, parciales, recortadas, etc., pero peldaños de conquistas populares desde las que se debe partir, entonces es difícil articular un  programa nacional y democrático como conquista y como tarea a completar desde una perspectiva anticapitalista. En un país donde un escenario de tipo insurreccional no está hoy a la vista, la izquierda meramente insurreccionalista, que apuesta sus fichas al desgaste gubernamental, que solo le pega a la derecha cuando está las puertas de “Petrogrado” como Kornilov, que no puede negociar leyes populares con otras fuerzas o con un gobierno de tipo reformista, que no cree en su propia consigna de asamblea constituyente, pues la democracia y el sufragio universal no son más que instrumentos de dominación y engaño, no posee las herramientas político-estratégicas para hacer frente a situaciones como las que describo. Eso no significa que las dinámicas políticas estén fijadas por los esquemas teóricos, no lo creo de los grandes movimientos de masas pero tampoco lo creo de partidos de vanguardia. Por ejemplo el PO tiene hoy en Salta una responsabilidad política por el lugar que ocupa en el gobierno local de Salta Capital. Si aplicara su teoría política tal como indica el manual del buen trotskista perdería rápidamente el apoyo popular que supo conquistar, pero no lo aplica, es más dúctil para negociar, hacer avanzar causas populares y lugares institucionales, pues sabe que el obstruccionismo y el abstencionismo permanentes no serán seguidos de una insurrección popular. Que si aplicara consignas como la disolución de la policía y cosas por el estilo, consignas que son maximalistas y no transicionales, nadie lo secundaría en una “milicia obrera y popular”. En fin, lo que intento decir es que la dinámica política, el movimiento real es más dinámico que cualquier esquema. Así que habrá que ver la dinámica de este proceso. Aunque también es verdad que a veces el dogmatismo esteriliza experiencias interesantes.

Este debate de todas manera está quedando un poco como balance, pues lo que se viene, lo que ahora enfrenta la izquierda en las elecciones de octubre es la triple candidatura de Scioli, Macri y Massa. Ante esta situación creo que la clave es, como decía antes, conformar un amplio bloque social y político, y en eso el FIT pero también otros movimientos de izquierda, tienen mucho por hacer.

DS: ¿Crees que en el terreno electoral se hubiera podido hacer algo diferente?

En Capital, creo que se hubiera podido realizar algún tipo de coalición amplia, ya sea mediante acuerdos o mediante elecciones internas por las PASO de toda la izquierda. En los hechos, en 2013 la izquierda sacó en CABA, si las sumamos un 12 o 13%. No estoy planteando una sumatoria ingenua de toda la izquierda, muchas veces no es posible llegar a acuerdos o la manera de dirimir quiénes ocuparán los cargos claves. La política incluye esa disputa política. Lo que digo es que creo que el FIT hasta ahora no ha tenido esa mirada. Una coalición de izquierda amplia que hoy reúna el 12 o 13% de los votos nacionales necesita una perspectiva hegemónica que construye asumiendo tareas y liderando movimientos, articulando demandas e interpelando actores. En un artículo reciente en El Diplo, Tarcus y Stefanoni mencionan una especie de modernización comunicacional, si se quiere formal de su discurso, lo que abre esperanzas de que quizá pueda ser el puntapié inicial de un cambio en las miradas de fondo. Ese argumento no me convence, pero coincido con ellos en que hay una discrepancia entre forma y contenido, y esa discrepancia, si empalma con fenómenos sociales y políticos con dinámicas propias puede introducir un debate serio sobre estrategias políticas anticapitalistas en democracias consolidadas y estrategias de acción frente a gobiernos reformistas. El debate que se está dando al interior del FIT y la probable interna abierta puede generar, en los hechos, más allá del disparador de esta situación, una dinamización de la izquierda en el país y una mayor apertura a otras fuerzas.

DS: Te referís al debate que generó la inclusión de Pueblo en Macha y La Dignidad en las listas.

JS: Exacto. Al debate sobre la apertura del FIT se le solapa la interna por candidaturas. La apertura fue un gesto positivo por parte del PO e IS, pero insuficiente. El PTS se opuso abiertamente a que se abra el frente. Desde Pueblo en Macha se planteó la inclusión en el mismo reconociendo la visibilidad política que había logrado y al oportunidad de ampliarlo hacia un movimiento que no sea sólo un acuerdo electoral sino un movimiento amplio y abierto. Al final, el PO e IS concedieron lugares menores para ambos movimientos. Es un paso positivo, pero muestra todavía una limitación. Recuerdo experiencias electorales trotskistas exitosas como las del FOCEP en Perú, que rápidamente desapareció cuando comenzaron las disputas al interior y las rupturas, o la elección en Francia en 2002 de  la candidata de Lutte Ouvrière, que recogió el 5,72% y el de la Ligue Communiste Révolutionnaire el 4,25%. En general son efímeras. Para LO fue el canto del cisne, no supo qué hacer con esos votos. Igual que hoy al FIT, esa cantidad de votos le habían dado una “seguridad teórica”, una certeza tan grande de que por fin el obrerismo, la militancia semi clandestina en plena democracia francesa del siglo XXI, el desdén a las restantes corrientes de la izquierda, eran la llave maestra de su éxito. ¡Le reforzaron lo peor! Pero ahora en el FIT parece que hay un movimiento en contrario, de apertura. Puede fracasar, ser sólo una utilización o una pose discursiva para encarar las PASO, pero me parece que más allá de las intenciones, cuando hay una posibilidad en política hay que apostar. El Perro Santillán apoyó la candidatura de Altamira y también está conversando con el FIT. Sería un aporte extraordinario para el FIT, un dirigente obrero de una enorme trayectoria, muy popular en Jujuy con perspectivas electorales interesantes.

También hay un debate sobre el camino que debe recorrer el FIT. No es un tema sólo de cuánto se abre o no el FIT, de cuántos acuerdos electorales concrete, sino algo más de fondo que es qué estrategia política para este período, para esta democracia, para este continente, para esta conciencia pos 89 y pos derrumbe del “socialismo real”. Este debate está todavía por darse. Pero está claro que hay un paso positivo, pues Altamira ha dicho que hay que trabajar en común. El PTS ha sido el sector más reacio a la apertura del FIT, ellos lo entienden como un frente electoral de los trotskistas. Quieren un frente purísimo, aunque piensen que ellos están llamados a derrotar, mediante una lucha de partidos, a las formaciones amigas. Le llaman “centristas”. Esta visión de “lucha de partidos” deja al FIT sólo como acuerdo electoral de circunstancia, que nació de manera casual para superar el 1,5% de los votos que pone como piso la nueva ley electoral. Esa vía es un callejón sin salida. Está basado en la eterna sospecha de que el amigo más próximo es el peor enemigo en potencia. Lo vengo sosteniendo desde 2005 cuando nos alejamos del PTS, un grupo de 500 o mil militantes que se considera el único grupo revolucionario en el mundo tiene un severo problema de comunicación con el resto del género humano y sobre todo de aquellos que en el mundo entero militan por el socialismo. Por otro lado, habrá que ver si la apertura que ensayan el PO e IS puede conducirlos a una nueva teorización. Yo creo que no existe ni puede existir un único partido revolucionario, ni siquiera una única lógica revolucionaria, existen razones revolucionarias que se imbrican y alimentan, el nacionalismo revolucionario en América latina es un aporte fundamental, sin el cual no hubiera existido Cuba, para dar sólo un ejemplo. El socialismo, el nacionalismo revolucionario, el ecologismo y feminismo consecuentes, la tradición del socialismo marxista, el indigenismo, el cristianismo tercermundista, son razones revolucionarias que se alimentan y entrecruzan y a su vez componentes claves en los procesos que hemos vivido en la historia latinoamericana. Yo creo que no hay forma de entender el proceso venezolano, su riqueza, con la categoría simplista de “nacionalismo burgués”. Es muy empobrecedora. Si seguimos creyendo que existe una sola verdad, ante la cual “lo otro” es una amenaza de impurezas, el empeño está perdido. Quizá soy demasiado optimista, pero veo que en este momento se podría abrir este debate con una parte importante del FIT, que ensaya una cierta apertura, que pretende trabajar en común, por más que por ahora sigan anclados en una visión un poco metafísica de la “verdad proletaria”.

DS: ¿Qué opinión te merece la experiencia de la izquierda independiente?

JS: Me parece que es una experiencia muy interesante. Hay una maduración evidente, desde un rechazo un poco ingenuo a discutir el Estado y el poder político, a la situación actual donde se discuten los procesos políticos de una manera muy diferente. Por supuesto, bajo esta denominación hay muchos grupos políticos y movimientos sociales distintos. Pero en general intentaron pensar, abordar problemas políticos y estratégicos desde una óptica nueva respecto a la izquierda tradicional. Esto de por sí no significa que tengan alguna ventaja. Para mí también encerró equivocaciones muy groseras, como haber estado más de 10 años negando la importancia de la lucha político electoral, o haber negado el nuevo ciclo abierto con la consolidación del kirchnerismo, por ejemplo. Pero también creo que tiene ventajas para abordar a los movimientos sociales desde un lugar mucho más constructivo, sin querer todo el tiempo imponerse, o el respeto para que el movimiento crezca y se desarrolle, también creo que es mucho más sensibles a la idea de la batalla cultural, de largo plazo, basado en el concepto de poder popular, que puede ser discutible pero que abre horizontes interesantes. La izquierda independiente, cuando tomó la decisión de la participación electoral se dividió. Es un poco natural esa división, había muchas concepciones en danza. Yo no creo que el problema fundamental sea la táctica electoral de cada uno, creo que el problema es que, como en el caso de Patria Grande, para logran mayor coherencia y centralidad, se han dado a la tarea de organizar una “orga” propia, muy centralista, donde pierde la riqueza del pluralismo de tendencias y grupos. Miran más experiencias de los años 70 que las que se desarrollan actualmente en diferentes partes del mundo. En algún momento esto puede ser indispensable, pero no creo que lo sea en un período de dispersión y donde no existe autoridad política o liderazgo que permita ese centralismo un poco artificial. En contraste, creo que la experiencia de Pueblo en Marcha incorpora una flexibilidad acompañada de ejecutividad que le da mayor capacidad de integración, es un movimiento que todavía está en construcción. Creo que a mediano plazo debe haber un proceso de entendimiento, de confluencia. Lo digo porque me parece que hay coincidencias en muchos análisis. También están los diversos grupos territoriales, villeros, sindicales, estudiantiles. Hay también discrepancias, la más importante creo que es la de mirar el proceso latinoamericano y a sus gobiernos de una manera acrítica, lo que no creo que ayude a esos procesos. Hay también muchos otros movimientos de izquierda independientes en distintas ciudades y provincias, se trata de un fenómeno cultural y político muy anclado en la tradición política de la izquierda argentina, de mucha politización, en los 90 hubo muchos movimientos piqueteros, creo que de alguna manera la izquierda independiente es continuidad de esa experiencia, como los casos de los MTD. Pero por algún motivo, quizá la misma existencia y fortaleza del peronismo es que nunca se han superado los estadios de tribu, somos diversas tribus que se van armando y desarmando. Los partidos tradicionales tienen la ventaja de ser las tribus más consolidadas, pero no dejan de serlo. Experiencias como las de Syriza me resultan muy interesantes pero francamente muy lejanas para pensar que se pueden dar aquí. La lucha fraccional aquí es un sello de identidad. Vuelvo a repetir, creo que es un subproducto del peso del peronismo y la obturación para encontrar un camino a las masas. El surgimiento de movimientos de izquierda independientes es un fenómeno arraigado y vamos a seguir viendo nuevas experiencias, no tengo dudas. El tema fundamental es que puedan proyectarse y viabilizarse. El antipoliticismo y antiestatismo de hace diez años lo impidió. El kirchnerismo como fenómeno reformista le hace difícil las cosas. Ahora entramos en una nueva etapa distinta, no solo para los movimientos independientes sino para toda la izquierda.