Por Gabriela Mitidieri
En el día de hoy hubo dos grandes bloques de debate con más de un punto en común entre sí: mujeres y economía y situaciones de migración y cómo éstas afectan la vida de mujeres cis y trans.
En relación al primer eje de discusión, intercambiamos perspectivas sobre la forma en que capitalismo y patriarcado intersectan en los trabajos de las mujeres. Diferentes casos ligados a cómo el desmantelamiento del Estado de Bienestar hace más vulnerable la vida de las mujeres fueron abordados.
En Gran Bretaña, las políticas de austeridad que refuerzan una tendencia instalada a fines de los años ’80, redundan hoy por hoy en recortes de pensiones y jubilaciones y, para las personas percibiendo subsidios por discapacidad, en la obligación de someterse a tribunales de examinación para probar la propia discapacidad que califica para recibir pensión. En lo que hace a los derechos de las mujeres, se ha recortado de tal manera los servicios sociales para atender situaciones de violencia de género, que los espacios que se ocupan de ello están actualmente recurriendo a formas de financiamiento colectivo que resultan insuficientes.
En tanto que Estados Unidos, país que difícilmente pueda jactarse de haber tenido un Estado de Bienestar de ningún tipo, profundiza con Trump en el poder la falta de acceso a derechos básicos por parte de la población en general, agravándose la situación para aquellas personas cuya clase, raza y género lxs dejan peor paradxs para enfrentar la inequidad social y económica. Un ejemplo que condensa el corte misógino de estas políticas neoliberales es el avance contra el derecho al aborto que desde los años ’70 es legal en muchos de los estados. Mientras la anticoncepción gratuita que era garantizada por el programa de ampliación de cobertura de salud (conocida como “ObamaCare”) se recorta, en paralelo numerosos proyectos de ley intentan restringir aún más la posibilidad de acceso a un aborto seguro.
Entre tanto, discutimos la necesidad política de pensar -desde el feminismo de izquierda- las formas de avance capitalista en lo que hace a la reprimarización de la economía, al abordar a partir del caso brasilero (con muchos puntos en común con nuestra propia realidad local y la de otros países de Latinoamérica) cuestiones tales como las formas en las que el extractivismo y los agronegocios atentan contra la agricultura campesina. Son allí las mujeres quienes encabezan esas luchas de resistencia en defensa de sus territorios.
De ahí saltamos a Portugal, y a esa ficción bien construida de que el país viene logrando resistir la crisis económica y el desmantelamiento del Estado de Bienestar, con el partido socialista en el poder. Si se mira más de cerca, el desempleo, los trabajos precarios, el aumento de facilidades para concretar despidos por parte de las patronales, son parte de una realidad cotidiana que afecta con particular fuerza a las mujeres y sujetos feminizados, siendo peor el panorama de existencia frágil y precaria para las migrantes y negras.
Desde el Estado Español, procesos similares aún más agudos nos hablan de “rehogarización”, una vuelta a la familia como institución económica en donde el conjunto de trabajos feminizados -pagos e impagos- cobra un rol central en el sostenimiento de lxs miembrxs
Por otro lado, compartimos intervenciones con Cami Barón desde Argentina para puntualizar cómo en la etapa actual del neoliberalismo la financiarización se traslada a los hogares. Hasta los sectores más vulnerables se endeudan para costear aquello que el Estado dejó de garantizar: medicamentos, pago de servicios básicos que aumentan, alimentos más caros. Los programas de Transferencias de ingreso condicionadas (CCT en inglés) facilitaron a través de la bancarizacion de sectores informales el acceso al crédito. Las mujeres, muchas veces al frente de un hogar, son las que deben endeudarse y sobre quienes caerá el pago de intereses usureros.
Situaciones similares se repiten en otros países de América Latina o del sudeste asiático como Filipinas. A su vez, el gasto de estado reorientado a reforzar el aparato represivo se combina con la destrucción de puestos de trabajo de mujeres. La apertura a las importaciones propia del gobierno de Macri destruye lo que quedaba en pie de la industria textil, sector altamente feminizado. Y la poca producción de indumentaria que sobrevive a la competencia de los productos importados lo hace en talleres textiles clandestinos, con altísimas tasas de explotación y que se valen de la existencia precaria de migrantes y sus familias para hacerlo. Para muestra, basta conocer la marca de ropa de la primera dama, Juliana Awada.
La lucha de las obreras de Pepsico es también ejemplo de cómo el sector industrial transnacional pretende imponer condiciones flexibles en puestos feminizados y que, frente a la lucha, organización y consecución de derechos laborales y salariales, opta por cerrar una planta, dejar en la calle familias y relocalizar la producción con contratos de trabajo basura. Todo garantizado por el aparato policial fuerte de un estado que se vacía por todo lados menos en capacidad de reprimir a la clase trabajadora.
Trabajo y género también se mezclan a la hora de pensar diferentes procesos migratorios. En México, las migraciones de centroamericanxs de camino a EE UU se entrelazan con los controles territoriales de los carteles narcos, quienes muchas veces se cobran la vida de estxs migrantes, también introduciendo a muchas mujeres en redes de trata que controlan. Son también mujeres y madres quienes se movilizan en caravanas por los derechos humanos migrantes y piden por la aparición de sus hijxs. Situaciones de vulnerabilidad extrema ligada a trabajos precarios y violentos también viven las mujeres filipinas quienes son atraídas con falsas promesas de trabajo en países vecinos de tránsito como Malasia.
La distinción entre trabajo sexual y trata para mujeres migrantes se hace visible por ejemplo en la ciudad de La Plata, tal como refiere Lolo de La Caldera. El cierre de whiskerias en el año 2009 logró de manera marginal rescatar mujeres tratadas -ya que la connivencia policial continúa garantizando la existencia de estas redes-. Pero en paralelo llevó adelante cierres de espacios de trabajo autónomo que empujó a la calle de manera particular a mujeres trans migrantes, en constante situación de hostigamiento policial. Los debates entre abolicionismo y reglamentarismo no fueron obstáculo para que, cómo iniciativa de organización, se conformara un frente por el cupo laboral trans, que implica la aplicación efectiva de la ley provincial “Diana Sacayán”.
Y qué pasa con las migrantes en los países capitalistas que todavía mantienen de algún modo un estado de bienestar como Dinamarca u Holanda? Brotes de “femonacionalismo” se observan dentro de un amplio espectro que no se circunscribe solo a los sectores de derecha reaccionaria y conservadora. Este término busca designar cómo en nombre de las “libertades occidentales”, incluso aquellas asociadas a la igualdad de género, se estigmatiza tradiciones tildadas de fundamentalistas. Con discursos xenófobos e islamofóbicos termina por fundamentarse el recorte de subsidios con la excusa de que es un modo de empujar a las mujeres migrantes al mercado de trabajo formal y romper así con las ataduras patriarcales que las unen a sus familias.