Matías Halpin, militante de Democracia Socialista
Después de una tensa espera, hoy se están celebrando las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente en Venezuela. Más allá de la opinión que a uno le merezca dicha convocatoria, es importante destacar que, hasta el momento, no se han registrado grandes incidentes ni ataques a los votantes o centros de votación. Esperamos que la jornada continué así.
Venezuela atraviesa una profunda crisis social y política, que lleva años incubándose pero que entró en erupción hace ya más de cien días, cuando un sector importante de la población decidió tomar la calle para exigir la renuncia de Maduro, y ha mantenido un proceso de movilización constante, aunque con intensidad variable desde entonces. La violencia, y la amenaza de su escalada, tampoco abandonaron nunca la escena.
Los elementos violentos que vemos en las protestas de estos días no son nuevos, tan sólo que se multiplicaron. Desde el golpe de abril de 2002, el paro-sabotaje petrolero de 2002-2003, los francotiradores en las marchas, los asesinatos escenificados para la televisión, el sicariato contra líderes campesinos, los incendios de hospitales, centros de almacenamiento de alimentos, guarderías, fábricas recuperadas, radios comunitarias, y hasta simples peatones con “aspecto chavista”, todo vale para recuperar el control de Estado y los negocios (para pocos) que esto implica.
Lo novedoso de este ciclo de protestas son dos elementos: la masividad y la continuidad de las protestas, por un lado, y la forma en la que el Gobierno a respondió a ellas por el otro. Si bien los focos fascistas son una constante en las marchas, también es cierto que un gran sector de la población se moviliza por fuera de los grupos violentos, pues las carencias de medicinas y alimentos calan en el ánimo de cualquiera. Frente a asonadas anteriores, el gobierno de Chávez, e incluso el de Maduro, habían respondido con iniciativas políticas: medidas económicas, programas de asistencia social especiales, etc. Por el contrario, el gobierno de Maduro viene aplicando un programa económico que retoma lo peor del rentismo y el extractivismo, que privilegia el pago de deuda externa usurera frente a la importación de bienes esenciales, que ha entregado divisas a precios preferenciales a los responsables de la guerra económica, que ha destruido el poder adquisitivo de los salarios, y que ha vaciado empresas estatales y comunales de producción de alimentos a través de redes de burocracia y corrupción. Hay numerosas razones, que no entran en esta breve nota, que explican por qué luego de 18 años con los mismos métodos, hoy el escenario es diferente.
Pero desde febrero, la principal respuesta fue la utilización de las fuerzas represivas del Estado. Ésta violencia estatal ha sido poco útil en enfrentar a la vanguardia fascista (Grupos de Tareas entrenados con tácticas paramilitares), que continúan sembrando el caos impunemente, sin que se encuentren o detengan a los responsables de los más feroces ataques; mientras que la dureza policial recae a veces sobre los manifestantes más débilmente organizados… Esto ha resultado en innegables abusos y violaciones : detenciones arbitrarias, tortura, robo de objetos personales, muertes en dudosas circunstancias, etc.
Flaco favor le hace esta estrategia a la defensa de la revolución. No sólo es inhumana, motivo suficiente para rechazarla, sino que además es contraproducente, se le vuelve en su contra. Ningún gobierno, de derecha o de izquierda, puede sostenerse tan sólo en el uso de la fuerza. Además, le sirve en bandeja a los medios las imágenes que necesitan para desprestigiar el proceso bolivariano. Ya sabemos que los medios internacionales saturan las pantallas con las imágenes de la represión en Venezuela, pero silencian el mismo accionar de los gobiernos en México, Colombia, Brasil o Argentina, por nombrar sólo algunos ejemplos.
Numerosos activistas en Venezuela y el exterior se emocionaron con el llamado a la Constituyente, viendo en ésta la esperada respuesta política a la crisis, una oportunidad para corregir los errores y desviaciones del proceso, y con ésta sincera intención, llaman a participar en ella. Otros sectores, de izquierda también, comprometidos revolucionarios, ven en la Constituyente tan sólo una maniobra de un gobierno burocrático que sólo busca sostenerse en el poder a toda costa y la rechazan. Es un una posición que puede tener elementos de la realidad, pero a la hora de exponerla públicamente, se ha caído en argumentos de excesivo formalismo, como la no proporcionalidad del voto, repitiendo argumentos de la derecha. La no proporcionalidad del voto rige en la mayoría de los poderes legislativos bicamerales, donde el número de senadores no representa a la cantidad de pobladores, sino de instituciones. Tampoco es proporcional la elección presidencial de Estados Unidos, donde un colegio de electores tiene la capacidad de revertir la elección de la mayoría de la población.
Un sistema político que combine la elección territorial con la elección de representantes en base a la participación que un individuo tiene en la vida socio-económica de su país, puede, si está bien diseñada, darle más materialidad y hacer más democrática la toma de decisiones.
En suma, los métodos fascistas que la oposición de la MUD utiliza, y los gobiernos que le dan su apoyo, anuncian sin lugar a dudas que un cambio de gobierno en Venezuela tendrá todas las características de una salvaje reacción de clase. El gobierno de Maduro, reacciona tarde y mal para enfrentar esta amenaza, pues hace largo tiempo que no se apoya en los organismos de poder popular para enfrentar los ataques políticos y económicos. En este panorama, sería deseable que la constituyente no se reduzca a un manotazo de ahogado sino que sirva para darle un reimpulso popular al proceso, única forma de enfrentar a la derecha golpista y producir una radicalización democrática y socialista de la revolución. De no ser así, las perspectivas son oscuras. A pesar de los furiosos intentos de la derecha internacional por frenarla, y de la apatía o rechazo tácito de una parte importante de la población, la Constituyente ya está aquí, y ocupará el centro de la escena política por varios meses. Los revolucionarios deben actuar sobre la realidad tal cual es, no sobre cómo les gustaría que fuera. La tarea en Venezuela es resistir, y movilizarse para que ningún burócrata ni ningún capitalista sigan robándole conquistas al bravo pueblo venezolano.