Apuntes sobre coyuntura, luchas sociales y construcción de una alternativa política
Por Democracia Socialista y CAUCE Universidad de Buenos Aires
El mes de marzo y lo que va de abril demuestran una capacidad de lucha importante de las clases populares, al mismo tiempo que una radicalización del gobierno en inflexibilidad y respuesta represiva, dando lugar a un proceso de polarización social creciente. La tensión social se entrelaza con el momento político, en vísperas de las elecciones legislativas, donde se dirime también la posibilidad de que el gobierno estabilice su plan de ajuste o se empantane. En este contexto, se multiplican los debates dentro de la izquierda social y política sobre las formas de construir una alternativa política popular, dentro del cual aparece, entre algunos compañerxs, la revalorización de la figura de CFK. En las líneas de abajo nuestras posiciones al respecto.
A más de un año de la asunción de Macri
A más de un año de asumido el gobierno de Mauricio Macri, es preciso actualizar las coordenadas con las que enfrentamos el nuevo período político. Primero, lo obvio. Las intenciones del nuevo gobierno son manifiestas: se trata de un gobierno abiertamente burgués, con una agenda pro-empresaria que busca atacar el salario obrero y quebrar la resistencia popular. El plan político y económico del macrismo es relanzar la acumulación de capital a partir de la baja de salarios y la implantación de condiciones “favorables a la inversión”. Esto supone achicar el gasto público, reducir las competencias sociales del Estado, mantener a raya las negociaciones salariales, deshacer derechos conquistados por la clase trabajadora y reducir las capacidades de resistencia del movimiento popular. El principal sector atacado por esta política es, por lo tanto, el movimiento obrero ocupado, sobre cuyas reivindicaciones históricas el gobierno busca avanzar.
El gobierno de Cambiemos, sin embargo, no ha logrado todavía modificar de manera estable y duradera las correlaciones de fuerzas entre clases sociales en nuestro país. El nuevo gobierno no asumió sobre la base de una derrota masiva del movimiento popular que ponga a la clase trabajadora en franco retroceso o de una gran crisis que desorganice la capacidad de resistencia y le permita implantar una serie de medidas anti-populares sobre un trasfondo de relativo consenso social al menos pasivo. La clase trabajadora está a la defensiva pero no está derrotada. La tarea de Macri y sus aliados es imponer una nueva correlación de fuerzas duradera entre las clases sociales, que permita imponer pero también estabilizar su agenda pro-empresaria.
De momento, la dinámica de la lucha social le plantea serios problemas al gobierno. El nivel de ataque a los intereses populares se siente en la sociedad y socava su legitimidad, tanto más cuanto el kirchnerismo logró retirarse del gobierno sin implementar un ajuste masivo ni deteriorar el salario real de manera ostensible. En un contexto donde el capitalismo global está en retroceso, es muy improbable que el plan económico del gobierno, basado en el estímulo a la inversión, tenga éxito, al menos en el corto plazo. Es preciso, sin embargo, no cantar victoria. Existen ejemplos históricos de cómo las élites neoliberales lograron imponer las correlaciones de fuerzas que les eran favorables después de llegar al gobierno (Thatcher en los 80 es el ejemplo clásico). Al mismo tiempo, no hay que desestimar el abroquelamiento, por el momento, del “núcleo duro” de apoyo al macrismo, tal como se demostró en la movilización del #1A como en los todavía relativamente altos niveles de apoyo electoral que muestran las encuestas (aunque en retroceso). Estamos en un momento de fuerte tensión social y política con final abierto.
La construcción unitaria de la resistencia social
En este contexto, no redunda insistir en que la resistencia popular al macrismo es la primera tarea de las fuerzas anticapitalistas, clasistas y progresistas. Si el macrismo logra consolidar una hegemonía social estable, las condiciones para toda lucha social posterior se van a ver degradadas poderosamente. En este punto, es necesario promover la más amplia unidad de acción. Ante cada avance del gobierno, lograr la más absoluta unidad de todas las fuerzas políticas de oposición, e intentar darle un contenido lo más rupturista posible a estos marcos unitarios. Poco importa que resistamos a Macri con fuerzas políticas que tienen programas diferentes del nuestro y aspiran a un recambio muy diferente del gobierno actual. No nos podemos permitir que Cambiemos en el gobierno dé inicio a una nueva etapa de hegemonía neoliberal en el país, porque eso supondría una derrota de la clase trabajadora en toda la línea.
Frente a estas tareas, vemos limitaciones tanto de parte de la izquierda como del kirchnerismo. Los sectores hegemónicos dentro de la primera (las corrientes agrupadas en torno al FIT) tienen la tendencia a anteponer abusivamente la delimitación con el kirchnerismo a la posible construcción de marcos unitarios, tal como se muestra, paradigmáticamente, en el rechazo a la pelea por un 24 de marzo unitario o en la organización sistemática de “columnas combativas” en las masivas movilizaciones de trabajadores, aislándose de los grandes contingentes obreros que se movilizan con sus sindicatos.
Por su parte, es urgente decirlo, el kirchnerismo muestra no solo una baja predisposición a la lucha social consecuente sino un notable sectarismo. La “hiper-partidización” que le imponen a su intervención en las movilizaciones (cantando “vamos a volver” desde el palco del 24M, por ejemplo) es profundamente hostil a la construcción de marcos unitarios. Y a la vez funcional al gobierno que quiere deslegitimar las luchas de nuestro pueblo reduciéndolas a la presunta vocación destituyente del kirchnerismo.
Sobre la alternativa política: ¿el “vamos a volver” es el único horizonte de lo posible?
Ahora bien, sabemos también que la resistencia social al macrismo no es la única tarea de nuestra etapa. Existe el peligro de que el establishment prepare un recambio electoral por arriba que, en términos de la lucha de clases, no signifique una ruptura con el programa neoliberal de ajuste estructural y ataque al salario. Un posible gobierno de Sergio Massa o alguna otra coalición conservadora (incluso si llega al poder con un discurso progresista) podría encarnar esta posibilidad. De aquí la importancia de poner esfuerzos en la construcción de una alternativa política frente al ajuste neoliberal de Cambiemos.
En este debate, los compañerxs de Patria Grande han tomado la iniciativa y publicado una declaración luego de su “Plenario de delegados y delegadas” (http://patriagrande.org.ar/plenario-nacional-de-delegados-y-delegadas-de-patria-grande/), que traza como perspectiva, para la construcción de una alternativa política, el llamado a que Cristina Kirchner encabece un “gran frente anti-neoliberal”. El núcleo del razonamiento de los compañerxs es que el liderazgo de CFK es el único recurso disruptivo real contra la estabilización de un bipartidismo conservador, que podría cristalizarse entre Cambiemos y una renovación derechista del peronismo. Quisiéramos discutir con estas posiciones y contrastarlas con nuestras propias hipótesis políticas.
Los gobiernos abiertamente derechistas son, habitualmente, un escenario desfavorable para debatir y delimitar las diferentes estrategias políticas para la construcción de una alternativa. Suele funcionar la presión del “todos contra…” que, por ejemplo, llevó a vastos sectores populares detrás de la Alianza en la oposición a Menem. Los ejemplos históricos e internacionales abundan en experiencias de este tipo que llevan a desilusiones, confusión y desorganización de las clases populares.
Para empezar, debemos aclarar que nuestra diferencia no reposa sobre una posición de principios. Existen casos límite donde las fuerzas revolucionarias pueden acompañar un liderazgo, digamos, “nacionalista burgués” como medio de encontrar un canal hacia el movimiento real de la clase trabajadora, acompañar la radicalización de franjas relevantes de los sectores populares o, al menos, empujar hacia el agotamiento de la experiencia política de las masas con estas direcciones. Sin embargo, actualmente no se cumplen las condiciones para que esto no sea más que un paso en falso y no lleve a una nueva desilusión.
En primer lugar, es necesario retomar la caracterización sobre el tipo de dirección política que fue el kirchnerismo durante sus doce años de gobierno. A diferencia de las experiencias de “gobiernos populares” (como conocimos, sin ir más lejos, en Venezuela y Bolivia), el kirchnerismo no se apoyó en la movilización social para enfrentar a las clases dominantes o al imperialismo. Cuando esto sí sucede, los gobiernos cumplen un papel positivo empujando la experiencia política de las masas, la movilización y la radicalización social. El kirchnerismo, por el contrario, sobre la base de la huella que había dejado el 2001 y del boom económico de las commodities, se redujo a aplicar concesiones sociales y democráticas paliativas que no afectaron la estructura económica y productiva dependiente del país, al mismo tiempo que produjo una progresiva desmovilización social que sacó al país de la situación explosiva que vivió en 2001-2002. Su apoyo y revalorización del PJ y la burocracia sindical fueron parte de este proceso.
A su vez, es preciso analizar más atentamente el sesgo de las políticas progresivas que se aplicaron durante este ciclo político. A diferencia del peronismo histórico (más allá de la valoración que hoy tengamos de aquel), el kirchnerismo no generó un umbral de derechos laborales nuevo que le permitiera penetrar como una identidad política estable en la clase obrera. Eso explica, en parte, que una parte significativa de la población trabajadora haya votado al gobierno de Cambiemos, lo que hubiese sido impensable durante el peronismo histórico (o, para tomar un ejemplo reciente, durante el gobierno de Chávez en Venezuela). Los avances más estratégicos operaron en el terreno de las conquistas civiles y democráticas (Ley de Medios, Matrimonio Igualitario, Identidad de Género), a lo que hay que sumar una amplia red asistencial y una intervención pragmática sobre las paritarias que permitió recomponer el salario real que venía deprimido luego de la crisis de 2001, durante un primer periodo, y luego evitar un retroceso significativo ante la inflación. Esto explica que, contra lo que dicta el lugar común, la “minoría intensa” kirchnerista anida más fuertemente en los sectores progresistas de las clases medias (que en los 80 apoyaron al alfonsinismo y en los 90 al Frepaso) que en la clase obrera (que acompañó el proceso durante el periodo expansivo de la economía y tendió a separarse durante los momento recesivos, como se evidencia en las derrotas electorales de 2009, 2013 y 2015). Mucho menos hubo una experiencia de lucha de la clase obrera en torno a los símbolos identitarios y la referencia política kirchnerista como se desarrolló durante la resistencia peronista en los años 50.
En segundo lugar, es preciso comprender que las condiciones objetivas para retomar un proceso, aunque tenue, de “populismo redistributivo” no están dadas, a menos que se esté dispuesto a intervenir abiertamente sobre los grandes capitales. Este límite objetivo reproduce la experiencia que repetidas veces alcanzaron las experiencias “desarrollistas” en nuestro país y la región. En términos del “ciclo del capital” hace años que la economía argentina no ofrece posibilidades de mantener un proyecto de concesiones sociales como el que vivimos en los primeros años del kirchnerismo. El límite de esta experiencia histórica responde a necesidades objetivas, es decir, al agotamiento del ciclo expansivo que permitía al “pacto social” que conjugaba ciertas políticas redistributivas al mismo tiempo que los capitalistas podían “levantarla con pala”, según la conocida expresión de CFK. Esto le pone límites a la expectativa de que CFK ofrezca una alternativa radical al programa de ajuste sobre las clases populares (tal como se pone en evidencia, por ejemplo, en las declaraciones de Scioli y sus asesores económicos de apoyo a las medidas del macrismo), aún si probablemente un nuevo gobierno de CFK tendría mayor moderación y compromisos sociales. Mucho menos es posible que el kirchnerismo encare un programa superador y radical que no aplicó en los momentos más favorables, como sería, en palabras de los compañerxs de PG, impulsar “una asamblea constituyente para democratizar verdaderamente el Estado y sus instituciones en base al protagonismo popular; el control público del comercio exterior y de las rentas extraordinarias que produce nuestro país, la recuperación de las servicios públicos privatizados y una reforma tributaria integral, al servicio de una transformación productiva que democratice la economía nacional; la profundización de la integración latinoamericana y la denuncia de los tratados internacionales que atan nuestra suerte al deseo de las grandes corporaciones y organismos financieros”. Este programa requiere la construcción de una nueva fuerza política.
Esto no significa que pensemos que “todos sean lo mismo”. Pero una cosa es cerrarle el paso a la fracción más agresiva de las clases dominantes, como en el caso del último balotaje, y otra la construcción de una alternativa política popular y emancipatoria. Confundir ambas cosas es tomar un falso camino que también allana el terreno a la derecha. De las desilusiones y las vías muertas se nutre la derechización social y política. El posibilismo muchas veces es el camino hacia el “mal mayor”.
Por otra parte, tiene una importancia capital analizar la tendencia real de los sectores más progresistas y militantes al interior del kirchnerismo. Lamentablemente, la tendencia de los sectores juveniles y combativos no es hacia la radicalización o hacia la ruptura con el PJ, sino, al menos por el momento, hacia la aceptación de que el PJ y buena parte de lo peor de la política argentina es la única vía para la construcción de una alternativa de poder. Esto lo pone en evidencia que sectores dentro del kirchnerismo estén buscando referentes de recambio en sectores aun más conservadores dentro del peronismo (como es el caso paradigmático del Movimiento Evita). Esta aceptación del PJ como horizonte máximo de la política es también una herencia de la experiencia kirchnerista.
Incorporemos dos elementos más de la coyuntura política. Todas las señales, sin excepción, muestran que la vocación de CFK y la dirección kirchnerista está orientada a una disputa por la dirección del peronismo y no a una ruptura con los “sectores oportunistas y conservadores del PJ que han sido funcionales a las políticas neoliberales en estos 15 meses”, como lo definen los compañerxs de PG. La expectativa de que el kirchnerismo se refunde como un “gran movimiento popular” que rompa con los viejos partidos, movilice a los sectores populares y avance en una radicalización es una ilusión evidente. Flaco favor le hacemos a la necesidad de construcción de una nueva referencia política si desconocemos esta realidad evidente. Y de ese personal político (Gioja, Infrán, Scioli, Milani, etc.), no podemos esperar ninguna política emancipatoria.
Por otro lado, es preciso advertir que el liderazgo de CFK es hoy utilizado por el gobierno como una forma de instalar un terreno de confrontación que le es funcional. Lo que los medios de comunicación llaman “la grieta”, es decir una polarización política que tiene en el centro al kirchnerismo, es el terreno más favorable para conservar ese “consenso negativo” que conquistó Macri en el último balotaje. Nada más hace falta percibir el esfuerzo del gobierno por crear y recrear constantemente la polarización con el kirchnerismo.
Con los compañerxs de PG compartimos muchas coordenadas políticas. Consideramos que la política anticapitalista no pasa por embestir de frente con las tradiciones e identidades populares presentes en las clases populares, sino por rearticularlas en un sentido emancipatorio. En el contexto del ciclo político que transitamos, coincidimos en que eso pasa, en parte, por entablar un diálogo fecundo con las bases sociales y militantes que pusieron sus expectativas de transformaciones sociales progresivas en el kirchnerismo, en el horizonte de construir una nueva representación política de las clases populares. En esta perspectiva, que entendemos común, reforzar y embellecer el liderazgo de CFK es un paso en falso que contribuye a fortalecer la subordinación al PJ y a angostar el espacio político para la emergencia de una nueva fuerza política.
Puede ser, finalmente, que esta convocatoria a CFK a liderar un “frente anti-neoliberal” no sea más que una táctica pragmática para ganar influencia sobre las bases sociales y militantes del kirchnerismo. Sin embargo, esto no quita los problemas. Interpelar dialógicamente a un sector social o político no significa adaptarse a él. En ese caso, es el interpelador el que es interpelado y hay grandes riesgos de que la táctica se transforme en estrategia. Una organización se forma y se educa en torno a sus delimitaciones, caracterizaciones y programas. Renunciar a ello a los fines de ganar influencia conduce a una espiral de adaptación a la táctica, al formar a la propia militancia en torno a ella y al aislarse progresivamente de los sectores del activismo estratégicamente más cercanos.
Actualmente no parecen reunirse las condiciones para la emergencia de un nuevo movimiento político que trastoque decididamente las correlaciones de fuerza sociales y políticas en un sentido positivo. De esta dificultad pueden surgir ansiedades contraproducentes. Esto no significa que no puedan darse pasos serios en la construcción inicial de una nueva herramienta política, amplia, que tenga una perspectiva de ruptura radical con el neoliberalismo y que supere las limitaciones insalvables del “neodesarrollismo” kirchnerista. En ese objetivo, con lucidez y sin sectarismos, debemos enfocar nuestros esfuerzos.