“Hay una apuesta por discutir una alternativa de poder anticapitalista, pero todavía no se sale de la marginalidad”

 Nota aparecida originalmente en Sudestada: http://www.revistasudestada.com.ar/

Adrián Piva, sociólogo especialista en Ciencias del Trabajo y docente universitario, acaba de publicar un estudio sobre la consolidación hegemónica del neoliberalismo en los 90 y la resistencia que opuso la clase trabajadora hasta la insurrección de 2001. En esta nota incursionamos sobre las lecciones que dejaron las nuevas prácticas de lucha hacia un horizonte de conformación de una alternativa política que retome el espíritu de aquella resistencia.

–En poco tiempo hemos visto distintos proyectos de acumulación del capital, ¿cómo se fue adaptando el sindicalismo argentino y la clase obrera?

En realidad, la crisis del sindicalismo se arrastra desde la dictadura, en el sentido de que hay un proceso de transformación de ciertas condiciones sociales generales, tanto a nivel de la acumulación del capital como del Estado, de las relaciones de fuerza y demás, que ponen en crisis las estrategias sindicales que se desarrollaron desde los 40 hasta mediados de los 70. En ese sentido, el período de Alfonsín, los 80, es de transición, y pone sobre el tapete abiertamente la crisis del sindicalismo. Durante los 90 el sindicalismo desarrolla una estrategia defensiva, que yo llamo neoparticipacionista, que busca conservar y consolidar espacios, capacidades organizativas, financieras, de articulación con el Estado. Pero después de 2001 esto mismo se pone en cuestión, porque una de las características de los 90 es que se bloquea la lucha salarial, en la medida que los salarios están congelados y por la misma dinámica de la convertibilidad, que era el centro de la disputa alrededor de la cual se había constituido históricamente la estrategia sindical. Pero después de 2001, con la devaluación y la inflación, retorna la lucha salarial y al tiempo que persisten ciertas condiciones de la crisis de los 90, y se da una relación de fuerza entre capitalistas y trabajadores que, si bien mejora respecto a los años anteriores, sigue sin revertir aquella derrota histórica del 76 y del 89. También hay elementos que tienen que ver con la coyuntura, que hacen que la dirección sindical esté muy fraccionada y que haya una disputa incluso en qué tipo de estrategia y vínculo con el Estado hay que desarrollar.

–¿Qué dejaron en la política las demandas de 2001?

Sin insurrección de 2001 no se puede pensar el proceso político posterior. El kirchnerismo, si bien reconstruye la acumulación de capital, el poder de Estado, lo tiene que hacer recuperando demandas de los grupos sociales movilizados, de una manera selectiva, resignificándolas, pero lo tiene que hacer. Y en ese sentido abre un período que, en términos de las posibilidades de acumulación política, para los trabajadores y el espacio popular, es más favorable. Eso es un efecto de esa insurrección, que de alguna manera pervive.

–¿Qué lecciones dejaron los diez años de puebladas anteriores a esa insurrección?

En términos de acumulación política de largo plazo, de alguna manera todavía estamos en el proceso abierto por esas puebladas. Desde el año 96 empieza un periodo de recuperación de la acción de los trabajadores, sobre todo a través de los movimientos de desocupados, puebladas en las provincias y demás, pero que después de 2001 se desarrolla también en cierta re-emergencia de un sindicalismo de base, que recupera parte de aquellas prácticas. Yo creo que esas puebladas y la insurrección de 2001, los desarrollos subsiguientes como los movimientos piqueteros y el movimiento sindical de base, son un inmenso laboratorio. De alguna manera, las experiencias más novedosas de la izquierda surgieron de ahí, tanto como de lo que podemos llamar la nueva izquierda como incluso al interior de la izquierda tradicional. Y me parece que todavía están poco reflexionadas las consecuencias de eso en la política, porque hubo ensayos y errores, por ejemplo la estrategia autonomista, que se desarrolló en ese espacio de confrontación y al mismo tiempo encontró un callejón sin salida, y en el debate que eso generó hay que encontrar la razón de que se esté discutiendo la necesidad de pasar al nivel político en distintos agrupamientos de la nueva izquierda, con distintas velocidades. Si tuviera que sacar algunas grandes conclusiones, tiene que ver con la enorme creatividad que muestran los trabajadores en la lucha, la capacidad de crear nuevas relaciones, la necesidad reforzada en los últimos años de desarrollar una estrategia autónoma, independiente del Estado y de los empresarios, y por otro lado el cuestionamiento que se abrió en la creación de esas nuevas relaciones sociales a lo que era la vieja izquierda, básicamente a la vieja estrategia leninista. Yo creo que ahí es donde está lo más rico y que es parte, además, de un proceso más general que atraviesa Latinoamérica y el mundo, y que tiene que ver con que en los hechos se va procesando lo que fue el fracaso de los socialismos reales, y se va dando lugar a la creación de nuevas estrategias políticas, nuevas formas de desarrollar una estrategia socialista, anticapitalista.

–¿Te parece que la izquierda en general carece de herramientas teóricas para entender esos procesos complejos?

La reflexión siempre va atrás de la acción, es lógico, pero además en este caso se superponen un conjunto de crisis y derrotas, a nivel local e internacional. A nivel local todavía no terminó de ser procesada la derrota de la estrategia desarrollada en los 70. En el marco de eso, la caída del Muro de Berlín, o el derrumbe de los llamados socialismos reales, etc. E inmediatamente, ya desde el 94 la aparición de estrategias novedosas, desde el zapatismo hasta incluso las experiencias que se hacen en el marco del chavismo o lo que está pasando en Bolivia. Entre las transformaciones que están ocurriendo a nivel mundial y regional, y la crisis de una izquierda que se constituyó como hija de la Revolución Rusa, esto hace que carezcamos de las categorías que nos permitan hacer un análisis y pensar una estrategia. Hay más bien un enorme campo de debate, muy productivo, que no es pura confusión sino que se va desarrollando una experiencia y van apareciendo algunas categorías que permitan dar cuenta de esto.

–En esta discusión, ¿surge una tensión entre lo nuevo y lo viejo?

Sí, de alguna manera todos seguimos, con mayor o menor distancia, refiriendo a una forma de organización política, un tipo de estrategia que tiene que ver con lo que se llama “vieja izquierda”, todos. Algunos porque venimos de ahí y los más chicos porque, aunque no hayan pasado por ahí, en última instancia es la referencia contra la cual desarrollan las nuevas prácticas. Tampoco hay que idealizar lo nuevo. Primero porque en “lo nuevo” hay reproducción de viejas prácticas, como la fragmentación, la persistencia del sectarismo. A la hora de pensar una organización política, es difícil no reproducir viejas prácticas. Y por otro lado porque “lo nuevo” ha traído aparejado errores y frustraciones, el autonomismo por ejemplo, pero también porque “lo nuevo” recupera viejas prácticas y tradiciones de fuera de la izquierda, como el populismo, que está muy presente en la nueva izquierda, lo que permite una relación menos externa con las tradiciones de la clase obrera en Argentina, pero se hace acríticamente y se vuelve un problema.

–Una distinción importante parece ser una visión clásica contra una visión más moderna con respecto al Estado.

Hubo una primera reacción, en gran parte de los movimientos de los que surge la nueva izquierda, que fue un rechazo a cualquier estrategia que pusiera al Estado en el centro. Pero el Estado, aunque no se planteara una estrategia tradicional de toma del poder, aparecía cotidianamente en las demandas, en la relación con los movimientos sociales, como algo inevitable. A partir de ahí también falta una discusión suficientemente profunda sobre el vínculo con el Estado. En el sentido de que el Estado no es un mero instrumento, pero tampoco es un puro terreno de confrontación que pueda ser utilizado a favor de los intereses de los trabajadores, o sea, tiene claros límites en este punto. El Estado tiene una estructura que reproduce las relaciones dominantes. Ahora, el leninismo en ese sentido tenía una estrategia clara respecto del Estado: había que destruirlo. ¿Cuál es la estrategia de la nueva izquierda? No se entiende. Hoy hay todo un sector de la nueva izquierda que mira con simpatía a procesos como el boliviano o el venezolano, pero en esas lecturas el Estado aparece, no pocas veces, como una escena de disputa que puede ser favorable a los trabajadores, entonces se corre el riesgo de desarrollar una visión acrítica respecto de la estructura estatal. En otros sectores de la nueva izquierda que siguen teniendo prevenciones tampoco hay una discusión sobre qué tipo de estrategia hay que tener entonces.

–¿Se puede decir que falta darle forma teórica a una corriente de pensamiento marxista no tradicional?

Yo antes le daba más importancia al papel de los intelectuales… No es que no la tenga… Me parece que es cierto que hay un trabajo político, teórico, ideológico pendiente, y que es parte de la necesidad de resolución de la crisis del marxismo. Digámoslo, porque no es solamente la crisis de la izquierda, es la crisis del marxismo. Incluso hoy tendríamos que discutir si es la orientación dominante dentro de la izquierda, incluso dentro del anticapitalismo, donde hay otros enfoques, otras corrientes que no son marxistas. Pero me parece más que un problema de los intelectuales es un problema de la reconstrucción de un espacio de la izquierda anticapitalista en general. En todo caso la debilidad de la reflexión sobre un proyecto anticapitalista hoy está vinculada a las distintas velocidades, espacios de recomposición de esa izquierda, que es débil en todos los terrenos. En ese sentido le quito importancia a la tarea de los intelectuales porque incluso parte de la discusión es qué lugar van a tener esos intelectuales. Antes, el partido resolvía el vínculo entre el intelectual y la clase obrera, al menos idealmente. La puesta en cuestión del partido, por lo menos en la izquierda independiente, abre el debate: ¿cuál es la articulación del intelectual con el movimiento? Y ¿hay un rol del intelectual? Porque también hay sectores que ponen en cuestión esa escisión entre el rol del intelectual que reflexiona y el resto de los trabajadores que van a la huelga, lo cual es un planteo correcto. Pero sin llegar a esa caricatura, cuál tiene que ser el rol del intelectual, cuál es su vínculo con el movimiento, cuál es el vínculo entre la reflexión que desarrollan los trabajadores cotidianamente en sus luchas y en sus organizaciones y cuál es el vínculo de los intelectuales con esa reflexión. Eso es lo que está más en discusión que la necesidad de los intelectuales de ponerse a pensar sobre nuevas categorías. Primero hay que resolver eso, porque el intelectual tiene que ser parte de un espacio político colectivo, si no su reflexión gira en el aire.

–El trotskismo habla de una nueva clase trabajadora ¿existe una nueva generación obrera combativa?

Si bien hay un conjunto de experiencias del sindicalismo de base, desde el punto de vista del conjunto de los conflictos son minoritarias. Por eso hablamos de la importancia en términos cualitativos, la aparición de nuevas prácticas, de un nuevo clasismo. Si vos tomás el clasismo cordobés, el peso cuantitativo a nivel nacional también era minoritario, aunque más importante, pero tenía una densidad en términos de articulación política de quienes expresaban esa estrategia, tanto en la provincia como a nivel nacional, que los transformaba en un actor sindical importante. Hoy estas experiencias están desarticuladas, fragmentadas, los pocos intentos de construir un espacio de articulación fracasaron, el Movimiento Intersindical Clasista en su momento, o los distintos intentos que han hecho cada una de las organizaciones políticas, el PTS y demás, no han tenido un impacto significativo. La ausencia de figuras de peso también es significativa. No tiene la densidad para hablar de una nueva clase obrera, sí como proyecto político y lo entiendo, es la aspiración de construir a partir de eso un espacio de ese tipo. A eso hay que agregarle que en el sindicato del Subte, una de las experiencias estrella, el desarrollo político de quienes protagonizaron esa lucha puede resultar decepcionante.

–¿Cómo ves la proyección electoral del FIT?

Yo creo que hay cierto estancamiento, incluso en la capacidad de construir a nivel sindical. Ojalá me equivoque. Ahí sí el exitismo juega en contra. Si vos caracterizás que en 2001 había una situación revolucionaria, crisis de las direcciones sindical y política, y que estaba abierta una disputa por el poder en lo inmediato, entonces lo que viene después te puede sonar a poco. Pero si vos tenés una lectura más realista de lo que significó 2001, que fue una insurrección pero que al mismo tiempo no tuvo una dirección determinada, donde la acción de la clase obrera como tal fue poca, que se reflejó después en que los trabajadores aceptaron una reducción del salario real de más del 20% en el primer año, entonces con una lectura realista lo que pasó después fue bueno, porque hay un crecimiento de todo el espacio de la izquierda. En ese sentido, aún con cierto declive de lo que fueron en su momento los movimientos de desocupados, que tiene que ver con una caída del desempleo, pero también con una recuperación de los mecanismos estatales de canalización del conflicto, una recuperación del peronismo en el conurbano, aún con ese retroceso el saldo es positivo en la reconstrucción de un espacio de toda la izquierda. Sobre todo es interesante cierto proceso de recomposición de un sindicalismo de izquierda desde la base. Hoy tenés listas opositoras en sindicatos donde en los 90 era imposible. Hay un espacio que permite el desarrollo de estrategias más radicales, más allá de la izquierda orgánica. Lo que me preocupa es la capacidad de traducir esa construcción en una alternativa política de la izquierda, y ahí es donde veo las limitaciones de la izquierda orgánica.

–¿Cómo se sale de la marginalidad?

Hay ganas de salir, hay una apuesta a romper ese cerco, a tratar de interpelar a los trabajadores más masivamente, pero estamos lejos todavía. El FIT ¿hizo una gran elección en 2011? No, está dentro de los márgenes de votación que tuvo la izquierda del 83 para acá y hubo votaciones que fueron mejores. Ahora, frente a un escenario donde la izquierda temía pasar el 1,5%, fue un éxito. Yo creo que la izquierda independiente es el sector que más potencialidades tiene de desarrollo a futuro. Probablemente es un sector que, por su fragmentación y su bajo grado de articulación, hoy es más débil a nivel político que la izquierda orgánica. Al mismo tiempo es el que tiene más proyección, más capacidad de crecer dentro de la clase obrera, incluso por tradiciones políticas: la izquierda que más capacidad tuvo de crecer dentro de la clase obrera argentina no fue la izquierda trotskista, históricamente. Entonces, hay una apuesta de discutir una alternativa de poder de carácter anticapitalista, pero eso no quiere decir que la izquierda esté saliendo de la marginalidad, todavía somos políticamente marginales.

RECUADRO: Decadencia de la hegemonía neoliberal

por Agustín Santella

El reciente libro publicado por Adrián Piva, Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista (Ed. Biblos, 2012), nos ayuda a explicarnos cómo fue posible aquella aberración llamada menemismo, manifestación argentina del neoliberalismo. Pero también para entender por qué y cómo terminó en el año 2001 (porque podemos pensar que el gobierno de la Alianza no fue más que la continuación del menemismo). La imposición de las políticas neoliberales fue posible sobre la base del disciplinamiento social resultante de la hiperinflación de 1989-1990. Este proceso monetario tuvo un impacto global sobre la crisis de la sociedad en su conjunto, y esto se convirtió en una amenaza coercitiva a posteriori. Sobre este marco se reanima la acumulación de capital en los noventa con una nueva dinámica productiva.Piva muestra este reanimamiento criticando a quienes solo vieron especulación financiera y venta de activos públicos como explicación del crecimiento de aquellos años. La llamada valorización financiera (“la burbuja financiera”) fue (y es) un hecho importante pero como “palanca” de la producción. El neoliberalismo construyó una hegemonía que sumaba coerción y consenso. Esto fue posible por la derrota política del movimiento obrero en confrontaciones claves en 1989-1991, que dieron protagonismo al sindicalismo neoparticipacionista desplazando a los combativos (como el histórico Ubaldini de los paros a Alfonsín). Un conjunto de transformaciones en el Estado se operaron al mismo tiempo para garantizar un marco institucional de construcción de esta hegemonía. Sin embargo esta hegemonía fue débil, segúnPiva. La razón de esta debilidad consiste en que la acumulación de capital se sostuvo en base a una explotación de la clase trabajadora mediante la extensión e intensificación del tiempo de trabajo, antes que por incrementos de la productividad vía inversiones. Y desde luego hacia el final de la década, la desocupación y la pobreza sumaron más elementos a la dificultad de este modelo de acumulación de convertirse en sustentable en el largo plazo. La construcción de una hegemonía en sentido fuerte debe ser un medio de la “reproducción ampliada del capital”, la cual se sostiene por el incremento significativo de la fuerza productiva social, pero además mediante mecanismos duraderos de legitimación. En este sentido, la hegemonía “débil” se asemeja a una hegemonía “negativa” (Eric Wright) por cuanto adolece mecanismos que beneficien a la cooperación entre las clases sociales antagónicas. El modelo económico de convertibilidad mostraba contradicciones evidentes difíciles de superar en el corto plazo. Su debilidad hegemónica se expresó en una creciente resistencia social hacia el fin de la década que tiró abajo el modelo. Adrián Piva escribió un libro fundamental para comprender críticamente la sociedad argentina.